¡CH, CH, PUMAS! ¿Una
fábula Siglo XXI?
Soy Iara. Tengo 11 años y vivo en
el sur, en un pueblo entre cerros, no lejos del mar. Cerros, son más bajos que
las montañas. Lo aclaro porque hace mucho, un periodista que vino de buenos Aires
a transmitir la carrera de TC 2000 desde el autódromo, no tuvo mejor idea que
decir:
-
“¡Y a nuestras espaldas, la gloriosa
cordillera de los Andes…!” Dice mi papá que toda la tribuna se dio vuelta para
ver dónde estaba la cordillera, porque lo único que se ve desde la pista, es el
cerro que domina la ciudad y que cuentan, es un cementerio de indios, o
aborígenes, que dice mi maestra que así es más correcto decirles. Al tipo le
gritaron de todo aunque siguió como si nada. Bueno… La cosa es que soy Iara y
tengo un hermano gemelo. Tadeo tiene 11 años menos cinco minutos que yo, por lo
cual es el mayor, cosa que no entiendo, si yo nací antes. Tadeo es un chico
como todos… y no es un chico como todos. Es muy lindo, muy divertido, le
encantan los cuentos, dibujar, dibuja muuuuuyyyyyyyy bien, y tiene un gusto
excelente para los dulces y mermeladas y… es sordo. Yo no. Yo escucho bárbaro,
aunque uso anteojos para la compu y ver pelis en el cine. Vamos a la misma
escuela, la del barrio y tenemos el mismo grupo de amigos. Todos hablamos con
Tapi –le decimos Tapi-, por sistema de señas. Y aunque Tapi tiene MAI, la
Maestra de Apoyo a la Inclusión, no entra a todas las clases porque entre todos
apoyamos a Tapi y ella a veces ni interviene. Ahora, con esto de la pandemia,
no vamos a la escuela. Tenemos clase por Zum y extrañamos mucho a los chicos.
Ahora estamos en Fase 3 y salimos a caminar. Está todo muy tranquilo… Quiero
decir… Es un lugar tranquilo; jugamos en la calle, vamos en bici y caminando a
casi todo el pueblo, conocemos a todos, a los choferes del transporte que nos
llevan a la ciudad cuando salimos con el grupito de amigos, y ellos nos conocen
y aunque hay paradas, a los chicos nos dejan en cada puerta y si está oscuro,
hasta que no entramos no arrancan. Con esto de la pandemia está mucho más
tranqui. Las chatas que iban a los pozos, ya no suben y el único ruido que se
percibe es el de la planta eléctrica. Tapi siente la vibración de la
electricidad, como un moscardón que te camina por la piel. ¡Uy, qué asco! Como
los petroleros ya no suben, o casi no suben porque a los pozos hay que
mantenerlos en funcionamiento, se escuchan más a los pájaros, hay maras –que
son las liebres patagónicas-, los loros todavía no se fueron y aparecieron
zorros y…
Las sirenas atronaron el aire.
Ululaban en varios registros y no se sabía muy bien si eran patrulleros,
ambulancias o bomberos. Humo no había. No se olía nada y los ojos no ardían
como esa noche en el verano cuando se quemó la casilla de Matías, con Matías…
Matías limpiaba los jardines y se lo extraña. De golpe vimos las luces y los
motores a mil, frenando y arrancando. Aparecieron los patrulleros, media hora
antes del Himno, que todas las noches marcaba el toque de queda. Apenas eran
las 19 y 50 y, aunque nos retaran, nos pusimos los barbijos, los que tía Marisa
nos hizo con el escudo de LOS PUMAS, el equipo argentino de rugby, así no nos
peleamos: Tapi es de River –una de las pocas cosas malas que tiene- y yo del
glorioso Boca Juniors. Pero somos refans de los PUMAS.
Los celulares empezaron a sonar
como locos con el what’s up. Audios, fotos y todo era un lío. Hasta que entre
sirenas y luces, campanas de audio y ranitas –el mío suena como ranita-, mamá
se sentó en el escalón de entrada y riéndose de nervios abajo del barbijo, nos
dijo (a mí hablando y a Tapi con señas:
-
“Pu mas, puuuuuuuuuuuuuuuuumaaaaaaaas.
¡PUMAS!”
