La agonía de una Leyenda salvadoreña.

 

La conversación de Siguanaba y Sihuehuet

(Ciguanabis y Sihuehuety).

 

Si piensan que la Mitología Salvadoreña no está siendo afectada por la globalización y los cambios que aceleradamente se están dando en el Siglo XXI; les comparto una conversación entre dos personajes mitológicos, partes de la Historia y Cultura de El Salvador.

 

Después de darnos los acostumbrados saludos y tener una breve conversación, Carlos, Lupita y yo que, junto con Juan, disfrutábamos de un aromático y humeante café acompañado de una deliciosa semita rellena de jalea de piña; estábamos ansiosos por escuchar, lo que anticipadamente, Juan nos había asegurado sería una gran historia.

Comenzó mencionándonos que, junto con otros compañeros que trabajan en el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, realizaban una inspección sobre el grado de contaminación que tiene uno de los Afluentes del Río Lempa. Situado en una de las zonas rurales del País, recorre Caseríos o asentamientos humanos caracterizados por su aislamiento geográfico, población en condición de pobreza extrema y extrema severa y, según nos dijo la Señorita contratada como Guía, con pocas y pequeñas parcelas que utilizan para cultivos de subsistencia; sin servicios básicos de electricidad, agua, vivienda digna; alejada de Centros Educativos, Unidades de Salud y caminos que los conectara con pueblos y mercados. Juan pensó, sin manifestarlo, que era parte de los millones de habitantes en condición de inseguridad alimentaria e inseguridad alimentaria severa; familias que subsisten con US$ 1.5 al día. Realidad que esconden los Gobiernos para no ensuciar la clasificación de “País de renta media”.

 

Telefónicamente nos dijo que había sido testigo oculto de una extraña conversación entre dos famosas personas pero que nos daría los detalles cuando nos reuniéramos. Al inicio pensamos que nos quería hacer una broma pero a medida que continuaba todos los que escuchábamos nos quedábamos más inmersos en lo que parecía un novelesco relato tomado de los populosos y carismáticos Mercados que existen en el País, donde todavía se encuentran a precios baratos verduras y granos, carnes, comida, plantas, flores y venta de medicina botánica.

Después de suspirar y darle un gran sorbo a su taza con café bien caliente, creo que  para organizar sus recuerdos, Juan comenzó a relatarnos su experiencia con tal seriedad y realismo que inicié a escuchar con atención su relato; con tal concentración que mi cerebro se convirtió en una grabadora de video que, según la descripción que daba, en mi mente iban tomando formas los personajes dialogando, paisajes y situaciones en las que se involucraron.

 

Después de contarnos las dificultades, debido a la lejanía y accidentes geográficos del Lugar específico que habían acordado en una reunión previa en San Salvador; Juan mencionó que, una vez que el Grupo de Técnicos tomó todas las muestras que necesitaban para determinar el grado de contaminación del agua, tierra, flora y fauna del Sector del Río que les tocó examinar, la Guía, junto con unos  policías que nos acompañaban para darnos seguridad (en caso de chocar con miembros de Pandillas delincuenciales o “maras” terroristas), nos llevaban a un lugar con árboles cerca del río donde pudiéramos comer y descansar un rato antes de regresar.

Cuando sin buscarlo, encontramos un hermoso y agradable paraje en el que podríamos descansar y tomar un refrigerio; el lugar era precioso y con una vista increíble que podríamos tomar fotos que parecerían postales. Aunque habíamos descubierto otros lugares hermosos, nunca imaginamos la existencia de esta pequeña joya en el País con mayor densidad poblacional del Continente, con la mayoría de ríos contaminados y con sólo el 3% de su bosque original.

Estábamos en un rincón de fantasía; bajo el Cielo celeste surcado de algunas nubes blancas, cortado por Montañas todavía cubiertas de vegetación.

