Los pollos y el pajarito

 

Esta historia debe ser contada en octubre porque en el hemisferio sur es primavera y porque hay niños hermosos que cumplen seis años.

El viento chiquito, que camina despacio como una abuela muy viejita se llama “brisa”. El viento grandote que trota como un dinosaurio enojado se llama “huracán”.

 Cuando anda por el mundo el viento chiquito, las mamás dejan que los chicos estén en la vereda y ni siquiera necesitan pedirles que se abriguen; las flores no tienen que esconder sus pétalos y las olas, después de jugar un ratito con el viento se van muy tranquilas a dormir la siesta.

Pero…. Cuando anda por el mundo el viento grandote

Los árboles tratan de agacharse; los gnomos se meten en cualquier cacerola y las mamás guardan a los chicos en el lugar más pequeño y escondido que pueden encontrar.

Un día, el viento chiquito se levantó con ganas de bailar. Al principio bailaba como la tortuga Manuelita, después como un perro tonto y contento que se quiere morder la cola y, más tarde se puso a bailar rock. Tantas vueltas dio y tan fuerte las dio que se puso medio, no, medio no, muuuy loco

Por causa de la locura del viento las montañas se mudaron de país, los ríos y los mares se pusieron a pasear por la ciudad, las casas se elevaron tanto que algunas quedaron arriba de las nubes y una señora que había dejado la ropa tendida la vio colgada de una estrella.

Tantas vueltas dio el viento, que se llegó a marear y empezó a sentir ganas de hacerse chiquito y de acostarse a descansar. Por suerte, el viento se pone loquito a veces, pero es muy bueno así que antes de irse a dormir quiso arreglar el desastre que había hecho.

Al día siguiente todo estaba en orden: las montañas en su sitio, los mares y los ríos andaban tranquilos y se habían olvidado de la ciudad, las casas tampoco se acordaban de haber estado tan altas, aunque algunas creyeron que lo habían soñado. La ropa de la señora que estaba otra vez en el alambre tenía unos brillitos preciosos….

Pero, cuando se hace tanto lío algo se queda sin arreglar.

Un huevito de pájaro que se había desprendido del nido no fue encontrado por el viento porque era requetepequeñito. Tuvo mucha suerte el huevito: cayó sobre un montoncito de pasto tierno y suave y allí se quedó.

Una gallina que estaba dándoles calorcito a sus huevos para que pudieran nacer los pollitos salió a buscar granitos de maíz y ¡qué sorpresa!, en medio del pastito, tan chiquitito como un grano de maíz, ¡encontró un huevito! La gallina era una maravillosa mamá y pensó:

“Este huevito necesita calor, voy a llevármelo para que pueda nacer con mis pollitos”, y, así fue. Cuando veintiún días después los pollitos salieron de sus huevos, también salió del suyo el pajarito. Era hermoso, tenía los colores más lindos del mundo y era suavecito como el calor de la mamá gallina. Y su pico era tibio y brillante como un rayito de sol.

Cuanto más crecían los pollitos, más chiquito se veía el pajarito, por eso, su mamá gallina y sus hermanos pollos lo cuidaban y lo protegían con mucho, pero mucho cariño.

El pajarito era feliz, pero sin que él mismo supiera por qué, se iba poniendo triste.

Los pollitos lo hacían jugar y le regalaban golosinas como una gotita de miel que le robaban a alguna flor distraída, o una miguita de chocolate que se le caía a algún niño que cumplía años. El pajarito agradecía todos los mimos que recibía, pero no podía ponerse contento.

Una mañana la gallina se rascó la cabeza y les dijo a sus pollitos: “creo que ya sé qué le pasa al pequeñín”. “No ha aprendido a cantar y, qué pena, ninguno de nosotros puede enseñarle”.

Esa misma mañana el pajarito salió a pasear por el bosque. Todo en el bosque le gustaba pero

Con su pico, que parecía un rayito de sol estaba acariciando una florcita que por estar en la parte más baja de un árbol se había enfriado un poquito. De pronto escuchó un sonido maravilloso, un sonido que no le recordaba ni el cacarear de su mamá ni el tic-toc de sus hermanos pollos. Fascinado y sin pensarlo siquiera voló hacia el lugar desde el que llegaba el sonido.

Se encontró frente a una casita muy simpática que tenía algo abierta una ventana, y, ¡qué alegría!, el sonido salía por ella. Vio un niño sentado en la cama haciendo sonar una misteriosa caña. Pajarín,-así le llamaban la gallina y los pollitos, se metió en la habitación y le preguntó al niño qué era eso que sonaba tan bonito y por qué haciendo un día tan lindo él estaba en la cama.

“Me llamo Joaquín”, dijo el niño sin que Pajarín se lo hubiera preguntado y agregó: “lo que suena es una flauta y yo estoy enfermo, tan enfermo que hace muchos días que me estaba poniendo muy triste porque no veía ningún pajarito”.

Pajarín y Joaquín no quisieron ya separarse. Cuando a Joaquín le subía fiebre, Pajarín le echaba aire con sus alitas y…. la fiebre desaparecía. Joaquín volvía a hacer sonar su flauta y, poco a poco, Pajarín con su pico, que parecía un rayito de sol, se puso a imitar los sonidos que escuchaba y… ¿saben qué pasó? Claro que sí, Pajarín aprendió a cantar.

Por supuesto, mamá gallina estaba muy preocupada y Pajarín lo sabía, por eso, apenas Joaquín se mejoró, fueron juntos a visitarla a ella y a sus pollitos.

Todos se pusieron muuuuy contentos cuando Joaquín y Pajarín cantaron para ellos las canciones más dulces y más hermosas que hasta entonces se habían escuchado en el mundo. -como siempre, se sentía un poco triste. Sí, Pajarín siempre se sentía un poco triste porque sabía que aún no había encontrado su hogar definitivo. Si se iba a vivir en el bosque sería libre, pero estaría solo; si se quedaba con su familia gallinísima no escucharía cantar y, si permanecía al lado de Joaquín, su nuevo amigo, no sería libre. ¿Qué hacer?...

Estaba apoyado en la rama de un árbol cuando oyó un canto parecido, igual, pero no igual al suyo y al volver su cabecita vio en una rama vecina a alguien parecido, pero no parecido a él y comprendió que era otro pajarito, un pajarito totalmente distinto, pero no distinto de él. Venciendo su timidez le preguntó cantando, pero sin cantar:

“¿Cómo te llamas?”.

“Pajarina, me llamo Pajarina”, -respondió cantando, pero sin cantar su vecina de rama…. Pronto será primavera y en el nido de los pajarines refulgen, como rayitos de sol, cinco huevecillos que están esperando la magia del piquito que les permita salir a jugar con la brisa y cantar, cantar y cantar.

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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