-
- “¿Acá? ¡Mamá! ¡No puede ser! ¡¿Si acá no hay
pumas?!” –medio grité. De la casa de en frente, se escuchó golpear el portón; un
gongazo y Camila apareció arriba del capot del }falcon de su papá, gritando:
-
- “¡Hey! ¡Pumas! ¡Pumas de verdad! ¡Y son
tres!...” – Cami se bajó, cruzó corriendo, se frenó en seco a dos metros de
Tadeo y se bajó un poco el barbijo para que Tapi le leyera los labios:
-
-“¡Son pumas, Tad!”-Cami le dice, Tad, es la
única que le dice Tad y a la que Tad, le admite eso- “Una puma y dos cachorros,
eso dice Ayala.”
-
- “¿Hicieron algo? ¡Lastimaron a alguien o se le
comieron alguna gallina a la vieja Soto?” La vieja se volvía loca si alguien no
autorizado se acercaba a su gallinero. Ni que decir si nos pescaba juntando
damascos de las ramas que daban a la vereda.
-
- “No. –dijo Cami ya sin hacer señas- “Parece
que rasguñaron unos autos…”
-
- “¿Autos? ¿Y por eso todo ese escándalo?” –Tapi
con las manos.
-
- “Y a algunos chuchos que salieron a correrlos
en el otro barrio… y terminaron con el rabo entre las patas.” Eso era gracioso
porque en el otro barrio todos eran perrazos bravucones y bastante malditos.
Así que no pudimos evitar reírnos un poco. Un frenazo y la trompa de un
patrullero apareció por la esquina con el Himno a todo trapo. Tadeo nos vio la
cara y se dio vuelta. Saludó al patrullero que pasó más despacio y Ayala mismo,
el mismísimo comisario Ayala nos señaló las casas y siguió para arriba. Cami
nos saludó y se fue. Entramos en casa y la normalidad de los ruidos nocturnos
se tragó el megáfono del patrullero.
-
Esa noche
con Tadeo salimos al patio de atrás a caminar entre las varas de álamo que
habíamos plantado dos años atrás y a revisar unas trampas caseras que pusimos
para cazar martinetas y liebres. Nunca había nada pero era algo que hacer. La
luna estaba enorme y redonda, como el cultrun de plata de la canción… Daba
mucha luz y Tapi me tocó la mano y cuando lo miré, empezó a hablar a lo loco. -
“No… No…” –le dije- “¡No voy a ayudarte a buscar a los pumas…! Sí, ya sé que te
encantan, ¡pero no voy a ir con vos! ¡Estás...!...” –y le hice el signo del
tornillo que se cae de la sien. Como Tapi no paraba, me fui. Al rato, una pluma
me acarició la mano y Tapi se sentó al lado mío, hundiendo el colchón. Mi
Tablet daba luz y Tapi habló rapidito. Una disculpa, una explicación a medias y
un “Quiero ver a los pumas… de lejos aunque sea.” Y se fue.
-
Al día
siguiente todo el mundo por what’s up, hablaba de la cacería de los pumas y
cómo se acabó cuando saltaron el alambrado medio caído que marcaba el campo
abierto. Tapi desayunó y se fue a la pieza. Teníamos clase de Naturales y
hablamos de los pumas, del Covit19 y de cómo la Mapu, la tierra, había
recuperado vida a partir del cese de casi todo. La profe tuvo que pararnos
porque queríamos buscar a los cachorros y llevarles comida. Aunque Daniel, el
idiota que por hijo del gerente de la compañía se creía un tipo de mundo cuando
más de las playas de Brasil no había pasado, dijo que serían una hermosa
alfombra. Tapi se volvió loco: empezó a tocar todos los sonidos que indicaban
intervención, a hacer luces con un tablero que mi primo le había hecho en el
taller de electricidad… y al final apagó la pantalla.
