Una
señora muy respetable.
Chica, le decía Esther a
su amiga Charo por teléfono, ya lo he decidido. El verano, quiero pasarlo
libre. Cuando vuelva en septiembre, ya veremos, porque no quiero perderle la
pista a este señor, niña, Pedro es un caballero, buena conversación, educado,
culto, siempre llevándote a los mejores sitios, pendiente de mí, atento,
cariñoso. Pero... siempre hay un pero, y en este caso, es que su aspecto no
está a la atura de sus cualidades. Es bajito y se viste con descuido. Nada que
ver con la mujer que soy yo. Porque la verdad, yo estoy guapa, me visto con
clase y llamo la atención. Está claro que soy una persona respetable.
¿Qué quieres que te diga?
A mí no me gusta pasearme por ahí con un tipo como este, yo quiero llevar un
hombre como yo, bien vestido y con buen tipo, porque a mi lado, cualquiera no
encaja, y a mí, eso no me gusta.
Ayer, estaba citada con
él, y ya viste cómo iba yo. Ese traje de pantalón blanco me lo he comprado hace
unos días en una tienda de alta costura, y desde luego me sienta de maravilla.
Sí, estoy guapa y yo quiero llevar un hombre como yo. Lo mismo me pasa con su
casa. Ayer fui a conocerla y vive en un apartamento alquilado con muebles, en
una urbanización anodina. Ya imaginarás, todo el mobiliario de clase ínfima, y
además algo abandonado, y yo no me muevo de mi casa a otra peor.
Este, del que ahora te
hablo, es divorciado por dos veces. debe tener una buena pensión porque ha
tenido un alto cargo en la Política, director General de no sé qué; puede que
tenga la pensión máxima, que me parece que son dos mil y pico euros, y no sé de
lo que podrá disponer para él, porque si a sus anteriores esposas les tiene que
pasar la cuota de alimentos...
Desde luego que yo no he dado
ni un paso más allá de lo que puede tomarse por correcto; algunos besos y
muchísimos abrazos, eso sí, porque fogoso, es un volcán. Tengo que andar
frenándolo continuamente, ya me conoces, yo no me entrego al primero que llega,
tú sabes que si no hay… no hay nada que hacer. Todos vienen diciendo que sí,
que se van a divorciar, que ahora… ¡no! pero en cuanto mi hijo saque las
oposiciones y tenga el puesto seguro, –dice éste, agilizo el divorcio, nos
casamos y bla, bla, bla.
Menos mal que a mí no me
engañan y ya hace tiempo que comprendí, que, en esto del matrimonio, todos
buscan tener la mesa puesta, los hijos atendidos, la ropa en orden, y cuando
hay que alternar en sociedad, una esposa legal.
Me da pena dejarlo, y
ando con mucha diplomacia. Solo le he dicho que estaba cansada y quería pasar
el verano sola, y que volveríamos a hablar en Septiembre.
El pobre me dijo:
"Ya me parecía a mí mucha suerte. Me he quedado aplanado. Yo le he dicho
que deje pasar estos meses, que no es nada definitivo y de vuelta del verano lo
hablamos de nuevo.
Y, es que yo, ,la verdad,
no me apetece ,presentarme allí con él, tan mala facha que tiene, y está allí
mi hermano, mi cuñada, mis primos y primas, con ellos lo paso bien. Cuando
vuelva, ya veremos.
Porque solo hace cinco días
que lo conozco, y ahí, me estaba yo, yendo de ligera. Ha sido mi hija, que es
muy sensata, la que me ha dicho: "Mamá, y tú vas a meter a ese hombre en
tu casa dos meses, así, por las buenas, sin saber más de él?. Porque nos íbamos
mañana y nos quedábamos hasta septiembre.
Este señor también dice
que le gusta viajar y que el invierno se le hace largo. Entonces programaremos
alguna escapada. Y ya veremos lo que propone, porque para conocer a los hombres
hay que pasar por lo menos un par de días seguidos con ellos y observar sus
estados de humor, sus preferencias en cuanto a los establecimientos que
frecuenta y el respeto que inspira a los camareros y subalternos. Claro que,
esto tiene mucho que ver con las propinas y... ¡no creas tú! Esto es muy
complicado y hay que ser un lince para atrapar otro Tomás, porque aquel, aunque
lo felicito en fechas puntuales y alguna vez lo llamo, no consigo que me
conteste.
