Los Doce Amantes De La Casta Elsam.
Episodio 10º
Walter
Elsa salió
de aquella experiencia con Marisa, algo aturdida. En su mente chocaban
reflexiones muy diversas. Ella, en ocasiones, había oído hablar de estas tendencias
de la conducta humana, pero nunca puso demasiada atención; bueno, eso
existiría, pero en otras esferas, y en todo caso una entre un millón. Era algo
que nada tenía que ver con ella y nada tenía que opinar. Y, de pronto, se
encontraba metida de lleno en el asunto y no sabía qué pensar. Desde luego,
aquello no era normal. Lo que ya no acertaba a poner en claro en sus
sentimientos era, si había sido placentero, o si se encontraba asqueada. Se
confesaba a sí misma que las caricias de Marisa habían sido dulces y delicadas,
pero ahora sentía una gran vergüenza al recordarlo, y se prometía no volver a
ponerse en situación de propiciar algo así. La imagen de Marcelo se
entremezclaba en sus sentimientos. Pero, él tenía razón, aquella mujer era
peligrosa. Y enseguida, una voz airada surgía en su interior, preguntando:
¿Peligrosa, por qué y para qué? Elsa no consideraba peligrosas aquellas
delicadas caricias. El peligro quizá residía en que ella pudiera establecer
comparaciones con las de Marcelo, y ahí saliera él perdiendo.
De todas
formas, no se sentía atraída a repetir la experiencia. Aquello siempre lo había
considerado una aberración, y las personas que lo practicaban, un mundo aparte.
Ahora tenía que prepararse para encajar la reprimenda de su novio, cuando
volviera de su despedida de soltero. Le indignaba, eso sí, lo injusto de que él
pudiera divertirse a su antojo, mientras ella tenía que darle cuenta de cada
uno de sus pasos. Barajaba la posibilidad de mentirle, diciendo que su viaje a
Benidorm había sido para liquidar una antigua cuenta y que el azar la había
puesto frente a Marisa en una de sus concurridas calles. Esto para salir al
paso de que algún conocido comentara que las había visto juntas.
Por
supuesto, de lo que ella consideraba su “gran pecado", no diría nada.
Aunque, al mismo tiempo, más allá de lo que la gente podía pensar, metida en lo
más íntimo de su ser, no veía ninguna maldad en aquellas caricias. Se rebelaba
contra las frases enigmáticas y ambiguas con que Marcelo y sus amistades se referían
a la peruana.
Elsa repasaba en su memoria y no encontraba
nada más que buenas acciones de Marisa hacia ella, solo aquel hecho era
reprobable. Bueno, reprobable en opinión de la sociedad.
Ahora,
tenía que serenarse y mirar cómo se lo contaría a Marcelo. Pero tampoco había
tanto que contar, solo que había ido a cobrar una deuda. La intransigencia de
su novio con respecto a su amiga, iba a crearle un serio altercado.
Marcelo
llegó muy feliz de su experiencia, dispuesto a hacer las maletas y salir el próximo
lunes para su destino. Se disculpó con Elsa por no haberle traído un regalito,
pero quiso consolarla diciéndole que celebrarían una cena con todos los amigos
en su honor al día siguiente y ella se sintió feliz, porque la mala conciencia
de su novio la eximía de dar otras explicaciones. Así que todo quedó concertado
para la noche siguiente en que -según Marcelo-, se celebraría la cena del
siglo: "Ya lo verás, nena, toda la ciudad hablará de ella. La celebraremos
en el Miramar, que ya sabes cómo hacen las cosas, con periodistas y todo”. Elsa
protestó, a ella no le gustaba tanto boato, pero él insistió, y además su jefe
iba a hacer una promoción de sus nuevos productos y ante eso, nada se podía
objetar. Los negocios eran los negocios y no había que desperdiciar ocasión de
promocionar los nuevos vinos, que este año tenían una calidad insuperable.
