la astilla.
Alba barría la vereda mientras Mariquita le
ayudaba a regar el jardín con una manguera. Yaa próximas a la verja, vieron
pasar a doña Nelly; Una vecina regordeta, simpática y siempre sonriente, quien vivía a cuatro casas
hacia una de las esquinas.
Sin
embargo, esta vez, Alba se sorprendió, al notarla pálida y con una mueca en su rostro. Al saludarla, no
pudo evitar el encararle para preguntar si le sucedía algo, con ánimo de
colaborar. Nelly tomó su bolso de compras contra su pecho, haciendo un esfuerzo
para no llorar. Le dijo algo a la madre de Mariquita, sin que la niña
comprendiera. Cuando retomó su camino hacia la compra, Alba continuó con el
barrido por el puente y la calle, pensativa.
A través de la ventana, Mariquita escuchó que comenzaban los dibujos y preguntó a su mamá, si podía entrar a ver la
TV…
“¡Vamos
Mariquita! ¡Terminate esa comida!”
Mariquita
revolvía pensativa sus hamburguesas rodeadas de una corona de puré de papas.
“¿Te sucede algo? La comida está fría y no estás en buena posición. Por favor, Hija,
sacá los codos de la mesa, sentate derechita y
hacé un esfuerzo, pero terminate
ese plato… ¿Si?”
Gonzalo,
el marido de Alba, le había pedido le planchara exclusivamente una camisa para
la tarde. Quería precisamente ésa, porque le combinaba con un traje nuevo.
Había un evento en la empresa en la que trabajaba como Agente de Propaganda
Médica y se publicitaba un nuevo
medicamento. Debía presentarse elegante.
El
papá de Mariquita llegaría a casa cerca de las seis de la tarde y Alba apuraba sus tareas en la casa. Levantó
la mesa, ordenó la cocina, lavó la vajilla mientras se concentraba en escuchar
el noticiero del mediodía. Era sábado y
Mariquita no asistiría a la escuela, por lo que la dejó sola en el comedor
de diario, tratando de terminar su almuerzo. La niña continuaba allí sentada,
revolviendo sus alimentos ya fríos, como buscando una historia que surgiera de
los fragmentos de puré.
Alba,
distraída, se fue a la habitación de costura, a planchar la camisa y notó que ya tenía varias prendas para
repasar.
Mariquita,
sin la observación de su madre, aprovechó para sacar un diario del revistero,
puso su comida allí y haciendo un
paquete, lo arrojó a la basura. Se acercó a la encimera, y tomando el detergente, lavó sus utensilios.
Ya
eran pasadas las trece y sintieron el
timbre de la puerta de calle. Alba acudió a atender, mientras Mariquita se puso
a jugar con unos videos en su tablet. Llamaba Nelly, quien le pedía un listado
de psicólogos de la obra social, ya que ambas familias, compartían la misma.
Alba se extrañó lo que la hija de Nelly, una joven de 18 años, no aceptaba el
servicio psicológico y psiquiátrico del
equipo multidisciplinario que la asistía.
“Síi,
ella no quiere y no puedo oponerme. Es
peor. Me castiga comportándose más mal si la contradigo, ¿entiende Alba?”
La
mamá de Mariquita, la hizo pasar y
sentaren el living, mientras buscaba en una biblioteca chica que había
en el recibidor, el nuevo libro con los servicios actualizados que ofrecía el
seguro social. Finalmente lo encontró, y
se lo entregó, sin preguntar más. No quería que Mariquita escuchara ni
saber tampoco, detalles del caso de la hija de su vecina… que le provocaba
intensa angustia.
Con
la promesa de devolver lo antes posible la guía, se despidió mientras Alba la
acompañó tratando de ser amable, hacia la puerta de salida.
Cuando
Gonzalo llegó raudo por la tarde, tenía escaso tiempo para cambiarse. Se lo
veía entusiasmado, algo estimulado por los cursos que le aseguraban éxitos en
la presentación del nuevo producto en el
mercado médico.
Pese
a su escaso tiempo y necesidad de
prepararse, darse una ducha, pidió a Alba le preparara un té sin antes
preguntar por su hija. Mariquita dormía una siesta prolongada, vestida sobre la
cama. A ambos le llamó la atención que no se hubiera despertado con el
movimiento rápido de Gonzalo ni los diálogos en voz alta. Gonzalo se acercó a
la puerta y viéndola abrazada a su
peluche predilecto, un oso marrón, la encontró pálida. Alba lo tranquilizó
diciéndole que nada le pasaba a la niña, que se apurara que ya estaba toda la
ropa preparada y que se acercaba la hora
de irse.
