La contadora.

 

Todos los ejecutivos estábamos deseosos de conocer a la nueva compañera.

Contrariamente a lo habitual, ella no fue presentada de acuerdo a lo convencional, ella se presentó en el comedor simplemente diciendo, hola, soy Julia, ¿me puedo sentar acá?

Claro, -dijimos todos-, bienvenida a bordo, contadora.

 

De estatura mediana, muy delgada, pelo negro cortito y con aquel que sé yo, que resultaba interesante.

Los descarados habituales se apilaban brindándole exageradas y falsas sonrisas.

Ella agradecía como buena nueva compañera y a todos les brindó una sonrisa.

Cuando me miró y sus párpados se cerraron, sentí que mi silla se movía.

Por la tarde, el ejecutivo principal convocó una reunión cuyo motivo era presentar a la nueva colaboradora.

Había en ella algo muy plácido y agradable, no es que fuera una tigresa, pero bajo su piel había, bueno, algo...

A partir de ese día cada vez que estábamos en el comedor yo intentaba escuchar su conversación y siempre terminaba por sermonearme, ¿qué carajo pretendía?

Ese día ella pidió permiso para sentarse a mi lado y yo, como un estúpido, me levanté para acercarle la silla y como un nabo, casi ocasiono un accidente, al enredar mi pie con la dichosa silla.

Ella agradeció la atención y se dispuso a comer.

¿Cómo te sientes en la nueva empresa?- le pregunté.

Bien, me dijo ella, aún estoy intentando conocer de memoria los nombres de todos ustedes.

Yo soy Carlos y trabajo en compras.

Lo sé, Carlos, creo que tenemos que reunirnos para concretar algunos puntos.

Cuando gustes, avisaré a mi secretaria que te de prioridad.

El día de esa junta llegó y estaba más interesado en sus ojos claros que en sus palabras.

Ella empezó exponiendo sus puntos de vista sobre la importancia de la rotación del stock.

Me negué a aceptar sus argumentos, para mí lo más importante era mantener un stock suficiente para dar una atención apropiada a los clientes, los cuales no siempre se comportaban en forma regular.

Como responsable de las finanzas ella alegaba que la inmovilización de capital en stock se comía las utilidades de la empresa.

Esto no era nuevo para mí, compras siempre tenía que atender las quejas de dos departamentos que estaban en pugna, Ventas y finanzas, y lo mismo pasaba con producción y control de calidad.

Bueno, Compras tenía que estar dispuesto a complacer a todo el mundo, pero también tenía que ejercer cierto control, como el de aquel ejecutivo que solo quería papel higiénico rosado, de doble hoja y perfumado...

 Así comenzó el protagonista a contarme esta historia, que ahora les cuento, para que la conozcan...

Ambos eran demasiado celosos de su postura y terminaron por levantar la voz en forma contundente.

En eso entró el jefazo, los miró y les dijo, Carlitos, al llegar a tu oficina me dijeron que estabas aquí.

¿Qué se le ofrece, señor? –pregunté.

Primero quiero averiguar si en esta jaula de fieras se puede tomar un café como el señor manda.

Julia levantó el teléfono y pidió a su secretaria 3 cafés.

Al rato apareció la chica con 3 tazas y un azucarero.

¿Cuál es el motivo de esta trifulca?

Ninguno de los contendientes quiso ser el último en contestar y ambos esgrimieron sus argumentos en forma simultánea.

Miren, dijo el jefazo, me alegro de tener 2 tigres en sus respectivas áreas, pero, tú, Carlos, estás propuesto para gerente de logística, lo cual ampliará tu horizonte de influencia. Y tú, Julia, estás propuesta para gerente de Finanzas.

Por eso, antes de tomar una decisión, ambos me presentarán un informe de sus respectivas posiciones, pero, lo más importante es que trabajen juntos en lograr un punto intermedio que concilie sus mejores argumentos.

Si no lo logran, bueno, tal vez tenga que posponer vuestro nombramiento.

Así diciendo se levantó, y a modo de saludo dijo: “por favor Julia, dile a tu secretaria que haga un café que también les guste a los seres humanos”, y se fue riendo.

Ambos se quedaron anonadados.

“Y Bueno, creo que tendremos que aunar esfuerzos”, y para quitar un poco de hierro a la conversación, la invité a almorzar fuera de la empresa, lo cual ella aceptó, con ciertos reparos.

Al sentarnos en el restaurante le dije: “mirá, yo no soy un caza mujeres y mucho menos si son compañeras de trabajo”. “Además estoy dedicado casi exclusivamente a mi hija, que ya tiene catorce años, y estoy empeñado en intentar que las cosas no me desborden”.

“Sé a qué te refieres, yo tengo un hijo de 10 años, y a veces me siento superada”.

Soy viudo -le dije-, “mi mujer falleció al dar a luz”.

“Yo, bueno, el padre de mi hijo no quiso saber nada del niño y yo no insistí en la relación, a condición de que él nunca reclamara sus derechos”.

“No sé”, le dije, “parece que estamos en una situación similar en nuestras casas, tal vez deberíamos compartir experiencias”.

“No sé tú, pero yo estoy atascado en mi trabajo”. “Creo que tendríamos que buscar la vuelta para hacer lo que nos encomendaron fuera de hora”.

“Pienso lo mismo”, -dijo Julia.

“¿Te parece que podríamos repetir?, digo, sin ánímo de que lo interpretes como un avance, tal vez podríamos cenar algún día”.

