Un dedito del sol entró por la ventana y me despertó acariciándome
el rostro.
Con un solo ojo espié hacia afuera, parecía un día naranja de
enero eneroso y bohemio.
Días difíciles aquéllos…
Me levanté bostezando con mucha fiaca,
me di un baño caliente.
No quería ir…pero tenía la obligación de hacerlo…
Me preparé el desayuno, café con leche y una porción de pizza que
había quedado de la noche anterior. ¡Qué delicia!
Cuando iba en el micro, por la ventanilla las casas y los árboles
corrían al revés hacia un lugar abstracto, indefinido, tal vez una chacarita de
árboles y casas que a nadie le interesa.
El hospital era blanco, bien limpio con ese olor que siempre me
había causado náuseas.
Estabas allí con cara de enojado, como siempre… la colcha de tu
cama era blanca con pequeños agujeritos.
Allí estaban tus manos, blancas, largos dedos, no sé por qué
siempre les llamé manos europeas, inconsciente diálogo que un día que no
recuerdo tuve con mis abuelos que llegaron en aquel viejo barco después de la
guerra.
Pero tus ojos del color de las algas, miraban hacia adentro con un
destino incierto.
Tomé tus manos con mucha ternura, y ¡te lo iba a decir…! ¡Juro que
te lo iba a decir! Pero aquella piedra de la vida me anudó la garganta, como
siempre, como siempre.
Han pasado los años… Hoy color noviembre, me metí dentro de mi
misma…
Como una niña feliz me tiré de bruces en esta hierba recién
nacida…, patitas de pájaros saltando a mi alrededor, una brizna de hierba
finita picándome la nariz, los arreboles, los átomos de esa gota en mis dedos…
¡Llegué a la misma esencia de las cosas, pero sin las formas, sin materia.
Ahora que soy libre, libre de la materia, del prisma que, dado
vuelta a la inversa tiene aire de sabiduría y bondad invisibles, ese plano en
el cual te encuentras ahora, muerto, pero bello , sonriendo…
La piedra de la garganta salió rodando, por eso es que hoy te lo
puedo decir: Padre mío, padre mío ¡te amo, te amo!…
Autora: Olga
Triviño. Mendoza, Argentina.