Carta-súplica al Dios del Cielo.

 

 

No sé cómo empezar esta conversación,

O esta sincera carta que me atrevo a mandarte,

Ignorando, Dios mío, cómo y en otra parte

De llegar a Tu estancia se me brinde ocasión.

 

Cuando enviaba cartas para mis profesores,

Dedicaba mi empeño en la buena escritura,

Y así me concentraba en extrema compostura

Para mandar un texto muy claro y sin errores.

 

Pensaba que, de vuelta, podría proponerme

Su misiva un reflejo del ducho magisterio;

Mas nunca la respuesta traía un semblante serio,

Y así me motivaba en otro nuevo germen.

 

Yo detecto, en el fondo, que no vendrá la tuya

En el modo preciso del texto convenido,

Y mi alma se aplica al propio contenido,

Contando ciertamente que Tu bondad me instruya.

 

No elijo el material, ni el sitio ni la hora,

Ni me ocupo del verbo ni la frase correcta,

Pues confío que adviertes que mi parla imperfecta

Dista de lo divino de Tu aura creadora.

 

¿No eres Tú mi maestro, mi compañero y guía,

Lo mismo cuando niño que hoy a mi edad madura?

¿No amo tus mandatos como enseñanza pura,

Igual que antes Tu auxilio demandaba y sentía?

 

¡Cuántas veces Tu nombre por doquier pronunciaba,

Del dolor acosado, en lánguida tristeza!

¡Cuántas veces notaba junto a mí tu presencia,

Y a tu ayuda dispuesta tanto me confiaba!

 

No pasaba una noche, al descansar tranquilo,

Sin que yo te rezara con tal arrobamiento,

Que mi sueño acogías según mi sentimiento,

Velándome tus ángeles con arrullo y sigilo.

 

¡Cuánto echo de menos, Dios mío, tal encuentro

Vital y permanente, querido y anhelado!

Achaco a mi inocencia mi espíritu extasiado,

Y hoy mi razón me lleva a algún disentimiento.

 

Añoro tu mirada y aquella fortaleza

Que me daba Tu Gracia; la paz y la armonía.

Y no dudo que pronto, tal vez mañana, un día

Vuelva encontrar con ansia aquel halo de pureza.

 

¡Qué feliz me sentía, beatitud suprema,

Al descargar mis fardos frente al confesionario!

¡Mas cuán poco duraba, tornando a aquel calvario

De haber fallado un punto! ¡Qué angustia! ¡Qué problema!

 

Si el dolor del escrúpulo de Ti me distanciaba,

Estimando pecado el pensamiento esquivo,

No podía compararse con el gozo festivo

De reencontrar Tu amparo cuando el perdón me dabas.

 

Hoy no me asaltan tantos problemas de conciencia,

Pero me abismo solo, en mil preocupaciones.

Y aunque yo, expresamente, no haga mis oraciones,

Con humildad te pido Tu gracia e indulgencia.

 

Y digo humildemente, pues pecador me siento,

Sujeto a tentaciones de envidias y riqueza.

Sé que nada merezco, que es dádiva y grandeza

Que Tun bondad reparte, como aquellos talentos.

 

Señor, yo me pregunto si aguardar aún debiera

Que el dolor y la pena mi fragilidad muestren,

Y en tal padecimiento Tu compañía encuentre.

¿No me redime acaso la pasión de esta espera?

 

Yo creo en Ti, lo mismo que ya creía entonces.

Y ahora igual te llamo, con la misma insistencia.

Tengo la fe sencilla, de casa y de docencia;

Pero temo amasarla con otras emociones.

 

A menudo la duda me invade, fuerte, terca;

Me cuestiono y aparto mis convicciones firmes.

Y sufro; y me remuevo en un vacío horrible;

Hasta que Tú apareces, en mi visión de cerca.

 

Tú sabes que mi espíritu no te excluye o rechaza;

Que siempre iré contigo al último momento.

Admite relajarme o divagar. Yo intento

Separarme de aquello que a veces te desplaza.

 

Creo que no reclamo, de Tu amor infinito,

La comprensión que invite a acomodar mis actos;

Por eso, no dudando de que yo quiebre el pacto,

Te suplico me atraigas a Tu Cielo Bendito.

 

Lo que otrora estimaba consuelo, compañía,

Lo entienda compasión, tal vez misericordia,

Pues cierto soy que el rumbo y sendero de mi historia

Precisa Tu perdón, clemencia yo diría.

Cuanto más tiempo admites que viva en este suelo,

Más responsable me haces y libre en mis acciones;

Por eso ya me espantan vacuas contradicciones,

Que me han arrebatado aquél tan próximo Cielo.

 

 

Quiero ser como niño, guiado de tu mano,

Descubriendo tu estela a mi andadura breve.

Permíteme que escoja esa edad más tenue y leve

Para que no me alcance Tu juicio soberano.

 

Si no sois como niños, no vendréis a mi Reino.

Pues créame de nuevo; y no me dejes solo.

Tú ocupabas mi centro, te he enviado a los polos.

Dios mío, haz que yo sea, sencillamente, bueno.

 

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

               

 

 

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