Israel.

 

Me llamo Israel Nacif.

El cuarto era de pan recién horneado. ¡Tan tierno y cálido! ¡Único en mi alma y mi memoria!

Las sábanas con dibujos crocantes, bulliciosos…

Pero lo que más me emocionaba era cuando mi madre se recostaba en mi cama, envolviéndome con su brazo izquierdo, me leía… el libro Corazón de Edmundo Damici, el tesoro de mi vida.

Después, el beso de “hasta mañana hijo, que descanses”

Mis padres eran árabes y llegaron a MENDOZA RECIÉN CASADOS, HUYENDO de la guerra. El sufrimiento y el dolor, los había hecho unos seres tan humanos y bondadosos, como pocos conocí.

Tenían una tienda sobre la Alameda, me encantaba mirar el agua correr por el Tajamar…

Todas las mañanas me traían en el Renault DDouphine, me dejaban en la escuela y se iban a la tienda

Pero aquella mañana que parecía tan igual a otras, iba a marcar un antes y un después en mi vida.

El choque fue terrible, mis padres murieron casi instantáneamente…

Se fueron los dibujitos de las sábanas, todo lo hermoso de mi niñez se fue, pero quedaron para siempre los besos de mis amados padres y mi libro Corazón en la mochila.

En aquel hogar adonde me llevó aquella asistente social cuyo rostro me daba miedo, todo era del mismo color gris, hasta nosotros éramos de color gris.

Todas las noches de aquellos años mi carita era de lágrimas que escondía en la almohada…

El día tres de noviembre, mi día de cumple, con mis dieciocho años me dieron un frío apretón de manos como despedida y el lugar donde mis padres estaban enterrados.

Tenía algunos ahorros de arreglos que hacía en el hogar, Lo primero que hice fue ir al cementerio donde estaban mis padres.

La mañana era tibia; pájaros pequeños jugaban arriba de algunas tumbas, Mis padres estaban juntos como en la vida…dos tumbas dos placas, con sus apellidos árabes…

Me senté allí, ellos me abrazaron y lloramos los tres sin tiempo ni espacio, ni personas ni sonidos, ¡solo nosotros tres que nos amábamos tanto!

Alquilé una pieza con derecho a cocina y baño en la calle Coronel Díaz, era humilde, pero limpia y estaba cerca del cementerio…

Hacía changas y con el dinero que ganaba me fui comprando cosas que me hacían falta: una taza, dos platos, cubiertos, un jarrito de aluminio que me acompañó años, también unas mantas muy gruesas para el invierno.

Pero los tiempos eran difíciles, el trabajo era poco así que llegó un día en que no podía pagar la pensión y tuve que irme.

Incertidumbre total. No tenía parientes, en ese momento entendí lo que es estar solo en el mundo…

Adversidad. Mi mente estaba tan perturbada. La palabra: SOLO: me azotaba el cuerpo y el alma

Instintivamente, me fui a la plaza Cobos que estaba cerca.

Me senté en el banco azul a pensar…pero era obvio que no tenía solución para mi problema.

Entonces me incorporé al mundo de los distintos, los anónimos, llamados elegantemente “gente en situación de calle”.

Deposité mis bártulos en aquel querido banco azul que durante mucho tiempo iba a ser mi hogar…

Dijo Gandhi: “la paz es en sí misma la mejor religión”, entonces me llené el alma de paz, y me dormí en aquel duro banco sonriéndole a mis padres…

Con el poco dinero que me quedaba me compré un carrito para llevar mis cosas.

Mi hogar era el banco con senderos verdes, mis “vecinos”. En los días fríos o lluviosos el cura me dejaba estar a la entrada de la iglesia.

Hacía changas en el vecindario, me tomaron afecto y confianza.

Cierto día estaba pintando una puerta de unos departamentos, pasaron unos tipos y me robaron el carrito…

El chico del primer piso vio aquello y me gritó llorando: “Israel, no te preocupes, le diré a mi madre que te compre otro”. Ese chico era autista y era mi amigo…

Al transcurrir el tiempo me hice erudito de las calles, las almas y las flores

No todo son flores, hay piedras en el camino.

Cierta noche estaba totalmente dormido, de pronto me despertó un golpe espantoso en la cara, rápidamente tuve que entender, vi mis cosas tiradas por el piso, querían que les diera el celular… no saben nada de ser mendigo… Mi libro “Corazón“, estaba revolcado, lo levanté y lo limpié con amor…

En otra oportunidad, la noche era cálida, con olor de primavera, dos tipos me arrastraron, me metieron en un auto… ¡Qué desesperación! No podía con los dos hijos de puta, de pronto vi una piedra en la parte trasera con la que le di con todas mis fuerzas en la cabeza, cayó hacia un costado, lleno de sangre…el otro imbécil huyó... Me arrodillé al lado del banco, lloré mucho tiempo, la luna acariciaba mi cabeza…

Nosotros somos personas muy ignoradas por las personas, a veces te dan algo, pero te lo tiran como a un perro.

Tal vez creen que se van a contagiar de algo…

En aquella Nochebuena todos estaban felices, también yo lo estaba, era un agradecido de la vida.

Ya tenía preparado el banco: un mantelito con cuadros pequeñitos, y un vaso de plástico que me había regalado mi amigo autista tan querido…

Me entretenía mirando como pasaban las zapatillas de todos colores…

Siempre las zapatillas pasaban, nunca se detenían…

Pero alguien se paró a mi lado…

Me emocionó la bondad de aquella voz que me dijo: Israel, ¿me dejas hacerte compañía en esta Navidad? Fue la noche más feliz desde que mis padres no estaban…

Nació una amistad muy preciosa entre Pedrito y yo.

Él me hizo conocer este angelado lugar. Tengo una cama con sábanas limpias, siento que pertenezco a un lugar, donde aprendí a tenerles afecto, tengo comida humeante con olor a comida de verdad, en estos años completé la secundaria, y estoy por ingresar a Literatura, eso me lo recomendó al oído, un día naranja, mi libro “Corazón”.

Soy un agradecido de la vida…

Ahora tengo ilusiones, tal vez algún día conozca a una joven morena, ojos de uva… risa de miel… Soy Israel de padres árabes, a la orilla del Tajamar…

 

Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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