Entrevista.

 

En los primerísimos días de la pandemia, sorprendida, con un tiempo que no tenía desde hacía mucho, me desorganicé. La casa, tan concurrida de niños se había puesto mustia; yo, siempre ansiosa de un ratito de soledad para leer tantas y tantas cosas que me estaban esperando, dejaba que las horas se me escurrieran del cerebro y del corazón sin poder hacer nada importante con ellas. Entonces comenzó un desasosiego algo amargo y pensé, ¿y si me inscribo en el curso que mi amiga Laura dicta de manera virtual? Y lo hice, y me encontré con que de nuevo buscaba algún momentito para leer o para escribir o para cocinar algo más elaborado. Es que la exigencia resultó más, ¿Cómo decirlo? Más exigencia de lo que había imaginado. En verdad, si me inscribí en el curso fue porque a través de su labor en la revista, de sus constantes incitaciones a leer, de correos que fuimos intercambiando, sabía que el curso sería valioso y así fue. No quiero comentar demasiado las incidencias del aprendizaje para no robarles la primicia a quienes aún no lo han hecho, pero me veo obligada a dar algunas precisiones. Yo esperaba tener que leer y comentar distintos documentos, acaso resumir, sintetizar, dar alguna opinión y responder algún cuestionario: lejos de eso me encontré con un material que me sorprendía y del que se me pedía que hiciera brotar en mí al menos si no podía hacerlo, una chispita de creación, algo que indirectamente relacionado con el documento tratado fuera original y proporcionara algún aporte, tanto en lo relativo a la discapacidad, como, de ser posible en cuanto a la literatura, y, en caso de ser más posible aún, que relacionara ambos términos ya que el curso se denomina: “literatura y discapacidad”. En una de las últimas instancias, la profe, como me gusta llamarla, nos pidió que realizáramos una entrevista. ¿Una entrevista? ¿Y eso como se hace? Estaba la información necesaria, pero no estaba el oficio. Pero, no era cosa de aflojar. Escogí un personaje que me pareció interesante y como encontré buena disposición y mejor onda, me convertí en improvisada reportera. Desde ese preciso momento supe que quería entrevistar a Laura. ¿Por qué? Porque me interesaba su carrera, su actividad, esa persona que mes a mes bueno, mejor dicho, número a número tenía la paciencia de corregir, con tanta benevolencia, los aportes que le enviaba, y que, en el curso había trabajado con la misma prolijidad y la misma benevolencia. Con algo de travesura y mucho de osadía se lo propuse y, como me dijo que sí, ahí va el inicio de una entrevista que en verdad fue un descubrimiento y la prolongación de un encuentro cálido y profundo, que venía gestándose desde hacía ya muchos correos.

Laura nació en 1973 y cursó desde preescolar hasta1 cuarto grado en la escuela Luis Braille, ubicada en su provincia natal, Santa Fe; bajo el régimen de integración cursó hasta el fin del ciclo primario en la escuela Juan XXIII en su pueblo, Roldán. “era la escuela a la que iban mis hermanos y eso me hacía sentir muy bien; hablaban en casa de maestras que compartíamos, de compañeros que yo también conocía”, y después de esta afirmación, cálida y naturalmente inclusiva, agregó que había estado muy cómoda durante ese tiempo, porque “me desempeñaba bien con el Braille y solía saber algo más de lo que trataba el tema, y si no lo sabía lo averiguaba”; en broma, la apodé el Google de la familia y su risa me indicó que no estaba desacertada. Ante mi pregunta de si había tenido las consabidas dificultades con el inalcanzable pizarrón, me respondió que no porque la niña que era su compañerita de banco estaba encargada de dictarle todo cuanto allí se escribía. Riendo añadió que no era infrecuente que ella se negara a copiar algo que sabía no era correcto, un dato, una fecha, cualquier imprecisión. La compañera le decía que había que copiar lo que estaba escrito en el pizarrón, pero ella insistía en que no iba a copiar algo incorrecto. Entonces intervenía la maestra como juez y advertía que “Laura tenía razón”. Como es natural ese juicio favorable la fortalecía. Otra pregunta insoslayable en el momento fue ¿y en los recreos como te sentías? La respuesta fue rápida: “a veces charlaba con compañeros y compañeras que se interesaban por saber cosas como ¿conocés a la gente por la voz? ¿Tocás la cara de alguien para reconocerlo? Y esta vez fui yo quien rió al agregar ¿Cómo soñás? Ahí reímos las dos.

Me confesó que a veces los chicos se iban detrás de la pelota o corrían jugando a los típicos juegos de los niños en la escuela y ella se quedaba sola; ¿te sentías muy mal? “no, todo era tan bueno, la maestra, los compañeros, que eso no me afectaba, era algo natural” y allí, el ir y venir de lo personal, lo no por anecdótico menos valioso, pero sí singular: Laura opinó que le parece adecuado que los niños ciegos se integren en los últimos cursos de primaria, así, como lo había hecho ella. La razón es que a esa edad ya es posible establecer un diálogo en el que el niño puede expresar sus necesidades y sus compañeros están en situación de comprenderlas. Respecto de esta etapa, me parece importante recalcar esa noción que Laura refuerza con énfasis: “el chico que se integra debe conocer las estrategias requeridas por su discapacidad y es bueno que pueda valerse de _un plus_, ese plus es el que hace que se gane el respeto y la consideración de sus condiscípulos.

