Viaje a Granada.

 

He vuelto a Granada. No ha sido una vez más. Ahora he ido siguiendo la estela de luz que desde los insondables espacios donde eternamente moran los Elegidos, nos llega a los mortales, con el fin de profundizar en el alma y en la obra del malogrado poeta granadino.

He ido por esa senda de la mano de mentes claras que han sabido mostrarme otras formas de recorrer el asfalto, tantas veces hollado, descubriendo en cada recodo un nuevo aspecto que justifica el volver al mismo camino por enésima vez.

Para mí, granadina del Sur, la parte septentrional de la provincia era prácticamente desconocida. La he pasado mil veces a bordo de autobuses y automóviles, pero nunca he tenido la curiosidad de documentarme sobre el terreno que iba a pisar.

Las peculiaridades de estas comarcas, de las cuales, nada conocía, y su sólo nombre me hacía temblar de frío por el proverbial clima extremado que tienen.

Y luego, retomando la senda que la luminosa estela de Federico nos marca, hemos seguido la ruta recitando fragmentos del poeta.

Ya casi llegamos a Granada, y se dan algunas normas para el buen funcionamiento de la recepción y estancia en el hotel, y nos informan de que Granada está en plenas fiestas.

En la ciudad se honra al Santísimo Corpus Cristi y están engalanadas las calles con iluminaciones nocturnas, incluso han instalado toldos para propiciar la sombra al transeúnte en el tórrido mediodía de que goza esta ciudad.

Entre mis lejanos recuerdos, mas nítidos cuanto mas antiguos, perdura el sofocante calor que pasábamos cuando en aquel Jueves, "Que brillaba mas que el Sol", asistíamos a presenciar el desfile procesional, ataviadas con el "vestido nuevo" confeccionado expresamente para la ocasión, y complementado con zapatos, guantes, incluso pamelas blancas. Aún no habían "descubierto lo de los toldos y estoicamente sufríamos los rayos del sol y las molestias del sudor en nuestras manos bajo los guantes; que si aquel año era la moda, serían calados con el consiguiente alivio a nuestros sudores.

A pesar de estas "pequeñeces", para la adolescencia que todo lo puede, eran maravillosas aquellas mañanas de Corpus", en las que las calles amanecían cubiertas con el aromático regalo que los sencillos labradores habían traído en sus carretas tiradas por bueyes, desde los pueblecitos próximos. Llegaban al amanecer con un cargamento de hierbas aromáticas: juncias, espliegos, matranzos, lavanda, menta y todo lo que bien oliera, para ofrecerlas al Altísimo como signo de respeto y pleitesía. Luego las iban esparciendo a lo largo del itinerario de la procesión que tras una Misa solemne salía de la Catedral. Todavía se reservaban varias carretas de hierbas, que luego profusamente engalanadas abrirían el cortejo, y en cuyo interior, muchachas ataviadas con trajes regionales irían esparciendo.

Los pies del transeúnte madrugador levantaban oleadas de perfumes y éste disfrutaba de una mañana fresca y luminosa, enriquecida con los indescriptibles aromas del campo al despuntar el día.

La procesión del "Corpus", es la más alta expresión del fervor religioso de la ciudad. Tiene un estricto protocolo. En mis recuerdos de infancia, destaca mi asombro del día en que supe que a las mujeres no se les permitía acompañar al Santísimo en esta procesión.

