Crónica de unas navidades.

 

                22-XII-1999.

 

 Hoy nos han dado las vacaciones de Navidad. Ayer fue el último

Día de clase. Lo primero, los deberes. ¡Qué listos son los mayores! Cuando ellos cogen vacaciones, a vaguear, y cuando las cogemos nosotros, a trabajar. ¿Pero en qué cabeza cabe que los niños no podamos interrumpir nuestras obligaciones en vacaciones y ellos hasta transformen los puentes en vacaciones para olvidarse de las suyas? Después nos dieron las notas. Mis padres no me han preguntado qué he aprendido en este trimestre, sólo me han preguntado la nota de cada asignatura. Y como los míos, los de mis compañeros. Total, que les da igual que aprendamos mucho o aprendamos poco, lo que quieren es que no suspendamos para presumir de hijos listos. ¡Qué cosas! Esta mañana, en el aula de música, hemos representado la obra de todos los años: “El nacimiento de Jesús”. Yo tenía que ir vestida de pobre. Cuando se lo dije a mi padre, para que me comprara el disfraz, me dijo que fuera desnuda, que los pobres no se visten. Cuando le dije a mi madre que iba a ir desnuda, para que me comprara unas mallas color carne porque hacía un frío de esos que ella dice que hielan las palabras, me dijo que naranjas de la China, que ni los pobres van desnudos. ¡Qué raros son los mayores! ¡Cómo les gusta llevarse la contraria! Si no fuera porque son los que tienen el dinero para vivir, los metería en el baúl de los recuerdos. Al final ni siquiera fui de pobre. Tamara me dijo que estaba tan harta de disfraces que le haría un gran favor si hiciera de Virgen, y que para ello, aunque no le dolía un pie, le dolía. Se lo dijimos a la profe y aceptó el cambio. Tamara salió del despacho cojeando y yo colorada como un tomate. Me vistieron con un hábito color vainilla, un manto en tonos azules y una corona de rosas de papel amarillo. Mi madre me hizo una foto para felicitarles las fiestas a toda la familia. Si hubiera hecho de pobre seguro que los habría felicitado con una tarjeta navideña de las de toda la vida. Digo esto porque a los que hicieron de pobres no se la hicieron. La pobreza es algo que a los mayores les da vergüenza hasta cuando es de mentira y no lo entiendo. Mi abuelo, cuando en la tele nos hablan de los pobres, dice que los hay porque algunos quieren ser más ricos de lo que deben ser, y digo yo que los mayores deberían avergonzarse de los ricos que no deben ser tan ricos y no de los pobres que tienen que ser tan pobres por su culpa. De San José hizo Carlos. Estaba muy propio con sus calzones y la barba blanca que le pusieron. A la función fueron algunos padres, muchos abuelos y todas las madres. Al terminar la de Tamara le montó el numerito a la profe. Muy enfadada le espetó que había hecho el ridículo poniéndome a mí de Virgen siendo tan morena en lugar de a su hija que es tan rubia, que ni con cola pegaba que los pastores cantaran ante el portal lo que habían cantado:

                La Virgen se está peinando

 entre cortina y cortina,

 los cabellos son de oro,

 los peines de plata fina.

 Le priva tanto disfrazarla que a las bodas la lleva vestida de charra, por las ferias la viste de mayoré, por Semana Santa, de nazarena, de paje en la cabalgata de Reyes… y eso que casi se muere de miedo cuando la metió entre los volantes de un vestido de sevillana un año por Carnaval. Nada me extraña que quiera ser mayor para vestirse de Tamara. No sé cómo se defendió la profe. Carlos me llamó aparte y me fui con él. Me dijo que como habíamos hecho de padres de Jesús, cuando fuéramos mayores, podíamos casarnos y tener un niño Jesús de verdad. Iba a decirle que se lo propusiera a Tamara, que yo no quería tener Jesusitos que tuvieran que nacer todos los años porque en cuanto nos daban las vacaciones de Semana Santa los mataban clavándolos en una cruz, y lo que era peor, por ser buenos, pero no pude. Mi madre llegó muy alterada, me cogió de la mano y dijo que vamos, que no quería discutir con la madre de Tamara, y nos fuimos a discutir con Tomás, el de la tienda, que en el kilo de polvorones que compramos nos quería meter algunos que tenían el papel arrugado. Total que, cuando no hay razones para reñir, hay que reñir para encontrarlas.

 

                24-XII-1999.

 

 Como todas las nochebuenas, vinieron a cenar los abuelos. Mientras mi madre preparó la cena mi padre y yo preparamos el nacimiento. En la mesa pusimos una silla vacía y un jarrón con tres rosas: la roja por el abuelo Eloy, que ya murió, la amarilla por la abuela Felisa, que murió después, y la blanca por la tía Clara que murió antes de nacer yo. Después de cenar vinieron los tíos a tomar una copa. Como de costumbre empezaron hablando del tiempo y acabaron con la política. El tío Miguel defiende a los peperos, y la tía Ana, como es su marido, lo apoya. La tía Carmen saca la cara por los sociatas, y el tío Fernando, como es su mujer, la anima. Mis padres se ponen en contra del que habla. Les encantan las guerras de palabras, y cuando empieza a arder el fuego, lo apagan dándole la razón al que antes se la habían quitado. ¡Qué pelotas! Mi abuelo Andrés no quiere a ningún gobernante. Dice que en lo que haya en el mundo guerras y hambre todos son peligrosos, y más que dejarnos gobernar por ellos, deberíamos unirnos todos y empezar a gobernarlos nosotros a ellos.

 

   31-XII-1999.

 

 También hemos cenado en casa. Los cotillones son para los que no tienen ni niños ni viejos. Lo mejor de todo, las uvas de la suerte. Las hemos tomado delante de la tele como de costumbre, al compás del reloj de la puerta del Sol de Madrid, y en cada uno de los bagos, que es como llama mi abuelo a los granos, hemos pedido un deseo. Yo, empezando por las difíciles, aprobar las mates, el inglés, lengua… pero el reloj va tan deprisa que la última campanada me pilló sin saber si tenía más asignaturas que granos de uvas o al revés. Después pensábamos brindar por el nuevo siglo pero hemos tenido que hacerlo por el nuevo año. Durante doce meses nos han dicho en la tele, en la radio, en casa, en el cole, que se acababa el siglo, y unos que se acabaría el mundo, y otros que se arreglaría, y a las doce en punto los expertos han descubierto que el 2000 forma parte del siglo XX. ¡Como para fiarte de ellos! Yo creía que los mayores eran más inteligentes, que estaban capacitados para darnos lecciones, pero está claro que además de una bronca merecen un suspenso general y a repetir.

 

   6-I-2000.

 

 Como todos los días de reyes me he levantado sin la ayuda del despertador, sin las voces de mi madre y sin pereza. Los reyes me han dejado en el balcón todos los regalos que les había pedido más la sorpresa: una muñeca negra. Me quedé de un aire. Los negros son gente peligrosa, no tienen alma como nosotros, por eso no los queremos en el colegio. Siendo los reyes tan sabios, ¿cómo me habían dejado una negra en los zapatos? Seguramente se habían emborrachado con la copa de coñac que les dejé y confundieron mi dirección con la de alguna de las negritas del barrio. Antes de tirarla a la basura para que mis padres no la vieran la llevé a mi cuarto y la puse entre mis muñecas. Estaba preciosa con su vestido de fiesta bordado con hilos de oro y plata. La miré despacio. Tenía todo lo que tenían las blancas: ojos, piernas, manos… y una sonrisa en los labios. “Si sonríe -pensé-, tiene que tener alma”. Nadie puede sonreír si no tiene alma. Entonces lo entendí todo. Esta guerra entre negros y blancos es otra estupidez de los mayores. Por ser negro nadie es malo, como nadie es bueno por ser blanco. Hasta la vecina de abajo que se cambia de acera cada vez que se cruza con un negro y que no la deja por un blanco aunque tres le han tirado del bolso, dice que mi cuarto ha ganado mucho con ella, como ganaría el mundo si aprendiéramos a juzgar a los hombres por sus hechos y no por el color de su piel.