-
-
“¡Miaauuuuuu miaurrr!” – El maullido-alarido-rugido deprimido latigueó en el
frescor del cañadón y unos pájaros que trinaban a tope, aumentaron el volumen y
con la discordancia más atroz, gritaron su repudio. – “¡callate, cachorro
irreverente! ¡Cómo se te ocurre irrumpir en nuestra sinfonía!” –“¡Já! ¡Mirá,
che! ¿Quién sos? ¡¿Quién te creés que sos?” ¿¿Mozart? Stravinsky? Ah, ¡ya sé!:
¿vos no componías para los Guachiturros? ¡Já já já já jáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
¡Ay! ¡Mami!” – “¡Silencio, Agus! Callate, pichón.” – Mamá puma le dio a Agus un
empujoncito y se puso adelante, por si a esos pajarracos que sonaban a banda de
heavy metal se les ocurría atacar a Agustín al estilo zeros en aquel desastre
de la Segunda Guerra… ¿cuál había sido? No importa. Por suerte, los plumosos
habían vuelto a su desconcierto de eso que llamaban trinos y mientras ella
estuviera ahí, a Agustín y a Àsa nada ni nadie les haría mal. Agustín –obvio
por Pichot, el capitán del equipo de rugby-, era un atolondrado y por eso
estaban ahí, tan cerquita de los hombres y con Àsa… Àsita, que tenía un olfato
increíble pero que no podía compensar el problema de sus ojos, porque un puma
precisaba buena, excelente vista y Àsa no veía a más de cinco metros y con el
viento en contra, estaba peor que un piche. Al menos el piche podía intentar
mimetizarse con la greda, le dijo el viejo Saúl, un piche que de tan viejo, no
le temía y le enseñaba a Àsa a sentir con la almohadilla de las patitas, cómo
se sentía la tierra y qué contaba. En eso pensaba Lara, que de alguna manera
hay que nombrar a mamá puma, cuando Àsita se largó rodando por el caminito,
cerro abajo, ronroneando Una mancha marrón arena mojada la siguió y con un
maullido ronco, Agustín fue atrás de ella. Lara se asomó por el borde del
camino y…casi rueda también, pero de pavor. Un hombre, un cachorro de hombre
estaba jugando con sus cachorros. Se reía pero sin ruido. Eso fue lo que
paralizó a Lara. El chico, porque era un chico, se reía con toda la boca, con
toda la cara, con todo el cuerpo, pero ningún ¡já!, ningún ¡jí! O ¡jei! salía
de su boca. Apenas unos gorjeos como si tomara aire. El chico se sentó de
espaldas a Lara y abrazó a los pumitas. Lara se acercó… y nada. Empezó a formar
un sordo rumor en su garganta y ¡nada! Rugió en un pavoroso maullido de puma
furioso que hizo callar a todos los pájaros e insectos del cerro y Tadeo ni se
inmutó, aunque sí se quedó quieto disfrutando de la piel de los pumitas que se
habían quedado quietitos contra su cuerpo. Agustín empezó a moverse despacito y
a emitir sonidos para explicarle a Lara:
-
- “Maaaaaaaaaamá… Es Tapi. Es sordo… Y es muy
bueno…”
-
- “Sí má Escuchamos a los chicos del barrio
hablar de él. Lo quieren mucho y nosotros también.” ––Arrulló la vocecita de
Àsa. Antes que Lara volviera a rugir o tocara con el hocico a Tadeo causándole
un susto de muerte, Agus le maulló a su mamá- “¡Es fanático de los PUMAS!”
-
Tapi notó
algo porque como pudo con los dos cachorros en brazos, se giró y vio a Lara. La
sorpresa duró unos segundos. Tapi aflojó los brazos, dejó a agus y Àsa en la
arena del sendero y le sonrió a Lara. Se levantó despacito. Más bien fue
girando hasta arrodillarse y estiró la mano hacia Lara. Lara olisqueó, fue para
adelante, para atrás, se agazapó como para saltarle encima y al fin, se aflojó
y dejó que Tapi la acariciara.
-
Al rato
estaban los cuatro tirados en una curva del sendero donde la arcilla
blanquecina recibía todo el sol y entibiaba el cuerpo. Era mediodía y Tadeo
sacó de la mochila que usaba en la colonia, un taper con carne picada –mamá lo
iba a matar porque se llevó de la especial, esa sin grasa-, y le dio a los
cachorros. Lara se metió debajo de un calafate enorme donde había hecho
madriguera y comió lo que le quedaba de… No importa: comió mientras los chicos,
porque Tadeo ya era otro más de sus chicos, compartían la picada, Tapi una
hamburguesa con todo y jugo de manzana, el favorito de Tadeo.
- “Lindo chico, ¿no
Lara?” – Saúl asomaba la cabeza, que era lo único que lo diferenciaba de una
piedra, medio tapado por el calafate y su sombra- “Y parece que habla con los
cachorros. ¿Mudo no es, no?, pero dicen que sólo habla con signos.”