“De acuerdo, -dijo ella-, yo encantada”.

Así pasó el resto de la semana, el domingo no pude más y haciendo caso omiso de la prudencia la llamé por teléfono

Mirá, le dije, “sé que es un abuso de mi parte, pero me gustaría invitarlos, a ti y tu hijo, a que cenen en mi casa, así tú conoces a mi hija”. “Entenderé que no aceptes y, desde ya, te pido disculpas”.

Antes de terminar, ella dijo: “aceptamos con mucho gusto”.

Bueno, -dije-, “¿te parece bien hoy a las 6 de la tarde?”

“Sí, claro, allí estaremos”.

A las 6 y cuarto tocaron timbre y recibí la visita haciendo un guiño a Julia.

Me agaché a la altura del chico y le dije: “yo soy mago y adivinaré tu nombre, si me lo permites”.

El chico se sonrió y se agarró a la mano de Julia.

Le dije, “ya verás, tú te llamas, a ver, a ver, así, tu nombre es Gumersindo”.

“Te equivocaste”, -dijo el chico-, y empezó a reír.

“Bueno, ahora sí que lo adivinaré, tú te llamas Atanasio”.

“No, -dijo el chico-, otra vez te equivocaste”.

“Bueno, me rindo..., Gustavo”.

“Ese sí es mi nombre”, saltó el chico, ¿cómo lo supiste?”

“Bueno, mirá, tengo un juego en la compu que trata de marcianos y ellos me cuentan cosas”.

“¿De marcianos?”, -dijo Gustavo.

“Sí, tal vez me puedas ayudar porque últimamente los marcianos que atacan la tierra siempre me ganan”. “¿querés probar vos?”

“Sí, sí, sí”.

“Bueno, vamos adentro”.

Sentada en el sillón estaba Andrea, la hija de Carlos, y cuando Julia la saludó, le dijo que era muy bonita.

“¡Qué voy a ser bonita con estos fierros que tengo en la boca!”.

Desde el estudio se sentían los gritos de los dos grandulones, matando marcianos.

Julia se sentó al lado de Andrea y le dijo: -¿Estás incómoda con la regla, verdad?

“Sí”, -dijo la chica-.

“Luego de cenar tomaremos un té calentito, ya verás qué bien te sienta”.

“Mirá, mi hermana es ginecóloga y seguro que podrá recetarte algo para que no te sientas tan mal”.

“Mañana es feriado y tengo ganas de verla, ¿podrás acompañarme?”.

“Sí”, -dijo la chica-, y su rostro se suavizó.

“Luego, podrías acompañarme al dentista porque una muela me está matando”.

“Y ya que nos vamos de farra, luego podríamos almorzar juntas, si no te viene mal”.

En ese momento, entraron los grandulones y Carlos dijo:

“Este caballero no dejó vivo ningún marciano”.

Bien, cenemos por favor.

La cena fue un amable coloquio donde los hombres discutieron con las chicas y finalmente todos se rieron bastante.

Con un poco de picardía Andrea invitó a Gustavo a matar marcianos y allá fueron.

Julia me ayudó a levantar la mesa y lavar la vajilla

En eso se levantó una terrible tormenta y caían tremendas gotas.

“No puedo permitir que se vayan con este temporal, la calle debe estar hecha un jabón”.

“En el garaje tengo lugar para tu auto, dame las llaves que yo lo acomodo”.

“No”, intentó decir ella, pero me impuse y le dije: “dame las llaves antes de que tenga que agarrarme terrible pulmonía”.

Cuando volví tuve que despojarme del chubasquero en el corredor.

Estaba empapado.

Los jóvenes entraron al living asustados.

“Tranquilos”, -dijo Julia-, don Carlos acaba de extender la invitación y hoy nos quedaremos acá”.

Bien gritaron los chicos y se fueron a seguir en la compu.

Julia le dijo a Carlos: “gracias por la cena”. “A propósito, hice planes con Andrea para ir de compras mañana por la mañana, espero que no te moleste”.

“Así que urdiendo planes a mi espalda, ¿eh?, bueno, yo tengo planes con Gustavo..., y lo llamó”.

“Mira chico, las señoras hicieron planes para mañana por la mañana, ¿acaso te viene mal acompañarme al club a jugar fútbol?”.

“Luego podemos comer una hamburguesa”.

“¡Sí, sí, yupiiiii!”.

Las mujeres se acomodaron en el cuarto de Andrea y los hombres hicieron rancho en el cuarto de Gustavo.

Con una sonrisa las chicas salieron temprano.

“Ahora nosotros nos vengaremos...”, y estrechando la mano de Gustavo, salieron como invitados a una orgía.

Al entrar en el consultorio Andrea se asombró de que allí había un hombre como en espera de turno.

“Hola Roberto, ¿cómo está Claudia?”.

“Bien, un poco molesta por la carga”.

Entonces, salió claudia, portadora de una inmensa barriga, entonces Julia preguntó: “¿Cómo están esos mellizos?”.

“Bien, -dijo Claudia-, aunque no sé cual de los dos es más peleón, me matan a patadas”.

“Debe ser la nena”, -dijo Roberto-, ¡seguro que sale a vos!”.

“Mirá, mejor callate, ni pienses que dejaré de contarle lo que has dicho”.

Todos estallaron en risas.

Julia y Andrea entraron al consultorio.

Rosario, la hermana de Julia aparentaba unos 40 años, tenía una inmensa sonrisa y era una versión un poco mayor que ella.