¡Cuánto me acuerdo de
Tomás!
Colgó el teléfono, y
mientras barría la cocina rápidamente, recordaba cuando lo conoció. Fue por
Internet.
Tomás había sido director
de una gran empresa a la que dedicó cuerpo y alma, ajeno a la vida que pasaba a
su lado.
No estaba preocupado por
la vida social ni por las jóvenes que le ponían ojos tiernos.
Con la intervención de su
madre, que no quería morirse sin ver a sus nietos, se había casado con una
joven anodina y egoísta, que pronto le llenó la vida de problemas, pues era
huraña y envidiaba a todo el mundo, a la secretaria, porque llevaba minifalda,
a la vecina de Tomás, porque tenía dos hijas, a la ascensorista, porque se
hacía un peinado favorecedor, al botones, porque sonreía a todo el mundo,
incluida ella.
Tuvo que separarse porque
sus diatribas llegaban hasta los componentes de la Empresa y poco faltó para
que la echara a pique.
Cuando se jubiló, se
encontró sin razón de vivir, y aunque seguía el consejo de sus amigos, buscando
por las páginas de Internet, no encontraba aliciente alguno.
Hasta que apareció aquel
anuncio de “una mujer guapa, de sonrisa sugerente y buen tipo, que deseaba
tener un amigo educado, sin cargas familiares, al que le gustara viajar, y
tomarse un cafecito en su compañía de vez en cuando.
Tomás pensó, que eso
estaba a su alcance, sin darse cuenta del camino resbaladizo en que se estaba
metiendo, y le contestó afirmativamente.
Se conocieron y Después
de varias citas, empezaron a intimar. Muy despacio, eso sí, porque ella era una
mujer respetable Y sabía que si a un hombre le concedes todo lo que quiere, al
poco tiempo se cansa y tú quedas a la deriva. Antes de concepciones, había que
estudiar la situación, y si no reunía las condiciones deseadas, dejar el asunto
con un pretexto cualquiera. Que nunca fueran ellos los que te abandonaban
porque entonces ibas perdiendo tu dignidad.
Estaba Un poco grueso,
lejos del hombre que ella hubiera querido, y por eso, con pretextos, aplazaba
los proyectos para mayores intimidades con los que él le apremiaba.
Pero el tiempo pasaba y
Tomás, que así se llamaba aquel bendito, se iba impacientando, a medida que
crecía su amor, y ya no soportaba tenerla tan cerca sin gozar de las mieles que
sus pícaros ojillos le anunciaban.
Ella, animada por la
perspectiva del viaje a París que Tomás le prometía, cedió en sus reticencias,
y organizaron una escapada hacia la capital del Sena. Este era el primer viaje
en avión que Ester realizaba.
Pero, luego, que manera
de viajar: a la Feria de Sevilla, a los Sanfermines, a Estados Unidos, a Rusia,
y siempre con la cartera abierta.
Él quería que vivieran
juntos, pero comía un poco de más, por lo que la noche, en la cama, los gases
eran insoportables. Y además fumaba demasiado. ¡Y eso que ella se lo decía
seriamente! Deja el tabaco que te vas a enfermar. Y él decía que fumando, sus
besos le sabían mejor. Pero aquello era muy desagradable y más de una vez,
rompieron por eso.
Estaba muy enamorado, el
pobre, así que al poco tiempo le ponía otro correo y le prometía todo lo que
ella quisiera a cambio de que volvieran a encontrarse. Le suplicaba, le
prometía, le abrumaba y aunque ella sabía que le faltaba voluntad para
renunciar a sus costumbres, accedía a sus pretensiones, porque en la distancia
todo se difuminaba, y le parecía llevadero.
Echaba de menos sus
atenciones, "las escapadas" a cualquier parte, aviones arriba y
abajo, y a pesar de que ella estaba muy tranquila, disfrutando de la vida y
conociendo a otros hombres, añoraba sus regalos.
