Delbien.
Todo lo bueno está
cerca de nosotros, sólo tenemos que saber descubrirlo. Eso le pasó al
Principito y a mí. Aprendí, aprehendí el mensaje.
Delbien
Busca tenía pocas cosas: una cuerda, medio coco,
una cajita de cerillas vacía y su yo-yó. ¡Ah! y muchísimo quehacer por lo que
se levantó ¡muy tempranito! La mañana también había madrugado. Se estaba
quitando las legañas y Busca decidió estar atento, seguirla al manantial donde
se lavaba la cara y utilizarlo a su vez, pues no conocía bien esa zona; la
mañana en cambio, ya hacía tiempo que zascandileaba por aquellos parajes y
sabía de sus recursos naturales: fuentes, cuevas, frutos... allí va tras ella
sin demora.
--¡Eeeeh! ¡No me dejes!, -dijo el hueco donde
Busca había dormido-. ¿Ya no te acuerdas del calorcito que te he dado en la
fría noche? y ¿del fresquito de la siesta? Con ternura me adapté a tu forma y
fue mi forma. Con cariño te acogí y te canté nanas de tierra antigua para tu
dormir tranquilo, ¡llévame, llévame!
--No creí que quisieras acompañarme; te hacía
esperando al sol, como tú no necesitas bañarte... Disculpa, Hueco, temí que se
me escapara la mañana y yo solo no encontrar el agua que, como ninguna otra
cosa, sabe disipar perezas.
--Igual que yo aparecí en tu camino, -contestó
el hueco- cuando me necesitabas, aparecerá el agua para calmar tu sed, para
lavar tu cara. El sol vendrá a ti, a mí, a todos, como cada día, a darnos los
“buenos días” sin que le busquemos, porque es amigo bueno, amigo. Agua, hueco,
sol... No tienes que andar busca que te busca.
--Ignorante de mí, hueco sabio, apuntaré tu
mensaje en la pizarrita de la niña de mis ojos con una tiza indeleble, para que
las lágrimas, esas traidoras que a veces surgen sin avisar y sin motivo
aparente, no puedan borrarlo. Métete en mi cajita de cerillas vacía, la voy a
sujetar a mi espalda con la cuerda, junto a los demás avíos.
Lozano y gentil va Busca, presto a zambullirse
en el agua que, efectivamente, ahí mismito estaba, abundante... Generosa...
Podía beber de ella, navegar sobre ella, hacerse con ella un vestido de
transparentes colores, claro-oscuro, con dibujos de árboles y pedacitos de
cielo... ¡qué locura! y también sumergirse en ella para hacer pesca submarina;
por cierto, pesca, pescar algo, pero-pero-pero... si no había desayunado
todavía, ¡cómo le iba a sentar de bien un pececito muy tostado al sol, sazonado
con albahaca y ricos frutos secos!: almendras o avellanas o, ambas cosas,
uuummm...
Despacio, recreándose en la inmersión,
desciende Busca observando un entorno asombroso: maravillosos castillos de
arena flanqueados por delfines acróbatas que piruetean por sus almenas,
graciosos, haciendo malabarismos con la luz y su enigma, la sombra; Busca,
alborozado, participa en el juego aportando su yo-yó... Los castillos están
circundados por espléndidos jardines de espuma, en los que trotan caballitos de
mar montados por lindas caracolas, amazonas que albergan en sus vientres el
sonido de las olas, que esparcen formando el magnífico milagro de la danza de
la sal en tan delicado lugar. La reina de las algas, con majestuoso empaque, se
acerca a darle la ¡bienvenida! ofreciéndole sus vasallos, los musgos, en bellos
cuencos de perlas, una exquisita variedad de líquenes con guarnición de
corales, manjar que sólo se prepara para gente muy, muy especial; pero, de
repente, algo desvía su mirada. Un confortable calor que se le apoya en el
hombro le hace abandonar la deliciosa vianda:
--¡Hola! ¿Quién eres?
--Soy un rayo de sol. Me llamo Delbien. Me
gustaría ser amigo tuyo.
Esbelto y grácil Delbien le acaricia tan
pronto la cara como los pies, pone reflejos dorados en sus labios, pende de sus
orejas cual zarcillos de oro fino, despeina sus cejas, ilumina sus pupilas
leyendo, curiosón, el mensaje que tienen escrito, hace un arco fugitivo de su
flequillo a su barbilla, yendo, viniendo, yendo, viniendo, yúúúnn, raudo,
atrevido. Se torna diminuto para introducirse en su nariz, deseoso de recoger
aromas de mil flores que, latentes, permanecen en pequeños recintos
pituitarios. Le llena la boca de chispitas golosas que enredan su lengua cuando
Busca, intenta hablar:
--¿Qqqqsssss... commmmssss?
--¡Calla, calla! no digas nada. Mira esa
estrella de mar, azafata de las profundidades, aquí llega para guiarte al
principio de la creación de los océanos, cógete a una de sus puntas con fuerza,
pues tendréis que atravesar intrincados vericuetos. Yo, con tu permiso, me
acurruco en el medio coco, que no me quiero mojar más y así descanso un
poquito. ¡Aaaaaah! que palideeeeezco de sueño…
Entonces, Busca, tiende su mano a la preciosa
estrella, que arrobada, le mira a los ojos, orgullosa de formar parte de
aquello de lo que hablan:
“Todo lo bello, todo
lo importante y esencial está cerca de nosotros, sólo tenemos que saber
descubrirlo. No hay por qué andar busca que te busca, busca que te busca”
Picolisto
Autora: ángeles Sánchez Herrero. Madrid, España.