La cita

                                                              

Era una noche como cualquier otra de alguien normal, pero con una vida ciertamente aburrida. ¡Al menos para él sí lo era!

Un hombre ni muy viejo, ni muy joven, era el muchacho que siempre se escondía detrás de un teclado para llegar al mundo que añoraba y deseaba tocar por primera vez en su vida, pero que por cosas del destino no alcanzaba, aunque se esforzase mucho, era correcto, amable y trataba de arreglarse lo mejor que podía para las chicas, el cual era un mundo desconocido en el que ni una sola vez había logrado tener éxito.

Con las luces tenues y sobre una cama mullida y armado con su computadora portátil, Aurelio se disponía a ver quién se animaba a conversar con él dentro de estas curiosas páginas, para poder pasar el rato y aplacar la soledad que lo consumía diariamente.

Respirando profundamente y acurrucándose en la cama pensaba para sí: “Me encanta la música de saxofón, ¡es simplemente genial!”

Comenzó con esa música de fondo a escribir a la suerte a diferentes chicas del chat, para ver si alguna se dignaba a contestarle, siempre obtenía la respuesta de todos los días, un silencio avasallador que día a día minaba sus sentimientos.

Este dos de abril por la noche harto de su suerte, decidió hacer algunos cambios en su perfil de chat, para ver si las cosas mejoraban un poco más.

Esos cambios no tardaron en surtir efecto pues una chica nueva acababa de conectarse y como siempre Aurelio, no podía dejar pasar la oportunidad de intentarlo una vez más.

Sorprendido ante el ruido que su computadora acababa de hacer, revisó y para su sorpresa, acababa de entrar un mensaje al chat. ¡No lo podía creer! ¡Alguien le estaba hablando al fin!

--¡Hola! preguntó animadamente, con algo de nerviosismo en sus dedos que se deslizaban descontroladamente por entre las teclas de su laptop, ávidos de derrochar palabras para su nueva compañía antes de que el momento se diluyera rápidamente.

Luego de unos segundos interminables consultando el estado del otro interlocutor, el estado cambió de “visto”, a “leído” y pensó que no le respondería nunca como solía suceder, cuando el estado de chat cambió de “leído” a “escribiendo”, su corazón casi se le sale del corazón, ante tal sorpresa.

--¡Hola! ¡Soy Adriana! ¿Quién eres tú? Veo que tu apodo es Chava, pero quiero saber ¿Cómo te llamas verdaderamente? ¿Se puede?

El temblor en las manos de Aurelio comenzaba a calmarse lentamente haciendo más fluida la escritura, hasta que logró teclear:

--Te digo mi nombre si me prometes que no te ríes.

--¿Y Porqué debería de reírme? ¡Acaso te llamas Meponomiseno o algo así!

--¡No para nada! ¿Cómo crees? lo que pasa es que no me gusta el nombre que mi santa madre me dio al nacer.

--¡Vamos Chava! dime ¿cómo te llamas realmente? Insistió la chica que en la computadora se decía llamar Adriana.

--Te lo diré, pero no te rías ¿trato hecho?

--¡Echo! respondió rápidamente Adriana con un notable interés en saber más sobre su interlocutor.

--Mi nombre es Aurelio ¡ya Aurelio!

Unos segundos tan agónicamente largos se adueñaron de la charla mientras él sentía como el sudor se deslizaba entre sus dedos, esperando el momento en que simplemente ella se desconectara del chat y todo acabase sin más.

Tecleando desesperadamente, consultaba una y otra vez el estado del otro interlocutor, deseando que comenzara a escribirle nuevamente, los segundos se hicieron minutos interminables hasta que al fin ella comenzó a escribir…

--¡Qué pena! Perdona, tuve que irme al baño, discúlpame por favor. Pero ese es tu nombre ¿Aurelio?

--Sí ese es mi nombre ¿verdad que está feo?