Luego de las presentaciones, dijo: “Y bien, ¿qué trae por acá a esta jovencita tan linda?”.

“Sufre muchas molestias por la regla”, -acotó Julia.

“¿Cuánto hace que empezó el periodo?”.

“Hoy hace 3 días”.

“Bien, seguramente hoy o mañana pasan las molestias, pero ya que estás aquí, me gustaría revisarte”.

“Allí está el tocador, hazte una prolija higiene, deja tu ropa allí y ponte esta bata antes de volver”.

Andrea salió del tocador con una cara de susto de aquellas y cuando volvió miró a Julia.

“Tranquila”, -dijo Julia, yo estoy aquí y tomaré tu mano mientras te revisan”.

“Bien”, -dijo Rosario-, quiero que estés tranquila, esto es un poco molesto, pero no te dolerá”.

Poco después, Rosario dijo: “parece que todo está en orden, pero ahora te haré una ecografía para descartar cualquier cosa indeseable”.

Julia tomó la otra mano de Andrea y le dijo: “tranquila mi amor, yo estoy aquí”.

Al terminar Rosario le indicó a Andrea que se vistiera.

Ya habiendo terminado, Rosario dijo:

“Todo está muy bien, no hay nada que deba alarmarte”.

“Ahora te recetaré 2 clases de pastillas, una es para aliviar las molestias y las otras, bueno, aún eres virgen, pero supongo que tendrás ganas de elegir el momento y la compañía de quien tú prefieras para dejar de serlo”.

“Ya sabes que hay muchos indeseables por la calle y, según mi opinión, es mejor prevenir que curar”.

“Por eso van las otras pastillas que, además, te ayudarán a regularizar tus periodos menstruales”.

“Tienes que leer atentamente las instrucciones y, ante cualquier duda, no dejes de llamarme a la hora y día que sea”. “¿OK Andrea?”.

“Bien, ya pueden marcharse”, y mientras dejaba escapar una risita cómplice, dijo: tú Julia, no seas tan desconsiderada conmigo, llámame de vez en cuando y no dejes de contarme si tienes cosas nuevas que compartir con tu hermana del medio”.

Luego, fueron al dentista, el cual las saludó con mucha alegría.

“¿Qué las trae por acá?”.

Esta vez Andrea sonrió y tomó la palabra.

“Tengo esta prótesis bucal que me tiene a mal traer”.

“¿Quién es tu odontólogo?”.

“El Doctor Fagúndez”.

“Ah, ese viejo zorro, cuando lo veas dile que aún me debe una copa”.

“Bien”, -dijo el doctor-, ahora quiero que me hagas una sonrisa bien grande, exagerando un poco por favor”.

Luego de la sonrisa le pidió que retirara la prótesis y le entregó un cartoncito suave y le pidió que lo mordiera tratando de apoyar todos los dientes.

Luego miró detenidamente el cartón y anunció:

“Querida, ya puedes dejar de usar esa prótesis”. “Guárdala como mal recuerdo o tírala, si gustas, esa insolencia en una boca tan linda ya no podrá molestarte”.

Un alivio se dibujó en la cara de Andrea.

“Bien, ahora procederé a abrillantar tus dientes para que puedas lucir esa hermosa sonrisa sin ningún complejo”.

Salieron del consultorio, y Andrea, no sabía si reír o llorar, pero estaba requetecontenta.

“Todavía es temprano para el almuerzo, así que ¿me acompañas a comprar unas cositas?”.

“Sí”, -dijo la chica-.

Carlos y Gustavo llegaron al club, donde fueron recibidos por mister músculos, que parecía muy simpático.

Tenía un lomo de aquellos, cubierto por una musculatura de hierro.

“A ver, a ver, ¿qué los trae por lo de don Wálter, dueño del mejor club del país?”.

“Este chico quiere convertirse en Messi o algo parecido”.

¿Te gusta el fútbol?, -preguntó.

“Sí que me gusta, pero no sé jugar”.

“No te preocupes, aquí te enseñaremos a meter goles y, de paso, podrías nadar un poco y practicar karate, ¿Qué te parece?”.

La cara del chico se iluminó y, entonces, apareció una tropa de chicas, que junto a la profe, le sacaron tremendas ojofotos a Gustavo.

Se acercó una ruvbita muy pizpireta y le dijo: “hola, soy Melisa, hija de Wálter y también juego fútbol”.

El otro se avergonzó y se enrojeció hasta el pelo

Con un gesto de resignación Wálter acotó: ¡ah, estos chicos, todo va tan rápido que uno ya no sabe qué hacer!”.

 “¿A qué hora tienes colegio?”.

“Lunes a viernes de 13 a 17”.

“Bueno, entonces vendrás miércoles y sábados de 8 a 11, y veremos si puedes jugar con messi y Suárez”.

“A propósito, aquí hay una lista de las cosas que necesitarás, todo lo puedes comprar acá si gustas”.

“Bien Gustavo, -le dije-, ¿qué te parece?”.

“Por mí, bárbaro, -dijo el chico.

“Bueno”, -dijo Walter-, entonces trato hecho, ya te hacemos la ficha y, para empezar, te mediremos, tomaremos tu capacidad pulmonar y otras cosas por el estilo”.

“Desde ahora estarás bajo la tutela de Joaquín, quien será tu manager”.

Se llevaron a Gustavo a hacer las pruebas, cosa que no resultó sencilla, pero Wálter dijo que era mejor que se fuera acostumbrando a sortear obstáculos sin su apoyo.