Elsa se
prestó a la propaganda, invitando a sus mejores clientas y ataviándose con uno
de los trajes que había adquirido, con la ayuda de Marisa, para su nueva vida.
Estaba radiante, su suegra la había acompañado al Salón de belleza que ella
frecuentaba para indicar al estilista ciertas sugerencias: -“tiene que hacer
resaltar su natural belleza” -había dicho-, porque es muy tímida y siempre
quiere pasar desapercibida.
Y así fue,
Elsa lucía aquella noche una amplia sonrisa, en su papel de anfitriona. A pesar
de su inexperiencia en estos ambientes, y de sus temores, conforme pasaba el
tiempo se iba sintiendo mejor, sus ojos brillaban de un modo especial y su
figura, enfundada en aquel elegante traje que Marisa le eligiera, se destacaba
entre las señoras elegantes que habían acudido al evento, acompañadas de sus
maridos, novios o amantes. Allí faltaba la madre de Marcelo, que había
inventado una disculpa por no alternar con aquella sociedad tan heterogénea,
porque ella seguía las normas que regían en su juventud, según las cuales las
"señoras decentes”, no se mezclaban con las chicas alegres que a veces
acompañaban a los hombres de negocios, incluido su marido que, aunque era
abogado, nunca le hizo desaires a un buen busto y se encandilaba con los
destellos que le lanzaban los ojos de ciertas mujeres. Este hecho, que hubiera
podido ser un desaire, a Elsa le vino muy bien para desinhibirse e ir
afianzando su nuevo papel.
Todo
marchaba de maravilla, hasta la llegada de Walter, que acudió tarde como
siempre, y como siempre hecho un Adonis, perfumado, risueño, con su cola de
caballo, vistiendo un extravagante conjunto negro y mocasines verde limón. A
pesar de eso había que reconocer que el sujeto tenía clase y cualquier cosa que
se pusiera le sentaba bien. Elsa recordó cuando, días atrás, lo había visto en
Benidorm saliendo de la playa descalzo y con una camiseta llena de agujeros,
que sin embargo, no lograba disimular su innata elegancia. Aquel día ella se
había resguardado detrás de Marisa para que él no la viera, pero ahora, cada
vez más segura en su papel de anfitriona, deseaba mostrarse ante él, elegante
también.
Se
encontraron risueños y, después de los almibarados elogios de Walter, que ella
recibía entre divertida y temerosa, lo condujo a un rinconcito donde se
sentaron y, entre sonriente y mimosa, le informó de que no debía comentar con
Marcelo que la había visto en compañía de Marisa. Él la escuchó atento y luego
quiso saber las razones que le impulsaban a mantener ese secreto. Elsa le dio
mil vueltas a la respuesta para no contarle la mala relación que existía entre
Marcelo y Marisa, pero él, como un sabueso que ha olido la presa, indagó hasta
que supo el relato completo de las razones que aducía Marcelo para prohibir
aquella amistad. Ahora Walter sonreía satisfecho y acariciaba las manos de Elsa
al tiempo que decía: "No te preocupes pequeña, esto será un secreto que
nos una”, y poniéndose de pie salieron al salón, él satisfecho con una
expresión burlona en sus enigmáticos ojos, ella con una pregunta inquietando su
mente: ¿qué quería decir con aquello "del secreto que los unía?"
La música
sonaba melodiosa, y la fiesta estaba en su apogeo, Marcelo vino a rescatarla de
sus preocupaciones y ella se dejó arrastrar en sus brazos a la pista de baile,
ajena ya a cuanto la rodeaba, y en su interior ya no sonaban más palabras que
las que salían de los labios de aquel hombre al que hacía dos años le había
entregado su corazón, y ningún otro de los que habían pasado por su vida le
había hecho vibrar de aquella forma.
