¿Es la ceguera una cuestión de clases
sociales entre nosotros?
Claro está que en todas las clases hay
ciegos. Si alguien preguntase por su existencia entre los sectores más
adinerados tendríamos que responderle que, por su puesto, entre ellos también los
hay. ¿Qué, hay ciegos ricos? Ah, pero lógico, y es que la ceguera es causada
por diversos factores, incluyendo el tecnológico, y no solo por el económico.
Pero hay algo que no podemos negar, y es
que en las calles de nuestras ciudades, en cualquier esquina, la ceguera
aparece con cara de pobreza. La mayoría de nuestros ciegos (pensemos en
Latinoamérica) no cuentan con recursos suficientes como para satisfacer sus
necesidades más elementales, incluyendo vivienda, salud, educación, y menos aún
pueden asegurarse la posibilidad de llevar una vida tranquila, sin la
incertidumbre de no saber qué a de pasar mañana con ellos o con sus familias.
Al respecto, me podrían decir que entre
la gente que tiene vista también hay pobres que pasan hambre, miseria, postergación,
y es verdad -¡sí claro que es absolutamente cierto!- tanto que no sería
adecuado dejarlos de lado, al momento de observar nuestra realidad como me
propongo hacerlo. Tenemos que tomarlos muy en cuenta, por su puesto, si
queremos un enfoque que no sea excluyente, que no pierda la perspectiva de un
mundo en el cual nosotros (los ciegos) constituimos tan solo uno de los
diferentes colectivos, o si se quiere minorías, que intervienen en los
distintos tipos de relaciones sociales.
Pero también es verdad que el mal de
muchos no puede ser tomado como argumento para dejar de analizar la situación
en la que nos encontramos, la cual es muy peculiar, considerando que el hecho
de no ver no es una simple circunstancia que se pueda superar leyendo libritos
de autoayuda, en un medio social tan adverso como el nuestro. Debemos tratar de
conocer el fondo de nuestra situación, como ciegos, para que de una buena vez
tomemos conciencia de ella, y reaccionemos en forma positiva, promoviendo los
cambios que hacen falta y que sí se podrían empezar a dar, si por ejemplo todos
actuásemos conscientemente unidos, frente a la magnitud de una problemática
como la nuestra.
Las manifestaciones de nuestra peculiar
realidad no pueden ser vistas como simples anécdotas, o cosas de la pura casualidad,
a menos que se crea que estamos en otro planeta donde la pobreza y todo eso no
serían nada más que fantasía. ¿Y qué podría significar entonces la relación
entre ceguera y pobreza, que entre nosotros se da? E ahí la interrogante que me
gustaría tratar de responder.
Para mí, se trata de lo siguiente: Si
bien la ceguera puede ser causada por diversos factores, y no solo el económico
como ya lo he mencionado, no hay duda que, en un medio como el nuestro, el
factor económico es el que más pesa, en un doble sentido: como causante de la
ceguera, en una primera instancia, y como efecto del hecho de estar ciego. En
palabras bien simples, lo que ocurre es que la pobreza llama a la ceguera, y la
ceguera como en un gesto de agradecimiento, luego de instalarse en sus presas,
realimenta a la pobreza promoviendo un círculo vicioso, en medio del cual no es
posible sostener que la falta de vista es una simple circunstancia.
Me gustaría ubicarme en el contexto de
nuestro devenir histórico, porque considero que puede ser de utilidad para
nuestro enfoque, ya que nuestra problemática también se enmarca en dicho
devenir. Si observamos la situación, vamos a encontrar que debido a diversos
acontecimientos (sería largo enumerarlos) la mayoría de miembros de la sociedad
no ha podido alcanzar la emancipación económica individual, pese a todos sus
esfuerzos, por no haber contado con un estado que le proporcione el apoyo
necesario ya que en vez de cumplir con sus deberes, aquel estado (qué duda
cave) se dedicó a cuidar los negocios e intereses de pequeños grupos de
privilegiados, que lo tienen casi todo y que viven como en islas, en medio de
la miseria que campea en nuestro medio.
En el siglo 19 nos liberamos (según se
nos enseña) y ya no somos súbditos de la corona española, pero vivimos a
expensas de caudillos -¿nuevos emancipadores?- que no se ponen corona, pero que
quizás tratan a sus pueblos peor de lo que podrían haberlos tratado los reyes,
cuando los someten y los convierten en sus vasallos en nombre de una supuesta
liberación, que sin el apoyo de la energía natural del mercado no es posible.
La civilización industrial,
lamentablemente no acabó con el viejo mercantilismo, que siglos atrás generara
en las ciudades europeas un caos y una informalidad, muy parecidas a las que hoy
vemos en nuestras urbes. Lo que hizo fue irse despojando de este, en el proceso
de su desarrollo, y entonces el mercantilismo no tuvo mejor cosa que buscar
refugio, encontrándolo en aquellos lugares donde la economía no se había
transformado. ¿Y porqué? Ah, bueno, porque el mercado seguía amarrado,
confinado a una especie de subterráneo estructural, por decisión de los grupos
dominantes de la sociedad cuyos intereses se hubieran visto perjudicados, si el
mercado hubiese estado libre como para desencadenar el crecimiento de nuevas
fuerzas productivas, las cuales bien podrían haber originado en nuestro medio
una formación económica pujante, como la que se dio en los países hoy ricos.
Entre nosotros, el viejo mercantilismo
se ha ido adaptando a las nuevas formas y facilidades tecnológicas de vida que
la civilización propaga por todo el mundo, y quizás por eso le resulta más
fácil pasar desapercibido como tal, pero en el fondo sigue siendo el mismo: ese
viejo, nefasto, repelente mercantilismo, cómplice de minorías explotadoras,
promotoras de relaciones de producción de corte salvaje, y de regímenes típicos
de la barbarie, en cuyas entrañas estructurales se engendran las más grandes
injusticias, que socialmente se traducen en las abismales diferencias entre los
pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco -¡si es que tienen!- porque
tener aunque sea lo mínimo representa toda una odisea en muchos casos.
