Un abrazo de sol.

 

 Su Mirada fue lo primero que me impactó. Fija, brillante y de un pardo claro, casi ámbar. Aferrada a la mano de Mariel, miraba con una seriedad enojosa, que la luz tornaba de un raro verde por esas gafas azules...

-“¡Hola profe Eli! Le presento a Mía” –dijo Mariel y empujó suavemente hacia mí a la nena. Mía resistió, pero no me sacaba la mirada de encima.

-“¡Hola bonita! ¿Cómo estás?” Silencio. Mirada fija en mí.

 Miré a mi compañera e hice una pregunta silenciosa. ¿Vista… o algo más? Mariel hizo un gesto vago que significaba lo segundo y luego, muy rápido, los ojos.

 Mía seguía mirándome. Dio un pasito y estiró la mano hacia mi cuello. Ahí entendimos. ¡El collar! ¿El collar?” Cruzamos una mirada y una sonrisa. Me incliné y le dije:

_”¿Esto? ¿Querés tocarlo?” –se lo acerqué a las manitos y tan pronto como lo tocó, lo soltó como si estuviera ardiendo.

-           -“¿Qué…?” Volvió a estirar la mano y un pucherito, medio de enojo, medio de frustración acompañó el gesto. Miré a Mariel, me encogí de hombros y me saqué el collar.

-          -“No lo sueltes.” –advirtió Mariel.

-           Es un hermoso collar, de piedras naranjas que parecen caramelos, que mi mamá me cedió hace años. Mariel tenía razón; Mía lo tocó y lo soltó casi con bronca.

-          -“¡Hey, no! ¿Por qué? ¿No te gusta?” Mía seguía señalando el collar, pero para un día ya había sido bastante.

-“Vamos. Saludá a la profe Eli y vamos, que papá ya está por venir.”

 Me incliné para darle un beso y un abrazo y Mía se apretó contra las piernas de Mariel. Sin hablar, Mariel me dijo:

-          “Después te explico.”

-           Diez minutos más tarde, Mariel entró en mi salita. Dejó una taza de café en la mesa, se sentó, sacó de una viandera un yogurt y me soltó:

-          - “Lo visual es lo de menos: el tema del contacto…” Me miró y me dijo- “¿Estás bien, flaca”

-          - “No. No entiendo. Toca y suelta… ¡Qué idiota: los anteojos de goma… ¿revolea todo?! Pero quiere tocar. ¿Quiere tocar no?” Mariel asintió y siguió comiendo yogurt. – “¿Y… el beso, el abrazo?... No todos se dejan tocar la primera vez, ¿pero así? Estaré perdiendo mis encantos…” Nos reímos con ganas. Eso nos distendió.

-          - “Mirá Eli. Hace un mes que empezamos a trabajar con Mía y recién ahora me da la mano. Y ojo: en realidad, me deja agarrarla. ¿Notaste cuánto se apretó contra mis piernas?” Era cierto, apenas dos segundos.

-          -“¿Y con los papás? ¿El papá la trae y la busca? ¿Cuántos años tiene?”

-           “¿Damián?... ¡Ya sé!: Mía. Ocho… No siempre. Pero eso es lo bueno. Damián está involucrado y participa tanto como Gise… Un poco más… El bebé es chiquito.” Eso aclaraba un poco. Un hermanito en un caso como este…

-          - “¿Y la manito derecha? che… ¿Cómo ayudo?”

-           Mariel suspiró, guardó el vasito vacío en la viandera y me dijo:

-          - “Lo notaste –dijo con alivio- No la usa para nada… y se ataca mal si me pongo firme… Ni idea. Haceme el aguante y vamos viendo qué se nos ocurre.” Una pausa. – “El collar le gustó… Hacele el desfile, ponete el otro, el de piedras blancas de Murano y después, el marrón, ese que tiene como vetas transparentes…”

-          “¡Pará! ¿Y te lo presto?, obvio.”

-          -“¡Yes! Y aromas… Ese perfume de cítricos y el de orquídeas. Le gustan esos aromas astringentes…. Y sabores, precisa aprehender sabores, texturas de todo. Esas mezclas raras y geniales que hace tu mamá…”

-          - “¡Sí! En los sanwichitos de miga. ¡Así engordás y le contás a toda la escuela de la zanahoria con choclo que parece durazno!…”

-           Así empezamos el desfile. Collares, cadenas, anillos, Cualquier cosa que pudiera llamar la atención de Mía y generar un contacto. Apenas un roce, apenas una caricia de alas de mariposa en las mejillas. Mía tocaba las piedras, no hacía caso de dijes ni pulseras. Tras un par de manotazos a unos aros y de revisar a cuatro patas el suelo buscando unos larguísimos, decidimos quedarnos con los collares. Al menos, si no los soltaba, Mía no los revoleaba y ni Mariel ni yo sufríamos por mi herencia. Fuimos alargando la visita, sumamos texturas: libros con felpa, cuerina, plumitas, papel metalizado. Todo terminaba en el suelo y si duraba cinco segundos en las manitas de Mía, ya era exitosa la sesión. Con los abrazos no íbamos mejor. Tocaba sus hombros y el movimiento hacia atrás, brusco, descontrolado, anunciaba puchero si había suerte, berrinche si el día había sido tormentoso. Los aromas se asentaron rápido: cítricos eran un deleite y así, en la cocina, Mariel terminó siendo la experta en tartas, galletitas, ¡y hasta ensaladas con naranjas, mandarinas, pomelos, limones y hasta kinotos!

