Afán por los hijos.

 

 Mientras recorría las calles bajo el sol de la ciudad Observaba la extraña quietud de una mañana apaciguada por ser domingo, y acá los días domingos puede pasar cualquier cosa. Comento que me llamo Hernán Ballesteros y soy Inspector de la Policía Metropolitana, y relataré sobre un hecho personal.

Aquel día desde el patrullero detectamos a dos “motochorros” asaltando al conductor de un auto. Espontáneamente accionamos y los detuvimos sin mayores problemas, y al asistir a la víctima se produjo una muy grata sorpresa porque se trataba de Wálter Zabala, un viejo amigo y colega de quien hacía varios años que no sabía nada sobre él. Y recién acabábamos de evitarle las posibles consecuencias si se hubiese defendido como policía.

Nos saludamos efusivamente pero dada las circunstancias no podíamos dialogar, entonces acordamos un encuentro para el día siguiente. La reunión fue en un conocido café. Entrecruzamos joviales saludos en medio de mil preguntas atropelladas, revelando que al menos estábamos saludables.

-Escuchame Wálter, quiero que me saques la intriga que me ha tenido mal hasta este momento… ¿Por qué cuernos te borraste de los amigos de la policía? Siempre te recordamos por tus destacados méritos, incluyendo cuando apareciste de refuerzo en aquel tiroteo que manteníamos con unos malandras, y nos salvaste el cuero a Montalbán y a mí mismo, ¡nada menos!

-Sí Hernán, creo que eso fue así, pero no ha sido por razones de servicio sino debido a cierto drama personal. Me mudé, hace rato que no vivo por aquí. Estoy porque vine a visitar a mi hermano. Pero es una historia algo triste y complicadita, por lo que prefiero antes escucharte a vos, sintetizando tu historia para saber de tu familia y si tenés hijos, de esas cosas que resultan más interesantes.

-Es asombroso cómo pasa el tiempo, amigo… -le respondí-. No nos vemos desde que éramos solteros, casi una vida. Bien, empezaré por contarte que pronto entré a noviar con Nidia, aquella piba que conocimos donde nosotros comprábamos las remeras americanas y que me gustaba a morir, ¿te acordás? Resultó ser una mujer extraordinaria. Y por ende, con todas las formalidades sociales, nos casamos muy enamorados y plenos de ilusiones. Alquilamos un departamento al mismo tiempo que mediante un préstamo hipotecario, nos construían la casita.

-Genial, Wálter. O sea que ustedes arrancaron muy bien, independizados. En cambio yo me colgué de mi suegra de entrada, y así me fue… Pero dale, seguí.

-El principal objetivo          que ambos soñábamos era llegar a tener dos o tres hijos, aunque convenimos esperar un par de años, y ella terminaría su carrera de derecho.

-Eso es similar a lo que también planificamos nosotros… -Acotó Wálter-.

-Llegado el momento convenido, Nidia no quedaba embarazada, por lo cual iniciamos estudios médicos y resultó que ella tenía ciertos inconvenientes que lo impedían, frustrándose nuestras mayores ilusiones y condenándonos a ser un matrimonio estéril.

-¡No lo puedo creer, amigo! -interrumpió Wálter- increíble la coincidencia nuestra, sobre la cual ya te contaré. Estimo que el afán por tener hijos se nos aferró desde aquel día cuando éramos novatos en la policía y nos tocó asistir a esa mujer parturienta sobre los asientos del colectivo, ¡casi me muero!, Pero lo hicimos gracias a la teoría recibida en el entrenamiento. Recuerdo cómo me temblaban las rodillas al recibir a esa criatura… un varoncito. ¡Fue algo impactante!

-Claro que sí, Wálter, aquella fue una experiencia inolvidable y nos marcó el valor de la nueva vida de un niño, salvaguardando la integridad de la madre. Yo con mis 21 años tiritaba cortando el cordón en momentos que llegó la ambulancia y se hizo cargo el médico con la enfermera. Sino… no sé cómo hubiese permanecido de pie.