- “¿Lo conoce? No sé de
qué me extraño, Saúl. No sé cómo explicarlo… No dice pero habla. Y esos dos lo
entienden. ¡Y yo también! No sé cómo pero también…”
- “están todos muy
preocupados por ese bicho que ni un puma puede ver, ¿no es cierto, Lara?” –
“Sí. Muchos humanos han muerto y nadie, ni los científicos logran entender cómo
funciona… Tapi dice que lo único bueno es sentir respirar a Mapu sin tanta
flema…” – ambos rieron bajito- “Y ver el cielo limpio, sobre todo en las
ciudades grandes. Sus primos viven en Buenos Aires y tiene amigos en Estados
Unidos y cuentan que ven el cielo estrellado, estrelladísimo en vez de que el
smog se pegue al cielo.” – “Y de nosotros, los bichos que se ven… ¿qué dicen?”
– “Tadeo dice que de los zorros, mientras no le roben gallinas a esa vieja
horrible que le tiró zapallitos a Àsita, todo bien. Y del resto… Hay veda por
el virus y este año que nos cacen no es nuestro problema más grave, don Saúl.”
– “¿Ah no?” – “No. El problema más grave para todos, es que si se vuelve a lo
de antes, Mapu en seguida va a enfermarse y aunque esta tregua ayudó a que se
enfriara un poco, a que los glaciares frenaran algo el ritmo de derretimiento,
a que los mares no recibieran tanto plástico y otras porquerías, que muchos
volvieron a hacer huertitas incluso en macetas, a cuidar plantas y a cuidar el
derroche de energía, para que toda la Mapu se recupere, falta mucho y los que tienen
el poder y pueden ayudar, sólo quieren ganar dinero, aunque estén llenos… En
fin don Saúl: que los chicos saben que esto es lo mismo que… ¿cómo dijo
Tapi?... Ah, un airecito en un canasto.”
¿Un airecito en un canasto? – “¿Airecito, dijo
el chico?-“ –socarrón, el piche sabía que la palabra había sido otra que sonaba
más fuerte- - “Bueno… Sí” –dijo Lara poniéndose seria- “Pero como no entendí si
hablaba de ebriedad o de…” –y Lara y Saúl soltaron una risa que rodó cerro
abajo.
Ayala tuvo que agarrarse del escritorio porque
no podía creer lo que por videollamada, Iara le decía. Seria, no llorosa, Iara
le decía que Tadeo fue a ver a los pumas. – “¡Carajo! ¿Y ahora qué hacemos?
Tengo a cuatro de los ocho que somos, en el control de la ruta. Dos de franco y
acá, Alicia y yo.” –Lo pensó, pero siguió escuchando a la nena. – “Comisario,
usted sabe que Tapi conoce mejor que muchos el campo. No va a perderse y yo… yo
no creo que los pumas lo ataquen. Son muy inteligentes y saben cuándo una
persona…” – “Esto no es Disney, Iara.” –La mamá estaba muy preocupada- “Pero sí
conoce bien los cerros. Comisario: ¿pueden buscarlo? Nosotras salimos ahora. Ya
le avisé a mi marido pero está volviendo del límite y tiene dos horas por lo
menos…” – “”Sí, Alicia y yo vamos a ir. Iara, ¿por dónde pensás que Tapi
agarró?” – “Por el cañadón de los calafates grandes, Fran. Martín dice que él
iría por ahí derecho a los cerros de las shelles.” – Alicia, la segunda en
jerarquía en la comisaría local, era la mamá de Martín, el mejor amigo de
Tadeo, y lo conocía casi tan bien como a su Tincho.
-
“Quédense en casa, Ceci. Muchas manos en
un plato… y si alguien más sabe, tratá de que no salgan. Te llamo.”