Rápidamente nos refrescamos con las frescas ráfagas de viento que silbaban entre arbustos y árboles que dispersaban una suave mezcla de fragancias de variadas plantas y flores; un perfecto y suave manto de hierba de diferentes tonalidades de verde salpicadas de pequeñas florecillas silvestres nos serviría de alfombra natural. Era un resguardo escondido que estaba cercado de plantas y árboles que con sus ramas, embellecidas con pequeñas plantas y flores de diferentes colores y formas, daban sombra natural. La armonía que reinaba y la paz que sentíamos era complementada por el agradable concierto de sonidos de la naturaleza que sólo era roto por nuestras voces y sonidos al movernos.

 

Todo el Grupo estaba descansando a la sombra de los árboles y disfrutando de la suave brisa antes de emprender la caminata de más de una hora para llegar a un lugar en el que hubiera señal para los teléfonos celulares y donde el terreno, por no haber camino, fuera apto para los vehículos del Ministerio que nos esperarían para llevarnos de regreso a San Salvador.

 

Juan no quiso quedarse a descansar con sus Compañeros de trabajo; sin querer alejarse mucho por recomendaciones de los Policías y con cierto temor, quería conocer más de ese bello lugar. Estaba caminando hacia un pequeño sonido de aguas que escuchaba cerca de la zona donde estaban reposando sus colegas y acompañantes, cuando divisó un cercado de plantas que le llegaban a la altura de las rodillas dividido por un delgado caminito de tierra que le dificultaría el paso.

Entre el pequeño pero espeso follaje, cerca de la orilla de una quebrada de aguas cristalinas quedó intrigado de los susurros de voces y carcajadas de dos mujeres, con voces de adultas mayores, que parecían conversar con la familiaridad de unas viejas amigas.

Sigilosamente, casi arrastrándose por el delgado caminito, se fue acercando a la orilla de la estrecha y poco profunda quebrada para poder verlas y escucharlas mejor. Al separar cuidadosamente unas delgadas ramas pudo ver que, del otro lado de la corriente de aguas, estaban dos mujeres sentadas sobre un petate extendido cerca de la otra orilla, tomando en vasos de morro una bebida que parecía tener el color de la horchata.

Con un dejo de tristeza en sus cansados rostros y melancólicas voces. Charlaban de cómo había cambiado El Salvador, como las estaba afectando ésta nueva situación en un País cada vez más violento y como estaba transformando a casi todas las personas.

Sin conocer las razones, Juan vio en la expresión en sus caras y por el tono de sus voces, que sentían como sus vidas eran afectadas en las aún alejadas zonas rurales por la influencia de la migración de millones de salvadoreños a Estados Unidos de Norte América, la modernidad que está haciendo que el País sea más excluyente que incluyente, el manejo de la economía, el abandono del campo, la violencia, la imposición mediática y educativa de nuevos valores y por Generaciones que están dejando de lado sus raíces, cultura, valores y tradiciones nacionales.

 

A Juan no dejó de extrañarle el tema de conversación que tenían las dos mujeres con nombres o diminutivos muy peculiares que nunca había escuchado, ni siquiera en el Gran San Salvador.

La que le llamó más la atención fue la mujer con ojos grandes y negros con un frillo que parecían llamas de fuego e infundían miedo, con los párpados exageradamente caídos y mirada triste; con la piel quemada por el sol, “chiches“ exageradamente planas, que se le salían hasta tocar el petate; dientes bien grandes y oscuros, estatura más alta que el promedio; el cabello más largo, bajo la cintura, negro con varias canas, ondulado pero despeinado; con una falda como la que utilizaban las mujeres de los pueblos originarios; una blusa con diseños típicos de La Palma, muchos collares de semillas y sandalias de hule; a la que la amiga llamaba “Sihuanaby”.

