Impune realidad.

Llega un momento en la vida en que uno se pregunta si valió la pena haber nacido… y no siempre halla la respuesta. Debido al largo tiempo del que dispongo en la actualidad suelo meditar sobre la base de la experiencia y la observación, lo que constituye el crudo testimonio auténtico del impacto emocional que la realidad generó en mí.

Tuve variadas etapas con aciertos y adversidades, tuve amigos leales y también otros que me defraudaron. Formé una familia con esposa y un hijo varón quienes muy temprano perecieron en una desgracia ferroviaria.

Siempre quise contar destacados momentos pero nunca fue cosa fácil.

Salvo mi madre, cuando conseguía verla entre algunos de mis viajes, nadie en mi entorno familiar o amistoso, se interesaba por mi pasado. Ellos tampoco sentían curiosidad por el lugar en el que yo residía tan intenso, como lo es Buenos Aires… donde acontecía gran parte de mi vida.

Ahora en este confinado sitio en el que me encuentro, sentí la necesidad de iniciar mis relatos y opté por un grabador digital. Lo decidí, pues cuando intenté contar algo a quienes tenía cerca, siempre me interrumpían con alguna pavada.

Después de vivir largos años en la ciudad Capital y al cerrar la empresa en que trabajaba, debí mudarme al Conurbano… un cambio muy significativo por cierto. Apenas me veía favorecido por tener que residir solo, siendo viudo y contando con escasos 36 años; lo cual me permitió alquilar un departamentito al fondo de una casa. El barrio era humilde, de gente obrera, lindante con una villa miseria bastante grande.

Buscando empleo, pude conseguirlo transitoriamente en una panadería; sin contar con experiencia alguna, ya que soy de profesión técnico mecánico. Sin embargo, me adapté rápidamente a raíz que necesitaba, obligadamente subsistir.

En ese comercio, me llamó la atención la cantidad de gente que se acercaba temprano a mendigar, porque el dueño solía donar el pan y las facturas sobrantes del día anterior. Tal situación, me producía indignación, también angustia con mucha vergüenza; al comprobar esta escena en mi país. Estaba palpando la pobreza en vivo…

Francamente conmovido, pensé que algo debía hacer en favor de esa gente; sin embargo, no tenía la menor idea por dónde podía comenzar…

Consultando y pidiendo ayuda en el Municipio, me propusieron me encargara de la Sociedad de Fomento; actividad laboral ad honorem, pero significaba el sitio donde podía centralizar cualquier acción solidaria. No muy convencido… igualmente lo acepté.

Comencé por visitar la Villa, y charlar con algunos habitantes para conocer sus penurias y necesidades. En un determinado momento, inicié un diálogo con un muchacho residente de allí, presentándome y refiriéndole mis intenciones, pero él desconfiaba de mí, retaceando toda información mínima que yo buscara. Pero, alguien le gritó:” ¡Rajalo                        , negro! ¡Ese chabón es un policía!”

Sin tiempo para desmentir esa calificación, me quedé solo… ya que dando media vuelta el joven se internó entre las casillas.

Con la colaboración de otra gente voluntaria, emprendimos una campaña para solicitar alimentos. Recurrimos a los comercios más grandes de la zona, ya que desde la Municipalidad, me advirtieron que no contaban con presupuesto, y que solo eventualmente podrían aportar alguna que otra mercadería.

Así, con grandes esfuerzos, fuimos almacenando lo poco que recibíamos. Para poder adjudicarlos conveniente y equitativamente, comenzamos a difundir, que a las familias numerosas se les entregarían algunos alimentos, en la medida de lo posible. Comenzaron a llegar las primeras mujeres… con niños en sus brazos y otros a la par. Buscamos ser justos en los repartos, pero no era tarea fácil…

A esta actividad, se fue sumando, la imperiosa necesidad de esas madres, en ilustrarnos sus situaciones personales, resultándonos lo más duro del emprendimiento solidario.