Las calles engalanadas, con los balcones luciendo banderas, colchas de seda, mantones de manila, y objetos de cobre muy brillantes. El pueblo instalaba a lo largo del recorrido de la procesión altares con lo mejor que en cada casa se sacaba del arca. Las gentes, colocadas en las aceras desde muy temprano, esperaban la salida de la procesión, que era anunciada por el repique de las campanas de la Catedral. Todo el trayecto estaba jalonado por soldados que al paso de la custodia, presentarían armas. Abrían el paso la guardia municipal sobre briosos caballos y vistosos cascos con plumas blancas sobre la cabeza. Luego seguían las carretas desde donde las muchachas ataviadas con trajes regionales lanzaban las ramas verdes, que renovarían los aromas de esa mañana, única en el año. A continuación los gigantes y cabezudos, que acompañan a la Pública de las fiestas. Este desfile sale el día antes del Corpus, como anuncio de las fiestas, y vuelve a desfilar en la procesión del Corpus, como Le sigue "La Tarasca", que es una carroza portando un dragón que a intervalos lanza fuego por las fauces, y sobre su lomo se yergue una mujer que según la tradición, va ataviada con la moda de ese verano. Siguen pajes portando el escudo de la ciudad, una silla donde se trasladaba el sacerdote que llevaba el Viático a los enfermos, llevada en vilo por cuatro feligreses, un arcón donde se guardaban las Capitulaciones de la rendición de Granada en 1492, y otras señas de identidad de la ciudad. Luego los estandartes de pueblos y cofradías, Todos los niños de las escuelas del "Ave María", Las congregaciones masculinas de "Los Luises" y "Los Estanislaos", La Acción Católica, los Caballeros de la real maestranza, ataviados con lujosas capas sobre trajes de paisanos y guantes blancos. Un gran medallón sobre el pecho; todos los seminaristas, la Scola Cantorún", los párrocos de todas las parroquias de la capital revestidos de ornamentos y capa pluvial, el obispo acompañado por los dos Cabildos que existen en la diócesis uno, el de la abadía del Sacromonte, y otro el de la Capilla real, varios presbíteros con incenciarios. Le seguían las autoridades civiles integradas por el gobernador civil, el Alcalde y los concejales. Seguían las autoridades militares con el Capitán General con uniforme de gala y el pecho cruzado por una banda azul y cantidad de medallas. Una escuadra del ejército con las armas hacia abajo, escoltaba la carroza donde majestuosa, inaccesible, con una exquisita ornamentación floral, se alzaba la custodia de oro, radiante y magnífica.

Luego varias bandas de música, y a partir de ahí, el pueblo llano en profusión, hombres, mujeres y niños.

Baza proviene del nombre que le pusieron los romanos a la ciudad, "Basti", al parecer continuación del nombre con que era conocida en época ibérica, ya que era capital de la región antigua llamada "Bastetania" o "Bastitania". En el autobús, cierro los ojos y me pierdo en un laberinto de recuerdos, que escribiré algún día.

Por la mañana emprendemos la ruta que Federico nos marca desde el Más Allá. Visitamos la Huerta de San Vicente, lugar que fue de veraneo para la familia y que hoy ha quedado en el centro de la ciudad, debido a la expansión urbanística. Allí encontramos sus recuerdos de juventud, su piano, su dormitorio y la terraza donde se fotografió con sus entrañables amigos.

Alrededor de la finca que era de modestas dimensiones, han anexionado terrenos con los que han constituido el hoy llamado "parque de García Lorca".

Es un pulmón en el centro de la ciudad, con amplios paseos, cuidados Estanques y preciosos parterres de sencillas margaritas y otras especies.

A bordo del autobús llegamos a Fuente Vaqueros y a la casa donde el poeta pasó la mayor parte de su niñez y adolescencia.

De la mano de un lugareño sencillamente vestido, y con un léxico que nos traslada a los años de la infancia del poeta, recorremos el patio donde jugó, la cocina en la que pensó al amor de la lumbre en las frías y largas noches de invierno, el lugar donde escribió muchas de sus maravillosas obras; incluso una cuna, que aseguraba que fue la que dio los primeros balanceos en el espacio al insigne escritor.

Al mismo tiempo, el lugareño que nos acompaña, nos va introduciendo en la intimidad del ambiente que forjó su mente.

Nos explica, que casi todas sus obras son de la vida real de sus paisanos hasta el extremo de que su madre le tenía que hacer serias advertencias para que cambiara un poco los detalles, a fin de que sus vecinos no se sintieran retratados.

Nos ilustra sobre detalles de la verdadera Bernarda Alba, y de la que prácticamente sólo cambió el nombre, porque existían las hijas, el portalón y por supuesto el avispado mozo con vocación de bígamo, que mientras cortejaba a la moza vieja y rica, se las entendía con la lozana y pobre.

También nos habla de "doña Rosita la Soltera" de la que asegura que fue una prima de Federico. Y nos amplía detalles y anécdotas que sería muy bonito traer aquí, pero el relato sería interminable; porque este hombre con traje de pueblo, me parece que sabe mas de lo que aparenta, y que su indumentaria sólo responde a un logrado intento de transportar al visitante a un ambiente sencillo y entrañable, como al parecer fue el que acunó la infancia del escritor, a pesar de la posición social de su familia

Para mí, que he vivido ese ambiente de casa de pueblo, fue un verdadero regalo pasear por aquellas estancias que traían a mi mente tantas escenas vividas. Hasta determinados utensilios de cocina hicieron que me viera usándolos en aquellos años en que se desarrolló mi infancia.