-
Salieron
en la camioneta que usaban para patrullar por los pozos y las estancias de la
zona. Alicia guió a Ayala por los caminos de ripio que rodeaban el barrio y al
llegar a un cartel con el logo de la petrolera que tenía los yacimientos
cercanos, que había reemplazado a la petrolera holandesa que en los ‘60 se fue
cuando Ilia canceló los contratos, Alicia le dijo: - “Pará acá y vamos
caminando. El cañadón lleva el sonido y es mejor ir despacio.” – Al bajarse,
vieron que la brisa soplaba hacia el mar, lo cual podía favorecerlos si los
bichos estaban en los cerros, como les había avisado un vaqueano un par de días
atrás. – “Mirá” –dijo Ayala- “Parece que Tadeo tira basura después de todo.” –
“No Fran. Hace como los misioneros salesianos en Comahue: si allá brotaron
manzanos ¿por qué acá no?” – “¿Vos viste esta tierra? Greda pura.” – “Sí,
claro. Pero de última, es abono. Y eso es mejor que bolsitas o latas de
cerveza. ¿O no?” Ayala no dijo nada. Venía de la capital de la provincia
buscando paz y alejarse de la política y, aunque la política estaba en todos
lados, paz sí había. Acostumbrarse a la onda verde era una buena costumbre y
sus chiquitos ya eran fanáticos y separaban todo para reciclaje ¡y hasta hacían
compós!
-
Siguieron
caminando despacio, tratando de no hacer ruido hasta que el cañadón fue
abriéndose. Bajaba hacia el sur casi como llano, salpicado de matorrales
cobrizos; Hacia el norte, iniciaba una ladera gredosa, con duraznillo, tunas,
calafates enormes. A media ladera, donde la arena era más que la arcilla, Tadeo
acariciaba ¡a dos cachorros de puma! El viento torció apenas y retornó al rumbo
anterior, pero los zorros que espiaban al chico desde un duraznillo enorme
cerca de la base del cerro, sintieron a los humanos y con un gañido más perruno
que zorruno, advirtieron a todos los bichos que habían ido rodeando al trío.
Primero con temor, con mucha curiosidad, y al final con una ternura que los
ganó a todos: cuises, piches, zorros y hasta los pajarracos que Agustín
hostigaba, fueron acercándose para ser testigos de eso maravilloso que era ver
a un chico, a un cachorro humano, así comprendían a los pequeños humanos, que
conocían, porque de Tapi sabían todos: era centro de las charlas de los chicos
que siempre salían a recorrer el cañadón y ahora lo tenían ahí, y empezaban a
entender por qué aunque zorro gañía, el chico, si estaba solo, no reaccionaba,
pero sí lo hacía si al sacudir los matorrales, percibía sombras o el aire lo
recorría o algún olor distinto se le metía en la nariz. Tadeo no los
identificaba… aunque ahora, Àsa y Agus ya le habían explicado algunos. Un refusilo
de sombra cruzó a Tadeo y Lara se plantó un poco más abajo, en posición de
ataque. Los zorros, en un rapto de audacia, se escalonaron entre los chicos y
Lara, como haciendo la retaguardia y los pájaros… Empezaron a formar algo así
como un rumor de tormenta que bajaba y subía como los gemidos del viento. Los
cuises se prepararon a rodar y jugar con esos dos humanos al “¿A que no me
pisás?”. Don Saúl y otros piches se quedaron piolas, aunque por ahí, por si
hacía falta ser Rollings Stons.
-
- “¡Pará
Fran! Está bien… Y sí, es de locos, pero mirá cómo están los bichos… ¡Ni se te
ocurra tocar la 38! ¡Dejala, no va a hacer falta!” – Tapi los había visto.
Había empujado a los pumitas atrás y Agus y Àsa asomaban por sus costados. Dio
dos pasos bajando, pero un zorro plateado lo topó suave, frenándolo. Tapi bajó
la vista, sonrió y empezó a agacharse como para acariciar al zorro, pero el
zorro le dio un sacudón con su cola espumosa y con el hocico, señaló abajo.
Tapi entendió. Miró a los policías que avanzaban muy lento… hasta que Alicia
puso una cara… Los cuises zigzagueaban, iban y volvían entre sus pies y los de
Ayala. Ayala miraba sin poder creer cómo esos ratones grises que los gatos
cazaban for sport, ejecutaban con ellos un loco juego de billar, donde no se sabía
si él y Alicia eran paño, buchacas o bolas, porque los tacos eran los cuises,
eso era seguro. ¡Y qué bien jugaban los turros!... Como Paul Newman en esa
película… ¿El color del dinero, era? Volvió a tierra de golpe, cuando olió a
puma, zorro… Tadeo no paraba de hacer signos.
-
–“Alicia… Mejor mirá a Tadeo; yo todavía no le
entiendo…” – “Agus, ¿Agustín?... ¿Asa? ¿À.sa? ¡Ya, Tapi! ¡Como Àsa Larsen!”