Existían algunos patrones generalizados que fundamentaban el estado de indigencia, de frustraciones y un ambiente común coexistiendo en parte con la ignorancia y la injusta atención a la salud.

Charlando con una mujer de 28 años, llamada Helena, nos contaba que su última pareja había sido “un desastre”. Él se dedicaba a trabajar en “changas”, cargando camiones en un depósito, y después con unos amigotes se gastaba el dinero en vino, truco y cigarrillos. “No es nada fácil para nosotros vivir aquí.” Enfatizó la mujer. “Es común que el Daniel llegue borracho y que reparta golpes para todos. Tengo cuatro hijos y encima estoy embarazada de vuelta. Él manda a los dos más grandes, de 8 y 10 años a revolver basura y juntar cartones, y encima los trata muy mal por lo poco que suelen traer. A veces compartimos unas cositas con mi prima, la Alicia, que vive en la casilla junto a la mía, pero ella la pasa mucho peor porque ya tiene tres hijos y a su novio el Coco, lo engancharon choreando y ahora está preso. Sola con sus pibes que son chiquitos ella no puede salir a laburar en alguna casa ni nada.”

Pero decime Elena… “¿cómo hacen para que todos puedan comer?” Pregunté desconcertado.

“Para empezar, cobramos el Subsidio Universal con Refuerzo por la familia numerosa, el que nos da el gobierno, pero no alcanza para nada. Con eso compramos lo necesario y esas cosas que más usamos. A parte mis chicos van a manguear a las carnicerías huesos, grasa y lo que venga, con lo cual hervimos los huesos para hacer sopa, los fideos o la polenta, y eso comen. Con la grasa a veces hago pan o tortas fritas, pero muy pocas veces. Los dos más grandes van al comedor de la escuela y eso nos ayuda mucho, pero en vacaciones ¡estamos cagados!”

-         Disculpame Elena… “¿a vos nunca te han explicado cómo cuidarte para no quedar embarazada?”

“¿A cuidarme? Vos no tenés ni idea lo que es tener un tipo borracho como marido. El Dany

llega mamado y hace lo que quiere conmigo, pero si me retobo me caga a palos y entonces tengo que dejarme nomás, porque como nuestra cama está separada por una cortina de lienzo, los chicos desde el otro lado escuchan todo y lloran hasta el final, mientras tanto él los putea para que se callen y yo tiemblo rogando que no les vaya a pegar. ¿Entendés como es de jodida la cosa?” Hizo una pausa… y prosiguió: “Y después de todo si a los niños te los manda Dios, como dicen, una no se puede negar a tenerlos. Aunque mirá… igualmente hace un tiempo teníamos una vecina muy piola, rebuena que se preocupaba por nosotras y a la mujer que se lo quería sacar, ella las llevaba a un doctor amigo y se los sacaba ahí nomás, pero como dijeron que también vendía niños recién nacidos, un día vino la policía y a ese doctor no lo vimos más. Se nota que el Señor lo castigó muy feo.”

“¿El Señor, dijiste?, ¿vos sos religiosa?” Pregunté.

“Sí, sí. También nuestro pastor Alberto me ha dicho que eso era un pecado de los mundanos, que Dios me iba a castigar si me lo sacaba, que no se debía ir en contra de lo que el Señor mandaba, era matar una vida, un pecado muy grande.”

-         Y contame,… “¿las embarazadas reciben alguna ayuda del pastor o de la iglesia?”

“Sí pero casi nada. Esa vez le pregunté cómo iba a hacer yo para mantener al bebé, si ya no teníamos ni para comer todos los que somos ahora, y él me contestó que el Señor nos ayudaría, así que tendré que esperar…”

Elena continuaba su relato y a mí me costaba aceptar lo que oía, era una verdad incuestionable.

