Entrevista a Raúl Hernández.
Raúl Hernández, Licenciado en Minoridad y Familia; 56 años; auxiliar en la
secretaría de violencia y protección de derechos en el Fuero de Familia del
Poder judicial de la provincia de Mendoza, Argentina; afectado por ceguera
total desde la adolescencia, contraída de manera paulatina.
Convinimos un horario para realizar una entrevista. Aceptó mi pedido sin
traba alguna. Cuando lo llamé por teléfono a la hora convenida, fue él quien
preguntó primero. ¿Para qué quiere entrevistarme? ¿Por qué me eligió a mí?
Contestarle me ayudó a clarificar el motivo: porque sos una persona ciega
que trabaja lealmente, como un hombre común en el que el trabajo es un logro
legítimamente obtenido, seria y responsablemente conservado.
Con su sonrisa francamente expresada a través de su voz, me sentí confiada
y segura en mi primera incursión en el periodismo.
¿Qué te parece si comenzamos por el principio? Mi pregunta fue respondida
con un relato llano y sincero, que no necesité interrumpir y que transmito con
toda la fidelidad que me es posible.
Aunque se sabía que tenía una dificultad visual, se recuerda como un niño
sin problemática alguna, (sus padres eran, también, personas con discapacidad
visual). Su papá murió cuando él tenía apenas 4 años y su abuelo, la otra
figura masculina de su infancia, falleció cuando él contaba 14 años. No tuvo
dificultades de ningún tipo hasta el último grado de primaria, en que su vista
disminuyó sensiblemente. No obstante concluyó ese ciclo escolar sin
adaptaciones de ninguna índole.
Al par que iniciaba sus estudios secundarios en una escuela técnica,
comenzó a trabajar. Sí, comenzó a trabajar con tan solo 13 años. Su primer
empleo fue en una agencia de compraventa de automóviles en la que no hacía más
que limpiar los autos, la oficina y la vereda. Al año siguiente, se desempeñó
como cadete en una oficina de una empresa constructora, amén de las tareas de
limpieza, se encargaba de realizar diversos trámites administrativos que,
aunque no eran trámites complejos, denotaban la confianza de sus empleadores y
le sirvieron como aprendizaje para moverse en distintos ámbitos como por
ejemplo los bancos, estudios de abogados, escribanías etc.
Ya su vista flaqueaba, por lo que se cambió del colegio con orientación
técnica a un colegio de orientación comercial. Sin embargo, sus dificultades
visuales, los sucesivos cambios de domicilio y la muerte de su abuelo fueron
demasiado difíciles para un adolescente y debió abandonar los estudios. Allí
comenzó ese difícil tránsito por oftalmólogos y por quirófanos. El dolor en los
ojos lo mortificaba y las sucesivas operaciones solo lograban calmarlo, sin
incrementar en lo más mínimo su potencial visual. Viajó en varias ocasiones con
su madre a Buenos Aires, sin que su glaucoma dejara de empeorar. Recuerda que
en abril de 1982, se encontraron él y su mamá con la desagradable sorpresa de
que el turno que tenía concedido no se respetó y tuvieron que regresar en
ómnibus el mismo día en que habían llegado. Se notaba un clima como de fiesta
por las calles: se acababa de declarar la guerra de Malvinas. Si en aquel
momento el hecho le resultó incomprensible, hoy, ya maduro, se sorprende aún
más de las expresiones de júbilo callejero que presenció entonces. Ya sin
visión, tuvo que iniciar el camino hacia una vida autónoma en la que solo él
tendría que decidir su destino. Poco podía ofrecerle su provincia, empero supo
aprovechar los recursos disponibles. En la ASOCIACIÓN TIFLOLÓGICA LUIS BRAILLE
aprendió braille y ábaco y comenzó su entrenamiento en orientación y movilidad.
A mi pregunta de si tenía miedo al salir a la calle, respondió que sí, que lo
tenía, pero salía igual. Reinició sus estudios secundarios en un CENS y cuando
obtuvo su certificado, comenzó su batalla por obtener un trabajo digno.
¿Cómo te desempeñaste en el colegio?
Su respuesta me interesaba mucho porque no ignoraba que no podía contar con
apoyo familiar. Su respuesta fue categórica y simple: mediante grabaciones que
realizaban mis compañeros, algún profesor, una novia que tenía en esos momentos
y algunos de mis vecinos. Usaba un aparato con doble casetera porque como no
tenía dinero para comprar tantos casetes, tenía que valerme de un doble juego
para no perder tiempo. Utilizaba las fotocopias de mis compañeros y transcribía
a máquina los trabajos que debía presentar.
