De palomas y gorriones.

De monitos y jaguares.

 

La otra tarde, paseando por mi bonita Explanada alicantina, percibí, cómo una linda palomita, toda blanca ella y muy garbosa, seguía a un caballero que se tocaba con una boina, que en esa tarde le debía de quitar el calorcillo del sol como de verano que teníamos, ya que no se sentía el frío glacial de días pasados, pero, precisamente, no le pegaba ese atuendo de fieltro que tanto calor da.

Con mi malvada agudeza de lince, pensé:

 ¡Se está cubriendo la calva!

                ¡Qué horror…!

 Yo no me daba cuenta de mi propia peluca, que cubría mi cabello de “ratita mojada”, porque a pesar del calor del astro rey, en la orilla del mar no solo, se nos obsequian las maravillas de su dorada arena, el rumor de unas olas enigmáticas y seductoras, que con su susurro y vaivén, nos hablan y nos cantan su devenir. También, a poco que meditemos, nos invitan a rememorar e intuir el nuestro, ya que siempre la tranquilidad y la paz estimulan nuestro pensar…, sino que, muy cierto y muy experimentado es, que la humedad nos apisona y aplana nuestro lacio cabello, entre las otras percepciones mejores.

Yo seguí observando la generosidad del señor de la boina de fieltro, que se me adelantaba por pocos pasos y hacía que la paloma blanca le siguiera, pues el gesto de abrir su mano y dejarle caer unos granos de arroz, de vez en cuando, a seguirle la inducía su pequeña panza.

                No sé porqué, pensé en los gorriones de ESTAMBUL. Ellos me parecieron muy “pillines” cuando los observé en mi viaje a esa sorprendente ciudad. De esto hace ya algunos años y fue en unas vacaciones con colegas, interesados como yo, en descubrir los encantos de Oriente, que, desde siempre, tanto nos habían enamorado por su Historia, costumbres exóticas, belleza paisajística y también por lo que representaba su lejanía física, social y cultural. Los turcos presumían del mejor yogurt del mundo, aunque yo sabía que, con ello, también enriquecían su historia, los búlgaros, pero cuando nos sentábamos a descansar en alguna terraza, si no pedíamos un “Té” natural, nos lo servían de sabores a limón, fresa, menta, pero sucedáneos. Tocaba afanarse a rasgar los sobres con su contenido soluble…, y, enseguida el protagonismo, de comentarios sobre nuestra anterior visita, quedaba relegado a la sorpresa de los saltitos, con sus pequeñas patitas, de los lindos gorriones, que paseaban por la mesa, derechos hacia los microscópicos residuos de las galletas o bocadillos, que hubiéramos pedido. Los muy frescos (no podían pedir permiso), iban a lo suyo, y si se dejaba el té, un tiempo en la mesa sin tocar, se subía al borde de la taza.

 ¡Precioso instinto de supervivencia!

                Algo más tarde, unos años después, presencié en la terraza de el “Café Bretón” de LOGROÑO, como un “gorrioncito riojano”, se acercaba a mi mesa porque, seguramente, presintió que sus apetencias culinarias y las mías, eran parecidas o idénticas. También correteó por mi mesa, cogiendo las miguitas de pan que yo le iba dando. Muy entretenida estuve con mi gorrioncito y él quedó, bastante contento, creo que con algún gramo más en su peso. No le di a probar el vino de RIOJA (sé, ser cruel a veces) y el té que después tomé, no fue soluble.

                … Hoy no he visto gorriones.

 TVE. (Léase TELEVISIÓN ESPAÑOLA), me ha ofrecido, como cada tarde, sus documentales sobre “NATURALEZA” que nunca defraudan y siempre fascinan. Los hábitats, paisajes, costumbres, progresos e instintos de los diversos animales, nos enseñan tanto como queramos aprender y hoy una familia de monos ha ayudado a uno de sus miembros a salvarse, y podía haber sido, a costa de que feneciera alguno de quienes entretenían al hambriento cazador, un bello ejemplar de jaguar de grandes colmillos y rápido como el viento. La víctima escalaba la frondosa acacia y quería llegar hasta su última rama, la más lejana de la tierra también de su predador y la más cercana a los cielos. La agilidad del jaguar iba alcanzando al elegido sin que los lamentos, en forma de gritos y aullidos de sus congéneres, pudieran evitarlo. Faltaba, solo, un zarpazo, cuando el monito ha saltado hasta el mismo suelo. Parecía de goma, y, aunque se ha herido en la cara por su caída, se ha salvado, también, por su huída del hambriento y fiero jaguar, que solo lo pudo oler y desear. La familia unida, ha animado a uno de sus miembros a salvarse. Solo gritaban, aullaban, se lamentaban, pero en la desolación y la tragedia supieron ayudar.

                 Los irracionales, son muy racionales.

 

CAFÉ BRETÓN

 

Había un gorrión que buscaba alimento

y, que al ver mi migaja, se puso muy contento.

A pequeños saltitos, a ella se acercó…,

y, cogiéndola con su pico, un poco se alejó.

 La desmenuzó en silencio —a veces me miraba—,

la distancia era corta, pero a él yo no asustaba.

Con sus saltitos cortos la migaja comió,

y a su vacía panza, muchas más trasladó.

Todo esto sucedió en el Café Bretón,

en donde un gorrioncillo su agilidad mostró,

y así, él se sació, quedando satisfecho,

mi tierno.

 

Autora: María Jesús Ortega Torres. Alicante, España.

masusor@hotmail.es

 

 

 

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