--Lo siento Aurelio, pero no lo creo así. Me parece un bello nombre, me da la sensación de que eres un hombre de respeto, además de que eres bien parecido.

La respiración del hombre aquel se detuvo instantáneamente y sus dedos en la computadora nuevamente no lograban reaccionar para responder a esa frase que nunca en la vida había escuchado para sí y, aunque trataba de reaccionar, le era muy difícil escribir, pues estaba muy emocionado.

Tratando de aparentar ser todo un galán, le respondió:

--¿Eso crees en verdad?

--¡Claro! ¿Por qué no habrías de serlo? ¡En la foto de portada te ves muy guapo! No entiendo. Bueno debo irme Aurelio, ya es tarde pero no sé, ¿Te gustaría que siguiéramos conversando mañana?

--¡Desde luego que sí Adriana! ¡Claro! mañana hablamos a esta misma hora, ¡Chao!

--¡Chao Aurelio! Nos vemos.

Y el estado de usuario pasó de “activo” a “ausente” sin dar mucho tiempo a poder responder nada más.

“No lo puedo creer ¡increíble! no me hubiese imaginado que ese cambio en el perfil, haría la magia que tanto tiempo había estado esperando, de haberlo sabido antes, hace mucho tiempo lo hubiese hecho. Pero ¿a quién trato de engañar? nada de lo que haga en mi perfil, cambiará mi realidad”

Y entre triste y emocionado apagó rápidamente la computadora dejándose llevar por miles de pensamientos y preguntas, tratando de imaginarse ¿cómo era su nueva amiga? ¿Buena persona? pero sobre todo ¿Cómo era físicamente? ¿Sería esta su oportunidad de encontrar a alguien que lo quisiera y lo aceptara tal cual? o si sería otra decepción como tantas otras. Entre todos estos y otros pensamientos más, logró quedarse dormido lentamente hasta el amanecer de un nuevo día.

El día llegó y se fue rápidamente con algo muy distinto en él, pues ahora portaba una gran sonrisa en su ilusionado rostro.

Al fin llegó la hora de salida del trabajo y corrió a su casa a conectarse para ver si ella aparecía nuevamente en el chat.

Al igual que en la noche anterior, impacientemente consultaba el estado del otro interlocutor cuando al fin nuevamente el estado de Adriana en el chat cambió de “ausente”, a “en línea” y sin pensarlo mucho comenzó a escribirle ansiosamente y deseando con todas sus fuerzas que ella le respondiera y que el milagro de la noche anterior se repitiera nuevamente ¡y así fue!

Cuando se percató ya estaba hablando con ella una vez más de esto, aquello y lo otro sin parar, hasta que llegaron a un punto donde él no pudo contener más su curiosidad.

--¡Oye! ¿Sabes algo? ¡Tengo una computadora tan vieja como yo! y aunque parezca raro no puedo ver tus fotografías, no tengo idea de cómo te ves. Dime… ¡Si te pregunto cómo eres! ¿Te describirías para mí?

Del otro lado del teclado, eso le pareció muy extraño a Adriana, quien dudó por un momento en responderle o no, como la mayoría de las chicas de hoy en día, al final terminó viendo el pedido de Aurelio como algo normal y comenzó a describirse pausadamente. Cabello, piel, manos, cuerpo en general eran detalles que ella facilitó sin mayor dilación y que le permitieron a él poder construir una imagen excepcionalmente hermosa de la chica al otro lado del teclado.

Ya al rato de escuchar esa encantadora, pero insípida descripción, Aurelio se armó de valor para preguntarle:

--¡Sería divertido poder hablar por audio! ¿Qué opinas Adri?

--¡Me parece interesante!, ya te paso mi número de teléfono, para que hablemos.

Y así fue como rápidamente de las letras pasaron a las palabras y al instante en que Aurelio escuchó por primera vez esa voz, no pudo corresponder a palabra alguna pues había quedado anonadado con la dulzura de sus palabras.