Cuando Gustavo volvió, le tomaron una foto y, en instantes, tenía su carné con Nombre, fecha de nacimiento, teléfono de su madre, teléfono de servicios sociales, etc.

Walter le dijo que jamás debería desprenderse de ese documento estando en el instituto, y le enseñó a colocarlo en la ropa que usaría.

“Bien Gustavo, acá está Joaquín, que quiere conocerte”.

Él era totalmente diferente a Walter, era un chico alto con físico de acróbata.

“Bienvenido Gustavo, creo que alguien te espera”.

En efecto, la rubita se adelantó y le dijo: “hola Gus, ya sabes que soy hija de Walter y me alegro de que estés entre nosotros”. “La próxima vez que vengas te presentaré al grupo de chicos que también vienen miércoles y sábados”.

“A veces compartimos un jugo de frutas”.

Gustavo no sabía si dejar que la tierra lo tragara o saltar en una pata.

“¡Estos chicos!”, -refunfuñó Walter otra vez-.

Joaquín se adelantó y le dijo: -“veo que tu papá ya tiene tu bolsa con todo lo necesario”.

“Tú debes llevarla y hay algo muy importante que debo decirte en este momento”:

“Cuando tengas que ir a bañarte o ingresar a la piscina, nunca debes pisar los pisos con los pies descalzos, para eso están las chanclas de goma”. “Recuerda que no puedes entrar a la piscina antes de pegarte una buena enjabonada en la ducha”.

“Te espero el miércoles por acá”.

En la calle, Gustavo no podía contener su emoción y le echó los brazos al cuello a Carlos, agradeciéndole con efusividad.

“Bueno”, -dijo Carlos, “ahora vamos a comer y luego les daremos la notivuena a las chicas”.

Ya en casa sonó el timbre, Carlos abrió y quedó estupefacto.

Delante tenía a su hija, con el Pelo suelto y peinado en ondas, vestida con una pollera medianamente ajustada y sobre unos zapatos de tacones, bueno, tacones como para una quinceañera.

Cuando se repuso del golpe, solo atinó a abrazarla y decirle: “eres una chica preciosa, eso ya lo sabía, lo que no sabía es cuanto has crecido”.

Andrea tenía una sonrisa pintada en su boca, que ya no tenía aquellos frenos.

“¿Y a ustedes cómo les fue, muchachotes? -dijo Julia.

“Bien”, -dijo Carlos, “mejor que te cuente Gustavo”.

“Mirá mami todo lo que me compró Carlos y, además tengo un pase de entrada al club; mirá, tiene mi foto, mi dirección y tu número de teléfono”.

“¡Pero qué bien! -dijo Julia, “ahora ya eres todo un hombrecito con carné de identidad y todo”.

“Además hicimos algunas amistades interesantes”, -agregó Carlos.

“A ver. A ver”, -dijo Julia, “¿cómo es eso de nuevas amistades?”.

El chico se ruborizó y Andrea le dijo: “Mamá, no lo avergüences, ¡por favor!”.

“Bueno” -dijo Carlos, “ahora tú y yo debemos matar algunos marcianos”. ¿Verdad?”. El chico asintió y Julia le hizo señas a Andrea para que se sentara a su lado.

“Verás”, -le dijo-, “siempre quise tener una hija y si la hubiera tenido me hubiera encantado que fuese como tú”.

“En mí siempre tendrás alguien con quien conversar y hacer cuantas preguntas quieras”. “Pero tienes que tomarme por lo que soy, jamás podré ocupar el lugar que tu mamita dejó libre, ese es un hueco que te acompañará toda la vida”. “Pero tú serás quien decide como quieres vivir el resto de tu vida, o bien sumida en el dolor, o luchando para salir adelante a pesar de los disgustos”. “Lamentablemente, con el tiempo te darás cuenta que no será el único disgusto que tendrás que sobrellevar”.

Y así diciendo, la abrazó muy fuerte y juntas se pusieron a llorar.

Mientras tanto, Carlos se sentó con Gustavo y le dijo:

“Nunca Nadie te querrá tanto como te quiere tu madre y, a medida que pasen los años, cada vez te darás más cuenta de lo que ella es para vos; creeme, nada, ni nadie será más importante en tu vida”.

Gustavo asentía.

“Pero, hay algo que quiero preguntarte, -siguió Carlos-, “¿alguna vez viste a alguien ser sometido a Bulling?”.

“Bulling, es cuando alguien encuentra la forma de burlarse de otro sin que este otro pueda hacer mucho para librarse”.

“Por eso, yo sé el cariño que tienes por tu madre, pero en esta etapa de tu vida no es bueno que le des comida a las fieras, por ejemplo, refiriéndote a ella como Mami”.

“Repito, por si no quedó claro, ella es y siempre será lo más preciado para vos, pero eso no quita que tomes precauciones”.

Entonces se oyó la voz de Julia, diciendo: -vamos, Gustavo, ya es muy tarde-.

Carlos le dijo a Gustavo: “este miércoles no podré ir a verte, pero el sábado, allí estaré, mejor dicho, pasaré por tu casa e iremos juntos, ¿OK?”.

“Bárbaro”, -dijo el chico y lo besó.

Julia los acompañó hasta el auto y enseguida Gustavo entró y Carlos tapó con su cuerpo la ventanilla.

Y en forma triste dijo: “mirá si fuera de noche y esta fuera una cita, yo tendría que besarte”.