-Ahora me acuerdo y puedo sonreír, -agregó Wálter- porque logramos hacerlo, y descubrir el valor y el por qué se ama tanto a los niños. Y entonces vos me decías que con Nidia no han podido tener un hijo. ¿Es así Hernán?

-Inicialmente no, amigo. Te cuento que no nos dejamos doblegar y pensamos en la adopción de un bebé, iniciando averiguaciones sobre esos burocráticos trámites, aunque decididos a esperar lo que fuese necesario. En ese interín me asesoraron cómo encarar un tratamiento de fertilidad o de reproducción asistida, algo que nos entusiasmó. Al tiempo con el tratamiento cumplido paso a paso, una serie de inyecciones y efectuando toda indicación médica, más un largo reposo de Nidia y el esperado éxito se convirtió en un trofeo masculino de 3,100 Kg. Bautizado como Alan Nahuel. Su belleza y la buena salud nos devolvieron las máximas ganas de vivir. ¡Lo logramos!

-¡Maravillosa tenacidad la tuya y sobre todo de Nidia! Hoy tienen un hijo…

-Esperá amigo, que continúo con nuestra historia: Como ese proceso presentó algunos riesgos serios para Nidia y Alan, decidimos no reincidir en busca de la nena. Pero tres años después sucedió algo extraordinario: Teníamos una empleada doméstica, una humilde joven de 17 años llamada Anahí, la cual en un momento que andaba preocupada le manifestó a Nidia que tenía algunas faltas. Después de una larga charla, tomando lógicos recaudos porque era una menor, Nilda le comentó la situación a su madre…

-Qué momentos difíciles para ustedes al ir con esa noticia, ¿verdad? ¡Me imagino el drama que se habrá armado!

-No, para nada, amigo. La mamá se desentendió del tema porque estaba criando a otros dos pequeños hijos. Una desgraciada situación que se repite a menudo entre la gente muy humilde. Entonces mi esposa acompañó a la piba a una clínica para la atención médica y el seguimiento del embarazo. Eso incluyó la asistencia psicológica debido a que Anahí, atormentada decía que si no se lo sacaban se arrojaría a las vías del tren, pues ella no podría mantenerlo ni darle de comer porque el seudo padre se había borrado.

-¿Aborto… suicidio? ¿Eran esas las opciones de la piba? -Preguntó Wálter- ¡Qué horror!

-Así es. Nosotros asumiendo la responsabilidad y Prometiéndole todo nuestro apoyo la fuimos conteniendo, pero todo se complicó cuando la médica tratante nos informó que al parecer el niño en gestación padecía un trastorno genético, y luego confirmó que se trataba del Síndrome de Down.

-Finalmente, luego de consultas psicológicas, psiquiátricas, médicas, legales y familiares, convenimos a propuesta nuestra la adopción definitiva de Silvina, la beba más dulce del mundo que nos ha llenado un espacio de felicidad en las almas, la de mi esposa Nidia, de Alan, su hermanito mayor, ¡y yo por supuesto!, Su madre Anahí se marchó y jamás volvió ni siquiera para saber de ella.

-¡Sensacional, asombroso lo de ustedes, Hernán! ¡Tienen dos angelitos!

-Gracias a Dios así es, amigo. -respondí- Ahora contame algo de tu misteriosa vida…

-Aaaah… Te lo voy a resumir porque ha sido todo un “culebrón”. Conocí a una piba sensacional en todo sentido, de nombre Yenny. En ese entonces estaba estudiando comercio exterior. Vivía con la mamá y una tía, hermana de ésta, a quienes les caí muy bien y entablamos buenas relaciones. Oportunamente decidimos casarnos muy influenciados por ellas ya que nos ofrecieron vivir en su casa hasta que lográramos la propia. La convivencia no era mala, pero Yenny era dependiente y muy sumisa de quienes la criaron, como hija única sin el padre quien había fallecido cuando era chiquita. Siempre anduve dividiendo las aguas, ubicando cada cosa en su lugar y así podíamos coexistir.

Con mi esposa acordamos que por lo menos estaríamos tres años sin hijos hasta estabilizarnos, pero si luego vinieran más hermanitos, bienvenidos habrían de ser.