Aquella experiencia con
los viajes largos --pensaba, había puesto de manifiesto todo lo que le quedaba
por conocer, no solo de este mundo, sino también de los comportamientos
sociales. Tomás, con toda delicadeza, la había iniciado en las más elementales
reglas de cortesía, con la intención de mejorar algo la escasa educación que
había recibido. Ya nunca más se le ocurriría desembarazarse de un zapato
molesto bajo la mesa de un restaurante, ni bostezar con la boca abierta, por
muy tediosa que se presentara la velada, ni, ni, ni...
De París volvieron a los
seis días. Tomás había rejuvenecido cinco años, y a ella se la notaba cansada,
nerviosa, deseando encontrarse a solas en su casa, por lo que, después de una
frugal comida que pidieron por teléfono al restaurante de la esquina, Tomás
gozó de una relajada siesta, mientras Ester organizaba el equipaje de él para
que no olvidara nada, ya que saldría aquella misma noche para Bilbao, donde ya
tendría sus asuntos descuidados, como ella le había recordado.
En cuanto estuvo todo
listo, a las ocho de la tarde, Ester llamó a un taxi para que llevara a Tomás a
la estación donde cogería el AVE, que salía a las diez de la noche y lo dejaría
en Bilbao. Es mejor que vayas con tiempo, cariño –le dijo y perdona que no te
acompañe, ¡mi vida!, porque luego, ya tarde, tendría que volverme sola. ¡Cuánto
te voy a echar de menos, corazón! Y dándole un prolongado abrazo cerró la
puerta.
Se sentía muy cansada, al
tiempo que una inusitada felicidad la iba invadiendo al sentirse liberada de
aquel buenazo, que solo deseaba hacerla feliz.
Se preparó una infusión
de tila y se metió en la cama con la intención de conciliar un sueño reparador.
Pero las emociones acumuladas no lo permitían.
Recordaba su infancia,
tan ajena a todo lo que había vivido en aquellos seis días.
Era hija de un jornalero, su madre era modista
de las que cosían en las casas haciendo arreglos. Ester, quedaba sola en casa y
una buena vecina, le echaba un ojo de tanto en tanto. Cuando tuvo la edad, fue
a la escuela, pero acostumbrada, como estaba, a holgazanear todo el día, lo
llevó mal y no aprendió casi nada, por lo que su madre, la colocó para hacer
recados, que eso se le daba muy bien.
Llegó a mayor y entró de
ayudanta de cocina en un bar, y acabó casándose con el hijo del dueño, que la
explotaba. Por lo que pasados un par de años, se separó del marido, y
comprendiendo que sin cultura no iría a ninguna parte, se buscó una escuela,
con la condición de asistir a clase por la mañana y hacer la limpieza por la
noche. Esto le permitió sacar el “graduado escolar”.
Con estos recuerdos,
apenas había dormido una hora, pero saltó de la cama. Tenía mucho trabajo por
delante: pedir hora en la peluquería, limpiar la nevera y surtirla, pasar por
el banco. Ya se habían acabado las comilonas con Tomás, ahora pasaría una
temporadita a base de verduras que, además de costar poco, le ayudarían a
restablecer su silueta redondeada, que el espejo reflejaba acusadoramente.
Y luego vendría Charo
para que le contara. Ya se que a ella estas cosas la escandalizan --pensaba, y
es que no tiene capacidad para llevarlas a cabo. Lo más que se le ocurre es
salir con el de la frutería que ahora está peleado con la mujer, pero dentro de
dos días, hacen las paces y, a ver en qué lugar queda ella.
En Tomás ya no había que
pensar, pero ella “no tiraba la toalla” y después de él había conocido a muchos
más, algunos solo por video-llamadas, porque tampoco le gustaba salir con todos
los que respondían a sus anuncios. Así se lo contaba a Charo cuando vino a
verla por la tarde, y quedaron en ir al día siguiente a la discoteca de
costumbre, para que Ester luciera alguna de las cosas que se había comprado en
París.
Pasados unos días, Ester
marchó a Galicia de donde regresó como una rosa morena, bronceada por el sol y
las aguas del Atlántico, dispuesta a encontrar otro Tomás, porque de aquel
había que olvidarse definitivamente.
Así que, llegó septiembre
y, como le había prometido, le puso un whatsapp a Pedro, aquel candidato que se
había quedado desconsolado –según le dijo—y este le dio la noticia de que tenía
una pareja estable y la invitaba a un “cafecito” para que la conociera.