La otra mujer parecía ser la más joven; era mestiza, piel cobriza, cabello oscuro surcado de canas que le llegaba debajo de los hombros, despeinada, ojos achinados y oscuros, estatura promedio, un vestido sucio, de varios colores opacados por el tiempo, sin zapatos; a la que la otra amiga llamaba “Sihuehuety“.

Sihuehuety estaba contando lo duro que lo pasaba una mujer sola y vieja , que a duras penas consiguió construir, junto con unos vecinos, una champita arriba del barranquito que está cerca de la quebrada Seca, que en cada invierno no es nada seca y tiene que salir corriendo a buscar un lugar donde refugiarse cada vez que llueve fuerte.

 

Sihuanaby le contó sus últimas malas experiencias; agregó que un día en la noche que iba cantando cerca de un río que se llama Limpio, pero de limpio no tiene nada porque está bien chuco y casi muerto, quiso conquistar a un cipote alto y bien parecido, seducirlo como hacía desde hace Siglos; quería llevárselo al río como si fuera una mujer joven y dispuesta que por pena no enseñaba el rostro; una vez cayera en su trampa, enseñarle su macabra Cara, la extensión de su cabello, sonrisa y senos; asustarlo hasta que se inmovilizara de miedo al darse cuenta de quién era y ahogarlo como ha hecho con cientos de hombres que no se le han escapado (Mitos o Historias de la Campiña Salvadoreña que le habían dado Fama de larga data; por lo que había ganado un lugar privilegiado dentro de la Mitología Salvadoreña).

Le contó a su Amiga que, el hombre cuando la miró, se puso a reír porque era una mala representación de un personaje que aparecía en algunos Libros de Cuentos Salvadoreños y que llamaban Siguanaba; que dejara las ridiculeces, que todavía no era octubre para disfrazarse; si quería algo con él, se lo hubiera dicho pero sin un disfraz  tan feo que sólo asusta a algunos rucos y gente del campo que todavía creen en leyendas; por lo que llamaría a unos amigos para que se divirtieran un poco.

Eran más o menos una docena; los nuevos, que eran unos niños, al verme se asustaron al principio pero como era una orden, me violaron por turnos. Al terminar me trataron de matar a pedradas pero alcancé a escaparme y meterme a esa quebrada hedionda y turbia; quedarme en el fondo sucio sin moverme hasta saber que estaba sola y aprovechar la oscuridad de la madrugada para nadar hacia la otra orilla. A pesar de ser una leyenda, todavía corpórea, creí que nada podía causarme daño, pero con el agua que tragué sin querer, pasé bien mala del estómago durante unos días.

 

Siguió contando Sihuanaby que otro día durante la mañana, cuando estaba bien escondida cerca de una quebrada que estaba honda y con una corriente muy fuerte porque había llovido todita la noche, estaban muchas muchachas lavando ropa y se gritaban Mary, Berty, Quety, Mileidy, viky, Britny, Barby, Michelita y lety; así que pensé que era la moda en nombres de mujeres. Por lo que me cambié el nombre a “Marijuana”; ya que le escuchaba decirlo a unos cipotes que estaban escondidos fumando en un lugar que olía bien feo, igual al tufo que echan montes quemados que crecen escondidos en algunos Caseríos que están bien metidos en el campo.

En esos lugares escondidos, hombres y mujeres se reían, después lloraban y gritaban diciendo que amaban a una tal “Marijuana” o Marihuana”. Me imagino que es una artista famosa que debe salir en un aparato que le dicen televisor, porque escucho a muchos hombres de diferentes edades y que andan en grupo hablar de Ella.

Otra que mencionaban era a una tal “Cannabis”, que sonaba al nombre de una mujer más joven y por tener un solo nombre raro, debe ser chele, alta y delgada.