Ya de
madrugada, Se retiraron al apartamento de Elsa y Marcelo, dejándose llevar por
un impulso, él tomó a su novia, que cayó sobre el lecho y allí mismo le arrancó
el traje y se sumieron en un frenesí de caricias que culminó en la mutua
entrega de sus cuerpos.
A la
mañana siguiente, todavía no se habían despertado, cuando el timbre de la
puerta sonaba con insistencia. Poniéndose una bata y descalzo, Marcelo abrió la
puerta y allí estaba su jefe, con un maletín en la mano. Vamos, deprisa -le
decía-, no hay tiempo que perder. Acaban de avisarme que las bodegas de Cuzco
están ardiendo. He conseguido dos pasajes para el próximo vuelo a Perú, que
sale dentro de dos horas. No te detengas, te espero en el aeropuerto. Y sin
darle tiempo a cerrar la boca, que se le había quedado abierta por la sorpresa,
se lanzó escaleras abajo sin usar el ascensor, que aún esperaba allí con las
puertas abiertas.
Marcelo no
tuvo argumentos, ni tiempo para explicar a su novia lo atribulado de su partida
y con un rápido beso y la promesa de una llamada próxima para informarla cuando
tuviera más noticias sobre aquel repentino viaje, salió disparado.
Elsa,
contempló el desorden de su habitación por los excesos de la noche anterior, y
todavía aturdida por el sueño, se deslizó de nuevo entre las sábanas y durmió
plácidamente agotada por las emociones de la jornada anterior.
Cuando se
despertó y fue consiente de la nueva partida de Marcelo, una nube de tristeza
la envolvió. Se desperezó voluptuosa y se dispuso a ordenarlo todo. Ahora tenía
todo el tiempo del mundo, porque durante la estancia de su novio siempre había
andado con prisas para estar preparada, por si él se presentaba de improviso.
Su madre le había inculcado que la casa debía estar siempre ordenada, para que
el marido se sintiera cómodo.
Pasado el
mediodía, terminó de arreglarlo todo y decidió tomarse la tarde de relax, por
lo que puso el apartamento en penumbra, se acomodó en el sofá dispuesta a pasar
lista a las emociones de su primera actuación como mujer de mundo, y una dulce
somnolencia la invadió. A través de aquella nebulosa iban desfilando los
detalles más relevantes de la jornada.
Deseaba
llamar a Marisa y comentarlo todo con ella. No la había vuelto a ver desde
aquel día y había decidido no verla más, porque se sentía muy avergonzada. No
estaba enfadada, no, es más, consideraba que era la única amiga que había
tenido en la vida. En su trabajo había conocido muchas jóvenes amables, pero ninguna
le había inspirado confianza para abrir su corazón. Sin embargo, ahora deseaba
comentar su experiencia con ella y de un modo especial, las palabras de Walter,
¿qué habría querido decir? Y sobre todo: ¿qué enigmáticas intenciones
trascendían de sus malévolos ojos? Seguro que la peruana tenía la clave. Porque
Marisa sabía mucho de hombres, pero no la llamaría, se iría al cine para
distraerse.
En el
armario estaban colgados los cuatro trajes que su suegra le había regalado para
su nueva vida. A Elsa también le gustaba sentirse admirada entre sus amistades,
por lo cual, eligió uno de aquellos trajes, se maquilló, se miró al espejo y
tuvo que reconocer que su suegra tenía buen gusto; porque el traje le hacía
resaltar su figura, sin estridencias, de un modo delicado y elegante. Se
pulverizó con su perfume favorito y se fue al cine, optimista y segura de sí
misma.
La
película no lograba distraerla y, al poco rato, salió de la sala. Se sentó en
la concurrida terraza de una cafetería, y allí apareció Walter, como atraído
por el imán de sus pensamientos. Apareció elegante, vaquero negro y camisa
blanca de mangas largas y su cola de caballo.
“Buenas tardes, nena” -le dijo, y, además, no
pueden ser mejores con este inesperado encuentro”. Ella correspondió al saludo
con una sonrisa de compromiso.