Ella siguió sus pesquisas
en las redes sociales, añorando a Tomás, y esperando a ver lo que le salía al
paso
Y pasados unos meses, y
unos cuantos “candidatos” ya vio lo que le salió al paso, que fue un “Adonis”
engreído y maltratador, del que se enamoró perdidamente, y ya se sabe que esa
es una enfermedad muy traicionera, porque entra muy suavemente y luego no hay
medicina que te devuelva la salud.
No llegó en avión, ni en
coche, como hubiera podido hacer, para impresionarla con su flamante “Jaguar”,
sino por Internet, un medio de comunicación que tanto esfuerzo le había costado
aprender a ella, y que ahora usaba para atraer a algún incauto, en buena
posición, que estuviera dispuesto a pasearla por los cinco continentes, sin
comprometerse y de vuelta en Madrid, mandarlo “a dormir en el hotel”, como
alguna vez le había reprochado Tomás, cuando volvieron de los Carnavales de
Venecia.
A este candidato no se le
podía poner ningún “pero”, porque era guapo, esbelto, culto, viudo, sin hijos
ni deudas –se suponía—según el solitario que lucía en el dedo anular de la mano
izquierda.
Ester no cabía en si de
gozo y deseaba presentarlo a sus amistades, aquellas que tantas veces le
dijeron que estaba haciendo el ridículo con todos aquellos hombres que, lo
único que deseaban era cubrir sus necesidades biológicas, con alguien
sugerente, ya que, con sus mujeres no sentían ninguna emoción. sus mujeres ya
habían cumplido su misión dándoles hijos, ayudándoles a crear una estabilidad
social y financiera durante mucho tiempo, pero, a la larga todo cansa, y
habiendo tantas mujeres insatisfechas…
Ahora les iba a demostrar
a sus amigas que, todo llegaba a su debido tiempo, pero que había que
perseverar. Lo malo era que Alberto (hasta el nombre lo tenía bonito) no estaba
por la labor, y con uno u otro pretexto, eludía todo tipo de reuniones. Unas
veces porque no tenía tiempo, otras porque aquel día no se sentía cómodo con su
indumentaria y él quería estar a la altura de la impresionante mujer que ella
era. Pero lo que más satisfacía a Ester, era cuando le decía: “Cariño, ¿crees
que merece la pena estropear este precioso tiempo con tus amigas? Ya vendré un
día adecuadamente vestido para dejar con la boca abierta a esas palurdas.
Nuestra intimidad es muy preciosa”
Lo que tienes que ir
preparando es el equipaje para el maravilloso viaje que vamos a realizar.
Iremos a un país exótico, así que ve haciendo el equipaje. Te llevas ropa
sugerente, algo atrevida, que yo disfruto mucho con el espectáculo de tu
cuerpo. Y mira a ver qué fechas son más oportunas para que no faltes muchos
días. Ahora viene un largo puente con el día de la Constitución y la
Inmaculada, lo podríamos aprovechar.
Verás, yo pienso que
podríamos ir algún país del norte, Suecia, por ejemplo. Iríamos en mi coche
hasta Bélgica, para que conozcas, aunque sea por fuera la sede de la Unión
Europea --le había dicho.
Ella estaba
ilusionadísima, le brillaban los ojos y a cada propuesta apretaba con fuerza el
muslo de Alberto, y en el colmo de su exaltación le tiraba de las orejas y lo
besaba repetidas veces.
Y fijaron la fecha, tres
días serían suficientes para los preparativos. A ella no le gustaba irse sin
presentárselo a sus amistades, no tanto por presumir delante de ellas, como por
conocer la opinión que les merecía su novio. Porque había quedado sentado que
eran novios y se casarían a la vuelta del viaje.
Había en él un halo de
misterio que no acababa de gustarle. Pero, ¡qué tontería! ¿Qué podría
ocurrirle? Además, ya sabía ella que hasta que no pasaran dos días juntos, no
llegaría a conocerlo de verdad. Ya estaría ella atenta a todo, porque había un
no se qué… si, algo intuía.
