Rezar en verso.

 

No sé si repetir jaculatorias,

Oraciones o salmos tan prolijos,

O textos de los Santos que hoy elijo,

O compuestos para Tu excelsa gloria.

 

A veces, si me falta la memoria,

Me explayo, cual quisiera hacerlo un hijo

Buscando el paternal techo y cobijo,

Donde hablarte de anhelos y victorias.

 

Mas resuelvo, por mis necesidades

Y por ver tu presencia permanente,

Dedicarme al poético ejercicio.

 

Me liberas de angustia y soledades.

A Ti mi corazón abro inocente,

Conjugando la fe y el artificio.

 

 

 

 

No sé qué más podría yo ofrecerte

Si todo lo que soy Tú me lo has dado,

Si todo lo que tengo lo he confiado

A este sublime don de conocerte.

 

Creer, obrar, sentir, amar. Presente

Estás en cada signo de mi estado.

Si tu infinito amor me has entregado,

más que pedirte, debo agradecerte.

 

Pues nada soy ni tengo ni me inquieta

En medio de este agnóstico universo

Si no es tu voluntad y tu mandato,

 

Sólo me alojo en mísera carreta

Plagada de menaje tan diverso.

Hasta que Tú me eleves a otro estrato.

 

 

 

 

Te doy gracias, Señor, por tantas cosas

Que no tendría tiempo de nombrarlas,

Ni suelo donde todas colocarlas,

Ni mi memoria guarde prodigiosa.

 

Te doy gracias. Mas mi alma ruborosa

Vacila en el acento y las palabras,

Se agita en la eufonía de la charla

Y extravía tu estela primorosa.

 

Mi gratitud es reconocimiento

De que mi vida en Ti descansa y brilla,

Prendida de tu amor, que es infinito.

 

Gracias por disponerme un aposento,

Por franquearme el paso a la otra orilla.

Por libertarme del mundano edicto

 

 

 

Pedirte, suplicarte, implorarte.

Hablar contigo sobre mis temores,

Mis penas, mis angustias, mis dolores,

Sintiendo Tu Espíritu, siempre en todas partes.

Tensar mi cuerda a tu clavija y trastes,

Interpretando el celestial acorde.

Doquiera pregonando Tus favores,

Doquiera alegre izando Tu estandarte.

 

Sabiéndome cansado peregrino

Frágil, doliente, párvulo, inestable,

Por este mundo agreste, ignominioso.

 

Hazme escuchar Tu solo concertino

En el silencio íntimo, inefable,

Del rezo conventual, divino, hermoso.

 

 

 

 

 

Tu misericordia (Acróstico)

 

Tú, sin medida, tanto amor me ofreces.

Último sitio en mi alma yo te asigno.

Mientras vislumbro luz por tus caminos,

Insistes. Pero mi mente languidece.

Subo las cuestas según me parece,

Encajonado en el vulgar destino.

Recelo entonces de tu pan y vino.

Yo isla sin dueño donde nada acrece.

 

Criatura innoble, ingrata, despegada.

Obra divina en trazo irrepetible.

Rumor lejano sin fulgor ni estela.

 

Dudo inconstante en esta gris celada,

Idolatrando escala inasequible.

Ámame así; tu amor sí me consuela.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

Regresar.