“¿Cómo estás aquí tan sola?” –preguntó-,
mientras separaba una silla de la mesa para sentarse. Aquel sujeto era
atrevido, desde luego, y ella le tenía miedo.
”No me
gustó la película y salí del cine” -dijo lacónica.
“¿Y Marcelo?”
-siguió preguntando. “Claro, te deja así, abandonada, y somos los amigos los
que acudimos en tu ayuda”.
La inquietante lucecita de sus ojos volvió a
parpadear. Elsa estaba turbada y él lo notó. Cambiando su actitud, le dijo con
tono afectuoso: "Pequeña, no tienes nada que temer si yo estoy cerca. Sé
que tengo mala fama, pero es injusta. Es cierto que he hecho alguna mala jugada
cuando me he sentido agraviado por algún elemento déspota de esta sociedad
malagueña, pero hay que defenderse, máxime cuando mi verdadero carácter reboza
ternura y, quizá por eso, algunas personas me confunden”. “No es cosa de ir
contando tus intimidades por ahí, Pero a ti, que estás a punto de dejarnos, te
lo puedo decir. Mi infancia ha sido como un páramo de afectos. Mi madre se fugó
con un cantante ruso cuando yo tenía dos años y mi padre, se tomó la revancha
corriendo tras artistas y cabareteras”. “Cuando yo lloraba en las noches,
acudía una niñera que me inyectaba un somnífero, para dormir tranquila”. “Mi
abuela ya había muerto y mi abuelo sólo se ocupaba de la política”. “Luego, los
internados y los tutores, cumpliendo escrupulosamente los contratos, sin un
atisbo de ternura”. “Me licencié en Ciencias Sociales y ahora busco mi alma
gemela, disfrazándome de "duro" por temor a que abusen de mí, si
muestro el caudal de ternura que atesora mi alma”. “Así que, ya ves qué
distintas pueden ser las apariencias de la realidad”.
Cuando
acabó de hablar, se había transfigurado su rostro y sus ojos tenían una gran
tristeza. Elsa permanecía en silencio, buscando algo consolador que decirle y
que dulcificara aquel corazón maltratado.
La tarde
se había puesto fresca y negros nubarrones cabalgaban por el cielo. Él vio que
Elsa tenía la fiel erizada de frío y solícito se ofreció para llevarla a un
lugar cerrado, pero ella dijo que era tarde y que se iba a casa. Habían
caminado un par de manzanas, cuando el nubarrón negro se abrió y, con un ruido
ensordecedor, arrojó una culebrina eléctrica, acompañada de gruesos goterones.
Apresuraron el paso buscando un portal para guarecerse y se metieron bajo los
andamios de un edificio en construcción. Esperaron unos minutos, pero la lluvia
arreciaba y se internaron en el edificio, huyendo de la violencia del agua.
Encontraron un montón de sacos llenos de cemento y otros vacíos en los que, al
fin, pudieron sentarse. El traje de Elsa estaba empapado y temblaba de frío. Él
no tenía nada con que protegerla e intentaba cubrirla con su cuerpo. Un halo de
ternura traspasaba la fiel de Elsa, Y hasta el reseco corazón de Walter
llegaban los sentimientos de agradecimiento de ella.
A Elsa se
le cerraban los ojos, por lo que, en un intento desesperado para no dormirse,
empezó a contarle recuerdos de su infancia.
El
aguacero no tenía visos de parar, y Elsa, vencida, dejó caer la cabeza sobre el
hombro de él. Entonces, advirtió su excitada respiración y comprendiendo el
motivo, quiso compensarlo con un beso furtivo sobre el cuello de la camisa,
pero Walter, hombre al fin, al límite de su contención, la estrechó entre sus
brazos y susurrando toda su ternura almacenada y oculta, la cubrió con su
cuerpo y, por un momento, los dos disfrutaron, como hombre y mujer, de las
dulzuras que la infancia les negó.
Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España