Textos breves

 

..Las ganas de aprender.

 

Yo era una niña muy delgada.

Había cursado mi escuela primaria en uno de los excelentes colegios de aquella época llamado “Arístides Villanueva”, ubicado en el centro de la ciudad.

Pero en sexto grado, que antes era el último de primaria, nos tuvimos que mudar a Godoy Cruz.

Allí tuve que concurrir a una escuela que funcionaba en EL Municipio de ese departamento porque no tenía local propio. Eran épocas muy duras de pobreza, éramos cuatro hermanos para enviar a la escuela.

Recuerdo que yo no tenía zapatos…

Entonces lo mejor que se nos pudo ocurrir con mi madre fue que me pusiera unos zapatos de ella.

Eran con un taquito y me quedaban grandes, por supuesto...

Me ponía unas medias can can que también eran de ella, me las retorcía con un nudo arriba de la rodilla, todo era muy gracioso, imaginen mis piernitas tan flacas en los zapatos grandes…encima a cada rato se me torcían los tobillos pues no sabía caminar!

En la escuela escondía los zapatos abajo del banco…

Mi mamá me decía: aguante hija ya le vamos a comprar… ¡Y un buen día me los compraron! Casi al terminar el año.

Eran de color marrón, eran tan baratos que parecían de cartón.

¡Pero yo estaba tan feliz con mis zapatos nuevos! salí abanderada, porque aprendía fácilmente.

¡Qué felicidad tenía cuando abrazando a mi bandera miraba el rostro humilde de mi madre amada!

En aquellos momentos pasé situaciones muy incómodas con aquellos zapatos.

¡Hoy con mi hermana al recordarlos nos reímos a carcajadas!

Las medias con nudos, los zapatos en las piernas tan flaquitas…

La pobreza te hace pasar muchas cosas, pero te dignifica y a veces te da tanta sabiduría…

 

 Aquellos días…

 

Días aciagos, días inciertos, grises, oscuros de tormentas subterráneas, sin agua ni vidrios empañados.

Yo era tan joven, en mi vientre anidaba una vida preciosa, que con mucho amor esperábamos Juan Carlos y yo, ¡amor, amor para siempre!

La casa era solariega, de tipo antiguo, altas galerías con mamparas de colores.

Era una tarde apacible, de color amarillo suave con un tinte rosa, ¡Papá!, estábamos en el living. Siempre nos habíamos amado tanto…

¡Todavía tengo el sillón aterciopelado! Recuerdo que estaba tejiendo una batita para mi bebé… Me miraste a los ojos, y empezaste a decir, con cautela, con lentitud, que tus días, eran pocos, que me amabas, no pude seguir escuchándote, el tejido rodó por el terciopelo... ¡Papá!, me seguiste a mi dormitorio…nos abrazamos tanto y lloramos, lloramos sin hablar, nunca más hablamos hasta el día del adiós…

He guardado aquel día en mi alma, ¡es mío, es único, está intacto!

Y en el sofá de terciopelo, quedó colgando un saquito de lana azul…

 

 

El otro ángel

 

Estaba acurrucado en ese vértice inferior de este lugar, acurrucado, reflexivo, invernado como ese aire gélido que mueve las ramas secas de esos bellos árboles alilados…

De pronto, detrás de mí, sin que nadie lo percibiera, manos cálidas me tomaron de las alas, en aquellas dimensiones en aquellos mundos paralelos, no sé cuánto tiempo viajé, ciertamente tal vez milésimas de segundos, velocidad de la luz…

Vi ¡tanta maravilla alrededor…vi luz de bondad en los ojos, vi la clorofila y el oxígeno en el espacio…vi la génesis del mundo sin deteriorar, vi seres humanos de verdad, sin máscaras, vi niños sin hambre ni orfandad ¡

Después…regresé a mi vértice derecho, pero si me observan bien notarán que tengo una sonrisa de esperanza para el mañana…

 

Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.

 

 

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