Y salieron por la noche,
cargaron las maletas en el impresionante coche de Alberto. Cariño, no hay que
darle que hablar a los vecinos --le dijo, tú eres una señora muy respetable y
no quiero que estés en el punto de mira de nadie. Hacemos unos kilómetros esta
noche y dormimos en cualquier pueblo lejos de miradas indiscretas.
Y volvía a preguntar,
cariñoso, nena, ¿has puesto el abrigo de cachemir? ¿El chaquetón de plumas?
Mira que en esos Países hace mucho frío. Sí, decía ella, y el pijama enguatado
que me regalaste, y los peúcos, y todo, cariño.
Bueno, de la ropa de
cama, no tienes que preocuparte tanto –le decía él, ya me encargaré yo de que
no pases frío, y le guiñaba un ojo. Solo viajaremos en coche hasta Bruselas, ya
tengo los pasajes para embarcar –decía él, hasta Gotemburgo que era donde
estaba la agencia de viajes que se encargaría de que todo marchara bien.
Llegados a Gotemburgo no
encontraron a nadie esperándolos, por lo que Alberto se sintió muy malhumorado.
Entraron a un bar del aeropuerto, y con mucha paciencia, a través del móvil,
pudieron saber que aquel amigo que se había ofrecido a recibirlos, estaba en
Canadá desde hacía tres días. Aquí Alberto se lamentó de no haber sido
precavido al no tomar la dirección del hotel donde habían hecho las reservas.
Ella no quería ver a su novio enfadado y quitó importancia al asunto.
Ya se había hecho de
noche y alertados como estaban, por la agencia de viaje, de que la noche en la
calle era peligrosa, decidieron coger el primer autobús que los dejara en la
ciudad. Otro contratiempo era, que Alberto tenía el dinero más bien escaso,
porque para no viajar con preocupaciones de cambios de moneda, había
transferido a la cuenta de su amigo, una cantidad suficiente para los gastos
del viaje. Eso, que en un principio, a Ester le pareció un detalle de la
sagacidad de Alberto, ahora, unido al despiste de las reservas del hotel, le
estaba pareciendo, que más bien, era una señal de su imprevisión. Pero no era
cosa de enfadarlo, por la mañana, no le cabía duda, él lo arreglaría todo.
Bajaron en el centro de
la ciudad de Gotemburgo con sus maletas. A Ester le dolía una rodilla y hacía
todo lo posible por no demostrar su enfado, y todavía se le ocurrían
comentarios jocosos, aunque no exentos de una fina ironía.
No fueron muy selectivos
en el alojamiento, total, era solo una noche, mañana se solucionaría todo.
Alberto entró en la
primera casa con un letrero de alquiler de habitaciones, para inspeccionar un
poco el ambiente, habló con el portero unos segundos y volvió a salir diciendo
“nena, esto no es aceptable, dos cucarachas han salido corriendo cuando he
entrado”.
Después de varios
intentos, Alberto salió de una de aquellas casas con un poco de mejor aspecto.
Nos quedaremos aquí, nena dijo. Por la mañana arreglaré todo esto, cariño.
Estás temblando de frío y yo también. No pongamos mala cara, que la mujer que
está ahí, se ha puesto furiosa cuando le he dicho que quería que la habitación
tuviera cuarto de baño con agua caliente. Esta noche lo pasamos aquí y mañana
se arregla todo.
Ester ya solo deseaba
cobijarse donde fuera, porque la noche cada vez era más lúgubre, y ya no soportaba
más el peso de su maleta. Además, estaba empezando a tener miedo, pues mientras
él se ausentaba, ella quedaba en la calle al cuidado del equipaje y ya habían
pasado dos tipos que la habían mirado de un modo extraño.
Subieron a la habitación,
sin poner objeciones. La estancia era, como cabía esperar a tono con el
inmueble, los zapatos se pegaban al suelo al caminar por la humedad que lo
cubría. Dos pequeñas camas y una silla era todo el mobiliario, un retrete y un
lavabo con agua corriente y un vaso de cristal se veían detrás de una cortina
de alegres colores. Una puerta corredera daba paso a un amplio armario
empotrado con un estante donde se amontonaban dos mantas de un color indefinido
por el tiempo de uso. Alberto Metió allí las maletas y ayudó a Ester a abrir
una para que sacara su toilette, y ella sacó el conjunto que había estado
deseando lucir para él desde que un día lo vio en el escaparate de una tienda.