Seguí interiorizándome para ver si podía hacer algo más, ayudar en lo que fuese. Entonces continué caminando por la villa y me fui enterando de otras penurias que padecían sus moradores. Habitantes de inestables casillas, con techos con filtraciones ante las lluvias, mangueras y baldes para la distribución precaria del agua potable, con garrafas de gas envasado, de pozos negros apenas tapados como cloacas, y música cumbianchera por doquier. Por supuesto que ahí existía mucha gente que se “rompía el lomo” trabajando, tanto hombres como mujeres en variados oficios, pero sobreviviendo con todas las falencias, dificultades propias de los magros ingresos económicos.

Poco a poco fui ganando simpatía entre los vecinos debido a mi dedicación brindando ayudas diversas. Yo tenía una camioneta con la cual iba tres veces por semana al mercado central y la traía cargada de mercadería que me regalaban, y toda era distribuida desde la Sociedad de Fomento. También una importante empresa de lácteos contribuía con sustanciosos alimentos para los niños.

Una mañana me avisaron que el intendente quería hablar conmigo. Me recibió cordialmente y me felicitó por la silenciosa labor que yo estaba desarrollando por el bien común de los vecinos. Asimismo me presentó al concejal Marcelo Valdés, persona de su confianza, como para que fuese el nexo de un equipo a formar que podría ampliar tan significativa tarea emprendida. Lo celebramos, en particular por sentir contar con el enorme apoyo del municipio.

Pronto nos reunimos con el concejal Valdés, a trazar algunos proyectos. Fue cuando comencé a comprender, que la intención era convertirme en un puntero político, aprovechando la aceptación que me había ganado de los vecinos de la Villa, para representar la bandera partidaria del intendente. El ambiente se tornaba propicio porque se iniciaba una campaña electoral, y había que lucirse.

Desenvolviéndome sigilosamente ante esa idea nefasta para mi gusto, opté por sacar el mayor rédito posible para favorecer a los verdaderos beneficiarios. Entonces me facilitaron un camión grande para acarrear mercaderías, que al distribuirla ya aparecieron a colaborar, empleados del municipio con pecheras que identificaban la extracción política…

Así me fui poco a poco involucrando, pues el objetivo que yo había previsto, se veía favorecido, por lo cual los vecinos me palmoteaban como a un pájaro de buen agüero.

Pero no obstante mi propósito inicial, mi honestidad y dignidad se mantenían intactos. Fue así que habiéndome enterado mediante algunos moradores conscientes que por razones obvias jamás podrían exponerse, ellos me contaron cómo procesaban y distribuían distintas drogas en el interior de la villa, empleando a los niños como mulas para sus entregas. Persuadido realicé un bosquejo bastante detallado del accionar como me fue posible, y con ello me dirigí al intendente para entregárselo y que tomara intervención en este asunto. Su reacción fue contundente prohibiéndome que me metiera en eso, ya que el tema era manejado por la policía, y cualquier repercusión lo perjudicaría a él seriamente. Entonces opté por hacerme el distraído e ignorar el asunto.

Las tareas solidarias continuaban al margen de todo. En una oportunidad el concejal Valdés me indicó que teníamos una linda tarea para llevar a cabo, pues en unos días habría una importante concentración partidaria porque el gobernador de la provincia se presentaría en un acto, y había que cubrir con toda la gente. Me explicó los pasos que debíamos seguir para concentrar y trasladar a los muchachos hasta el lugar del evento. Para esto yo debía hacerme cargo de la villa con todos los detalles porque él lo haría con el gremio de los municipales. También me aclaró en todo momento que por este “laburito” tendríamos una buena compensación económica. Sentí que me iba deshonrando a cada instante y reaccioné espontáneamente como para apartarme de ese indeseable camino al que me estaban llevando…

No era suficiente con dar un paso al costado, sino que fui más allá, contactándome con un periodista de investigación, de esos que no saben esconder la cabeza como el avestruz. Simulé cumplir con aquella sucia tarea encomendada, pero bajo una cámara oculta registrando hechos, testimonios de diferentes ángulos del corrompido manejo que se hacía utilizando la humildad, las necesidades y el hambre de la gente, para reunir multitudes en un acto proselitista.