-          - “Un día te voy a dar un abrazo de sol, Mía. ¡Y vos me vas a abrazar!”

-           En la escuela, las cosas no iban mejor. Entre el clásico: “Mariel… ¿le das a Mía el marcador rojo?” y Mariel forzando una sonrisa, respondía, “Sí, Seño. ¿ Vos le das el amarillo?”, y la nena intentando disimular el pánico y los chicos esperando que llovieran los colores en el mejor de los casos, y en el peor, que fuera una mañana de buenísima puntería y algún proyectil diera justito en alguno de ellos o en la maestra, y claro: mejor en la maestra que a decir verdad, muy simpática no les caía la pobre, porque pese a todo, los útiles volantes, los berrinches y los ruidos que Mía soltaba casi todo el rato a guisa de lenguaje, la querían. La querían mucho y no entendían el miedo que su seño mal disimulaba. Mariel se hacía un ratito dos o tres veces por semana para descargar neuras y reponer humor con mis irreverencias, sobre todo, porque así buscábamos entender a la seño. Buscábamos, pero no podíamos entenderla ni por más que Mariel procuraba dialogar, fue posible atemperar esa repucnancia que hasta los nenes notaban. En junio, cuando Mía ya intercambiaba frases con sus compañeritas, empezaba a dejarse agarrar las manos por casi todos los compañeritos y ya no hacía puntería tan seguido con la seño, Mariel me propuso ir al aula para narrar un cuento. Creo que no lo dije, pero junto con Mariel y otra de mis compañeras, solemos payasear con los chicos; narramos, hacemos voces, jugamos con bloques… A veces es la única manera de lograr que se suelten e interactúen entre ellos o con los adultos.

-          - “Y, ¡dale! ¿venís?”

-           La miré sin mucho entusiasmo.

-          - “¿Y si la seño me dice: “Tu alumna”, ¿qué hago?”

-          - “Ser muy diplomática, mi lady.”

- ¡Uf! Pero nada de los hermanitos Grimm o Andersen o Perrault porque te juro que le suelto la versión original y nos rajan a las dos.”

-          - “Dale, pero vamos en grupo, así nos hacemos el aguante.”

-          - “Vos, yo, Fer…” –Fer era la profe de Educación Física que como PAI de Mía, ya era conocida en la escuela y tenía una onda bárbara con los nenes. – “No Eli. Fer no puede. Tiene reunión de padres por su gordito. Va Silvia, la MAI de Música…” Mi cara era un puema, como decía mi viejo. – “¿En serio? Me estás cargando… No me estás cargando, ¿no? ¡Pero si le tiene más pánico que el Brujito de Bulubú al doctor!...”

-          - “ ¡No seas así!”Y Mariel se largó a reír. – “¡Dale nena! O la aflojamos o la espantamos.”

-          - “Sí, claro. Si no nos une el amor, nos une el espanto…”

-           Y ahí fuimos las tres. O dos y media, porque Silvia no terminaba de sacudirse “… esos ruiditos que hace, ¡mi amor!, y no la entiendo…”, que como fantasmas, la aterraban. Pero la sonrisa que Mía nos regaló al vernos entrar al aula, hizo que los fantasmas se escondieran en donde sea que se esconden… Por un rato al menos.

-           Todo empezó bien. Se nos había ocurrido que Barbanegra y los buñuelos era lo bastante divertido y poco convencional y que a Ema Wolf no le importaría si metíamos un par de canciones con piratas, tradicionales pero que nos gustaban. Silvia les había repartido instrumentos musicales a los chicos. Cajas con piedritas, alguna flauta que soplada con más brío que arte aportaba un viento entre el imaginado cordaje del bajel pirata, y, aunque ya el bochinche era intenso, palos de lluvia “Para el ruido del mar, Mía…” Y Mía ni bolilla le daba a su palo. Seguro pensaba que con la lluvia que caía ya era bastante. Justo ese día una tormenta como raras veces en nuestra región, había decidido honrarnos generosamente y engalanar nuestra función con relámpagos y truenos. Los truenos acá, son como extraños a los que una escucha una vez cada muerte de obispo, y por ahora, teníamos obispo para rato, así que al ruido sordo que empezó a sentirse cuando la mamá de Barbanegra apareció en cubierta, que para cuando empezó el combate ya las ventanas vibraran, era un suceso digno de asentarse en los registros de la memoria. Fue entonces cuando Mía agarró su palo de lluvia y comenzó a mecerlo desacompasadamente. Mariel elevó un poco la voz y…