–Alicia soltó una carcajada, no pudo evitarlo y miró apenas a Fran y le dijo:
-¡La cachorra se llama como una autora sueca de policiales!... ¡Fran! ¿No
leíste policiales?”
-
–La cara de Fran sugería que no cazaba una, pero
la cosa era, creía Alicia, bajar la tensión, mostrar que ellos no eran amenaza
para los pumitas y que Fran entendiera también que ningún bicho lo era para
Tapi ni para ellos. Ella ya lo había entendido porque Lara estaba lista, pero
no mostraba los dientes ni las garras: las tenía bien hundidas en la greda.
Lentamente fue subiendo las manos:
-
– “Subí las manos Fran. Lejos del arma y dejame
hablar con Tadeo y… ¿Lara?, con Lara.” –“¿Lara…? ¿quién?...” –“La puma, Fran,
la puma se llama Lara.” – Ayala se dijo que eso no era Disney, ni los cuentos
de Gustavo Roldán, pero que si la pandemia lo estaba volviendo loco… Mejor
estar ahí, hablando con un puma, una puma, que escuchar al ministro ordenarle
avanzar sobre las maestras y los y las profes que cortaban la ruta, reclamando
sueldos atrasados y recomposiciones salariales. Iba a tener que ver a su cuñado
que era psiquiatra… ¡porque Lara resbalaba por la ladera y parecía que… que
dialogaba con Alicia! ¡Jesús, maría y José!, como decía su bisabuela cada dos
frases cuando le contaba de la Guerra civil española. Estaba como para ir
derecho a la Sala 7 del Hospital Regional ¡y con camisa de fuerza! – “Bueno”, -se
consoló- “Alicia va a hacerme compañía y a lo mejor, me presta esas novelas…”
-
Lara ya
estaba ahí, justito en frente, pero ni bolilla que le daba. Se había frenado
delante de Alicia y Alicia… se había acuclillado y parecía que ¡se entendían!
Camisa de fuerza o mariguana, ya cualquier cosa era posible. – “Ali… Aliii…” –
Fran no podía hablar. –“¿Vas a darme parte? o… porque si me van a morfar,
preferiría saberlo.” – Alicia se largó a reír y cuando pudo hacer signos, algo
pasó en el cerro. Fue como una ondulación, como un sonido azulado que fue y
volvió y se deshizo como el merengue en la boca. Alicia se giró y tratando de
contener la risa, le explicó:
-
- “No, Fran, no van a comerte. Manuelita les
contó que vos evitaste que mataran a Lara el año pasado, ¿te acordás? Cuando
fuimos al Moye, esos perros abandonados que mataban ovejas… además,” – Alicia
lo miró para calibrar su reacción- “tus cachorros le dan comida a Àsita, la
pumita está casi ciega.” – Ayala no supo qué lo impactó más: que los pumas
identificaran a sus chicos, que sus hijos les dieran comida, o que esa tortuga
bautizada nada originalmente por su mujer, tuviera tan buena opinión de él, que
era el encargado de buscarla cuando se iba de farra por el barrio. O que la
pumita estuviera casi ciega. – “Y también olés muy bien…” – Alicia tuvo que
taparse la boca para ahogar la carcajada. – “Menos mal que soy limpito.” –soltó
Ayala a media voz. – “Y que tu mujer tiene una nariz de oro para las
fragancias…” –completó Alicia. Ambos se sonrieron; recordaban cuando él le
mostró un perfume carísimo que le había parecido… sensual, pero que Alicia le
mandó cambiar porque – “Tu mujer te va a sacar con cajas destempladas y te va a
cambiar la cerradura. Para vos, maderas y selva suave, Fran, no flores de
velatorio.”
-
Un
silencio rumoroso observaba ese “Hasta luego” que Tadeo y la familia de pumas
estiraban. Tadeo clavó los talones en la greda y aguantó el peso de Lara; la
puma, en dos patas, se apoyaba en los hombros de Tapi, aunque apenas con un
cuarto de toda su carga que el chico no podría soportar. Rozó con su cabeza
perfecta la de Tadeo y Tapi la abrazó. Con esos sonidos que Lara ya reconocía,
le dijo algo. Se separaron, Tapi se agachó, abrazó a Agustín y a Àsa y
saludando a zorros, piches, cuises y pájaros con signos, se largó ladera abajo
y no paró hasta la tierra enyuyada de la base. Le hizo unos gestos a Alicia que
ella le tradujo a Fran: - “Dice que Lara te agradece lo del veterinario para
Àsita y que te…” –Tadeo, mirándolo de frente le había hecho un gesto que no
precisaba traducción; su interpretación era unívoca. Fran dijo casi murmurando:
- “… que me meta la 38 en el cu…, ¡Dejá, Alicia! ¡Hasta este cana bruto
entiende eso! Mirá vos al mocito, había resultado pícaro el sordito.” – tapi
abrió la boca y emitió un asomo de risa que en los ojos y la cara fue absoluto.