Me quedaba escondida lejos, arriba de un árbol en el que no se sintiera tanto el hedor del humo y pudiera verlos. Todos fumaban y el lugar se llenaba de humo como muchas hojas secas quemándose en el verano; creo que se emborrachaban para tener fantasías con Ellas; se ponían como tontitos, otros se peleaban como bolos en cantina; a las pobres cipotas les iba más feo, chuloneándose, enseñando casi todo, y se ponían a reír a carcajadas igualito que lo hacía yo,  luego a llorar y dormir; a todos les daba bien raro. Después las mujeres se quedaban tiesas como muñequitas y todos se portaban mal, abusaban de Ellas y de algunos de los muchachitos que las acompañaban; parecía una orgía desenfrenada sólo de sexo violento sin pasión en la que se oían jadeos de excitación y gritos de dolor.

Después de ver eso pensé que la canabis y la marijuana debían ser unas mujeres bien malas y malvadas como nosotras; por lo que me llamé “Marijuana Canabis“ para poder asustar mejor, que crean que soy un espectro nuevo y que vengo de otro lugar.

 

Otra noche que salí para engañar y matar a un hombre, encontré a uno de más o menos cuarenta años, alto, mestizo, de cabello negro y ojos que tenían llamas de fuego más pequeñas que las de mis ojos; con pantalón negro y sin camisa pero con muchos dibujos tatuados en casi todo el pecho, espalda y brazos; estaba mirando la luna en el agua del río; me acerqué, llegué cerca de él y le hablé cariñosamente, el respondió con una sonrisa amistosa que cómo había llegado a ese lugar; con el rostro, chiches y cabello ocultos le dije mi nuevo nombre para que cuando lo oyera, regara mi fama por todas partes; sonrió con un gesto diabólico, silbó y al momento llegaron casi 20 hombres con pistolas, machetes y cuchillos; se rieron y el que estaba sin camisa pero bien peludo y con dibujos, me dijo que todos me iban a enseñar lo que era bueno y después cuando se aburrieran me harían sufrir, me torturarían e irían partiendo en pedazos, me cortarían las chiches, las disecarían y se las mandarían a sus Jefes como trofeo y recuerdo de la Sihuanaba.

Por primera vez sentí miedo en mis siglos de existencia; todavía no sé que vio en mi el hombre tatuado sin camisa; seguramente las llamas de fuego del infierno que brillaban en mis ojos transformadas en tenues luces de luciérnagas entre los fluorescentes focos y linternas de su improvisado campamento.

Aun no sé lo que pasó, que hice, dije o que vio pero volvió a dar un silbido y todos vieron hacia la luna reflejada en el río; en un instante estaba en lo más profundo de las aguas. Estuve esperando horas para moverme; cuando no divisé tenues luces ni pequeños movimientos me arrastré suavemente en las profundidades hasta la orilla; aprovechando la oscuridad de la madrugada, corrí por matorrales y selva hasta las cuevas en lo alto de una montaña en la que habitamos ciertos espíritus que todavía vivimos en estas tierras.

 

desde entonces comprendí que era un mito en extinción que pronto desaparecería de la Memoria Colectiva. Decidí llamarme “Sihuanabis“ a secas, casi no salir, ocultar mis largas chiches y cabello; buscar y tratar de ponerme la ropa que encontraba y cubrirme más. Ahora me escondo en mi cueva oculta de los ojos mortales; los días que me da hambre, como frutas de los árboles frutales que encuentro, sopa de raíces de plantas silvestres con un poquito de sal, arriesgándome a tomar agua del río o de la lluvia que a veces cae, agarrando cosas y comida que se les olvida a la gente en los ríos.

Cada vez siento las necesidades humanas y lloro al no poder satisfacerlas. Hay días que siento frío, sed, hambre y sueño por despertarme al no poder dormir por miedo.

Ya no deseo salir mucho, asustar ni matar; sólo me interesa recordar a mi hijo hasta desaparecer de la memoria colectiva del País.

 

En noches sin luna y con pocas estrellas, extiendo mi petate fuera de la cueva para ver al cielo y recordar lo que fui, de mis buenos tiempos cuando era una Leyenda viva y de lo que ahora soy.

