Cuestión de enfoques.

 

Hola, hemos llegado al final de este año 2020. Ante la insistencia de la Prof. Laura Ferro, acepté escribir este artículo más relacionado con mi percepción personal y profesional, ante la discapacidad visual… ahondar en mi propia experiencia.

 Las preguntas a responder son:

¿Qué sentimientos experimenté y qué comportamiento percibí de mis colegas ante la noticia de tal secuela?

¿Qué camino tomé para estar aquí y ahora?

Sin embargo, debo confesar que mi profesión no es la de escritor.

Soy médico de profesión y cirujano de pasión y convicción. Es por eso que mis colaboraciones en la revista Esperanza, son relacionadas con mi oficio, pero… ¿Qué hacer cuando se ha comprometido la palabra?

Así que intentaré comunicar lo vivido cuando ese fatídico día 4 de marzo de 2009 ingresé en calidad de “artículo mortis” al hospital en el que laboraba, consecuencia de un derrame cerebral.

Detallar la estancia intrahospitalaria es algo que no podré relatar, mi estado de inconsciencia no me permitió tener registro cerebral de lo sucedido. No obstante resumiré que después de un mes de estar intubado, con asistencia ventilatoria mecánica en la UCI, logré por milagro divino, sin menospreciar el profesionalismo de mis colegas, salvar la vida.

El principio de este nuevo estilo de vida no fue fácil. Entender lo sucedido, encontrar una respuesta al menos a una de las mil preguntas, es desgastante e inútil…

Por supuesto que hubo un duelo… la pérdida fue mayúscula, si tomo en cuenta que la precisión quirúrgica depende del órgano visual y la destreza manual, aderezada con el conocimiento y la experiencia de muchos años de estudio exhaustivo, hoy estaba perdida.

Nada de pegarme un tiro, ni de enredarme en maldiciones, ni de apedrear con suspiros los sueños incumplidos. Que me quedé ciego, es un hecho tan real como estar vivo… ¿Qué importaba ahora tener la certeza de lo ocurrido?

Dicen que la esperanza es lo último que muere y sinceramente fui fiel a ese principio. Pero los días, semanas y meses pasaban y yo no experimentaba ninguna recuperación, es más… me daba perfectamente cuenta de que la ínfima visión residual que aún conservaba, irremediablemente se me escapaba como agua entre las manos. Se probaron todos los tratamientos indicados habidos y por haber, más los resultados fueron fallidos.

Corría el mes de julio del año 2009, 4 meses después de mi flamante secuela adquirida tras el evento vascular cerebral, cuando acudí a la consabida cita con el oftalmólogo. Ya en consulta, el Dr. Leonardo Vargas, oftalmólogo director del Centro Estatal de Oftalmología del Estado de Guerrero, colega y amigo personal, me dijo:

-“Jorge, amigo, tu percepción visual está perdida por completo, es además irreversible al menos en el momento actual… no hay nada más que yo pueda hacer… créeme, lo lamento”…

Y agregó:

-“Debes empezar a resignarte y recomenzar tu vida”.

Claro que podía resignarme y seguir enfrascado en la conmiseración y el victimismo, o podía aceptar mi situación actual y de ahí construir la resiliencia… opté por la segunda.

Sí, apreciable lector, opté por aceptar que nunca jamás regresaría a los quirófanos y eso, eso no es nada fácil, pero terminé por aceptarlo de corazón y hasta el tuétano.

Hoy puedo asegurar que la aceptación es la clave para reinventarse en un nuevo mundo… el mundo no visual. Y para que la aceptación fluya hay que acogerse a la gratitud… ¿Gratitud en tales circunstancias? …pues sí… ¡Así de fácil!

Hay muchas oportunidades para dar gracias en lugar de lamentarse… ¿No lo crees?

El duelo se acortó y nuevos sueños aparecieron… y de ahí, para adelante, a “hacer camino al andar”.

Desde luego que tuve que invertir en el aprendizaje de nuevas herramientas que me permitieran funcionar… al menos en forma autosuficiente. El destino me acercó a personas con discapacidad visual que me enseñaron la forma de cómo hacerlo… otro motivo más para agradecer.

Me puse en acción y empecé a buscar ayuda para aprender a vivir con la discapacidad visual. La mayoría me decía que acudiera al hospital, pero… Pensaba: ¿qué podría ofrecerme el hospital? La discapacidad era una secuela, no una enfermedad a la que debieran tratar.

No, el hospital no tenía nada que ofrecerme, yo necesitaba de una institución que me enseñara a vivir con la discapacidad, no que me curara de ella… así encontré una escuela de disminuidos visuales y ciegos que funcionaba en Acapulco y cuya directora era una maestra de tiempo completo con la especialidad en discapacidad visual. Se trataba de el CAM 69 (Centro de Atención Múltiple número 69 para débiles visuales y ciegos) dependiente de la Secretaría de Educación. Desde luego que dicha escuela era para niños y jóvenes con discapacidad visual. El objetivo era proporcionarles las herramientas necesarias para que se integraran a la educación escolar tradicional.