“Bueno”, -dijo Julia-, “es de día, no fue una cita, pero...”, le entregó un dulce beso. Él se metió en el auto y arrancó.

Al otro día Julia concretó una reunión con Carlos.

Ambos estaban incómodos y había una preocupación en la cara de Julia.

“Mirá Carlos, ayer lo pasé muy bien en tu casa, tu hija es una divina y Gustavo también está muy contento de haberlos conocido”.

“¿Entonces?”, -dije.

“Entonces”, -dijo Julia-, no podemos permitir que esto se nos vaya de las manos; tenemos que frenar acá; no estoy dispuesta a sufrir otra vez, con el agravante de que ahora hay un crío que sé que te adorará, pero no debe quedar de rehén de esta situación”. “Así que te pido que me ayudes a mantener solo una amistad y olvides mi arrebato de ayer”.

Carlos quedó muy desconcertado, lo menos que esperaba después de aquel beso, era esa frialdad.

Tragándose su orgullo, le dijo: “bien contadora, es tu decisión y yo debo respetarla, pero no me pidas que sienta lo mismo”.

“Yo no soy ningún títere para que se rían de mí”.

Se levantó y, sin saludar, se marchó.

Julia se dio vuelta en la butaca y apoyó la cabeza contra los vidrios de la ventana.

Su cabeza era un hervidero, el tipo le gustaba y estaba molesta consigo misma por la frenada bestial que había acometido.

El jueves no lo vio ni siquiera para preguntarle como le había ido a Gustavo en su primer día en el club.

 El viernes solo lo vio en el comedor y él estaba siendo agasajado por Alicia, la telefonista, chica de amplias caderas y un busto prominente con el que no dejaba de torearlo.

Julia no quería ni mirar, pero fue más fuerte que ella y no pudo sacar sus ojos de aquella provocación.

Se dijo: “¡qué te pasa, estúpida, primero te lo sacás de encima con palabras destempladas y ahora te comportás como una colegiala idiota!”.

Cuando se recuperó no lo pudo soportar más; se levantó y acercándose a Carlos, pidió permiso y le dijo que tenía que tratar algunos asuntos, que por favor la viera después del almuerzo.

La otra mujer, la miró como para despedazarla, pero Julia ni se inmutó.

Cuando volvieron Julia le dijo: “ya que mañana te llevas a Gustavo, quiero invitar a Andrea a pasar conmigo algún tiempo”.

“Bueno”, -dijo él-, entonces la llevo conmigo”, y pretendió alejarse.

Pero el jefazo estaba por allí y los paró en seco y les dijo: “son muy buenos los informes que ambos presentaron, pero aún falta la parte más importante, o sea la conciliación”.

“¿Cuándo la tendré, chicos?”.

“Carlos”, -dijo ella-, “¿por qué no empezamos ahora con esa conciliación y el lunes la entregamos?”.

“De acuerdo”, -dijo Carlos-.

Todo el viernes estuvieron reunidos y al final tenían algo bastante potable para presentar y juntos lo llevaron a la oficina del jefazo.

Al otro día Julia y Gustavo los esperaron en la puerta, ella con pantalón corto, remera ajustada y labios pintados de rojo pasión.

Cuando llegaron, él ni la miró, pero ella lo obligó a prestar atención cuando invitó a Andrea a hacer la compra y cocinar, y con gesto irónico agregó: “para estos dos caballeros”.

Él dijo: “conmigo no cuenten, yo tengo compromisos”. A Julia se le clavó una espina en la piel.

“Bueno”, -dijo Julia-, otra vez será”.

Entonces intervino Andrea: “pero, papá, nunca podemos almorzar juntos”. “Un día que yo voy a aprender a cocinar, ¿me vas a dejar plantada?”.

Con la misma ironía, Julia dijo: “dejalo Andrea. Es evidente que don Carlos tiene otros planes”.

“No te preocupes, ¡Javier también vendrá y verás qué simpático es!”.

“¿Qué dijiste, insensata?”.

“¿crees que voy a dejar que mi hija frecuente hombres solos?”.

“Vendré a buscarte a las 11.30 y nos iremos a almorzar con una amiga que te presentaré”.

“Pero, papá, -amenazó Andrea-, yo no quiero conocer ninguna amiga tuya, yo me quedo con Julia”.

“Vamos”, -dijo Julia, dejemos a los chicos solos con sus cuitas”. Bamboleó las caderas y al hombre se le cayó la baba.

Mientras cocinaban salió el tema de la escuela y que tal le había ido a Andrea con su nuevo look.

“No sé”, -dijo la niña-, por ejemplo el chico del que te hablé parece como intimidado, yo quería que me invitara al baile del próximo mes, pero ni siquiera se acerca”.

“En ese caso, deberías averiguar qué diablos le pasa, tal vez esté un poco celoso”.

“¿Celoso?”, -dijo Andrea.

“Bien”, -dijo Julia-. “Te voy a dar una opinión, sin que me la pidas”.

“Actualmente tú estás en edad de pasear, bailar y divertirte lo más posible; conocer nuevas personas y, para eso, tienes que tratar de no complicarte con relaciones serias, lo cual no significa que revueles la zapatilla...”.

“Ya llegará el día en que sientas la necesidad de algo más o menos serio, pero hasta ese día, tú debes aprovechar tu libertad”.

“Después tendrás tiempo de ser feliz en una relación más cercana, pero entonces el tiempo de la libertad habrá perdido un poco de magia”. “Lo que quiero decir es que este momento de tu vida es muy especial y cada día que pase estarás más cerca de cambiarlo por otra cosa, pero este momento no volverá”.

