Afectado
sí, vencido jamás.
Los humanos habitamos un
planeta en el cual suceden constantes asombros de todos los paradigmas, donde
cada día pareciera anunciarse el Apocalipsis. En el transcurso de este año 2020
nos estalló una pandemia vírica muy difícil de ser controlada, de la cual nadie
está exento de padecerla ante su dominante contagio y con altos riesgos de
fallecer. ¡Nos hace falta una nueva Arca de Noé!
Fue así que espontáneamente percibí
ciertos síntomas relacionados con los propios del maldito virus corona.
Inmediatos exámenes médicos me indicaron un lapso de espera bajo control en
aislamiento hasta obtener los resultados, y de ser estos positivos…
encomendarme a Dios. Una situación sin válidas opciones y por lo cual hoy me
encuentro solo en cautiverio dentro de esta pequeña habitación de un sanatorio.
He suspendido abruptamente mis actividades habituales, pero la mente impetuosa
se acelera ante la incertidumbre del futuro inmediato, produciendo una revisión
desde el pasado al presente, la cual me lleva a una profunda reflexión donde
quizá esta aventura escarbando la mente, sea en cierta forma una manera de dar
respuesta a los interrogantes que flotan implícitos en mi existir. Incluyen la
razón de saber quién soy, de la conducta revelada y las heterogéneas acciones,
tanto de las buenas como de las otras. También alegrías, broncas, disputas, los
abrazos de amistad y los variados tipos de amores.
Distendido sobre un sillón y mirando
la nada, iba recordando etapas de mi vida alternando un poco su cronología.
Durante mi humilde niñez fui bien
protegido por mis padres, además de dos hermanos mayores, y, en consecuencia,
percibo la sensación de haberme desarrollado vertiginosamente, saludable y
feliz. Por lo tanto les vivo agradeciendo, sin registrar reclamo alguno.
Habitualmente he permanecido rodeado
de familiares, amigos o compañeros, pero hoy estoy demasiado solo. Siempre me
he sentido tan independiente como un cóndor en las alturas y nunca imaginé
estar aislado, encerrado al igual que un canario. Encima la fiebre progresiva
no deja de fastidiarme y aumentar mi preocupación.
Ya desde la adolescencia gocé de una
progresiva libertad, como recompensa de mis comportamientos y las etapas de
estudiante no fueron espectaculares, pero al menos nunca me reprobaron y pude
cosechar muchos amigos.
He constituido una familia con
esposa y una hija, a quienes amo y velo por su bienestar. Ellas se muestran
orgullosas por mi noble profesión de bombero, así como también por algunos
hechos destacados, donde justamente en su desempeño, fui contagiado.
Mis hobby han sido -y aún lo son- el
ciclismo, jugar al fútbol, tocar el piano y cantar, como un placer de expresión
artística, sin intención de buscar la consagración, aunque esa coronación la he
logrado entre amigos y reuniones familiares, lo que no es una cosa menor, sino
que provoca muchas satisfacciones porque nuestros sentires, nuestras creencias,
nuestras ideas se expresan a través del arte, enmarcado en sentimientos
rudimentarios del alma.
Lógicamente, no todo ha sido de
color maravilla, pues interfieren mis regocijos oscuros recuerdos que solo
permiten obviarlos momentáneamente, pero jamás excluirlos, por tratarse de las
indeseables partidas de seres queridos a otra dimensión. Y ni qué hablar de mi
madre, por quien mantengo viva una lágrima, De esas lágrimas que duelen en el
corazón y resbalan por el alma eternamente.
Tal vez haya quien me guarde algún
reproche o rencor por algún yerro, malentendido, antipatía, celos o envidia y quizás
hasta con cierta razón, porque si nadie es perfecto, yo no debo ser la
excepción. No obstante, mi conciencia tiene mucha paz y consecuentemente más
peso que la opinión de cualquier ser anónimo. Interpreto que la transparencia
del pensamiento humano es la idea que resume este sondeo de mi vida, incluyendo
inolvidables vivencias como un espejo de la existencia.
