Sensología, ocularcentrismo y sensibilidad, componentes de
la sociedad contemporánea.
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¿Gracias a la primacía
de la imagen actualmente vivimos una era de la sensología?
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¿Han sido disminuidas las sensibilidades corporales gracias al
oculocentrismo?
Para dar respuesta a las interrogantes planteadas habría que
puntualizar antes entorno a algunas definiciones que permitan establecer
directrices de entendimiento acerca de la sensología, ocularcentrismo y
sensibilidad; que son los tres grandes conceptos que serán desarrollados en la
presente disertación.
Actualmente
y gracias al advenimiento de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación ha surgido un fenómeno que ha transformado a la comunicación
masiva, pues ahora este proceso tan complejo se denomina sensología, ya que
contemporáneamente vivimos un estadio de falso sentir con una duración
evanescente y generador de identidades artificiosas y pre confeccionadas, en
otras palabras el proceso comunicacional de masas se caracteriza por difundir
una realidad preconcebida desde los media, en otras palabras quienes reciben
este mensaje prefabricado están percibiendo algo ya sentido.
En
otros términos el mensaje que recibe la sociedad no es más que una construcción
discursiva a priori mediática en función de ciertos intereses, lo que
posteriormente será asimilado como verdad, por parte de la opinión pública
gracias a un menoscabo del mensaje mediante “una exposición excesiva e
incontrolada de todas sus variantes”[1];
dicho de otra manera, al tener una seudo realidad proyectada desde los medios
de forma constante, tenemos que la sociedad únicamente recibirá como mensaje
final todo aquello que los media deseen.
Pese
a sonar apocalíptico con esta última línea procederé a delinear algunas
situaciones que permitan esclarecer este fenómeno, en el cual el
ocularcentrismo ha ganado terreno frente a otras formas sensoras.
Entendiendo
al ocularcentrismo como el régimen de la visión que ha imperado sobre la
sociedad y sus miembros, otorgándole un papel protagónico e insustituible a la
capacidad que el ojo humano posee para percibir la realidad a través de la
retina.
Es
decir que actualmente nuestra visión se ha situado sobre los otros sentidos
como elemento validador de verdad, es así que la imagen por su composición es
ubicua, ocupando todas las instancias de la vida, pues la imagen no solo se
expresa en fotografías o videos, sino que tenemos imágenes en forma de
esculturas, pinturas, sonidos, personas, objetos y cualquier otro artilugio que
nuestra visión, nuestro tacto, nuestro olfato, nuestro oído o incluso nuestro
gusto pueden captar a pesar de sus propias limitaciones biológicas y
anatómicas. Es decir que la imagen sería todo lo que nos rodea y se percibe con
nuestros sentidos.
No
obstante, en la sociedad imago –centrada en el sentido de lo icónico-visual- se
ha vinculado la imagen estrictamente con la visión y su capacidad de apreciar
los estímulos lumínicos que posteriormente serán procesados por el cerebro, son
estas imágenes las que ahora se consideran como sinónimo de verdad y realidad.
Es
este reino de lo icónico a lo que podemos describir como oculocentrismo, aquel
estadio donde la visión reina y domina a la percepción, con la aclaración que
no es una sola imagen la que se proyecta, difunde y reproduce sino que son
millones de imágenes digitales y análogas las que invaden el espacio público y
hasta el interior de cada persona, las mismas que presentan una realidad
alterna a la que los seres humanos vivimos día a día, es decir que este
conjunto de imágenes hipervisibilizada nos presentan un para izo audiovisual
donde los sueños, los anhelos, las esperanzas, lo inverosímil cobra vida y se
vuelve el modelo vivencial, percibido por el ojo, que queremos para nosotros,
pero esta fuerte aceptación de lo icónico tiene su base y explicación biológica
tal como lo explica la antropóloga Flora Davis, que atribuye un 93% del proceso
de comunicación a las cuestiones no-verbales, es decir que es en este porcentaje
donde intervienen imágenes en forma de gestos, movimientos y ademanes que
gracias a las tecnologías de la información y comunicación son
hipervisibilizadas en las pantallas de los hogares y que tal vez se transformen
en elementos o modelos sociales que son emulados por los públicos, quienes
aseguran el predominio y perpetuación de la imagen, pues al tener esa realidad
prefabricada por los medios en forma de imagen, la sociedad vive una era
sensológica en la contemporaneidad.
Esto último nos ha conducido a una disminución de la
sensibilidad de las personas, en el sentido que dejamos de lado nuestras formas
sensoras, para dar veracidad o mayor atención a lo percibido por la visión,
sino como se explica ese poder inconmensurable que se ha otorgado a las imágenes,
es decir que basta que algún acontecimiento esté validado por imágenes para que
esté revestido de credibilidad societal y sino recordemos por un instante
aquella frase de William Randolf Hearst “envíame las fotos y yo produciré la
guerra”[2],
con este pensamiento queda de manifiesto que las personas poseen una necesidad
imperiosa de ver las cosas para considerarlas como verdaderas y sino imaginemos
por un momento ¿cuál sería el nivel de rating de un noticiero en TV que no
presente ningún video, fotografía o imagen de las noticias que anuncia?
