Luna de miel en cuarentena

 

Todos recordarán al 2020, como un año espantoso, jamás vivido y es que no se lo podría recordar de otro modo.

Sin embargo, aunque parezca increíble, a mí me ha favorecido esto de la pandemia mundial.

¡Estoy viviendo mi segunda luna de miel en cuarentena!

No soy una joven, ni tampoco una mujer de mediana edad, como quizá habrán imaginado.

Es un regalo más que merecido que me brinda la vida por más de medio siglo de amor constante.

Lo conocí en la empresa donde ambos trabajábamos. Raúl llegó para ocupar el puesto de gerente de ventas y yo como empleada en la oficina de compras. Los dos ingresamos casi al mismo tiempo.

Fue para mí un amor a primera vista, quedé prendada de su apuesta figura y de su encantadora sonrisa desde el primer momento en que lo vi. Buscaba cualquier excusa para verlo y de ser posible tener la oportunidad de cruzar algunas palabras.

Creo que todos advertían mi atracción hacia Raúl, menos él. Me trataba con la misma cordialidad, con la que trataba a todo el mundo.

Era la única que no lo sabía o quizá no quería darme por enterada, como si ignorar algo fuera suficiente para evitarlo.

Se le había declarado, como se decía por aquellos tiempos, a la secretaria del gerente general.

No terminé de convencerme hasta que se corrió el rumor de su inminente casamiento.

De inmediato todos se avocaron a prepararles la despedida de soltero para ambos.

Por supuesto que pretextando un problema de salud de última hora, no asistí.

La empresa multinacional, comenzaba su expansión en Latinoamérica y decidió abrir dos nuevas sucursales, una en Chile y la otra en Perú.

El flamante matrimonio junto a su pequeño hijo, fueron trasladados a Lima, para que Raúl se hiciera cargo de la presidencia del directorio. Aceptó con la condición de que una vez que la empresa estuviera en marcha, quería regresar a la Argentina.

Sin embargo no fue así, pasaron los años, allí fueron naciendo, casi uno tras otro sus demás hijos, dos varones y una mujer.

Mientras tanto mi vida continuaba monótona en Buenos Aires. Tuve alguno que otro pretendiente y un noviazgo que culminó a poco de empezar.

Me enteré que las cosas entre Raúl y su mujer no andaban bien y que estaban a punto de separarse.

Por encargos de la empresa comenzó a viajar cada tanto a Buenos Aires.

Ocasiones en las que empezó a visitarme.

En mí, seguía intacto el amor de juventud, él creo que se sentía demasiado solo.

La resolución del divorcio, le llegó más rápido de lo que esperaba. Casi al mismo tiempo logró su definitivo traslado a buenos Aires.

No tenía vivienda en esta ciudad, por lo que decidimos que se quedaría a vivir en mi departamento.

La buena convivencia duró poco. Hasta entonces desconocía su carácter irascible. Las discusiones se volvieron cada vez más frecuentes y sus gritos llegaron a molestar a los vecinos.

Pensando que nuestra relación podría mejorar, proyectamos un viaje. Hicimos un recorrido por España, Francia E Italia.

A nuestro regreso comprobamos que nada había cambiado. Se compró un departamento en una de las zonas más coquetas de la ciudad y se fue a vivir allí.

Dejamos de vernos. Pasado unos pocos años una mañana sonó el teléfono. Era él, no lo reconocí. Había sufrido un accidente.

Toda su familia residía en el exterior.

Nuevamente renacía en mí la esperanza. De inmediato fui a verlo. Una vez repuesto se reanudaron nuestras relaciones pero cada uno viviría en su casa.

Sin embargo Por primera vez comencé a sentir que la llama del amor en mí se iba apagando, hasta que un día se lo dije, al parecer no se sintió muy afectado. De común acuerdo decidimos mantener una amistad.

A pesar de los años, no dejaba de ser un hombre atractivo. Había una que otra mujer interesada. Una de ellas se enamoró perdidamente de él.

Se hicieron amantes al poco tiempo de conocerse.

Comencé a dudar si en realidad había dejado de amarlo, si seguía amándolo o mi sentimiento se había convertido en obsesión.

De lo que estaba segura, es, que no los dejaría vivir su romance en paz.

Entre Raúl y yo existía un pacto de silencio sobre algo que por supuesto no revelaré.

Eso me aseguraba mi permanencia en su vida mientras yo lo dispusiera así.

No dejaba de llamarlo dos veces por día, aún los fines de semana, a sabiendas de que eran los días en que ella lo visitaba.

Tampoco faltaron ocasiones en que al encontrarla, aprovechaba para humillarla. Raúl no concluía su relación conmigo, pretextando una deuda de gratitud pues había sido la persona que lo asistió durante su convalecencia después del accidente.

La relación con Lidia se prolongó por unos siete años, hasta que ella se cansó y por propia decisión se quitó del medio.

Ni bien lo dejó, las visitas entre nosotros comenzaron a ser cada vez más frecuentes.

Me encontraba en su casa, cuando surgió el asunto del confinamiento a raíz de la pandemia.

De todos modos contaba con el tiempo suficiente para regresar a la mía.

Sin embargo resolvimos de común acuerdo que permanecería allí mientras durase, lo que se denominó cuarentena y que ya lleva unos seis meses y quien sabe cuanto más se prolongará.

A pesar de nuestros achaques, sobre todo los míos, de algo estoy segura.

¡Nada ni nadie interrumpirá mi segunda luna de miel, aunque la viva en

 

Vcuarentena!

 

Autora: Úrsula Buzio. Buenos Aires, Argentina.

anagrama93@hotmail.com

 

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