Dintel.
Dintel, umbral acaso, entre el siempre y el nunca, entre el aún sí y el ya
no más. Ahí está, tendida al viento del mundo la vida que se toma de la mano de
la muerte.
Cuando eras pequeña creías en eso de, “ni siempre, siempre, siempre, ni nunca,
nunca, nunca”, sí, creías en esa consigna por la que si podías hacer algo sola
tenías que hacerlo: levantar el punzón, buscar un sueño; y si no podías hacerlo
tenías que pedir colaboración: se cayó un papel que no hizo ni siquiera un
ruidito cómplice…
Me siento en la orfandad y necesito el abrazo matero de las tardes de
otoño…
1983-1991: no sabía de vos.
1992-2021: trazó un ciclo de permanente develación de maravilla… Eso eras,
eso sos, maravilla que crece, que desde hace dos días duele y crece en la
nostalgia…
Perdón, mis queridos compañeros de “Esperanza”, necesité hablarle a ella
para poder hacerlo después con ustedes…
Ahora les cuento: sus años, 37; sus hijos, 2; su esposo y su canto; su
permanente don de sí y su silencio entrañable; sus amores dolidos en Mendoza y
sus amores de duelo en Buenos Aires.
De niña no fue una niña prodigio, fue un prodigio de niña; sus dedos se
amigaron con el Braille como jugando a dibujar destinos. Su voz se hizo destino
cuando, pasada la tribulación y el asombro de ser adolescente, se enamoró para
cortar amarras y se convirtió en voz de un coro de amistad y de ilusiones.
Cuando no, es Gabriela Mistral el rumor que me guía. En su “oración de la
maestra” dice: “quisiera hacer de una de mis niñas mi verso más perfecto”. En
“la encina” afirma: “el peso de los nidos no quise sacudir”…
En la noche del 12 de septiembre las olas de lo eterno se llevaron, aún no
sé donde, ese verso perfecto que disfrutó como un don mi corazón cansado y el
aire helado de la muerte me arrebató ese nido, en el que más de una vez la supe
entera, cuidando sus capullos de vida. Nada sé del futuro de sus sueños; sí sé
de su presente de sangre almificada y sé que esto no debería haber tenido que
escribirse, pero ella merece que yo, yo que tanto la amé, comparta en esta
revista, con ustedes, un justo desconsuelo y una renovada esperanza: la de que
su legado nos entibie los venideros inviernos y refresque con su bondad
nuestros pies cansados.
“Caminante no hay caminos, se hace
camino al andar”, tu camino fue hecho… Gracias, gracias por haber existido
entre nosotros.
Este texto fue escrito en homenaje
a Ornella Pasqaletti por la Lic. Margarita Vadell, su maestra y amiga.
Autora:
Lic. Margarita Vadell. Mendoza,
Argentina.