A veces recuerdo cuando estaba viva; todo inició por la irresponsabilidad paterna, la pobreza que me llevó a la mala vida, a ser explotada por los hombres y buscar a mi hijito que me quitaron.

Ya no recuerdo desde hace cuántos siglos lo seguía buscando todos los días por lugares que ya no son los de antaño; había pobreza, hambre, enfermedades, violencia y muerte pero no se daban las situaciones extremas como las que he presenciado y estoy sufriendo en el solitario Campo que a veces es visitado por las llamadas Maras.

La mayoría de sitios por los que andaba tiene ríos contaminados, quebradas chucas y muertas; han desaparecido bosques, árboles gigantes, árboles frutales, plantas y flores; camino y ya no veo varios animales y pájaros que veía antes. Ya no se encuentran los alimentos que regalaba la naturaleza y que estaban fuera de las Grandes Fincas y Haciendas; muchos llanos no son tierras fértiles y verdes, montañas ya no están llenas de árboles, ahora son colonias; tampoco  podemos beber el agua de muchos ríos y quebradas porque están sucias, huelen feo y sus aguas enferman; las nubes no bajan y se quedan hasta que desaparecían temprano en las mañanas y volvían a bajar cuando se estaba ocultando el sol. La gente no se enfermaba de cosas raras y con nombres que no se saben que son. Ahora es la Muerte la que más se pasea y no disimula para infundir temor, quizás de una forma más moderna.

 

Yo no era un mito, era una Realidad en las mentes de hombres y mujeres del campo y de la ciudad; hombres decían verdades o mentiras sobre sus encuentros con la Sihuanaba y de haber salido con vida para contarlo; sus historias eran una especie de herencia que pasaban de generación a generación.

Mi nombre era conocido y temido en casi todas las Ciudades, Pueblos, por los habitantes y campesinos de toda la Campiña Salvadoreña y en varios pueblos de Países fronterizos. Ahora ni siquiera llego a historietas que leen niños y niñas; pronto moriré como muchos de nosotros de los que no se hablan ni son conocidos por pasadas y las presentes generaciones.

 

Seguiré en mi cueva resistiendo, aguantando frío y hambre hasta desaparecer; ni modo, esa es la vida de un Mito que está agonizando y ahora es una mujer fea, una Campesina sola y vieja en el Campo Salvadoreño.

 

Después de un silencio, se levantó Sihuanabis y se fue llorando y llamando con alaridos a su hijo, hasta que se perdió corriendo a orillas de la quebrada, dejando sola y sentada a Sihuehueti con un llanto que parecía gemido. En un parpadear de ojos, ya no había nadie; en su lugar, el petate mojado por la horchata derramada por la Sihuanaba y dos vasos de morro.

A no mucha distancia escuché gritos de Compañeros de trabajo que me buscaban; me uní al Grupo y preparé mis cosas para regresar a la Capital. No dije nada de lo que escuché por la impresión que me dejaron las dos mujeres y su conversación.

 

Viendo Juan que su taza ya estaba vacía, dando un gran suspiro finalizó comentándonos que cuando se levantó del lugar donde estaba escondido, más que miedo

de la Sihuanaba, sintió una gran tristeza por ella, por la Sihuehuet y por todos los salvadoreños porque dándonos cuenta o sin que nos percatáramos de la situación, cada vez nos estamos “modernizando o globalizándonos”, queriendo ser lo que no somos ni seremos, no por un falso complejo de inferioridad sino porque al despertar del chauvinismo colectivo en el que nos están tratando de sumergir, sentiremos la necesidad de volver a ser salvadoreños y salvadoreñas con valores, identidad nacional, una historia y cultura común que nos une. Sin que ese cúmulo de experiencias y realidades del pasado y presente que nos definen como Nación sea un nacionalismo ortodoxo o mal entendido.