“¿Puedo hacerte una pregunta?” -dijo Andrea.

“Sí, claro, lo que quieras, tú dirás”.

“Mi papá está inquieto por tu causa, se pasea como un loco por la casa y siempre parece estar pensando en varias cosas al mismo tiempo”. “¿Sabes tú lo que le puede estar pasando?”

“Bueno”, -dijo Julia-, no quiero mentirte, yo no sé lo que me pasa con él, por ejemplo el otro día lo dejé con la sensación de que nosotros podríamos llegar a algo como pareja, pero al otro día, me asusté y me porté como una grosera”.

“Luego, cuando vi que una compañera le coqueteaba en la oficina, sentí como una rabia sorda y me maldije por estúpida”.

Andrea cada vez tenía los ojos más abiertos y no daba crédito a lo que escuchaba.

Abrazó a Julia y le dijo: “yo tengo muy presente lo que me dijiste el otro día, pero, ¿acaso sabés lo que significaría para mí que ustedes se entendieran?”.

Entonces se abrazaron y quedó claro que ninguna sabía como proceder.

Tocaron timbre y Julia dijo: “yo lo voy a conquistar para que se quede a comer con nosotras”.

Bajó y saludó al niño que salió pitando para arriba.

Julia dijo: “Carlos...”.

“Ella pasó toda la mañana trabajando para preparar la comida, no le hagas ese desprecio a tu hija”.

“Sí, -dijo él-, pero está ese tipo y no me gusta nada”.

“No hay ningún tipo, -dijo Julia-, yo nunca lo hubiera permitido, fue una mentirita de mi parte”.

“No seas malo, subí un ratito, por favor”.

Carlos aceptó de mala gana y subió.

El apartamento de Julia era una maravilla, decorado poco menos que por un profesional, transmitía un aire cálido y acogedor. Los chicos ya estaban en la compu estrenando el juego de extraterrestres que les había regalado Carlos.

Él se sentó y ella le sirvió una bebida.

 

“Dios”, -se dijo-, “que deseable está”. No podía sacar los ojos de ella y su sonrisa le volvía loco.

Julia lo miró y, obedeciendo a un impulso que no supo explicar, de repente, se sentó en su falda y le dijo: “perdoname carlitos, no quise ser grosera, solo es que tengo miedo”.

“Sufrí mucho cuando tuve que enfrentarme sola a la crianza de mi hijo y me prometí que nunca volvería a enamorarme”.

“¿Me perdonás, por favor?”.

Él le revolvió el pelo y la abrazó muy fuerte. “Yo tampoco sé lo que me pasa contigo, no puedo dejar de pensar en vos y a veces siento muchos celos”.

“¿Te parece que juguemos un partido en serio?”.

Julia lo abrazó por el cuello y acotó: “Los chicos..., ya han dormido en la misma habitación, así ¿qué tal unos entremeses luego?”.

“No me voy a conformar solo con entremeses”, dijo él, y le partió la boca con un beso.

Cuando almorzaron, todos estaban encantados, los chicos nunca habían estado en familia y los mayores se miraban con picardía no disimulada.

Al final del almuerzo, Gustavo y Carlos agradecieron la deliciosa comida.

Entre todos lavaron los platos y dejaron todo como estaba.

Los chicos se desafiaron a matar marcianos y se plantaron en la compu.

Julia le mostró toda la casa a Carlos y cuando llegaron al dormitorio, él la tomó en sus brazos y, conciente de la situación, solo paladeó su boca y le dijo: “podría quedarme acá mucho tiempo...

En ese momento, apareció Gustavo con un fuerte dolor de panza.

“Debe ser un atracón”, -dijo Julia-.

“Vení, te llevo a la cama”...

 Y allí cayeron las ilusiones de ambos mayores.

A las 2 de la mañana, los dolores seguían sin dar tregua, todos se vistieron y llevaron al chico al sanatorio.

Lo revisaron en urgencia y diagnosticaron apendicitis, que debía ser operada lo antes posible.

Carlos se acercó al niño y simplemente le dijo: “mirá, a los marcianos no les gustan los lloricas, así que ahora te vas a portar como un hombre y aquí te curarán lo antes posible”.

Los practicantes prepararon al niño, le sacaron radiografías que confirmaron el diagnóstico y lo llevaron al quirófano.

Andrea estaba como en shock...

Carlos abrazó a las dos y ellas se desmoronaron y se echaron a llorar.

“No es nada, ya verán que pronto estará bien”.

“Sí, pero es una operación...”.

Un rato después apareció el cirujano, un chico joven que se notaba que estaba haciendo sus primeras armas en cirugía.

“Vengan papá y mamá, quiero contarles que todo salió bien, ya pueden verlo si gustan, pero traten de dejarlo dormir ya que aún está bajo la acción de la anestesia”.

Todos gritaron, ¡muchas gracias doctor! y se lanzaron a la sala.

El chico estaba despeinado y Julia se lanzó hacia él, pero Carlos la contuvo. “Recuerda que está bajo anestesia y no debe ser importunado, -le dijo.

Encararon a Andrea y le dijeron que fuera a descansar.

“¡No!, gritó Andrea, ¡yo quiero estar con mi hermano!”.

Julia la tomó de la mano y le acarició el rostro.

Luego de un interminable rato, el niño empezó a salir de la anestesia y pidió por su madre.

“¿Qué me hicieron, mamá?”, -quiso saber.