Los
días pasaron con las actividades rutinarias en la familia de Mariquita, sosteniendo las actividades
constantes e intensas de Gonzalo, los trabajos domésticos de Alba, quien
también, para su regocijo, llevaba varios meses preparando manualidades que
vendía en la mercería de la calle principal del barrio.
Alba había aprendido en cursos a los que
asistía, a hacer tejidos. Abrigos artesanales, bolsos, bufandas, guantes,
conjuntos, adornos para la cocina, cubre teteritas o individuales y varias artesanías a pedido, como
organizadores para colocar los especieros. Usaba las dos técnicas, con dos
agujas o el crochet.
La mercería vendía mucho sus trabajos y le dejaba una ganancia extra, suficiente,
como para canjear por telas para hacer los yoggins de Mariquita, vestidos o
tapaditos para la niña, pantaloncitos. A Alba, le encantaba cocer, tejer y además de redituarle un dinero extra,
mantenía relaciones sociales con sus vecinas y
le resultaba terapéutico la práctica de sus labores. Ese verano, habían
pintado la fachada de la casa y
arreglado bonito el patio con las ganancias de las labores de Alba.
Pese
a relacionarse muy bien con vecinas de la zona, evitaba la chismografía…. Sabía
que si caía en esa tontería, podría ganar descrédito a su perfil de persona
seria, responsable y equilibrada.
Pese
a ello, no quitaba que escuchara los comentarios que hiciera la vecina de la casa
de al lado de la señora Nelly. Habló de Anorexia. Habló de gravedad. Habló de
irreversibilidad. Habló de situación incontrolable…
Se
hizo un silencio sepulcral en el interior de la mercería.
La
mayoría de las presentes, tenía una hija, niña o adolescente. Lo expresado
significaba pánico. Representaba terror. En silencio, sin que nadie se
atreviera a hacer comentario alguno, se retiraron una a una saludando con
cortesía. La vecina, quien hablaba. Tragó saliva, y quebrando su voz dijo: “¿Sabés que pasa Marta?
Es que yo a la Piruchita, la conocí desde que era beba. Tenía meses cuando la
Nelly con el marido y la nena vinieron
al barrio. ¿Cómo no me voy a angustiar?”
El
televisor sonaba con una novela nocturna, y
los tres comían ajenos a lo que el aparato sonoro emitía. Gonzalo estaba
inmerso en su trabajo, en el laboratorio que le exigía un número… un porcentaje
de ventas obligado del producto nuevo para ese mes. ¿Lo lograría?
Mariquita,
recordaba una pelea con su compañera de banco, quien esta vez, le había quitado
el color verde de la caja de colores y
se lo había perdido. ¡Tan solo el verde, el principal y más usado de los colores!
Alba,
apenas tenía ganas de cenar. Pensaba en la angustia de la pobre Nelly. Con una
adolescente rebelde, que se negaba a comer. Pensaba cómo sería su Mariquita,
apenas unos años más… últimamente, estaba pálida y tampoco comía demasiado. Ya estaba
obsesionándose y no podía decirlo a
nadie. A la niña ni nombrar el tema y al
marido… ¿Para qué preocuparlo? ¿A su suegra? Seguro, le retaría culpándola de
algo inexistente…
Mejor
sería tranquilizarse y esperar al día
siguiente. Pedir un turno con el pediatra y
consultar… hacerle un chequeo a la niña si fuere necesario.
Mariquita,
mientras, seguía revolviendo su plato nuevo, que hacía un mes la madre había
comprado. Tres platos nuevos de loza, en colores: celeste para papá, rosa para
ella y rojo para mamá. Cada uno tenía un
fondo diferente. El de Mariquita, mostraba una ciudad. Para la pequeña, era
preciosa, con callejas, campiña, casitas en montañas, arboledas y caminitos subiendo diferentes cuestas. Hacía
varios días, había descubierto un caballito entre dos arbolitos….
Esa
noche, Alba miraba como su hija revolvía los fideos de la sopa… pero ni un
bocado en la comida helada.
Decidió
no retarla. Haría lo pensado
recientemente. Debía mantener la tranquilidad.