Tuve la suerte de realizar un curso sobre materiales explosivos en Estados Unidos, especializándome para instruir en la Superintendencia de Bomberos de nuestra policía. Fue todo un honor, pero un maldito día al incendiarse una fábrica de pinturas sufrí lesiones cuando estalló una enorme caldera. Al volar por la onda expansiva terminé con algunas fracturas, quemaduras leves y muchos golpes, pero lo más complicado fue la herida en el ojo izquierdo donde se me había clavado una esquirla. En pocos meses me fui recuperando todo menos el ojo dañado, que si bien lo intentaron adecuadamente, recuperé la estética pero nunca su visión.

Yenny no se despegó ni un minuto de mi lado, y ratificó su grandeza de mujer.

-Decime, Wálter, ¿entonces te retiraste de la policía?

-No. De común acuerdo de partes, seguí prestando servicios en la Policía con tareas restringidas, cosa que me animó a encarar una nueva etapa.

- O sea que has pasado los peores momentos de tu vida, -le dije-.

-No. No amigo mío, no fue lo peor. Te cuento que con mi mujer Coincidimos en que ya era hora de recibir el primer hijo, con ansiedad y alegrías. Pero pasaba el tiempo y no lográbamos lo esperado, ni noticias de un embarazo. La mutua preocupación nos llevó a realizar los inherentes exámenes médicos.

-Tenías razón Wálter, ¡cuántas coincidencias hemos vivido por un hijo!

-Claro, pero he aquí las diferencias en mi caso: los resultados de los análisis no indicaban anomalía alguna, estábamos sanitos, fértiles. Entonces nos entró una frustración. No tener hijos, nos amargó por ser un designio fatal. Mi cabeza estallaba tratando de admitir lo incomprensible., mi querida Yenny sufría hasta la histeria, y entró a contemplar fotos, revistas y folletos con imágenes de niños, fuesen nenes o nenas daba igual. La situación en la casa se iba tornando algo áspera, pues en los comentarios de Irma y Catalina dejaban entrever la posibilidad de mi falta de fertilidad y a tratarme de impotente, o de infiel porque andaría con otra mujer, como tantas otras barbaridades que terminaban en severas discusiones. Pasado un tiempo las relaciones se agravaron, digamos que ¡se pudrió todo! Resulta que charlando con mi esposa optamos por averiguar la posibilidad de la adopción en última instancia, previo a realizar mayores análisis en sitios de renombre, cueste lo que cueste. Recuerdo que hasta le dije que podríamos consultar a alguna curandera o lo que fuese sin descartar cualquier posibilidad. ¡No deberíamos rendirnos así nomás! Ella estuvo en total acuerdo en ese momento, pero al día siguiente me sorprendió diciéndome que no iba a someterse a nada de nada. La discusión fue subida de tono al extremo de mencionar la palabra divorcio, en un grito furibundo de mi parte. La espontánea reacción de Yenny fue como un estallido de liberación, de sinceridad en medio de profundos llantos. Por sus reveladores testimonios me enteré que las consejeras Irma y Catalina se habían comportado con total cinismo, como dos arpías manejando a discreción los pensamientos y acciones de mi esposa. Conformaban un dúo absorbente, dominante, de un vínculo perjudicial e irresponsable…

-¡Pará un poco, Wálter! Entiendo esa horrible situación, pero aquí estás gritando como si te sucediera en este momento… Bajá, estamos en un Bar.

-Sí Hernán, tenés razón, disculpame pero escuchá como siguió este quilombo infernal. Resulta que estas señoras le llevaban el control anticonceptivo de Yenny, con el “DIU” o pastillas como a ellas se les ocurría. Te recuerdo que la habían dominado de pequeña empleando el miedo, y mantenían sus mañas porque ella les tenía terror a los castigos, lo que la llevaba a pasar por una boluda y ocultarme la mayoría de las cosas. Me reveló que una vez, en rebeldía, les dijo que en cualquier momento iba a aparecer embarazada, sin importarle lo que ellas dijeran. Entonces furiosas le advirtieron con odio que si eso llegara a suceder iría directamente a un aborto, con los graves riesgos que eso significaba. Que recordara a la hija de doña Elvira que abortó y tuvo una horrible infección hasta morir desangrada… ¡Le inyectaban temores de todo tipo!

