Ruidos molestos.
Durante la última noche me desperté varias
veces, pensando que algo, o alguien, caminaba por dentro de la casa, pero al
levantarme y recorrerla, comprobaba que eran los sonidos provocados por el
viento fuerte.
Al acostarme de nuevo, trataba de relajarme,
pero escuchaba el árbol de mi vecina, sus ramas recorrían toda la pared,
restregándose por momentos con mucha fuerza. Parecía el sonido del gato, cuando
refriega su cabeza, adueñándose de cada superficie que encuentra.
La radio había anunciado que tendríamos
vientos huracanados y fríos.
Por debajo de las puertas, entraba el polvo
que volaba por las calles, había llovido un poco, pero se secó todo
rápidamente, coloqué trapos húmedos en cada rendija.
Me acosté de nuevo, traté de imaginar que el
árbol de mi vecina me masajeaba la espalda, buscaba alguna forma de conciliar
el sueño.
De pronto un golpe fuerte me sobresaltó, me
obligó a abrir bien grandes los ojos en plena oscuridad, se sumó otro golpe… y
otro más, entonces me levanté de nuevo.
Miré por la ventana y vi que por la calle se
desplazaban sombras imprecisas, acompañadas por remolinos de polvo, golpeaban
contra mi puerta y se detenían. Cuando abrí, comprobé que eran mesas y sillas
de plástico, arrastradas por el viento.
¡Claro! Pensé, son las del bar de la esquina,
las que siempre usan afuera para atender a sus clientes en los días soleados.
No las guardaron porque seguramente no
tendrían espacio, pero…
Tampoco se les ocurrió atarlas.
Decidí guardarlas, se las llevaría al día
siguiente cuando hubiera calmado el viento.
No volví a acostarme, preferí mirar el
espectáculo por la ventana, dicen que el viento solo se siente y no se ve, pero
yo lo veía.
Más sombras pasaban a toda velocidad, más
sillas y mesas que seguramente llegarían a otras puertas vecinas, pero otras
cosas, no hacían ruidos al caer, o rodar en el suelo.
Era ropa, volaban toallas, sábanas,
pulóveres, camisas, pantalones, hasta calzoncillos y corpiños, También,
barbijos, de los que se habían usado durante la última cuarentena; ropa que
alguna vecina habría estado lavando y había colgado afuera para que se secara.
Un tarro de basura, cayó de su plataforma y
rodaba a toda velocidad por el medio de la calle, dejando caer todo su
contenido, volaban papeles, bolsas de nylon, Servilletas, vasos, platos y
cubiertos de plástico, botellas vacías, todo lo que habría sobrado de algún
festejo.
Comenzaron a activarse las alarmas de los
autos estacionados, que estaban vacíos, pero se movían como si sus pasajeros
estuviesen saltando adentro.
Estaba por terminar el otoño, las últimas
hojas de los árboles se desprendían para salir volando y crepitaban bailando en
círculo por todos los rincones.
Nuestra estufa a leña ya estaba apagada, pero
la ceniza subía por la chimenea, como si esta fuera el tubo de la aspiradora.
Los cables en las calles, se sacudían muy
fuerte y, cuando venía alguna ráfaga, se los escuchaba silbar con distintos
tonos, con sonidos de cicus o quenas del altiplano.
Las chapas de todos los techos, vibraban y se
las escuchaba como ametralladoras o motores viejos, si alguien estaba con
fiebre y tenía pesadillas, podría relacionarlo con el gruñido del monstruo que
se le acercaba.
Los gatos de todo el vecindario, estaban cada
uno en su ventana, maullando fuertemente para que sus dueños les abrieran y les
permitieran dormir adentro.
La campana de la iglesia continuaba con su
clan clan, clan clan, pero supe que se movía sola, a pesar de ser de bronce y
muy pesada, porque pensé que a las cuatro de la mañana, el cura no estaría
llamando a sus feligreses para que escucharan la palabra del Señor.
Cuando terminé de identificar cada sonido, me
fui tranquilizando, pensé que ya podría relajarme, apagué las luces y volví a
la cama, pero sonó el teléfono.
Por suerte era alguien a quien siempre
aprecié mucho, no podía insultarlo, solo me mostré algo molesto, le comenté que
no dormía, porque estaba entretenido con lo del viento.
Me dijo que justo de eso quería hablarme, que
había pasado por mi casa y le pareció ver luces encendidas, y por eso había
llamado. Luego agregó:
“Mañana vas a poder dormir hasta el mediodía,
porque se suspendió el paseo que tenías programado con los turistas.” “Han
caído muchos árboles y se cerraron todas las rutas y todos los senderos del
parque.” “El alerta meteorológico dura hasta las 12 horas, a las 13, emitirán
un nuevo parte.”
Le agradecí por la noticia y por el gesto de
la llamada, luego preguntó:
“¿Supiste lo del circo?”
Dije que lo único que sabía, era que habían puesto
un circo en el terreno baldío que hay a tres cuadras de mi casa, donde a veces
se juega al fútbol.
Parecía que quería darme una primicia:
“¡Bueno, eso también fue arrastrado por el
viento!” “Hay mucha gente trabajando para ver si pueden recuperarlo.”
Volví a agradecerle y me despedí deseándole
buenas noches.
Por fin estuve de nuevo en
la cama, ya sabía de qué se trataba cada sonido, entonces, ya podía relajarme.
Se cortó la luz, eso me
ayudaría, porque no tenía nada para ver a las cuatro de la mañana, no me
acercaba a mi esposa, para no molestarla, ella dormía plácidamente.
Imaginaba la carpa grande
del circo, arrastrada por el viento fuerte, los carteles, las luces, las
banderas, las golosinas del kiosco, los papelitos de las entradas, los trapecistas,
los magos con las palomas que sacaban de las galeras, y hasta las risas de los
payasos, todo volando, todo llevado por el viento, ya me sentía relajado y con
buena temperatura.
Cuando no hay electricidad, todos los
artefactos dejan de funcionar, pero cuando vuelve, nuestra radio se enciende
sola, eso despertó a mi esposa, que preguntó muy enojada:
¿Por qué me haces escuchar eso?” “¿Por qué
querés torturarme?”
Le expliqué que la radio se había encendido
sola y que de todos modos estaba en el volumen más bajo.
Dijo: “¡Sí, sí! Pero… ¿No te das cuenta?”
“¡Están volviendo a pasar un discurso del
presidente!”
Se sentó en la cama y agarró el cable, que
desenchufó bruscamente mientras repetía:
“No sé cómo se te puede ocurrir ese chiste
tan grosero, tan desagradable.
Dejé que se calmara y, después de un breve
silencio, le susurré en el oído:
“Mañana no trabajo… vamos a poder dormir toda
la mañana…”.
Autor: Mario Gastón Isla. Bariloche, Argentina.