La
respuesta sería casi obvia, pues los televidentes al no poder constatar todo lo
anunciado por el presentador, restarían credibilidad, veracidad y confiabilidad
a dicho espacio noticioso, tal vez esta sea la respuesta al bombardeo icónico
al que estamos sometidos los espectadores, ratificando con ello esa primacía de
la visión sobre otros sentidos, con la salvedad de la audición, que funge como
un elemento reafirmante de la imagen.
“[…] Nicholas Negroponte, director del Media Lab
del MIT, recoge al respecto en Being Digital un experimento llevado a cabo por
el investigador social Russ Neuman. Neuman dispuso dos monitores idénticos que
reproducían exactamente las mismas imágenes de video. Pero en uno de ellos utilizó
la calidad de sonido de un vídeo doméstico y un televisor normal y en el otro
utilizó sonido digital con magníficos altavoces. El resultado fue sorprendente.
Muchos sujetos afirmaban ver una imagen mucho mejor en el segundo monitor y
aunque la calidad de imagen era de hecho la misma, la experiencia de la visión
mejoraba considerablemente al mejorar el sonido”[3]
Sin embargo, habría que preguntarse ¿qué ocurre
con el resto de los sentidos?; pues tacto, gusto y olfato están supeditados a la
visión; ya que en las grandes ciudades avenidas, parterres y locales están
colmados de elementos visuales o sonoros, que restan sensibilidad a nuestras
vías sensoras, las cuales son tan importantes y fundamentales en el proceso de
abstracción de la realidad, es por eso que Le Breton acuña la frase Siento,
luego existo” es otra manera de plantear que la condición humana no es por
completo espiritual, sino ante todo corporal”[4],
en otras palabras esta afirmación alude a que la condición humana obedece no solo
a una cuestión metafísica o racional desde la perspectiva cartesiana, sino que
en esta experiencia está implicada una sensación corpórea que funge como el
medio de abstracción, percepción, representación, cognición del mundo exterior.
En definitiva esta sensibilidad es la ventana a
través de la cual establecemos una conexión holística con el entorno y nuestros
semejantes, además de constituirse en el pilar donde surge la razón, pues tal
como lo anotó Michel de Serres “[…] como punto de partida a
los sentidos y al cuerpo porque no hay nada en el intelecto que no haya estado
primero en los sentidos”[5] es decir que esta sensibilidad
sensora no se limita únicamente a un proceso bio-anatómico que desarrollo
nuestro cuerpo, sino que los sentidos son los responsables de otorgar sentido a
lo que sentimos, por tanto nuestra sensibilidad habría que entenderla no solo
como ver, oír, oler, tocar o degustar sino como aquel proceso que nos permite
auto reconocernos como sujeto individual y colectivo primero como una experiencia
sensora y posteriormente como una experiencia racional, además de permitirnos
una interacción multi vial con la sociedad y todos sus componentes.
Hasta aquí, se han
señalado aproximaciones definitorias que permitan entender la sensología, el
ocularcentrismo y la sensibilidad; sin embargo habría que acotar a manera de
corolario, que actualmente y gracias al dominio del régimen oculocentrista
nuestra sensibilidad ha sido mermada, pues:
Atribuimos veracidad al
ver, pero este ver se limita a ver lo prefabricado desde los media, es decir
que si en la contemporaneidad sentimos, hay que decir que sentimos una porción
o un fragmento del todo, pues a nosotros como audiencia se nos muestra una
parte del todo, en otros términos nuestra sensibilidad es reduccionista, ya que
solo sentimos lo ya sentido, a manera de una burbuja sensológica que nos impide
percibir mas allá de lo pre establecido por los media o por cualquier otra
instancia que imponga su sentir mediante la lógica ocularcéntirca.
La saturación de elementos
icónicos han fungido como artilugio eclipsante de las sensibilidades corpóreas
de las personas, es decir que al tener una sobre carga de imagen emanada por
los media, resulta casi imposible escapar de esa avalancha imago, por tanto
dejamos de percibir otras sensaciones que puedan enriquecer nuestra experiencia
vivencial.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Le breton David, El sabor del mundo:
Una antropología de los sentidos, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2009.
2. Perniola Mario, Contra la
comunicación, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2006.
3. Pérez Jiménez Juan Carlos, Imago
mundi: La cultura audiovisual, Madrid, FUNDESCO, 1996.
4. Serres Michel, Los cinco sentidos:
Ciencia, poesía y filosofía del cuerpo, Bogotá, Taurus, 2003.
5. Varela Julia, edit., Sociología e
información, Madrid, La Piqueta, 2002.
Autor: Lcdo. Lenin Alejandro Carrera Oña. Quito, Ecuador.
[1] Mario Perniola, Contra la comunicación, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2006, p. 10.
[2]Julia Varela, edit., Sociología e información, Madrid, La Piqueta, 2002, p. 195.
[3] Juan Carlos Pérez Jiménez, Imago mundi: La cultura audiovisual, Madrid, FUNDESCO, 1996, P. 55.
[4] David Le breton, El sabor del mundo: Una antropología de los sentidos, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2009, p. 4.
[5] Michel Serres, Los cinco sentidos: Ciencia, poesía y filosofía del cuerpo, Bogotá, Taurus, 2003, p. 4.