– “Andá para la camioneta que yo le aviso a tu mamá que te llevamos. Sí, a Iara
también. Caminá que te seguimos.”
Mientras volvían siguiendo a Tadeo, Ayala le
dijo a Alicia:
-
- “Esto ¿no pasó, no? Algo nos pusieron en
el café… La María que cultiva tu marido para la epilepsia de tu sobrinita…” –
Sacudió la cabeza y concluyó- “Voy a decirle a Santiago si puede atender a una
cachorra de puma que está casi ciega. Él y Marisa hicieron prácticas en el parque
de San Juan y había pumas… y después, cuando estuvieron en Montana, pero
¿esto?...”
-
- “No te preocupes, Fran. Si terminamos en la
Sala 7, ya sabemos cómo calmar a las fieras… Suygeneris y Confesiones de
invierno para empezar…”
-
– “Y después, Humo sobre el agua ¿no?” –Se
rieron y alcanzaron a Tadeo, que apoyado contra la puerta de la Ranger, movía
los dedos sin parar sobre la pantalla del celular: ya había contado todo y
cuando llegaron a su casa…
-
Mamá y
papá piensan que comí duraznillo u otra cosa que me hace delirar. Iara y Cami
dudaron un poquito, al principio, hasta que les mostré la selfie que me saqué
con Lara, Àsa y Agustín “Pichotito”, le dije a Agus que así lo llamaríamos y
que voy a hacer un montaje con la foto del gran Pichot y él en el centro de su
camiseta de los PUMAS. Ya casi está. Tenemos que imprimirla en una camiseta ni
bien volvamos… vuelva esa normalidad de la que todos hablan, pero que ya no
será normal para nadie. Santiago y Marisa que son nuestros tíos, no caen aún.
No entienden nada, pero ya están averiguando, consultando a colegas de la
universidad, a expertos de Estados Unidos y México, si es posible curar o
aliviar a un cachorro de puma de una ceguera causada por lo que creen, es algo
así como una catarata. Sólo vieron las fotos que saqué, pero como la pandemia
ya da para cualquier cosa, es un ejercicio hipotético interesante. No sé si
hipotético sirve, pero si algo sale… Ya no salimos tanto. Está nevando
bastante, mucho a comparación de los últimos años. Mamá dice que desde que éramos
muy chiquitos, un año más o menos, no caía tanta nieve. Pichochito y Àsita
están cómodos y calentitos en la casita de madera que papá y tío Santiago nos
regalaron a Iara, a mí y a mis primos cuando cumplimos tres años. Está entre
los dos terrenos, compartimos un seto vivo de laurel, cedrón, álamos y frutales
mezclados con rosales y retamas y ahí, al fondo, entre lilas lilas y blancas y
amapolas dobles, rojísimas y margaritones enormes y campanitas azules en el
verano, está la casita. Mis… nuestros pumitas entran y salen por una puertita
batiente que está para un perro chico o un gato grande, que por ahora eso
parecen los dos. Lara precisa la puerta, así que se la dejamos entornada. A la
noche viene y se queda con los cachorros, y se va antes de que alguna chata que
va a mantener los pozos se la cruce. Vemos sus huellas sobre la nieve. Saco
fotos y las borramos. Es una pena. Son tan lindas… Al idiota de Daniel le
dijimos que si sigue pensando en alfombras, vamos a decirle a Lara que se
almuerce a su Dogo que es hermoso, pero tan idiota como su dueño y eso lo
calmó. ¡Hasta trae comida para los cachorros! Por ahora dejamos que Boby, hasta
le puso un nombre idiota, bien de perro de serie de los ’70 dice mamá, dejamos
que el dogo se los coma, por si acaso… Pero Agus dice que la carne está limpia
y huele “¡Humm!, Tapi: de maravilla.” Con los chicos del grupo pensamos mucho
en lo que vendrá. Cómo cuidar al planeta sin que eso deje más pobreza… y
hambre. El COVIT19 no para y ya se teme que cambiará de año sin que la vacuna
aparezca. Todo está parado. Hay trabajos que siguen, pero la desocupación