Conteniendo su angustia, Carlos encaró a Gustavo y le dijo: “mirá, acá estuvo el marciano jefe y te felicitó por lo bien que te portaste, como todo un hombre”.

“Sos un mentiroso, Carlos”, -dijo el chico-, y se echó a reír.

Julia le acarició el pelo revuelto, mientras Andrea se iba arrimando despacito y dijo: “sos un campeón, hermanito, te quiero mucho”.

“Yo también te quiero, hermanita”.

Julia y Carlos intercambiaron una mirada satisfecha.

Por la mañana, llamaron a la escuela de ambos y también al club. Carlos pidió a las chicas que fueran a desayunar, luego iría él.

Apareció el cirujano, con una planilla en la mano, saludó al niño y le preguntó como se sentía.

Gustavo le dijo que más o menos, que tenía una molestia. “No es nada”, -dijo el médico-. “Es que los tejidos empezaron a cicatrizar”.

“Te voy a explicar lo que hubo que hacerte”.

“Tuvimos que extraerte el apéndice porque estaba muy inflamado y no podía quedar allí”.

“¿Te enseñaron en el cole lo que es el apéndice?”.

“Sí”, -afirmó el chico-.

“Creo que estás muy bien, así que si todo sigue igual, en dos o tres días volverás a casa”.

“Gracias doctor”, -dijo Carlos-.

“De nada, tiene un hijo muy valiente, ¿sabe?”.

“Sí, claro”, -contestó con un guiño-, es que el marciano jefe le pidió que se portara con valentía”.

“Ah, ya veo”, -dijo el médico-, y se fue sonriendo.

“Carlos”, -dijo el chico-, ¿sabés que te quiero mucho?”.

“Claro que lo sé, chico, y yo también te quiero mucho”.

A las 3 de la tarde apareció Walter, acompañado de su hija melisa que se acercó a la cama y saludó a Gustavo con un sonoro beso en el cachete.

“Hola Meli”.

“¿Cómo estás, Gus?”.

“Bueno, he tenido ratos mejores”.

“Mirá”, -dijo la niña-, te traje unas revistas de marcianos”.

 Julia vio esa demostración de ternura y se emocionó.

Walter le estrechó la mano y preguntó por Carlos.

“Tuvo que ir un rato a la empresa...”. “A propósito, -dijo-, me han hablado mucho de ustedes y todos nosotros les tenemos mucho aprecio”.

Entonces la rubita le sonrió y Julia vio que era una chica encantadora que, cuando se sintió escrutada, se puso colorada.

El padre dijo: “todos sus compañeros querían venir, pero yo les dije que era mejor que esperaran a mañana, dado que de lo contrario tendría un ejército de chicos por acá”.

“¿Y esta hermosa joven?”.

“Es hija de Carlos y todos la queremos mucho”.

Apareció el aludido, y saludó efusivamente a las visitas.

“¿Todo bien?”, -preguntó Julia.

“Jefazo dice que te tomes los días que sean necesarios, tus asuntos los está atendiendo Laura, tu secretaria”.

“También dijo que hoy someterá nuestras conclusiones al directorio, pero auguró buen pronóstico”.

Andrea se despidió, alegando que tenía una prueba escrita muy importante.

“Mamá, tengo hambre”, -dijo el chico-, y todos se rieron.

“Oye grandulón, ¡qué bonita y simpática es Melisa!”. “Así que Guus y Meli, ¿eh?”.

Entonces el chico se agrandó y dijo: “¡eso es por haberme hecho tan guapo y listo!”.

“Mirá tunante”, -dijo Julia-. “No te hagas el vivo con esa Chica, porque el padre nos muele a palos a todos”.

Cuando vinieron a hacerle curaciones, Carlos y Julia salieron tomados de la mano.

“Oye, -dijo él-, no te olvides de que aún tenemos algo pendiente”.

“Ah, sí”, -bromeó ella-, haceme acordar, porque es seguro que me olvide”.

 Recibió un pellizco en la mano y un beso en el rostro.

3         Días después dieron de alta a Gustavo.

Julia le preguntó a Carlos si no sería tan amable de pasar unos días con ellos, así resultaría más fácil, para todos, el proceso de recuperación.

Él se relamió hasta los dientes y agregó: “Bueno, le diré a la empleada que venga a prestar servicios acá, así tu empleada se ocupa exclusivamente de Gustavo”.

Ya llevaban casi 2 meses viviendo juntos y, De tanto ir y venir, en la empresa ya los tomaban como pareja, así que cuando Julia pasaba al lado de la telefonista, la miraba con arrogancia.

La otra mujer quería meterse en el fondo de un pozo bien grande...

A las 3 de la tarde, los citaron en la sala del directorio.

“Tranquila, -dijo Carlos-, ya tenemos lo más importante, una familia bien avenida”.

“Sí”, -dijo Julia-, pero aún no somos nada”.

“Adelante”, -dijo el jefazo-.

Entraron y 7 pares de ojos los escrutaron.

Tomó la palabra el vicepresidente y les dijo: “hemos leído vuestro informe y creo que deberían trabajarlo un poco más, seguramente tendrán que aceitar sus ideas y tal vez descansar un poco”.

Julia y Carlos se miraron con cara de desilusión.

Entonces, 7 rostros sonrientes se levantaron y estrecharon las manos de los dos, diciendo:

“Bienvenidos al circuito gerencial, creemos que vuestro trabajo hay que pulirlo, pero tiene muchas cosas interesantes”.