Pero bien: ¿Y cómo actúa la ceguera en
medio de tales condiciones estructurales? Pues se vale de la falta de recursos,
la cual a su turno se debe, por una parte, a la forma en la que el estado gasta
(digamos que malgasta) el dinero que recauda de los ciudadanos, y de otro lado,
a la ausencia de oportunidades para encontrar empleo, en medio de economías que
se han ido moviendo lentamente, por un exceso de regulaciones y normas, que
sirven a los grupos de poder y que, por lo demás, lanzan a la gran mayoría de
miembros de la sociedad a la informalidad, para que allí se la rebusquen como
puedan. La sola presencia de la falta de recursos, como tal, representa un
factor generador (y a su vez multiplicador) de condiciones verdaderamente
negativas, en el ámbito biológico, psicológico y ambiental.
En lo biológico, esa falta de recursos
le impide al ciudadano (consumidor por naturaleza) comprar los alimentos más
adecuados, que le permitan nutrirse en forma efectiva tanto a él como a los
miembros de su familia, empezando por los niños. No se tiene con qué luchar
contra la desnutrición que entre nosotros se da, trayendo consecuencias
verdaderamente terribles para quienes la padecen, y es entonces cuando la
ceguera empieza a prepararse para entrar en acción. “Ah, los desnutridos que no
son pocos, bien pueden ser mis primeras presas”, parecería estarse diciendo a
ella misma la susodicha, mientras se frota las garras.
En lo psicológico, la falta de recursos
produce una profunda desorientación y un desequilibrio emocionales, que bien
pueden llevar a conductas negativas de corte agresivo, violento, como podemos
notarlo cuando vamos por nuestras calles. Se genera todo un conjunto de
condiciones negativas, en las que se producen riñas interpersonales o entre
grupos (broncas) accidentes automovilísticos, los cuales entre otras cosas le
abren las puertas a la posibilidad de perder la visión, que por la misma falta
de recursos no siempre es fácil poder recuperar. Donde hay violencia, ahí está
rondando la ceguera.
Pero es en el terreno de lo ambiental,
es decir en el entorno con el cual todos y cada uno de nosotros estamos
íntimamente relacionados, donde la falta de recursos hace que las cosas nos
resulten más complicadas aún y que, paradójicamente, la ceguera tenga mayores y
más fáciles probabilidades de hacer de las suyas. Al no haber dinero, muchas
veces no es posible vivir en condiciones de salubridad, si quiera aceptables,
como desafortunadamente ocurre por ejemplo en las barreadas de Lima, y sobre
todo en aquellos sectores que están en las partes más altas de los cerros que
bordean a la ciudad de norte a sur, donde no hay agua potable, ni desagüe, y
donde los mercantilistas hacen entonces lo que quieren con el precio del
líquido elemento. Sin agua no puede haber higiene, y si la higiene brilla por
su ausencia no hay que pensar mucho para intuir la de infecciones, malestares,
enfermedades que se pueden producir, con diversas consecuencias entre las
cuales la ceguera no está dispuesta a hacerse esperar, por su puesto, y tan
pronto como puede se presenta diciendo: “presente”.
Por otro lado, esa misma falta de
recursos impide un acceso adecuado a un nivel de información y conocimientos,
que podrían hacer posible una lucha efectiva contra la ceguera. Es penoso
decirlo, pero no faltan aquellas personas que por no tener dinero, por estar
desorientadas, y por ignorancia, recurren a un par de anteojos cuando tienen un
problema a la vista, antes que ir al médico. Así la ceguera va avanzando
suavecito nomás, paseándose entre los más menesterosos y vulnerables, como
Pedro por su casa.
Entonces, tengo la sensación que no
habría que ir mucho más allá en el terreno del diagnóstico, para plantearnos la
siguiente interrogante: ¿No será que, como muchas otras cosas, el ver tiene un
precio? Yo creo que sí, y descubro que lamentablemente ese precio de la vista,
así como los costos de la lucha contra la ceguera, pueden ser asumidos pero por
no muchos de los miembros de la sociedad. ¿Cuántos son los que pueden pagar por
un tratamiento oftalmológico realmente eficiente? ¿Cuántos tienen dinero para
comprar todas, todas las medicinas que el doctor manda? ¿Y por último, cuántos
son los que pueden darse un viajecito al extranjero para ponerse en manos de
alguna de las eminencias médicas, ante un problema de ojos?
Estoy pensando en todos aquellos que no
pudieron librarse de perder la vista por la sola falta de recursos y medios, y
al hacerlo me parece inevitable llegar a la conclusión de que la ceguera es una
cuestión de clases que incluye a las medias, en las que también hay falta de
recursos suficientes como para estar bien de salud. De allí la necesidad de
hacer de la lucha contra la ceguera un motivo de políticas sociales efectivas,
que apunten a una transformación de las condiciones del entorno y del individuo
que en él vive.
El estado, así como los ciudadanos,
debemos esforzarnos conjuntamente para alcanzar niveles de vida en los que la
ceguera no encuentre las cosas tan fáciles. No digo que nos hagamos el
propósito de construir una sociedad en la que la pérdida de la vista quede
abolida (eso sería utópico) pero sí pienso que podríamos plantearnos la
posibilidad de generar condiciones en las que quienes pueda librarse de la
ceguera no vaya a dejar de hacerlo, por la desgraciada falta de recursos.
Autor: Luis Hernández Patiño. Lima,
Perú.