En un determinado momento Valdés me recalcó la concurrencia de mujeres y niños para posicionarlos en primera línea, en caso que se armara algún “quilombo” con la policía. Era indispensable reiterarles a los vecinos que “el que no asistiera a la movilización, perdía todo subsidio”. Los choripanes y los vinos en tetrabrik ya estaban asegurados, así que nadie tenía excusa para faltar. Los micros escolares estarían todos como siempre, o en caso contrario sabían que perderían la licencia municipal para trabajar con las escuelas y el hipódromo. Los bombos y banderas se retirarían del depósito municipal y todo listo.

Habiendo sido documentado este calamitoso proceder en su totalidad, un clásico manejo del populismo, fue exhibido en los medios casi simultáneamente con el acto en cuestión, lo que provocó un revuelo con excesivo mal humor entre los mentores políticos, y por ende pedían mi cabeza en bandeja. Debí desaparecer de la zona y mantenerme oculto zigzagueando las pesquisas, porque la mafia a pleno me buscaba. Una noche me sorprendió la policía rodeándome con varios móviles, y arrestándome como si yo fuese el mayor de los delincuentes. Luego supe que el señor intendente había entregado a la justicia mi camioneta con diez ladrillos de un kilo de cocaína cada uno, los que me habían “endosado” en su interior, y además que el concejal Marcelo Valdés era el principal testigo acusándome de ser el narcotraficante de la villa. Eso equivalía a que ya había sido condenado de antemano. Y el posterior proceso judicial fue una pantomima sin lugar a la legítima defensa, porque en estos casos no existe indulgencia alguna, causa Por la cual estoy aquí encarcelado.

Lamentablemente en la Argentina, la justicia ha sido pisoteada a lo largo del tiempo por los sucesivos gobiernos. El poder político hoy ha destruido al Poder Judicial, valiéndose del cómplice Poder Legislativo, quedando al libre albedrío el libertinaje propiamente dicho para continuar los infinitos actos de corrupción de los funcionarios birlando el dinero del Estado, el dinero del pueblo. Ese dinero que podría solventar el hambre de los pobres, de esos mismos pobres que evocan permanentemente con una quimérica lágrima en sus caras de piedra, en cada una de sus falsas promesas políticas de terminar con la miseria.

Han consagrado la célebre frase de la impune realidad: “Nunca un funcionario corrupto en prisión, ni jamás un saqueo en devolución”.

Hoy rindo homenaje a mi madre a quien he intentado imitar, porque su mente era una senda abierta hacia sus semejantes. Para ella, el ser humano era tan interesante, que intentaba desentrañar el misterio de bondad que cada uno lleva dentro.

Su ejemplo me orientó en los muchos avatares que me asediaron, y que finalmente obrando con la convicción de la honestidad, me estrellé contra los corruptos y aquí terminé en la cárcel. Estoy persuadido de que cada etapa de mi vida, cada sorpresa inexplicable, cada persona que marcó mi mundo tiene su sentido. Y debo admitirlo: He sido muy beneficiado En afectos por mucha gente honesta. Pero… ¿Cómo explicarle al linaje de los políticos esa sensación incomparable de la felicidad entrañable de profesar el amor? ¿Podrían admitir alguna vez que el amor es la gran fuerza que mueve el universo? Por amor se cometen hechos heroicos, se sufre, se goza, se crece… Y se realizan las obras más generosas de las que es capaz el ser humano.

La búsqueda de ese ideal me ha acompañado a lo largo de mi atribulada existencia, concluyendo en un ruego… ¡Que Dios nos libre y resguarde!

 

 

Autor:© Edgardo González - Buenos Aires, República Argentina

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.

ciegotayc@yahoo.com.ar

 

 

 

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