Con la ternura de su cálida voz y la información que ella le había regalado a través de la inocente descripción, Aurelio, en su mente, comenzó a dibujar la figura de una chica de cabello Largo y de unas facciones finas, con unos labios carnosamente delineados.

Su delicada voz le decía que el cuerpo de su amiga era de un delicado talle, pues no tenía ese timbre de persona gruesa o regordeta. El largo del cabello que ella le describía con poco detalle hacía que él se lo imaginara en un radiante dorado como el sol y lo delicado de sus manos y uñas largas, reflejaban el buen vestir y gusto por el cuidado de su figura en general.

Así continuaron varios días acrecentando la amistad y trascendiendo límites socialmente impropios en sus conversaciones, hasta llegar al erotismo y los juegos sexuales que al parecer a ambos los ponía deseosos, el uno del otro.

Así fueron avanzando aquellas sesiones virtuales que con cada reunión iban tomando caminos insospechados, hasta que Aurelio tomaba plena conciencia de que definitivamente algo bueno había entre ella y él, pues el juego, la atención, los detalles y otras tantas cosas más vivas detrás del anonimato del computador, hacían que la relación fuera algo distinto, tanto que al fin llegó el momento en que Aurelio se preguntaba si sería buena idea conocerla en persona o no, como si Adriana le pudiese leer la mente, un día rompió la rutina de la charla preguntándole a su amigo:

--¿Sabes algo?

--¡Dime Adri! ¿Qué pasa?

--¡Nada malo! ¡Solo quiero que me invites a salir!

A Aurelio se le secó de golpe la garganta al escuchar esas palabras, pues sabía perfectamente cuál sería el resultado si le daba la oportunidad de estar frente a frente.

Entre tartamudeos de la voz y respuestas incoherentes que hacían risible la conversación, Aurelio logró atinar a decirle:

----No me suena del todo, pe, pe, pero, si tú quieres podemos vernos.

Sabía claramente que estaba firmando su sentencia de muerte en esto que se asemejaba a una relación entre ambos al aceptar la propuesta, accedió pues en su corazón arropaba la posibilidad de que ella fuera diferente de las otras.

¡Está bien Aurelio! ¿Nos vemos el sábado? ¿Qué te parece amor?

--¡Amor! ¿Cómo que amor?

--Sí ¡amor! ¿Tiene algo de malo? Si te molesta dime y no se repetirá; le respondía con una tierna, pero seductora voz que llegaba hasta sus oídos a través de sus audífonos, estremeciéndolo por completo.

--¡No, no, claro que no! pero ¿es en serio? decía incrédulamente Aurelio sosteniéndose los audífonos, como para estar seguro de que lo que escuchaba era totalmente cierto y no un estúpido producto de su imaginación o de un subconsciente, de quien está harto de estar viajando solo por la vida misma.

--¿En serio qué, Aurelio?, le preguntó algo incómoda pensando en que el amor que ella estaba dejando aflorar no fuese correspondido por él.

--Esas palabras Adriana, esas palabras.

--¿Cuáles? La palabra “amor” ¿esa?

--Sí Adriana, a mí no me ha ido muy bien que digamos en el amor y me cuesta creer que alguien se interese en mí como tú me lo has dicho, eso es todo.

--¡Sí amor! ¡Acostúmbrate cariño! porque ya llevamos mucho tiempo hablándonos por aquí y nunca te he podido ver porque no tienes cámara y ya te quiero ver en persona, creo que estoy perdidamente enamorada de ti Aurelio. ¿Dime que tú también me amas como yo a ti? ¡Dímelo!

--Si Adriana ¡la verdad es que yo también te amo! escuchando tus palabras, tus detalles y todo lo bello que me dices y como me tratas, no he podido evitar enamorarme de ti, pero tengo miedo.