Fue ahí que entendí que la incapacidad no depende de la discapacidad en sí misma, sino del entorno en que tiene que desarrollarse la persona con discapacidad, en un mundo en el que todo está diseñado para que entre por los ojos.

Gran descubrimiento a mi parecer, como solemos decir en México: “me cayó el veinte”.

Por fin comprendía que había un camino para seguir en los derroteros de la vida. Solicité una cita con la directora de dicho centro y me presenté con ella.

Ese día, alrededor de las 5 de la tarde, la maestra y directora del CAM 69, me recibía en la puerta de su oficina. Afuera de ella, escuchaba la algarabía de niños que jugaban en el recreo… ¿Qué jugaban? ¡Solo Dios sabe! ¿Qué podrían jugar un puñado de niños ciegos? ¿Cómo imaginarlo?

-Buenas tardes, me dijo y tomándome de la mano me ubicó en una silla frente a su escritorio… tome usted asiento, volvió a decir.

Una vez instalados me preguntó:

-¿En qué puedo servirle?

Comencé a parlotear, en realidad no sabía cómo explicarle el motivo de mi estancia ahí.

-Verá usted maestra directora: hace cuatro meses que quedé en situación de discapacidad visual… quiero decir, ciego total. Y pensé que en esta escuela podrían ayudarme a reintegrarme a la vida cotidiana… no sé, quizá a leer y escribir en Braille, como escoger la ropa que me voy a poner sin depender de alguien que me la escoja, como encontrar el jabón en la regadera cuando se me cae de las manos sin que esto me exponga a un accidente, como moverme en la calle con el bastón, vamos… ¿Cómo llevar una vida, entre comillas normal?

Ante un silencio que me pareció que se prolongó más de lo que hubiese esperado para recibir su contestación, carraspeé como para dar por hecho que había terminado de hacer mi petición.

Ella, supongo que frente a mí, carraspeó antes de empezar con su locución.

-Verá usted don Jorge, esta es una escuela para niños y jóvenes con debilidad visual y ceguera… no está contemplado el ingreso a personas adultas en su matrícula. Pensé que usted venía a solicitarme la inscripción de un menor familiar suyo con esta situación, pero no imaginé que usted fuese el prospecto. Antes de darle una contestación, someteré su petición al consejo normativo. Debo informarle que su servidora es también ciega y entiendo la situación por la que está pasando, pero comprenderá que debo pedir autorización a mis superiores.

Mi sonrisa fue espontánea y creo que eso la motivó a ayudarme… otra razón más para agradecer.

Días después la maestra Graciela Aurora me enseñaba personalmente en la oficina de la dirección… como si fueran clases particulares y personales.

De ahí nació una gran amistad que hasta la fecha continúa vigente, pese a que la maestra ya se jubiló y, más aún, vive en Querétaro.

De esta maravillosa persona y maestra, obtuve las herramientas necesarias que me permiten funcionar, si bien no de forma normal, sí con autosuficiencia.

Además, me motivé por entender y aprender sobre la tiflotecnología y logré ver el ordenador con el oído…. Lo demás es lo de menos, las cosas fueron siendo cada vez más fáciles. Perdí el miedo y la culpa por ser ahora una persona con discapacidad, volví a sentirme útil, regresé a los escenarios médicos como conferenciante en congresos estatales y nacionales, sin olvidar ayudar a integrar a las personas con discapacidad a esta sociedad estigmatizadora.

Hoy imparto conferencias médicas humanísticas, otras sobre la necesidad de apoyar a las personas con discapacidad, realizo investigación científica y comparto mis resultados con colegas de otras sociedades médicas.

Entender y aceptar que lo que me discapacita no es la discapacidad en sí misma, sino el entorno en el que me desenvuelvo, fue la piedra angular para salir del pozo sin fondo y volver a vivir con gratitud siempre, por ser útil. Entendiendo que hoy es siempre y siempre, es hoy.

Han pasado 11 años desde ese fatídico día (4 de marzo de 2009) y nada se parece el hoy en el que vivo permanentemente.

Si me preguntas: ¿qué aprendí?

Te contestaría que no lo suficiente, porque aún estoy aprendiendo de esta maravillosa experiencia que atesora mi existencia.

Simplemente hoy estamos en diciembre de 2020, la pandemia por el COVID-19 ha dejado en nuestro país (México) más de 100 mil muertos que yo cuento como más de 100 mil agradecimientos por estar vivo, aquí y ahora.

Esto no se acaba hasta que se acaba y mientras pueda respirar, seguiré viviendo feliz y agradecido.

 

Dr. Jorge García Leal.

Autor: Dr. Jorge García Leal. Acapulco, Guerrero, México.

garcilejo@hotmail.com

 

 

 

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