De regalo, nuestro desafío.
Ciudad de Acá Nomás, abril de 2021
¡Hola Tata!
Espero que, cuando recibas esta
carta, vos y la Nona estén muy bien, abuelito querido. Yo me siento genial, y
por ello quería contártelo directamente, antes de que alguien se me adelante.
Sé que vos y la abuela han estado
preocupados por mí. Bueno, eso dice mamá, aunque yo creo que más que
preocupados, lo que sucede es que están tristes. De eso me doy cuenta porque a mami
los ojos le cambian, se le ponen raros y, de repente, tiene que sonarse la
nariz, como cuando anda con alergia.
Pero ustedes no tienen que estar
tristes, porque si ustedes se ponen mal, ¿quién va a hacer reír a mis hermanos
y a mis primos? Y ahora les voy a contar por qué yo me siento genial, así se
pueden reír un rato y la tristeza se les va volando, como los pajaritos que los
visitan en el jardín de la abuela, después que comieron las semillitas que vos
les tirás para que estén gordos y lindos.
Cuando el techo de la fábrica vieja
se vino abajo, y mi amigo Pedro y yo nos caímos toda esa cantidad de metros
hasta el piso, no tuve miedo. Bueno, un poquito de susto sí, pero se me pasó
enseguida. Pedro gritaba con los ojos grandotes, pero yo grité porque estaba
volando. Y se ve que me desmayé cuando llegué al suelo, porque al despertar
estaba ya en el hospital.
Al principio no me di cuenta de qué
había pasado, porque no me dolía nada, a no ser que contemos los ojos. Cuando
los abrí la primera vez, la enfermera que estaba justo conmigo se asustó un
poco, porque dice que di un chillido. ¡Es que esas luces eran tan fuertes!
Uno de los días siguientes, cuando
la doctora me contó -con mamá agarrándome de las manos un poco demasiado
fuerte- que no iba a poder caminar más, lo primero que se me vino a la cabeza
era que ya no podría seguir corriendo por los techos de la fábrica abandonada
con mis amigos. De verdad, eso fue lo primero. Y lo segundo… bueno, de eso no
me acuerdo bien, porque se me vinieron a la cabeza un montón de otras cosas,
todas mezcladas.
Pero cuando pasó ese rato, la miré a
mamá, lo miré a papá, a Vanina y a Santiago, y riéndome mucho les dije que ¡por
fin, te iba a poder jugar una carrera a vos!
Papá se quedó con la boca abierta y
los ojos grandotes como los de Pedro cuando volábamos, mamá empezó a llorar, y
mis hermanos primero no dijeron nada, después se miraron y después empezaron a
reírse como locos.
Es que yo, Tata querido, siempre
había soñado con correrte una carrera en el patio grande de tu casa, que es
largo y lisito. Pero no te lo había dicho antes, porque me daba no sé qué. Y
además, si yo te corría esa carrera, vos me ibas a decir que sí, y yo sabía que
te iba a ganar fácil. Pero yo te había escuchado decir alguna vez que no hay
que jugar con ventaja, así que no me parecía justo proponerte esa carrera.
Yo les había contado esto a Santi y
Vani, pero en secreto de hermanos. Y por eso ellos empezaron a reírse, porque
se acordaron de aquella conversación.
Así que, abuelito, pedile a la Nona
que prepare esos bizcochitos con maní que a vos y a mí nos gustan tanto, que
cuando llegue de vuelta la semana que viene, con mi silla de ruedas nuevita,
vas a tener que entrenarme para que la use tan bien como vos usás la tuya.
Y el día del cumple de la nona,
vamos a obsequiarle nuestro desafío. El que gane le va a tener que regalar su
perfume favorito. Y el que pierda le va a preparar esa ensalada rara que a ella
le gusta tanto.
Así que no podrás mostrarle esta
carta a la abuela, este es un desafío entre caballeros, como cuando jugamos a
las cartas y ninguno puede mentir… Aunque yo sé que vos sabés que cuando el
desafío es al truco, vos y yo nos olvidamos de esa regla.
¡Un abrazo grandote para vos y otro
para la Nona, pero el de ella va con dos besotes de yapa!
Nico
Autor: Germán Marconi. Neuquén, Argentina
german.marconi@gmail.com