 

Ninguno de los que estábamos reunidos dijo nada, sólo algunos suspiramos y, al pedir más café para terminarnos la semita, hablamos de la familia, trabajo, política, etc.

Antes de levantarnos de la mesa, concluyó José que no era un cuento salido de su mente; que estuviéramos preparados por si en uno de nuestros viajes de inspección en zonas rurales de El Salvador encontrábamos a una señora de la tercera edad con la piel quemada por el sol, ojos grandes color negro, con los párpados caídos y mirada triste; una anciana de cabello negro con varias canas, largo hasta debajo de la cintura, ondulado pero despeinado y desalineado; con una falda que solían utilizar las mujeres de los pueblos originarios, una blusa con diseños artesanales, muchos collares de semillas y con sandalias de hule.

 

Ciguanabis y Sihuehuety, ¡qué tristeza!; hasta nuestros nombres en castellano y los nombres de nuestros lugares en náhuatl o con raíces de nuestros pueblos originarios los estamos cambiando por nombres inventados, de artistas de Hollywood o en otros idiomas. Estamos perdiendo parte de nuestra Identidad por vivir o pasar por barrios y colonias con nombres de lugares que muchos no sabemos dónde están, o llamarnos con nombres que no podemos escribir o pronunciar.

 

Cuando iba de regreso a casa, en el transporte colectivo no podía dejar de pensar en lo anecdótico de ésta época y en la ironía que también nos transmitía la experiencia de Juan; todavía en las décadas finales del Siglo XX, en zonas rurales del País, eran comunes las historias de encuentros con la Sihuanaba; la Madre era ampliamente conocida y desconocido el paradero y lo que había sido del hijo; apareció el Hijo y todos lo conocen (ahora es representado como un famoso actor nacional de Programas infantiles de radio y televisión, nueva Leyenda urbana); pero nadie conoce el paradero y qué pasó con la Madre.

¿Estará vagando por las zonas rurales o agonizando sola en su Cueva.?

 

 

 

 

Glosario de términos.

 

-          Bolo: borracho.

-          Cipotes: niños o muchachos.

-          Champa o champita: casa construida con lodo, ramas, cartones y telas de plástico; elaboradas por personas y familias en condición de pobreza extrema y extrema severa, sobre todo, las que viven en zonas rurales.

-          Chele: persona con tez más clara o de raza blanca.

-          chuco: sucio.

-          Chulón: desnudo.

-          Chulonearse: desvestirse, desnudarse.

-          Horchata: bebida tradicional hecha con el polvo resultante de semillas tradicionales y especias molidas.

-          Petate: alfombra delgada, elaborada con hilos gruesos hechos de fibras de los troncos de Palmeras, cocoteros o Palma de cocos; usado como colchón en las zonas rurales.

-          La PALMA: Pueblo situado en el Departamento de Chalatenango; famoso por las Asociaciones de Artesanos y sus artesanías tradicionales elaboradas con el Estilo creado por el Pintor Salvadoreño Fernando Llort.

-          Morro: fruto del árbol de Morro; la cubierta del fruto no comestible es dura. Desde hace siglos se usa en la fabricación de vasos, vasijas y platos hondos. Luego de extraerles la pulpa y semillas se lavan y son secados al sol.

-          Muchachitos o muchachitas: niños, niñas y adolescentes.

-          Ruco: persona de la tercera edad; persona que piensa y le gusta vivir según las tradiciones  o viejas costumbres (ejemplo: piensas o vives como si fueras ruko).

-          Tufo: mal olor.

-          Semita: pan dulce o repostería tradicional salvadoreña rellena de jalea de piña.

-          Siguanaba y Sihuehuet: Personajes femeninos de la Mitología Salvadoreña.

 

Fuente del vocabulario: Consulta a personas adultas mayores, familiares, vecinos y amigos.

 

 

Autor: Alexander Kellman Rodríguez. San Salvador, El Salvador.

 akerddd@hotmail.com

 

 

 

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