Nunca pedí nada que no me correspondiera, pero siempre hice valer la ley.
En efecto, según la ley provincial 5041, corresponde que se otorgue empleo
al cuatro por ciento del personal en ejercicio entre personas con discapacidad.
En ese entonces se creó en la provincia la dirección de discapacidad y día tras
día estuvo Raúl yendo a las oficinas de esa repartición que, para colmo de
males, cambiaba de domicilio a menudo. Pasó más de un año. Todos lo conocían
ya. Y un buen día se produjo el esperado acontecimiento. Le ofrecieron un cargo
en el hospital del departamento de Maipú, que le impondría la necesidad de
tomar dos ómnibus para llegar desde su casa. No solo aceptó, sino que fue el
abanderado del gremio de la sanidad por su grado de cumplimiento y por su
asistencia perfecta. Su labor consistía en esterilizar materiales de uso
cotidiano como, gasas, jeringas y otros implementos comunes en el quehacer
hospitalario, también confeccionaba apósitos.
Siempre fiel a su decisión de hacer cumplir las leyes, mediante esfuerzos y
trámites incontables fue el impulsor y el creador de un programa de crédito
para personas con discapacidad que el INSTITUTO PROVINCIAL DE LA VIVIENDA
asigna para poder adquirir su casa, tal es así que gracias a esto fueron
beneficiadas mas de cien familias que tenían entre sus miembros a una persona
con discapacidad.
Así es que ya trabajando y con su casa propia, casado y con un hijo, pensó
que había llegado el momento de continuar sus estudios.
Durante 4 años cursó la licenciatura en minoridad y familia, yendo sin
cesar desde la facultad al trabajo y viceversa.
De nuevo las grabaciones, los apuntes, los exámenes y al fin el título.
La facultad es privada, por lo que los alumnos de esa Universidad
realizaban pasantías en el hospital, Raúl le sugirió al director que a cambio
de esa posibilidad se le permitiera a él cursar con una beca. Una vez concluida
la carrera y mediante una adscripción al Poder Judicial de la Provincia,
comenzó a desempeñarse allí como auxiliar. Durante una semana la coordinadora
del área le pidió que se dedicara a observar como trabajaba ella.
Nada sencillo resultaba este trabajo: consistía en entrevistar personas en
situaciones complejas y decidir si los conflictos que presentaban debían ser o
no judicializados. Y sí, después de la primera semana comenzó a pleno el
trabajo. Por fortuna la informática ya se había instalado como recurso para
realizar sus tareas. Resultaba tan curioso que una persona ciega estuviera
desempeñándose allí, que algunos jueces iban hasta la oficina de Raúl solo para
ver como manejaba la computadora.
Un incidente que en alguien menos luchador hubiera pasado como una de
tantas frustraciones, provocó que llegara para Raúl la ansiada resolución por
la que dejaba de depender del hospital y pasaba a ser empleado efectivo del
poder judicial, gracias a una situación involuntaria donde sucedió que él y su
esposa fueron elegidos testigos del casamiento de un amigo y les dijeron que no
podían serlo, debido a su discapacidad visual. No hace falta decirlo: Patricia,
su esposa, y él plantearon batalla: el suceso llegó a los medios de
comunicación y el revuelo fue de tal magnitud que el gobernador de la provincia
en persona visitó a Patricia y Raúl en su propia casa. Y habiéndose interesado
por la situación de Raúl se logró que se realizara, no sin un sinfín de
trámites, la regularización de su situación laboral.
En estos momentos, su tarea consiste en tomarles declaración a los testigos
de las denuncias de todo tipo de violencia familiar que se presentan.
He resumido la rica, sincera y hermosa conversación que tuve con el
entrevistado. Solo me queda dejar a quienes lean esta nota con el dulce regusto
de encontrarse frente a una persona que, merced a su constancia y a su esfuerzo,
ha sido incluido en cada uno de los ámbitos en los que ha incursionado; no, no
ha sido incluido en realidad, siempre fue parte activa en esos ámbitos porque
siempre supo que él era el responsable de la plenitud de su existencia. Siempre
supo que las leyes deben cumplirse, que las estrategias de normatización deben
hacerse efectivas y que la discapacidad no es excusa para la mediocridad o la
pereza.
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.