Aquella luz.
Nos conocimos en abril, el sol, aquella mañana era una cabellera de hilos
blandos, enredados en mis manos tímidas y calladas...
Te vi y te tatuaste en mi ser.
Éramos jóvenes de hoy, pero éramos de antes.
Con el transcurrir del tiempo sólo nos mirábamos, nuestros dedos se
tocaban, nuestras voces bailaban en los dedos y en las palmas..., solo era
estar juntos y la voz amor de nuestras pupilas solfeando en las manos; película
antigua, vos y yo.
Quise ser personal, te invité a cenar en la luna.
Todo era de luna, blanco, suave y transparente.
La mesa pequeña, el mantel, las copas, todo era blando y brillante.
La comida futurista, sabor agradable, pero extraño, tenías un vestido de
gasa transparente de color limón claro.
Fue el momento más hermoso, cuando tomé tu talle y te di todos los besos
que tenía guardados en el alma...
¡De pronto te escurriste de entre mis brazos!
Corrías, yo sentía que iba a enloquecer, no podía alcanzarte, por
momentos tocaba tu vestido de gasa, pero era de aire, de aire de la nada
absoluta.
En la curva descendente que tiene la luna, ahí desapareciste..., me tiré
al piso ingrávido y lloré, lloré por toda la eternidad...
Por la orilla de la luna, subían tomadas de las manos dos hormiguitas de
nácar azul...
Aquella luz
Nos conocimos en abril, el sol, aquella mañana era una cabellera de hilos
blandos, enredados en mis manos tímidas y calladas...
Te vi y te tatuaste en mi ser.
Éramos jóvenes de hoy, pero éramos de antes.
Con el transcurrir del tiempo sólo nos mirábamos, nuestros dedos se
tocaban, nuestras voces bailaban en los dedos y en las palmas..., solo era
estar juntos y la voz amor de nuestras pupilas solfeando en las manos; película
antigua, vos y yo.
Quise ser personal, te invité a cenar en la luna.
Todo era de luna, blanco, suave y transparente.
La mesa pequeña, el mantel, las copas, todo era blando y brillante.
La comida futurista, sabor agradable, pero extraño, tenías un vestido de
gasa transparente de color limón claro.
Fue el momento más hermoso, cuando tomé tu talle y te di todos los besos
que tenía guardados en el alma...
¡De pronto te escurriste de entre mis brazos!
Corrías, yo sentía que iba a enloquecer, no podía alcanzarte, por
momentos tocaba tu vestido de gasa, pero era de aire, de aire de la nada
absoluta.
En la curva descendente que tiene la luna, ahí desapareciste..., me tiré
al piso ingrávido y lloré, lloré por toda la eternidad...
Por la orilla de la luna, subían tomadas de las manos dos hormiguitas de
nácar azul...
Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.