“Felicidades a ambos”.

“Lo más importante a nivel gerencial es saber perder algo para no perderlo todo”.

Casi sin voz, dijeron gracias y salieron poco menos que saltando en una pata.

No pudieron llegar al ascensor antes de darse un efusivo beso.

Al llegar a casa, encontraron un verdadero batallón.

Por un lado, Andrea junto a un chico muy bien parecido, alto y musculoso.

Andrea presentó al azorado chico diciendo que estaban preparando un examen realmente complicado y, al ver la cara de Julia, le hizo un guiño, por lo cual ya no hubo nada que hablar.

“Señor Carlos”, -dijo el chico-, usted perdone, pero sabe, dentro de unos días se celebra un baile en nuestro instituto y me gustaría que su hija fuera mi acompañante”.

“Bueno”, -dijo Carlos-, la palabra la tiene Andrea y tú, la responsabilidad de que ella llegue de una pieza”.

“Sí señor”, -dijo el chico-.

Walter y melisa se acercaron a saludar; Julia tomó en brazos a melisa y la abrazó y besó con ternura, le acarició el rostro y le dijo que era muy linda.

Gustavo, o sea Gus para los íntimos, estrechó a Julia y dio la mano a Carlos, quien lo miró como diciendo: “luego hablaremos tú y yo”.

Cuando la visita se marchó, Andrea se colgó de Carlos y Julia, los abrazó y besó con una sonrisa de oreja a oreja.

Llegó el momento de participar a la familia de las buenas noticias.

Se sentaron en el living y finalmente Julia les contó lo que habían logrado. Dijo: “con el nuevo sueldo, seguro que puedo conseguir un marido y nuevo padre a Gustavo”.

“Y yo”, -dijo Carlos-, podré casarme y darle una nueva amiga a Andrea”.

Los chicos se miraron y luego soltaron la risa.

“Déjense de pavadas, nosotros sabemos que cuando todos hacemos que dormimos, ustedes se acuestan juntos”.

Jajajajaja, soltaron la risa.

Quienes no se rieron fueron Carlos y Julia, sino que se sintieron incómodos.

“Bueno, -dijo Carlos-, entonces permítanme un momento”.

Fue a su espacio privado y, cuando volvió, encaró a Gustavo y le dijo: “como familiar más cercano de Julia, te pido la mano de tu mamá”.

“¿Me la concedes?”.

El chico se irguió en toda su estatura y, muy serio, le dijo: “antes de dar mi respuesta, los hijos tenemos que celebrar una reunión”.

Y allá fueron ambos y volvieron corriendo y gritando: “¡Sí, sí, sí!”.

Carlos también se paró y dijo: “¿eso quiere decir que puedo besar a la novia?”.

“No, -dijeron ambos-, primero debes ofrecerle el anillo y pedirle la mano a ella”.

Él se acercó a Julia y le dijo: “Quiero vivir contigo y estar a tu lado en las buenas y malas, para ello te ofrezco esta alianza”, y metiendo las manos al bolsillo, le entregó un estuche.

Todos se emocionaron y los chicos repartieron besos a granel, mientras Julia y Carlos se besaban.

“Festejemos”, -dijo Carlos-, y salió a buscar bebidas para todos.

Julia tomó de la mano a Andrea, la llevó a un rincón, la abrazó y le dijo: “sé lo que te dije hace un tiempo, pero a esta altura ya sabes que el corazón no piensa y tiene más fuerza que la razón”. “Por eso, si tú me aceptas, quiero intentar ser la madre que nunca conociste, porque te quiero muchísimo y me sentiría muy halagada de serlo”.

“Yo también lo deseo”, -dijo Andrea-, ambas se abrazaron y se pusieron a llorar a mares.

Apareció Carlos con un espumante y 4 copas, las miró y también se emocionó, lo mismo que Gustavo, que miraba la escena desde lejos.

“Bueno”, -dijo Carlos-, si seguimos llorisqueando, tendré que poner recipientes en todas las habitaciones”.

 “¿Cuatro copas?”.

“Sí”, -dijo Carlos-, le pregunté al marciano jefe si, por hoy, podía darle a probar a nuestro hijo y me dijo que se lo merecía, ¡porque ya estaba casi grande y tenía una casi novia!”.

“Yo tomaré dos copas”, -dijo Julia-.

Carlos la miró azorado y ella agregó: “no me mires así, es la última copa que tomaré en muchos meses...”.

Ante la mirada expectante de todos, ella se explicó.

“Ayer visité a mi hermana Rosario, y me dijo, bueno, me dijo...”.

“¿Qué te dijo?”, -gritaron todos.

“Bueno, ¿Qué harían todos si les dijera que esta familia va a aumentar?”.

¡Tres pares de ojos se salieron de las órbitas y quedaron expectantes!

Los tres se fueron acercando de a poco, los chicos uno a cada lado y Carlos a sus pies.

“Y bien”, -dijo Julia-, ¿nadie va a preguntar nada?”...

 

Fin

 

Cualquier semejanza  con personas reales o  situaciones similares son producto de coincidencias fortuitas.

Deseo agradecer a  la profesora Laura Soto de Ferro el haberse tomado la molestia de corregir este escrito. Ella es una persona dedicada a  su familia y  al intento de que los ciegos tengamos una vida mejor.

 

luzcar, Enero de 2020.

 

Autor: Carlos Luzardo. Montevideo, Uruguay.

luzcar@adinet.com.uy

 

 

 

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