-Hay algo que no entiendo, hermano, -dijo Hernán- esas mujeres… ¿los habían condenado a ustedes a no tener un hijo?

-Ya te cuento, amigo. Aguantáme que termine de tomarme este capuchino y sigo, o me estallará la vena yugular.

-No es para menos, Wálter. Te escucho y siento ganas de agarrar a esas dos viejas juntas ¡a patadas en el culo!

-La cosa fue así: cuando nos casamos todo era maravilloso, inclusive ellas insistían en que tengamos prontito un bebé y como nosotros andaríamos ocupados con el trabajo y estudios, alegremente ambas lo criarían, ¡a su enfermiza manera, claro!

Pero tal como lo teníamos planeado, insistimos en esperar al menos un par de años y no darles bola en sus intenciones. El cuidado de la anticoncepción lo manejábamos nosotros, o al menos así lo creía yo. Luego vino lo de mi accidente que me jodió un ojo, como te conté recién, y la relación con mi suegra y su socia se volvió algo más complicada.

-Disculpame Wálter, ¿pero por qué estas mujeres cambiaron la idea de que tuviesen un bebé? ¡Un hijo de ustedes!

-Hernán, vos me vas a entender, pero me resulta difícil explicarlo sin dejar de putear a estas “finas señoras”… ¡Qué felices hubiesen sido si yo hubiera desaparecido! Increíblemente le metieron en la cabeza a Yenny que como yo era un tuerto por haber perdido la visión de un ojo, si llegáramos a tener un hijo, seguramente ese niño nacería ciego… ¡Ciego! Y deberíamos criarlo internado en alguna institución. ¡Como si una criatura ciega fuese un monstruo!

-¡Por favor, Wálter! Decime que es una joda. No pueden haber dicho esa barbaridad.

-Sí, se lo dijeron y aterrorizaron a Yenny, mi amada esposa. Por eso la manejaban como si fuese una zombi y nos regulaban la natalidad. ¡Dos bestias ignorantes y reverendas hijaeputas!

-¿Y al final qué sucedió? -Preguntó intrigado Hernán-.

-Tomamos decisiones consensuadas con Yenny; en la policía arreglé mi traslado a Mar del Plata donde tenemos un departamento, y mi mujer consiguió un puesto en una empresa como licenciada en comercio exterior. Allí tuvimos a Daiana que ya tiene seis años, y luego a Sergio que nos llegó dos años después. ¡Todos bien y muy felices!

-Y contame… -dijo Hernán- ¿te fuiste así nomás, dejando tranquilitas a esas dos arpías en su mundo?

-No, no. Las denuncié por daño moral, y debieron realizar tratamientos psicológicos como para que les hicieran entender que mi problema visual no es de origen genético sino traumático, y eso no podría resultar hereditario de ninguna manera. Y además para embutirles en sus cabezas que ellas tampoco eran las dueñas del mundo.

-Me parece muy bien. -Le dije a Wálter según mi opinión-. Sin dudas Irma y Catalina eran dos mujeres de mentalidad cerrada y muy ignorantes. Imagino que te quedaste con mucha bronca, ¿verdad?

-Mirá amigo, vos lo sabés muy bien. Vivir abrazados en familia, con la pareja amada y sus hijos felices es el mejor regalo que Dios te puede brindar. Eso no deja lugar para rencores. A esas mujeres las he tratado de borrar de mis recuerdos, aunque ellas estén sufriendo el fracaso de su desalmada hijaputez, como también el dolor de que su hija Yenny viva alejada disfrutando el cariño con sus dos maravillosos hijos, además de compartir su amor con el mejor marido del mundo, ¡que soy yo! ¡Ja ja!

Sonriendo nos pusimos de pie y nos dijimos: ¡Venga ese abrazo de amigos!

 

Autor: © Edgardo González - Buenos Aires, Argentina

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.

ciegotayc@hotmail.com

 

 

 

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