Con él en la mano, dudó antes de ponérselo porque ni la temperatura, ni el
humor, ni el escenario, le parecían adecuados, pero pensó que eso relajaría un
poco el mal humor de su novio.
Aquella noche no hubo
caricias ni requiebros para la armoniosa figura de Ester, que por fin, lucía el
conjunto morado de lo más sugerente. Además las camas estaban separadas, y él,
se había atrincherado, encogido, en la cama próxima al armario mirando a la
pared, nada que ver con lo que ella llevaba soñando tantas noches.
Ester pasó muy mala
noche, sentía un frío lacerante en el alma, a pesar de que, siguiendo la sugerencia
de su novio, se había cambiado el excitante conjunto de seda natural, por aquel
camisón de lana fina, que en el último momento, se había comprado para darle
gusto a él.
Lo que ahora la tenía en
ascuas, era la actitud de Alberto Desde que sacaron las maletas del avión… le
invadía un no se qué, como una sombra amenazadora, pero ¿de qué? ¿De qué?
Era natural --se decía,
ha sido mala época para esta escapada. ¡Y con los inconvenientes del Covid!,
menos mal que ellos estaban vacunados, aunque él solo tenía una dosis. Por eso
--le había dicho él, los detuvieron y Alberto entró en aquel despacho, que no
era de la Policía, como él le dijo. Aquel señor, no tenía uniforme ni nada; más
bien parecía un “pez gordo” de los que había conocido al lado de Tomás. Y es
que, Alberto tenía amigos en todas partes. Aunque este no parecía que estuviera
encantado de verlo. Desde donde ella esperaba con el equipaje observaba la cara
adusta de aquel tipo, y aunque no podía entender lo que hablaban en aquel
idioma tan raro, se comprendía muy bien que no era nada placentero. Por fin,
aquel señor sacó unos billetes que Alberto rehusó varias veces con gesto
airado, hasta que cuando hubo un montoncito aceptable, los contó y casi sin
decirle ni adiós, salió hasta donde ella se encontraba.
Ester Esperó inútilmente
una explicación de aquel episodio, pero no se produjo, ya se lo preguntaría
mañana, por esta noche, ya estaba bien. Pero no iba a quedarse la cosa así, que
hay que hacerse respetar, que si se acostumbran a que contigo todo vale, te
tratan como a la bolsa de los desechos y pagan contigo todas sus contrariedades
sin darte ningún valor.
Estos pensamientos
intensificaban más el frío, hasta que se levantó, abrió la otra maleta, sacó el
pijama de lana gruesa, se lo puso y se metió en la cama, donde empezó a
conciliar el sueño poco a poco, mientras Alberto dormía profundamente.
Por la mañana la
despertaron unos golpes que provenían de unas obras que realizaban al otro lado
de la calle y los zumbidos de la escavadora.
Acabó de despertarse
cuando vio que Alberto no estaba en la cama. Pensó que estaría en el armario
cogiendo ropa de la maleta, y lo llamó. Impaciente, al no contestarle, fue a
mirar y entonces vio una nota encima de su maleta. Ávidamente la leyó y supo
que había ido a gestionar todos los asuntos que tenían pendientes. Tardaría un
poco, no te asustes, cariño –decía la nota, que he dado un suplemento a la
patrona para que te atienda si necesitas algo. No salgas a la calle de momento,
porque no conoces el idioma. Yo voy a volver lo antes posible, quédate en la
cama, que te he oído pasar mala noche
Las manos de Ester
temblaban con el papel en ellas. Se apoyó en la pared y fue resbalando hasta
quedar sentada en el suelo. Leía las palabras una y otra vez, sin entenderlas.
Parecía que estaban escritas en clave y no acertaba a dar con la fórmula para
desentrañar su significado. ¿Qué quería decir lo de volver lo antes posible?
Se puso su preciosa bata
de cachemir y quiso salir para buscar a alguien que la entendiera y pudiera
aclararle aquel enigma.
Tenía que desayunar y
poner un whasapp a Charo, que se lo había prometido. Antes de salir, se miró al
espejo y se retocó un poco, nunca se sabe con quien te vas a tropezar –se dijo.
