Leer con los dedos.
I
Hay
un placer secreto en la manual lectura,
Distante
de ese mundo de grafías seguras:
Tocando
con los dedos la letra y su figura,
De
su significado te distrae o te cura.
Los
puntos muy borrosos, o nuevos y recientes
Remarcan
las palabras cual plantas florecientes.
Y
a veces se te muestran como teclas salientes,
Con
sus sonidos nítidos y sus notas crecientes.
Tus
dedos aletean por sembrados terrenos,
No
estiman los espacios muy dispersos o ajenos,
Que
recubren tus yemas puntos y puntos llenos,
Laberintos,
recodos, vericuetos amenos.
No
disfrutas tan sólo del poema o del cuento,
Ni
la expresión estética, metáfora y argumento.
Cosquillean
los relieves con delicado acento
Escalonadas
formas que acarician con tiento.
Diversas,
diferentes, una dimensión nueva,
El
tacto te delata en comprimida leva.
Confiere
a la palabra una expresión, que lleva
A
tu mente otro enfoque que de inmediato aprueba.
¡O
densas consonantes, acentuadas vocales!
¡O
signo de mayúscula con auras señoriales!
Topónimos
foráneos, esdrújulos arrabales…
A
sus sonidos suman las táctiles señales.
¿Quién
dudará que el tacto, sentido hoy denostado,
Brinda
inédito paisaje del remoto poblado,
Que
en íntimo sigilo, luz y son apagados,
Se
cuela hasta la entraña del códice olvidado?
II
LAS LECTURAS
Cuando abres tu libro
Y lo hojeas así, pausadamente,
Como aleteo vivo
Que se eleva naciente
Y revuela después tan
ágilmente.
Al desplegar las hojas,
En aroma de tinta perfumadas,
La brisa se sonroja
Por la caricia hurtada,
Sonorizando su quietud burlada.
Y luego en la lectura,
Donde aportas caudal y lo
recreces
Del borde hasta la hondura,
Entre el siseo a veces,
Tras los leves suspiros
enmudeces.
Siguiendo, te deslizas
Veloz por las veredas,
sigiloso,
O absorto te eternizas
En enclave sabroso,
Tal como el trazo se te muestre
airoso.
Mis páginas mullidas,
Ligadas por un mismo
pensamiento,
Por los hilos prendidas,
Pugnan en vano intento
De abandonar este vulgar
cemento.
Cuajadas de rubíes,
Del diestro orfebre singular
muestrario,
Se deslustran en lides
De antiguos calendarios,
Verdad ajada en múltiple
escenario.
Sobre el glorioso altar
La víctima inocente así se
inmola,
Ante el salmo jovial
De aquella mano sola
Que sube y que desciende en
mansa ola.
Emocionado, exploro
La multitud de insólitos
parajes,
Mientras del viento el coro,
Por el denso follaje
Recio interpreta su canción
salvaje.
Rastreo en la gravilla
Con ritmo respirando muy
pausado,
Y de una a otra orilla,
Con paso acelerado,
Yo cruzo puentecitos
entablados.
Tú lees callandito,
Amoroso este libro
contemplando.
Yo capto despacito,
Mi libro atenazando.
Su entraña invado, todo él
palpando.
III
SINGULAR
PASAJERO
Mis manos se deslizan por el
rugoso texto,
Su contenido aparco en un
enclave incierto.
Mi fantasía vuela, prendida de
otro plectro;
Mas sigo el recorrido por
sendero correcto.
Devano la madeja de mi tupida
infancia,
En tanto que la frase ya añora
su prestancia.
Albergo en mis rincones las
lúdicas estancias,
Y al albor me reclino de amada
remembranza.
Olvido mi tarea. Y entonces me
apercibo
Que el roce de mis dedos se
torna ya expansivo,
Traqueteando renglones con su
danzar festivo.
Simulan los espasmos de un
convoy fugitivo.
¡Oh viejo tren exhausto, de
asfixiados pulmones,
aliviando pesares en mudas
estaciones!
¡Oh cándido tren expreso, que
estrena sus galones
el túnel angostando, apartando
terrones!
Yo avanzo por las vías, mi paso
retardado,
Rastreando en el hierro cual
buscador osado.
Los claros me serenan, sin
puntos horadados;
Semejan las traviesas del
singular trazado.
El trayecto exigente, es la
locomotora
Que sufre en el esfuerzo, del
solaz a la aurora.
Ambas manos transitan la línea
retadora;
Pero a mitad, la izquierda
ignota plaza explora.
Cada punto y aparte, una
estación semeja,
Donde alentar resuello hacia la
tierra leja.
Cual los dedos reclaman
atención a su queja,
La máquina se rinde en la
marcha compleja.
Esos vetustos trenes, que en la
noche alardean
De alterar muy distantes el
sueño de la aldea.
Que acaso se entristezcan junto
a una humilde tea.
Bien chirrían y saltan; ora se
balancean.
Así, sobre los puntos, a los
lados se inclinan
Su andar sobre la senda, mis
manos que se obstinan.
Y según cada letra, se abajan o
dominan.
Tal el fiel carromato por la
gravilla fina.
Yo soy el maquinista, el
ínclito fogonero.
El jefe de estación. Y el del
apeadero.
Detengo y doy salida al tren
más viajero.
Y me subo. Y me bajo…. Singular
pasajero.
Autor: Antonio Martín Figueroa.
Zaragoza, España.