Los constantes dolores musculares sin tregua no me permiten un
relax, apenas adecuarme y aguantar. Encima de pronto sentí un escalofrío cuando
se iluminó la ventana por un relámpago y un trueno me hizo estremecer pensando
si ya habría llegado mi hora. El latente temor oprime hasta mis vísceras y no
logro disimularlo ante la incertidumbre de la evolución que me aqueja. Volví a
la lectura de la conciencia y repasé minuciosos hechos a través de mis 49 años,
divisando las situaciones más felices vividas como así las circunstancias más
tristes, ambas cosas que suelen dejarnos sus profundas huellas. Fue así que
emergió un significativo tema casi tabú, por ser algo encriptado, que guardo
suspicazmente en mi interior. No es nada malo, sino todo lo contrario, aunque
algo difícil de comprender por quienes no hayan vivido alguna circunstancia
similar. Se trata de una historia de sueños anhelados y sueños vividos con
muchísimo amor en dos dimensiones. Leí que Shakespeare supo decir algo así:
“Quien no recuerde la más ligera locura en que el amor lo hizo caer, es porque
jamás ha amado.” Y precisamente estoy recordando cuando nadie entendía la razón
de mis silencios, ni del vacío en mi mirada… cuando En mi loco desvarío estaba
viviendo un amor increíble… era un amor prohibido. Me sentí correspondido por
mi alma gemela, por una mujer excepcional que superaba mis expectativas de los
ensueños. Pero lamentablemente nos separaba una distancia geográfica, además de
razones sociales, familiares y religiosas, aunque nada nos impidió impregnar
nuestras almas de un amor fulminante, valiéndonos de esa tecnología que
posibilita que la realidad virtual interactúe con el mundo real, y que finalmente se
inserta en la dimensión del fenómeno específicamente humano. Esta pasión con
aroma a una rosa carmín no ha nacido ni se implica con la atracción física,
sino que se nutre de la sincera expresión de las almas.
Inmerso
en este excepcional trance resulta sumamente difícil admitir que el amor solo
tiene una palabra, una forma de ser vivido, pero no es justo ponerle límites al
corazón, como también resulta imposible despegar dos almas amalgamadas.
Mi estado empeora constantemente, y en un momento en que
ingresaron dos médicos vestidos como astronautas, se me ocurrió que me hubiese
encantado haber sido un alienígeno, porque temo que el planeta tierra ya no da
para mucho… o al menos para mí. Aunque será Dios quien lo decida.
Mientras el tiempo transcurre lentamente, sigo recorriendo mi
pasado, y evito dormir porque desconfío del incierto despertar. Voy
concluyendo, resumiendo que si bien la vida me ha tratado bien en muchos
aspectos, destacando actitudes de familiares, me están quedando varios
proyectos pendientes por cumplir. También he cosechado infinidad de cosas
positivas, como recuerdos impresionantes de felicidad, emocionantes abrazos de
agradecimientos al salvar vidas, círculos de amigos y mil cosas más.
Si de algo estoy convencido, muy seguro, es que el sostén de la
existencia es el amor, del amor en todas sus expresiones como la bendición de
Dios. Es, tal como yo concibo a la vida, una gran aventura humana para
encontrarnos, para compartir acciones plenas de bondades a través de la ayuda
recíproca, la solidaridad y el amor al próximo, y durante este paso tratar de
dejar al mundo en mejores condiciones de que lo encontramos
Estoy sintiendo complicaciones, ya estoy teniendo dificultad para
respirar y supongo me suministrarán oxígeno, así que intentaré relajarme un
poco, y ante el aleatorio intervalo que inicio, Reitero que suceda lo que me
suceda, mi confesado amor prohibido jamás se desprenderá de mí, porque como
seres humanos sino tuviéramos un pasado descomunal, estaríamos desprovistos de
la impresión que define nuestro sentido de ser. Así fue como la bitácora de
este viaje terrenal tomó la forma de mi revisión que recorre el cerebro y el
íntimo pensamiento. Nada es imposible para el que verdaderamente desea algo, y
está dispuesto a prescindir de eso que llamamos realidad. Ninguna persona está
lejos si existe el deseo y la voluntad de lograrlo, por lo tanto, no claudicaré
en mi supervivencia aquí o donde Dios lo disponga, porque cualquiera sea la
epidemia, plaga o calamidad que afecte al mundo, podría destruir gran parte de
él, pero siempre ha de subsistir sobre toda las cosas el auténtico amor.
Convencido de ello me compenetro en el vuelo de un cóndor, navegando alto y con
mucha, mucha paz.
Autor: © Edgardo González - Buenos Aires, Argentina
“Cuando la
pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su
alma”.