Pero no se tropezaría con
nadie porque la puerta estaba cerrada por fuera. Llamó con los nudillos y no
obtuvo respuesta, llamó con la voz, gritó, lloró, suplicó y, a pesar de que
ella oía las conversaciones de las personas al otro lado de la puerta, nadie le
contestó.
Desolada, temblando de
frío, de miedo, de indignación y de rabia, se metió en la cama para entrar en
calor.
¿Qué estaba pasando?
¿Dónde estaba Alberto? ¿Por qué le había dejado dinero a la patrona? Eso era
que iba a tardar en volver, pero ¿cuanto tiempo?, hasta la noche, hasta mañana,
¿cuantos días? ¿Qué podía hacer ella, sin conocer el idioma, sin dinero?
No iba a dormir, desde
luego, pero temblaba de frío y se metió en la cama. Ya debía ser muy tarde. El
sonido de las excavadoras había cesado, pero los operarios estaban allí y a sus
oídos llegaban sus voces en aquel idioma infernal. Ella conocía algunas
palabras de inglés, pero aquella jerga no tenía parecido con nada que ella
conociera.
Su reloj marcaba las 13
horas, y entonces vino a darse cuenta de que no había comido nada desde el café
del aeropuerto. Ni gana que tenía, ella solo pensaba en que volviera Alberto.
¿Cómo se le había ocurrido dejarla allí sola? Todo tendría su explicación,
debía aplacar sus nervios, y así empezó a invadirla una laxitud adormecedora,
cuando le pareció oír un roce en la cerradura. Se incorporó de un salto, a
tiempo que entraba en la habitación una mujer alta y enjuta, de ojos azules y
mirada dulce con una taza humeante en la mano. Ester se abalanzó hacia ella
acosándole a preguntas cada vez más apremiantes, pero la mujer sonreía
impasible mientras soltaba la taza sobre la silla y daba media vuelta para
marcharse. Ester se interpuso entre la puerta y ella, por lo que la mujer,
borrando la sonrisa de su rostro, la empujó bruscamente y saliendo de la
habitación, masculló algo que Ester no entendió. Todavía oyó, asustada, las dos
vueltas de llave en la cerradura.
No sabía que pensar. Lo
que no dejaba duda, era la agresividad del acto. Aquella persona no estaría
dispuesta a ayudarla, como había pensado viendo su expresión al entrar.
Desconcertada, miró el
contenido de la taza, donde humeaba algo oscuro y espeso. Con la cuchara lo
revolvió y un agradable olor invadió el ambiente. ¿Qué sería aquello? El olor
le despertó el estómago y se acordó de que llevaba casi veinticuatro horas sin
comer. Se acercó la cuchara a los labios y aquello sabía bien, así que
venciendo sus recelos decidió tomarlo. Por lo menos, estaba caliente.
Volvió a golpear la
puerta sin ningún resultado. Acosada por el frío, volvió a la cama, tapándose
hasta la cabeza y entonces lloró amargamente.
Con el calor de la cama
la invadió una somnolencia que la dejó dormida mucho tiempo, hasta que sintió
que una mano se posaba en su cabeza.
La señora que los había
recibido la noche anterior, estaba a su lado y le hablaba con cierta
delicadeza. Hablaba un mínimo de español intercalando palabras en inglés y
otras que debían ser en idioma sueco. Tengo que hablarle –le decía, porque nos
han comunicado que su marido está confinado por la pandemia en las dependencias
sanitarias. De momento tendrá que permanecer aquí –le decía mientras le pasaba
su tosca mano por el pelo, y nos ruega que no le permitamos salir a la calle,
porque el desconocimiento del idioma, pudiera acarrearle cualquier percance.
Ester la miraba sin
comprender del todo. Lo único que estaba claro, era que se había hecho de noche
y Alberto no estaba allí.
No se enfade señora,
seguía diciendo aquella mujer, si la puerta está cerrada, es por protegerla. Le
traerán la comida y la proveeremos de todo lo que necesite.
Salió la mujer y cerró la
puerta con llave. Ester quedó anonadada, no estaba segura de que todo lo que
había escuchado fuera real.