Por la tarde visitamos los "lugares negros" del itinerario. Estos lugares, de los cuales está sembrada la geografía española, me inspiran un gran respeto. No quisiera entrar en ellos con la mente ávida de pormenores. Por otra parte, todo es incierto. El suelo está minado de tumbas de las cuales, no pude evitar el imaginar que surgían brazos en alto; unos pidiendo paz, otros pidiendo justicia, otros pidiendo olvido.

Yo también tengo razones personales para pasar por ellos con el mayor respeto y lo más que me permito es una sentida oración.

En aquel momento, nuestro mejor homenaje al poeta, fue el recitar sus versos y entonar sus canciones. Recientemente, se ha llegado al conocimiento de que los restos mortales del poeta, no se encuentran en aquel lugar. Pero estoy segura de que allá, al lugar en que moran los elegidos, ha llegado nuestra oración y nuestro emocionado recuerdo.

Al día siguiente, la visita obligada fue a los monumentos árabes. No quiero pasar la ocasión de rememorar lugares que tan bien conozco. El Palacio de Carlos V, construcción la Torre de la Vela, cuya campana marcaba los turnos de riego de la Vega; y donde según la tradición, las mocitas tenían que tocar la campana el día 2 de enero, -Día de la Toma"-, para que ese año les saliera el novio deseado. el Palacio árabe con sus maravillosas estancias, el salón de Comares, con el mirador de Lindaraja, el incomparable Patio de los Leones, y tantos lugares de ensueño, que pasan a un discreto segundo lugar cuando evoco los Jardines del Partal. Siempre me ha embelesado la belleza de las panorámicas que desde allí se divisan. Desde tres miradores que custodian el estanque, se divisa una espléndida panorámica del Sacromonte y el verde valle por cuyo fondo discurre el Darro, con sus paseos, sus alamedas y jardines. A la izquierda se divisa la Vega, mientras que al frente, se eleva la altura rival del Albaicín con su laberinto de calles. Allí las tardes son claras, luminosas y fragantes. El aire racheado de la primavera trae todos los aromas de las rosas que en multitud de estructuras y formas se cultivan en aquellos parajes.

Es un gozo indescriptible para los sentidos la contemplación del colorido de los rosales, cuidadosamente cultivados durante todo el invierno, para deleitar al paseante con los rojos intensos y aterciopelados de las corolas de sus flores, o el amarillo rojizo como el color del fuego, que lucen otros capullos mezclado con el blanco purísimo de algunos ejemplares.

Las enredaderas de jazmín y madreselva contribuyen a embalsamar el recinto, y un sol luminoso y tibio acaricia los miembros entumecidos por los fríos del invierno.

En la primavera se desperezan las miríadas de pajarillos que anidan en sus árboles y en las altas almenas de ruinosos torreones.

Hay estanques llenos de nenúfares. Y es un regalo para los sentidos el contemplar su blancura nacarada sobre el verde intenso de sus flotantes tallos rastreros.

Y ya tengo que dejar estas ensoñaciones, porque al día siguiente, iniciamos la vuelta a casa.

Hacemos un intento fallido para visitar el Cortijo del Aire, buscando los escenarios reales de las obras del inmortal autor, pero el camino es intransitable para el autobús y muy pocos de los "jóvenes de espíritu" que allí vamos nos impulsa la emoción lo suficiente como para subir la empinada cuesta a pie. Bastante frustrados, pero siempre contentos, damos marcha atrás.

Estos jardines tienen un aire especial, más alegres, menos cargados de grandes árboles y un sinfín de escalerillas, juegan con el desnivel del terreno haciendo posible que el visitante llegue a todos los rincones. A los lados de las escalerillas juguetonas bajan pequeñas cascadas de agua que corre por debajo de tierra y luego asciende hasta las fauces de dos leones, para caer a un gran estanque. Estos leones de tamaño natural en posición de sentados sobre sus dos patas traseras, hoy se guardan en el Museo de Arte árabe.

 

 

Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España

davasor@gmail.com

 

 

 

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