-          _ “[…] Silbaban los sables. Tosían las armas de fuego. Sangraban los hombres por las narices y escupían muelas. Arreciaban los graznidos histéricos del loro y las protestas de mamá Trementina que trataba de proteger sus ovillos de lana. ¡La pelea era feroz!...” Mía ya se movía bastante y su carita iba perfilando un puchero, ¡no!, un estallido en toda regla. Silvia, que había visto que la nena movía el palo, se le acercó feliz; no registró el gesto y… “[…]La vista es demasiado lerda para percibir lo que pasó entonces. Las dos pistolas hicieron fuego al mismo tiempo. […]” Mía ejecutó un movimiento de torsión con su brazo dúctil, el izquierdo, y soltó el palo de lluvia no sin antes haberle arrancado la decoración, y mientras el palo se desarmaba y las piedritas que más que a lluvia sonaban a metralla salida de esos buñuelos que la mamá del pirata cocinaba, volaban por el aire, el trueno más tremendo que recordaba haber oído, nos envolvió y se nos metió adentro. Y mientras como una ola el retumbo iba retirándose, vimos como una Silvia demudada y que a duras penas contenía las lágrimas, no podía entender qué había pasado y Mía, tapándose los oídos se quedaba quietita, quietita.

-           Y de pronto, como si nada, empezaba a reírse.

-          “¡Tuvimos que cantar “Qué mala pata tiene el pirata tres veces!”, contaba Mariel en la reunión de los viernes, tratando de contener la risa ante la cara de desolación de Silvia que tres días más tarde, seguía llorando por su palo de lluvia. “Es que no entiendo…”, repetía Silvia.

-          - “¿Qué querés entender, Sil? Salió bien. Y encima tuvimos cañonazos gratis” –volví a decirle por enésima vez, callándome que comprendía a Mía porque la verdad… esos palos de lluvia eran “¡BRRRRR!”, como dijo Mía cuando Mariel le preguntó por qué lo había tirado- “Mirá… Mía ya deja que sus compañeritos la toquen y a su manera, charla. Es mucho… ¡Y usó la mano derecha para pelar el palo!”” (Si las miradas mataran…) – “Dale Sil, te hacemos un palo nuevo con lluvia de colores y todo…”

-           Ese año trasladaron a Damián a otra base de la empresa para la que trabajaba. Perdimos un poco la pista de Mía, aunque con Mariel siempre nos acordábamos. Un fin de año, habrían pasado tres… un viernes en que estábamos todas reunidas en el SUM de la escuela, la directora entró y nos dijo:

-          -“Chicas… y chicos… ¿se acuerdan de Mía? Muchas no la conocieron pero Mía fue alumna de Mariel, Fer y…” Mía apareció por atrás de la dire y Mariel y yo pegamos un salto. Estaba hermosa, enorme, 11 años ya… Los ojitos le brillaban de contento. Y su sonrisa… Toda la cara le sonreía. Se soltó de la mano de Gisel y se le fue encima a Mariel. Después me miró y me dio un abrazo… La abracé unos segundos eternos. Y me dio un beso y en una lengua casi completa me dijo:

-          - “¿Viste seño? Un abrazo de sol…” –y después, agarró mi collar, el de las piedras naranjas que parecían caramelos. Miré a Mariel y las dos pensamos lo mismo. Me lo saqué y se lo di… y Mía se lo puso y se lo mostró a su mamá. Gisel nos dijo:

-          - “Tira poco ya. Pero collares no porque la seño Eli se pone triste.”

-          Hoy, cuando nos toca un nene que nos desconcierta, una colega que pone cara de “¡Por qué yo!...”, o simplemente escuchamos un palo de lluvia, con Mariel recordamos esas piedras con forma de caramelo que ya no uso tanto y el sol que Mía nos regaló con un abrazo y sabemos que algo se nos ocurrirá…

 

-          Notas aclaratorias.

 

-          Basado en un cachito de realidad que Mía y su familia nos compartieron durante los cuatro años más o menos, en los que como institución, fuimos parte del proceso de inclusión educativa de Mía en la escuela común. Toda su escolaridad, mientras ella y su familia vivieron aquí, fue en escuela común. En el relato, hay hechos que sí viví, otros que no, algunos que tomé de esas charlas de descargas… En estos días en los que cruzamos correos y llamadas, recordamos a la Mía real y congelamos esa imagen final que sí fue real: abrazo hermoso como un sol cálido.

-          Mía cumple dentro de poco 17 años. No sabemos de ella hace mucho. La última vez, fue ese viernes, hará… cuatro años, cuando G. nos contó su calvario en su nueva ubicación. La provincia no aceptó a Mía en la escuela pública ni siquiera con el compromiso de los padres de asumir la cobertura absoluta de acompañantes escolar y terapéutico. Ingresó a una escuela privada, con acompañante solventada por sus padres, pero aunque la profesional hacía lo imposible, la institución apenas si otorgaba el espacio, no integración y ni en un futuro lejano, inclusión. G. lo contaba con bronca, con dolor… con mucha indignación. “Ustedes no dimensionan el trabajo que hacen, lo valioso de todo lo que hacen…” Ese sol también nos acarició el alma ese viernes.

 

Autora: Karina Edith Belmes. Diadema Argentina. Comodoro Rivadavia. Argentina.A63

karinabelmes@gmail.com

 

 

 

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