Carta a un niño con discapacidad.

 

Hola, muy buenos días. No te conozco, pero sé que estás ahí, escondido en algún salón, en alguna habitación o en algún rincón de la casa que te vio nacer. No te conozco, pero sé que estás allí, oculto en los pensamientos de tus más cercanos familiares. Te han arrojado al cajón de los recuerdos y pretenden pensar que no existes. No te conozco, pero sé que estás presente, vibrante, vivo, para amar al mundo que te recibe.

Yo llegué antes y he vivido más tiempo que tú y puedo decirte, que no todo lo que brilla es oro…. Aquí el tiempo y la experiencia enseñan y limpian la conciencia.

Quizá no te acuerdes que cuando el Padre Creador te concibió en el vientre de tu madre, tú y Él previamente, tenían un plan establecido.

Tú aceptaste enfrentar este mundo hostil y lleno de inequidad, con la adversidad por delante… nada es fácil, pero eso elegiste desde el momento que el pensamiento de Dios te creó y tus padres humanos te concibieron.

Viniste a este mundo físico con un bagaje incompleto. Lo que te faltó para funcionar como funciona la mayoría de las personas a las que se les considera normales, no es por error divino… Dios es perfecto y en su perfección nunca jamás se equivoca.

En su diseño perfecto puso en ti los elementos necesarios para que el mundo que te recibe, aprenda que el amor, es la fuerza universal que todo lo puede, todo lo logra y no acepta devoluciones.

Lo que llaman normal no te excluye, solo porque te falta algo que la mayoría tiene. Para Dios no hay excepción alguna… todos somos iguales a sus ojos.

Así que no te sientas menos por ello. Concuerdo contigo que el camino no será fácil y, sin excepción, todos tenemos cualidades y debilidades; unos más que otros, creo, pero todos tenemos un trabajo que desarrollar el tiempo que duremos en este plano terrenal.

Eres entonces, normal conforme al diseño de Dios…. Pero con frecuencia escucharás que los humanos, tus iguales, te llamarán discapacitado…. En realidad no lo eres, eres una persona como cualquier otra, con otras capacidades que de ti dependerá desarrollar siempre y cuando encuentres en tu entorno, personas dispuestas a facilitarte las cosas.

La palabra discapacidad que hoy está de moda, antaño fue representada por otras palabras como incapacitado, incompleto, minusválido, retrasado, que sé yo… tantas acepciones que las personas con esta condición física, recibieron en el pasado.

Hoy se acepta la palabra discapacidad para identificar a un grupo de personas a las que las circunstancias de vida les ponen en desventaja y desigualdad para elegir, participar, crecer y desarrollarse en igualdad de oportunidades con y como los demás.

La palabra discapacidad viene del latín y etimológicamente se compone de dos partes: un prefijo que es “dis” y la palabra “capere”.

Dis, significa divergencia o separación. Y capere, se refiere a dar cabida… en consecuencia discapacidad es: “no dar cabida”.

¿Qué paradoja, no? Si discapacidad es no dar cabida, entonces cuando una sociedad no da cabida… ¡La discapacitada es la sociedad!

Discapacitado, más que una definición, un concepto ético, médico o científico, es una categoría moral con funciones de disciplina, normatividad y estigmatización, cuyo único objetivo es el control social.

La “Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad”, aprobada por la ONU (Organización de Naciones Unidas) en 2006, establece que se les debe definir como “personas” con discapacidad.

Ahí está la estigmatización de la definición, cuando decimos… es un “discapacitado”, cuando deberíamos decir: “persona con otras capacidades”, privilegiando “persona” en términos Kantianos… por ser persona, tiene dignidad y no precio; es sujeto y no objeto, es un fin en sí mismo y no un medio.

Por lo que el “discapacitado”, en tanto que es desigual, se convierte en peligro y riesgo para la armonía del conjunto. Esto quiere decir, que las diferencias se construyen en las desigualdades y de ahí a la discriminación, solo hay un paso…. Como las discriminaciones “naturales”… porque cuando la discapacidad se naturaliza, cuando la discapacidad se generaliza, cuando la discapacidad se normaliza, no se les considera problema y solo sirven para calmar algunas conciencias.

Pobres siempre ha habido, paralíticos también, locos y ciegos… para que decir más. Se invoca la naturaleza humana, lo cual es un “oxímoron”: porque si es humano, no es natural y si es natural, no es humano… ya que lo humano, en tanto que es humano, es ontológicamente social.