Alba
cerraba la puerta de calle con llave mientras tomaba la mano de Mariquita para
marcharse ambas a la escuela. Cruzaron la verja, traspasando el jardín y al bajar a la vereda, vieron llegar hacia su
casa, pasando a su lado, sonriente, Pirucha. La figura impactante, hizo darle
un vuelco al corazón de Alba. Al propio tiempo, no pudo evitarse el abrir la
boca de Mariquita, quien sin disimulo, miró a la adolescente, realmente
asustada. Pirucha, la joven hija de Nelly, era un perfecto esqueleto humano,
vestido con un liviano traje rojo oscuro… casi bordeaux. Sus cabellos ralos
rubiones, eran lacios y largos,
vapuleados por el aire. La muchacha caminaba como si hiciera un esfuerzo por no
ser volada por la suave brisa. Su mirada de ojos notablemente hundidos, eran
claros, y esbozaba una sonrisa, que
parecía una mueca entre pómulos salientes. Las piernas, parecían dos palillos largos, que arrastraban ojotas entre los
dedos de los pies. Probablemente, sería difícil encontrar un calzado en pies
extremadamente delgados. Pasó como si un
papel pintado, tuviera una imagen fugaz.
Continuaron
caminando hacia la escuela en silencio,
hasta que una cuadra antes de doblar una esquina, Mariquita, no pudo evitar
preguntar…
“¿Por
qué, mamá?” ¿Por qué se puso así… como una estampilla? O… ¿como una astilla de
madera?”
Alba
no se negó a contestar. Más bien lo hizo con gusto: “Pirucha está muy enferma.”
“¿Qué
tiene mamá?”
“Tiene
la enfermedad de no comer. No quiere comer comida y eso la puso así.”
Mariquita
quedó pensativa…
“¿Se
va a morir, mamá?”
“Si
sigue sin comer, es probable, hija.”
“¿Mamá,
yo me voy a morir también?”
“¿Por
qué Mariquita? ¿Por qué tenés miedo de morir ahora?”
“Porque
como no estoy comiendo bien…”
“¡Ahaha!
¿Te diste cuenta que no estás comiendo bien…que no comés lo que te dá tu mami?
¿Entonces por qué lo hacés Mariquita?”
“No
sé mamá… no sé. ¡Pero no quiero moririiiriirrir!”
“Bueno,
no llore´s. Ahora tenés que ir a la escuela. En la tarde, cuando tomemos la
leche, hablaremos de ello. ¿Si?”
“¿Cuánto
tiempo dice… cuánto hace, señora, que Mariquita no quiere comer?”
“Yyy,
serán unos diez días, doctor.”
“Uhumm,
¿recuerda algo que haya sucedido nuevo en esos días? “
“Noo,
lo de siempre.”
Mariquita,
interrumpió: “¿Nuevo? Síi, mamá compró platos nuevos. ¡Eso es nuevo en mi
casa!”
“Ahaha,
¡qué interesante Mariquita! ¿Me cuentas cómo son los platos nuevos?”
Mariquita
entusiasmadísima: “¡Siii! ¡Sí! El mío… ¡es el más lindo de todos! El de papá
tiene naipes, el de mamá, unas flores, pero el mío ¡es el mejor!”
“Sii,
y cuéntame por qué
Porque
tiene paisajes, un caballito que descubrí hace unos días, casitas, caminitos,
lomas, arbolitos, y anoche, encontré detrás de un fideo, un carrito que antes
no había visto…”
“¡Ahahah…! ¡Siíi, y yo descubrí por
qué Mariquita no come…! ¿Usted, señora Alba?”
Alba
bajó los ojos, puso la mirada en el piso y
dijo con timidez:”Yo también doctor… yo también.”
Al
día siguiente, Alba sentada en el sillón del living, hacía unas manualidades.
Eran cerca de las seis y esperaban a
Gonzalo para tomar los tres, la merienda. Mariquita, jugaba sobre los otros
sillones, que había desplazado con permiso de su madre, para hacer caminos
y ubicar sus muñecos armando caseríos e
invitarlos a peluches y muñecas… hasta a
un caballito, a tomar el té. Alba tenía claro, desde que naciera Mariquita, su
casa no sería un museo, ni un sitio donde no pudieran jugar sus hijos…. Los
tapizados, los repararía después, cuando culminara la infancia. Ella
consideraba la vida de su hogar, por etapas.
Inmersa
en esos pensamientos, recogió un mechón de sus cabellos detrás de las orejas,
girando instintivamente, su mirada hacia fuera de la ventana.
Quedó
paralizada, al ver un coche de servicio fúnebre, pasar lentamente por la
calle… rumbo a la casa velatoria.
Sintió
seca la boca, palpitaciones e imposibilidad de emitir gestos o palabras. Solo
pudo volver su mirada al interior del espacioso living, observar a su hija
jugar contenta, con franco ahínco.
Solo
pudo pedir. Solo pudo clamar, luz, para guiar a su hija… hacia el camino más
correcto. Solo pudo… agradecer a la vida.
©2020-Renée
Escape.
Autora:
Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina