A la sombra del naranjo.

 

El hombrecito, estaba de pie junto al naranjo. Tenía un sombrero raído, un pantalón con manchas y una camisa con rígidos pliegues. Sus ojos se perdían en la lejanía y su boca insinuaba una sonrisa tragicómica.

Allí, enclavado en el olvido, contemplaba, Taciturno, el verde y todos sus matices. Oía el incesante murmullo de la fuente. Allí soportaba estoicamente, uno tras otro, soles, lluvias, vientos, fríos.

 Cierta tarde llegó una nueva paseante al naranjo: Una alondra de mágico cantar.

Cuando él la oyó sintió que aquel hechizo se apoderaba de sí. Y de repente notó que su entorno había dejado de ser un monótono rincón para convertirse en la morada de una nueva primavera aunque fuera julio en el hemisferio sur.

Cuando la alondra descubrió al hombrecito fue a posarse en su hombro y le cantó al oído la canción más bonita del mundo. Lo abrazó con su melodía y llenó también su corazón de primavera.

Después lo invitó a volar, a lo que el hombrecito, vuelto de un golpe a la realidad respondió que no podía acompañarla, pues los hombres de madera no vuelan, ni siquiera caminan.

La alondra no supo comprenderlo y en silencio se alejó de allí.

El hombrecito quiso decir tantas cosas pero no pudo, no pudo correr, no pudo gritar, no pudo alcanzar la felicidad.

Sintió que un gran dolor se clavaba en su interior y con el soplo de una brisa tenue, cayó sobre la tierra seca.

Cuentan los duendes del naranjo que su corazón estaba astillado y que finísimas lágrimas de aserrín habían salido de sus ojos.

 

Autora: Alejandra Bibiana Carranza. Intendente Alvear, Argentina

lalecarranza@hotmail.com

 

 

Síntesis biográfica.

 

Regresar.