Pero, como en la vida misma, nuestra entrevista ingresó en la etapa, la difícil y conflictiva etapa de la adolescencia. Es que debe iniciarse el ciclo secundario, hay que definir intereses, sopesar posibilidades, lidiar con el mundo de las apetencias juveniles. ¿Cómo te sentiste al iniciar la secundaria? “en el exilio”. La prontitud de la respuesta y lo gráfico del vocablo no dejaron dudas. Sin embargo, de inmediato Laura me contó que había tenido amigas de esas que solemos calificar como “de fierro”. Lo que ocurría era que ya no estaba disponible ese plus que tan importante había sido en el ciclo anterior. Ahora le costaba participar en algunas materias, como gimnasia, y ella no quería ser eximida de ninguna responsabilidad, ni tampoco que le hicieran las cosas más livianas. En medio del ciclo tropezó con los señores polinomios y las señoriales ecuaciones. “con eso no podía -me comentó-. Sabía que no podría aprobar esa asignatura y resolvió asistir a la escuela especial para que le explicaran con mayor eficacia los temas que no lograba comprender. No me lo dijo con claridad pero creo que en ese período debió aparecer su decisión de ser maestra. En efecto, ella pensaba que estudiaría derecho porque conocía un muchacho ciego que había cursado esa carrera; creía, en verdad, que la abogacía era su proyecto, pero mientras asistía a la escuela de ciegos, se acercó al aula donde aprendían Braille personas adultas; comenzó a ayudar al docente que impartía las clases y tal y como a mí me había ocurrido casi un siglo antes, mordió el anzuelo, ese dolor de maravilla que es la vocación del magisterio; la decisión de Laura se consolidó cuando una señora que se estaba alfabetizando le preguntó porqué hacía eso: “lo hago porque quiero hacer lo que otros hicieron conmigo”. Esa contestación aparentemente hecha para otra persona, fue en verdad una revelación para ella misma.

Llegó pues la hora de ponerse en marcha para dar cumplimiento a ese íntimo mandato que había surgido fuerte y claramente en su interior. . Desde su inscripción como alumna en el Instituto número 16 Profesorado Dr. Bernardo Houssai, comenzó una lucha sin tregua. Para obtener el título que ostenta: “profesora especializada en ciegos y disminuidos visuales”. Ocurrió que para llegar a esa instancia debía ser maestra de educación primaria. La ley le prohibía hacer en esa carrera las prácticas docentes, pero no le impedía hacer las del profesorado que era la carrera que había elegido. Durante siete años cursó como alumna condicional, con la resistencia de muchos profesores, con un impedimento legal, con la desconfianza y el desánimo a su alrededor, pero con esa especie de fiereza con la que algunos seres privilegiados con una férrea voluntad, deciden no abandonar su propósito, culminó el nivel terciario y se encontró en condiciones de ejercer sin limitaciones la docencia en el ámbito que había escogido. Aún antes de concluir sus estudios trabajaba ya en un centro de Funes, localidad que se encuentra a mitad de camino entre Roldán, donde residía y Rosario, donde estudiaba. Percibía un módico sueldo que, sin embargo, la hacía sentir que sí era posible ser una mujer independiente. Trabajó también ad honorem en la escuela especial en la que había sido alumna hasta que las pequeñeces humanas y el entorpecimiento burocrático se lo impidieron. Nada la amilanaba, nada la amilana aún, y ¿Cómo habría de amilanarse si a las seis horas de nacida fue sometida a una operación por haber nacido con un incierto diagnóstico de espina bífida o de mielomeningosele, como había de amilanarse si a los pocos meses debió pasar por otra operación por hidrocefalia, y alrededor de los tres años y medio perdió la vista porque el mal funcionamiento de su válvula cerebral secó su nervio óptico? Mientras me enteraba de estas circunstancias, pensaba que acaso heredó de sus padres, (cuando nació su madre tenía 18 años y su padre 23), que jamás cejaron en el intento de que su hija viviera plenamente la vida que de ellos había brotado. En todo caso su voluntad ha sido y es el motor de una vida creativa y capaz de generar energía para sí y para quienes la conocemos. En el centro de Funes trabajó, además de con personas ciegas, con personas afectadas por otras discapacidades. Este hecho la obligó a estudiar problemáticas diversas. cuando en el centro no había alumnos, ella reconvirtió su labor y comenzó a dictar cursos para personas que, por contar con algún miembro discapacitado en su familia, por ser docentes del área o simplemente por querer conocer el tema, requerían de esos conocimientos que había adquirido, para aplicar en el trato con personas con discapacidad. Y cuando la pandemia impidió que dictara sus cursos de manera presencial, aprovechó la coyuntura de haber seguido diversos cursos de manera virtual y de haber dictado algunos sobre distintas problemáticas relacionadas con su especialidad; y, como además había realizado talleres sobre la manera de escribir, es decir, sobre el fenómeno literario, y su quehacer estuvo siempre vinculado a la discapacidad, desde junio de 2020, dicta por internet el curso de “literatura y discapacidad”, que entre otras benévolas maldades, cometió la de convertirme a mí en periodista vocacional.

No quiero dejar de contactar a los lectores con Laura; la muchacha que a los 17 años se ennovió con el bastón blanco para conquistar autonomía y libertad; la que supo enamorarse para transformarse en esposa y madre. La que en su adolescencia exorcizaba sus demonios interiores y daba rienda suelta a sus ansias de vivir en poemas adolescentes como ella, y como ella, hermosos. Aquí me quedo, con la alegría de haber mostrado un tipo valioso de ser humano y con la insatisfacción de comprender que no soy capaz de transmitir su cabal y completa riqueza. Gracias por la oportunidad que cada número de la revista me brinda para comulgar con los lectores en empresas que comprometen la inteligencia y la emoción.

 

 

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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