--¡Miedo! ¿Pero de qué? si yo te amo y sería incapaz de hacerte daño Auri. Iré vestida de negro con un vestido corto bastante adecuado a la ocasión Auri y llevaré mi perfume favorito ¡se llama Magic! Bueno me voy, ¡nos veremos el sábado por la noche en el bar Canijas! a las ocho en punto, ¡no me dejes plantada Auri! ¡Será nuestra primera vez juntos! ¡Estoy muy emocionada! ¡Nos veremos mañana al fin! ¡Al fin!

Otra vez y como solía hacerlo, ella terminó la llamada sin darle tiempo a responder nada más.

Auri solo se quedó allí sentado en la cama sosteniéndose el audífono con una mano, mientras que con la otra se cubría la boca que la tenía por cierto desencajada ante tal propuesta.

“¿Y ahora qué haré con ella?“

Se preguntaba una y otra vez, más asustado que emocionado porque no era la primera vez que se enfrentaba a una situación como esta, donde salía muy mal herido como siempre.

“Creo que será mejor cancelar y no hablarle más, duele menos. Pero ¡demonios! ¿Pero, por qué es tan dulce? ¿Y si no voy y era la indicada?, ¿qué hago, qué hago?” se repetía una y otra vez pues los apresurados pensamientos no paraban de asaltar su mente, ante el temor de salir herido una vez más.

Así pues, logró quedarse dormido entre pesadillas y sueños, hasta que llegó la hora de despertarse para ir al trabajo ¡hoy sería su gran día!

Otra vez el día pasó volando por la mente de Aurelio, quien apenas si se percataba del pasar del tiempo, hasta que la hora de salida del trabajo llegó al fin y se marchó a casa.

Durante un rato entre las cinco y treinta y las siete y treinta se la pasó arreglándose para asistir a la cita con una mezcla de miedo e ilusión dentro de su alma. Se arregló la barba que, como siempre, andaba algo desgreñada. Entre piruetas y varios intentos logró peinarse perfectamente bien, aunque en su casa no había ningún espejo, él sabía que estaba impecablemente peinado, un solo cabello de su cabeza no estaba fuera de lugar. Vestido con una camisa negra de manga larga y unos pantalones azules y una chaqueta de cuero negro, se disponía a salir cuando se acordó de que estaba dejando lo más importante para él, le gustase o no.

“¡Maldición, debo llevarte conmigo! ¡Cómo quisiera no tener que hacerlo! pero debo llevarte, te necesito” Y recogiéndolo sin mucha gana se marchó rumbo a la cita acordada.

Luego de unos breves minutos en un taxi, llegó al bar en donde se llevaría a cabo la cita con Adriana.

--¡Hola amigo! ¿En qué le puedo servir? Preguntaba amablemente un mesero que, a juzgar por el curioso olor de su piel, era un moreno alto quien lo abordó justo en la puerta al verlo llegar.

--¡Hola mi buen amigo! me regala una mesa para dos. ¡Una esquina tranquila para poder conversar! usted me entiende. Le respondía Aurelio al camarero haciendo un ademán que destacaba su rostro.

Amablemente el mesero lo dirigió hasta la mesa y, luego de que se pusiera cómodo, éste añadió:

--¿Deseas algo para tomar?

--¡Claro! Dame un refresco gaseoso mientras espero.

--¡Esperas! ¿Y a quién esperas? Para estar pendiente si gustas, amigo.

--¡Espero a la chica más bella que nunca antes había visto en mi vida!

El mesero esbozó una leve sonrisa mientras que Aurelio continuaba diciendo:

Es alta, delgada, unos sesenta o setenta kilos, cabello largo hasta la cintura, ¡un hermoso cabello por cierto! que es dorado como los rayos de sol. Una sonrisa perfecta adorna su fino rostro mi amigo. ¡Hermosa en verdad! ¡Y esa voz! ¡Cuando la escuche amigo, cuando la escuche…!