crece. Papá y mamá son profes universitarios y dan clase por SUN, Jitsy o Met,
y aunque la conectividad es espantosa, desde que los loros se fueron, ya no
tuvimos sobrecargas en las líneas. Los pájaros me contaron que esos chillones
son tan creídos que, incluso viendo a sus compañeros como en parrilla, tiesos
en las líneas de alta tensión, “¡No la entienden, Tadeo!, ¡No la entienden y
siguen haciendo la de esos tipos que caminan en el circo! ¡y encima, si caen
como piedras, dicen –los que quedan volando, porque el que cae fue derechito al
limbo de los loros, que están haciendo la “Gran Charley García”. Vos sos muy
chico, pero seguro tus papás saben. Cuando Charley se tiró por la ventana de un
hotel en Mendoza y cayó en la pileta. Pero los loros no son Charley… ¡esos sí
componían para los Guachiturros, ¿sabés chiquitín imberbe?!” Nunca le van a
perdonar a Agustín su crítica musical. Bueno… Estoy practicando a hablar. Por
ahora sigo más con las manos que con la voz. No me sale tan horrible como a
otros sordos, pero me cuesta controlar el volumen y no sé si alguna vez podré
con los tonos. Iara y cami me explicaron que los tonos son como los colores en
esas pinturas que mi abuela explica, es crítica de Arte, y a veces, destroza
con palabras. – “Vamos de a poco, Tad.” – me dice Cami y yo me quedo colgado de
sus palabras… y me encanta que me diga “Tad”. Es la única que puede llamarme
así… Fran y Alicia pasan siempre. Ya juegan con los cachorros y Manuelita, que
ya no se sabe qué tipo de tortuga es porque parece que iverna a medias, les
pasa los informes a los zorros y los cuises. Lara conversa sólo con Saúl y ya
se sabe, los piches son como los curas o los rabinos o los psiquiatras: todo es
confidencial. Así que la Manuelita es la propaladora y le encanta. Ahora ama a
su comisario que le canta La reina Batata todas las noches. Fran le canta a
Lara, la bebé que nació en plena pandemia. Y sí; era el nombre que pensaban
pero la puma terminó de convencerlo. Alicia le prestó las novelas de la Larsen
y está fascinado. Tiene ganas de escribir. Mamá le sugirió talleres de
escritura. Me están llamando a cenar. Iara me tocó los hombros cuando se
aseguró de que la pantalla la había reflejado. Conoce todos mis secretos y sabe
que empecé a escribir un archivo con todo lo que pasó y va pasando. Es
demasiado para procesar y escribir, sobre todo lo que no puedo ver o tocar,
está bueno. Quizá sea escritor… O si la inclusión avanza, haga reportajes para
el National Geographic Magazzine. Àsa dice que ella me dará la opinión del
pueblo salvaje. Por ahora lo que quiero es que los científicos liquiden a ese
virus mutante y podamos volver a una normalidad renovada, más armónica, más
cerca de Mapu. Y que Mapu esté mejor. Curada no. Para eso necesitaríamos ser
más pumas y cuises y menos humanos. Dejo acá porque después de cenar tenemos
partido. ¿¿Que no hay fútbol? ¿Y quién dijo fútbol? ¡Rugby! Bajamos de la red
un partido de los PUMAS con los ALL BLACKS, el mejor equipo del mundo. Los
neozelandeses son una masa, no hay con qué darles. Papá encontró ese mach del
siglo pasado en el que los mellizos Lanza, le metieron un try que fue como el
gol de Maradona a los ingleses, el de “la mano de Dios”. Dardo Ferrari relatando
ese try es como Víctor Hugo con su “…¡barrilete cósmicoooooooo!”), es muy
auditivo pero Iara y Cami haciendo mímica –y sospecho que gritando- son
divertidísimas y no me resisto a sus monerías). Y Pichotito tiene que formarse
y maúlla como loco cuando todos en video llamada soltamos el grito de los
PUMAS: “¡Ch, CH, PUMAS! ¡CH, CH, PUMAS!”.
Autora: Karina Edith Belmes Diadema Argentina. Comodoro Rivadavia.
Argentina.