 

   9-I-2000.

 

 Se acabaron las vacaciones. Hemos vuelto al colegio. La profe nos preguntó que qué nos habían traído los reyes. Yo le dije que una muñeca. Me callé lo de negra. Si cuando hablo de mis muñecas no las llamo blancas, ¿por qué a ésta tengo que llamarla negra? Pero para que no pensara que me callo por avergonzarme de ella, le enseñé una foto que le hice.

   —¡Qué bonita! —gritaron mis compañeras— Para otro año, me la pido.

   — ¡Yo quiero ser muñeca!, —dijo Mor, un niño senegalés que vino este curso.

   —¿Querrás decir muñeco? —preguntó Sandra— Eres un niño.

   —No —aclaró Mor—. Muñeca, yo quiero ser muñeca que, para los españoles, llamar a alguien muñeca es llamarla linda, lista y dar envidia, y llamarlo muñeco es llamarlo pelele, tonto y dar asco.

 Sara fue cargada con su peluche; Sergio, con su barco de piratas; Raúl con su equipo de boxeador… Pero lo que hizo llorar a la profe fue lo de Iván. Como era el único que no decía nada le preguntó en particular. Ni corto ni perezoso le respondió que una tele nueva, pero que hasta el día 31 no se la traían, que su padre no había empezado a trabajar hasta el día dos y no había podido certificarles la carta. A la profe se le saltaron las lágrimas. Iván no llora ni cuando Jaime se mete con él porque no trae bombones el día de su cumple para invitarnos, pero siempre hace llorar a los mayores. Lo descubrimos en mayo, cuando hicimos la primera comunión. Después de comulgar todos desfilamos por el altar para pedirle algo a Jesús. Yolanda le pidió que nos hiciera solidarios; Marta, que fuéramos buenos cristianos; Laura, comprensivos con los demás. A mí me hubiera gustado pedirle que los mayores nos dieran ejemplo. Tenía la impresión de que nos mandaban pedirle lo que dejaban de practicar. Pero me escribieron en el papel que pidiera por la paz del mundo y eso le pedí, como si las guerras fueran cosa de Dios y no del señor Bush y otros colegas, que a mí me engañan todavía, pero a mi abuelo, de ningún modo. Con Iván, sin embargo, no les sirvió, rompió el papel que le habían escrito y dijo tranquilamente:

   —Yo le pido trabajo para mi padre.

 Nos echamos a temblar. ¡Vaya bronca que se iba a llevar! Pero, ¡sorpresa sorpresa!: al cura se le hizo un nudo en la garganta y no pudo hablar, a los demás se les saltaron las lágrimas y todos lo miraron como si fuera el mejor niño del mundo y se sintieran culpables de su desgracia. Total, lo que yo digo, que los mayores, cuando dicen algo bien dicho, es cuando se callan, cuando hablan, la verdad, no hay quien los entienda, y para muestra, un botón: La Navidad. Dos semanas llevan besándose a troche y moche, felicitándose, llorando con los que lloran y riendo con los que ríen, y apartir de hoy empiezan a correr, a pelearse, a ignorarse… y no pararán hasta que desfilen los doce meses y vuelva a ser Navidad. ¡Qué lástima! ¿Por qué no será Navidad todo el año?

 

Salamanca, 10-I-2000

 

Autora: María Jesús Sánchez Oliva. Salamanca, España

mariajesussanchez@oliva04.e.telefonica.net

 

 

 

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