--¡Debe ser muy bella en verdad señor! En cuanto llegue yo le indico a ella para que se acerque con todo gusto.

El mesero se retiró con una sonrisa en su rostro, más amplia que la anterior, en busca del refresco para Aurelio.

Mientras tanto él se quedó allí en la mesa esperando a su chica, mientras hacía algunas cosas en su celular, sintiendo como el tiempo se le hacía eterno.

La gente hablaba y reía en sus cosas animadamente. Otros iban y venían durante aquella agónica espera, hasta que la puerta se volvió a abrir y Aurelio se quedó mudo pues sintió ese aroma inconfundible de la chica que esperaba. Estaba casi seguro de que era Adriana, pero al percatarse de que no se acercaba aprovechó para levantarse de su mesa.

El tic tac inconfundible que siempre le acompañaba, comenzó a sonar mientras se dirigía a su destino.

“Seguramente era alguien más, mejor voy al baño y así se me hará más corta la espera”.

Le pareció escuchar entre el barullo de la gente y el colorido de las luces del lugar, la voz de Adriana, una inconfundible voz.

Regresó rápidamente a la mesa a tomar su puesto como vigía, para esperar la llegada de su amor.

Lentamente con el pasar del tiempo y los minutos, su alegría se iba matizando de incertidumbre hasta que mutó en una pena profunda, pues ella no aparecía. Quizás era ya más de una hora de retraso desde que tenían que verse. El revisó su celular y vio que hacía como una hora que no se conectaba. Ya bastante desanimado levantó su mano para que el mesero lo asistiera.

--¿En qué le puedo servir caballero?

--Disculpe amigo ¿Me regala otra bebida? Por favor.

--Con todo gusto.

--¿Le puedo preguntar algo?

--¡Claro señor! ¿Dígame?

--¿Casualmente has visto a esta chica?

El mesero se quedó mirando la foto que Aurelio le había dado sin decir nada.

--¡Dime por favor! ¿La has visto?

El mesero del bar continuaba en silencio ante la interrogante de Aurelio, hasta que respirando profundamente le respondió bastante apesadumbrado:

--Sí señor, la vi hace como unas dos horas.

--¿Pero qué demonios fue lo que pasó? ¿Por qué no se acercó?

--Lo siento señor, cuando la dama llegó se quedó mirando para adentro como buscando a alguien y en eso me acerqué a atenderla, le pregunté si le preparaba una mesa y me respondió que venía a ver a alguien. Justo en ese instante, usted se levantó al baño y ella lo vio…

Nuevamente un silencio profundo se levantó entre el mesero y Aurelio.

--¿Me levanté y qué? ¡Por favor dígame!

--Señor disculpe, pero es que me da pena responder a su pregunta.

--No se preocupe, ¡adelante por favor! ¿Necesito saber qué fue lo que pasó?

El señor continuó su breve relato al tiempo que jugueteaba nerviosamente con un lapicero entre sus dedos.

--Cuando usted se puso en pie para ir al baño, ella vio que usted era…

--¿Que yo era qué?

--Ella se dio cuenta de que usted era ciego cuando extendió su bastón. La chica se sorprendió y fue apenas que le alcancé a escuchar decir: “¡Es ciego!”. Lo observó por un instante y luego se dio la vuelta y se marchó.

--Lo mismo de siempre, exclamó Aurelio mientras sentía como su corazón se partía en mil pedazos.

Se puso en pie y extendiendo su bastón blanco, se marchó sin más palabras que decir.

Caminando por la acera, fuera del bar, revisó el estado de chat de su amada Adriana y vio que no estaba en línea. Trató de enviarle un mensaje y le saltó la notificación de que había sido bloqueado. Respiró hondamente mientras borraba de su teléfono el contacto de la chica y al fondo de la calle se perdió entre los demás caminantes, en el medio de su eterna noche…

 

Autor: Marco Chavarría.

 

 

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