Otra discriminación subliminal de la que serás sujeto, es el paternalismo político y social… el cual, no solo no evita las desigualdades, sino que las legitima y las reproduce. Cuando dicen por ejemplo, “capacidades diferentes”, están señalando al “diferente”. Estos eufemismos tienen mucho de lástima y muy poco de respeto.

Claro que la discriminación no es de ahora. En la cultura griega del siglo de Pericles, la ética se asociaba con la estética, a tal punto que Platón en su libro La República, ordena que los médicos: “se limitarán al cuidado de aquellos con cuerpo sano y alma hermosa y se castigará con la muerte, a aquellos con cuerpos deformes y alma malvada”.

Esparta implantó una estricta eugenesia destinada a lograr niños sanos y fuertes. Al nacer, el niño era examinado por una comisión de ancianos sabios que determinaban, si era hermoso y de constitución robusta. La costumbre era: dejar una noche al recién nacido, desnudo, y en el hueco de un escudo de bronce… si a la mañana siguiente había sobrevivido, era recogido, protegido y entregado a su madre, que cuidaba de él hasta los 12 años, edad en la que más tarde, empezaría su educación militar. En caso contrario se le llevaba al Apótetas, una zona barrancosa de rocas y peñas al pie del monte Taygeto, de donde se le arrojaba al vacío junto con otros recién nacidos, deformes o minusválidos… de este infortunado fin se liberó Homero que nació ciego, de lo contrario no existiría la Ilíada ni la Odisea.

Pensarás: ¡Qué bárbaros!

¿Pero a caso no seguimos construyendo nuevos montes Taygetos, cuando no ponemos rampas, cuando no colocamos pasamanos, cuando no instalamos señales acústicas para las personas ciegas, cuando la educación básica discrimina a las personas con otras capacidades, cuando el 65 por ciento de las personas adultas mayores carecen de cobertura en sus necesidades más elementales? ¿Cuando? …

¡Cuando! … La lista es interminable.

Pero no te aflijas, no te agobies, no estás solo… yo estoy contigo. Te acompaño y te comprendo.

Has de saber que a diferencia de ti, yo no nací con una discapacidad, pero la adquirí después. Los que formamos ahora el colectivo de personas con discapacidad, la mayoría la adquirimos a lo largo de nuestras vidas… nadie está exento de formar parte de este selecto grupo. Si malo es no tener, peor es tener y perderlo. No eres único, hubo otros antes que tú, los hay y los habrá por siempre… y te lo digo yo, que he vivido más tiempo que tú.

La discapacidad no te incapacita para crecer y desarrollarte como cualquier persona, considerada como “normal”. Lo que en realidad nos incapacita para funcionar en este mundo terrenal, es el entorno en el que nos desarrollamos. Si logramos modificar este entorno, si logramos hacerlo amigable para nosotros mismos, podremos entonces, volar en lugar de caminar, caminar en lugar de gatear, ver en lugar de oír, oír en lugar de ver, pensar en lugar de memorizar, y todo aquello con lo que sueñes, estará a tu alcance… y te lo digo yo, que he vivido más tiempo que tú.

Debes recordar que, en relación con nosotros mismos, son más las cosas que nos unen que las que nos separan. Más que buscar la perfección, valorar la debilidad. Dios nos hizo débiles no para lamentarnos, sino para necesitarnos. No permitas que nadie te tenga lástima, que no es lo mismo que compadecer, por lo que acepta la ayuda que te ofrezcan y si esta no se te ofrece, entonces pídela. Pedir no es malo, pero hay que aprender a recibir.

Existe la ética de la solidaridad entre todos nosotros, personas sin o con discapacidades. Esta ética no es, nada más ni nada menos, que el ver en esos rostros, rostros tan humanos y tan queridos, como nuestros propios rostros.

No se trata de hacer por el “otro”, ni se trata de hacer con el “otro”. De lo que se trata es de facilitar y posibilitar para que el “otro”… ¡Pueda hacer lo que “quiere hacer”!

Ahora ya nos conocemos, sé que estás ahí. No te olvido ni te olvidaré, no te desecharé al cajón de mis recuerdos. Te tendré presente, vibrante, vivo, sabiendo que amas al mundo que te recibe…. Y te lo digo yo, que he vivido más tiempo que tú.

¡Seas pues muy bienvenido!

 

 

Autor: Dr. Jorge García Leal. Acapulco, Guerrero, México.

garcilejo@hotmail.com

 

 

 

                              

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