Quiso hablar con aquella
mujer y las palabras no le salían de los labios, estaba aquejada de una extraña
laxitud que atribuyó al frío, aunque llevaba encima toda la ropa que había ido
acumulando durante la noche anterior.
Asustada al ver disminuir
sus fuerzas, con un esfuerzo llegó al lavabo e intentó reaccionar con el agua
fría. Tenía que comprender lo que le estaba sucediendo.
Recopiló los hechos y
llegó a la conclusión de que su situación era desesperada, sin Alberto, sin
dinero y sin conocimiento del idioma ni de las Leyes del país. Además se sentía
muy débil, sin reacciones. La taza con los restos de aquel brebaje que había
ingerido por la mañana, encendió una luz en su cerebro: aquello, era lo que le
había hecho dormir y todavía le duraba el efecto. Saldría de allí como fuera.
Otra vez apareció la
mujer de la mañana, con una bandeja que depositó en la silla y le decía algo
que no entendió. Ester guardó silencio y se mostró indiferente mientras la
mujer salía. Luego examinó el contenido de la nueva bandeja y solo comió un
trozo de pan para reponer fuerzas. Lo demás lo echó por el retrete. Rebuscó en
su maleta donde recordó haber puesto la última caja de bombones que le había
regalado Alberto, y comió ávidamente, tenía que contrarrestar el efecto de
aquella pócima, porque no dudaba de que aquello fuera el causante de su
somnolencia.
Y Alberto… ¿sería cierto
todo lo que aquella “bruja” le había contado? No quería aceptar el cúmulo de
barbaridades que su desesperación le sugería.
Durante dos días y dos
noches no dio tregua a su mente, urdiendo un plan para escapar. Intentó
entenderse con los albañiles de enfrente, y a sus señas respondieron con gestos
soeces, por lo que tuvo que cerrar la ventana. Ella seguía siendo una señora
respetable.
Estaba en un quinto piso,
por lo que no había que pensar en saltar a la calle, y aún suponiendo que
pudiera escapar cuando entrara de nuevo aquella mujer, ¿con quien se podría
comunicar?, ¿cuánto tiempo tardarían en volver a encerrarla? Porque estaba
encerrada, eso, encerrada, por más mensajes que le trajeran de Alberto?.
Porque eso era otra cosa.
¿Qué sabía ella de aquel hombre?, ¿de dónde había salido?, ¿qué estuvo hablando
con aquel tío del aeropuerto?, y ¿aquel dinero que le dio? Ahora rompió a
llorar con desesperación. Ya no sentía el frío del ambiente, ahora le dolía el
alma poniéndole de manifiesto lo Irreflexivo De sus planteamientos de vida.
Tenía razón Charo y tantas otras cuando le hacían ver el peligro que corría.
Pero ahora no podía estar
lamentándose, tenía que buscar una salida de aquella situación y aquel país.
Solo un terremoto que derribara puertas y ventanas, la harían libre. Y luego…
¿qué? No, ella tenía que ponerse en contacto con las autoridades. ¡La Policía,
eso, la Policía! Pero ¿cómo llegar a ella, cómo explicarles?
Solo con un hecho
delictivo se personarían. Se secó las lágrimas y buscando un pañuelo en la
maleta observó el desorden que presentaba. No podía dejar de pensar. ¿Sería
cierto lo del Covid de Alberto? Allí estaba el regalito que llevaba preparado
para celebrar su cumpleaños. Cuarenta y cinco años serían
Recordando su amada
figura, no podía creer que fuera capaz de aquella villanía que atormentaba su
mente.
Abrió el paquetito, que
era un precioso mechero con incrustaciones de nácar y una terrible idea surgió
de su desesperada mente.
Pasados dos días, en Madrid,
Charo escuchaba el informativo de la noche, que lanzó la noticia:
“Un devastador incendio
en Gotemburgo ha destruido un edificio, dentro del que se ha encontrado una
mujer con el ochenta por ciento de su cuerpo abrasado por las llamas. Se ignora
la identidad de esta persona, que milagrosamente ha salvado la vida, porque, al
parecer el incendio se inició en una habitación cerrada con llave, donde se
encontraba. La Policía ha iniciado investigaciones en espera de poder
interrogarla, porque en estos momentos permanece inconsciente.
Autora:
Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España