Sin hipocresías.
Reflexionando
sobre mi vida y evocando buenos recuerdos y otros no tanto, he concluido que el
hombre en este mundo, es el dueño de sí mismo. He notado que además, transcurre
su vida entera tratando de ser feliz. Sin embargo, su mayor compromiso resulta
el sostener esa condición de ser un tipo ”pleno de felicidad”, previamente a
deducir qué o cuál es esa condición para cada uno… Porque el humano, podría ser
su mayor y propio obstáculo.
Al iniciar
obstinadamente esta lucha… que seguramente, duraría toda mi existencia; nunca
creí en la paz, ni en el contento, ni en más felicidad que este íntimo regocijo
que me produce ver satisfechas y alegres, a las personas que se relacionan conmigo.
Aunque deba confesarme que igualmente, me sienta invadido por una angustia
oculta y compleja, con una profunda necesidad de exteriorizar.
La niñez
me resultó triste y desconsolada porque mi madre falleció siendo yo muy
pequeño. No tuve hermanos y mi papá se abocó plenamente al trabajo y pronto
formó una nueva pareja, lo que me indujo a verme desplazado, a sentirme
relegado en la familia.
Durante la
adolescencia fui estrechando vínculos de amistad con un vecino coetáneo llamado
Wálter, quien hizo mermar tanta soledad que yo padecía. Él, además me enseñó a
descubrir cosas del diario vivir en la sociedad, y sobre todo a sentirme
protegido afablemente, algo que me hizo muy feliz.
Nuestra
situación amistosa, duró un par de años solamente… por cuestiones laborales de
su padre, debieron mudarse, radicándose en la ciudad de San Salvador de Jujuy.
Fue un rudísimo golpe para mi bienestar
emocional, fue el retornar al angustioso vacío de la soledad.
En aquel
entonces el sufrir para mí era madurar y esperar en la incertidumbre del
futuro, analizando constantemente muchas irresoluciones que me preocupaban.
Inesperadamente,
una tarde conocí a Diana Inés, una joven que me conmovió en demasía. Su
simpatía, su gentileza y predisposición para planificar proyectos interesantes,
además de su belleza, hicieron acelerar mis aleatorios pensamientos. Pronto me
fui definiendo y logramos congeniar. Así pude descubrir, palpar qué significaba
sentir amor. Desde que la amé, desde que nos declaramos enamorados, comencé a
creer en algo diferente, en la felicidad, porque a su lado me olvidaba de las
penas y amarguras. Llegué a creer que no era ese simple y necio amor del cuerpo
lo que brotaba de mí hacia ella, sino que se trataba de algo mucho más
profundo.
Todo se iba manifestando, tal cual me fuera
inculcado: “El ser humano no se encuentra completo, siendo hombre, sin una
mujer a su lado.”
Fue así,
como fui despejando una significativa controversia que deambulaba en mis
pensamientos. Esto fue muy oportuno para que mi indomable vida espiritual no
cayera, gracias a la resignación y ternura, abnegación y la luz del optimismo
que ella supo contagiarme.
Pese a
ello, especulé bastante con el futuro, dubitativo entre lo negativo y positivo
de mi relación con Diana Inés. En especial, por lo que significaba este
trascendente cambio, en mi existir de solo veintidós años. Finalmente, aposté,
arriesgándome, y convenimos vivir juntos, con las mejores ilusiones y proyectos
de vida.
Inicialmente, resultó algo asombroso y lo
disfrutamos, pero a medida que transcurría el tiempo, veloz, la convivencia se
tornaba dificultosa. Diana Inés ya no era la misma mujer alegre y se dirigía a
mí de manera cada vez más despectiva. Mientras tanto, yo sentía la necesidad de
alejarme sigilosamente, como huyendo de una angustiosa situación que me
mantenía confundido.
El desenlace no se hizo esperar… y una tarde
al regresar a casa, descubrí que de ella no quedaba nada más que una nota sobre
la mesa. La misma, con grandes letras decía: ”Adiós”, y otros términos que no deseo
reproducir.
De esta
forma conocí mi primer fracaso en la vida. Mi consciente estallaba dilucidando
qué sería lo verdaderamente correcto, y qué no.
En determinadas ocasiones, sentía y pensaba
que todo estaba en contra, que era yo mismo el problema, que cualquier decisión
que tomara, podría cambiar el rumbo del universo... Sería un solo cambio que
podría mover todo, descolocando la verdad con la que los demás solían y suelen
acostumbrarse a vivir..., la que ellos creen conocer y que piensan que es la única
premisa posible en este mundo.
Habiendo
pasado un lapso de incertidumbre y tristeza en mi vida, ésta me daba otra
oportunidad… Tuve la suerte de encontrarme en la facultad con Silvana, una piba
con quien nos hicimos muy amigos. Ella comenzó a preocuparse por mí, ayudándome
con las materias de psicología y otras humanísticas, con las cuales yo no iba
bien.
Pasamos muchos y gratos momentos de estudios y
de distracciones diversas como fueron los paseos, los cines y algunos
recitales.
Una tarde
de mucho calor en su departamento, mientras preparábamos un resumen en la
computadora, Ella decidió darse una ducha, y al rato Salió del baño secándose
con pequeños golpecitos. Llevaba los labios recién pintados con rojo carmín,
cabellos claros cayendo sobre sus pechos como manteca derretida, y cubriéndose
a medias, con un toallón. Me quedé anonadado, sorprendido y en una situación
incómoda para mí. Insinuantemente se aproximó y con tono sensual me dijo:
”Mirá,
divino… debo confesarte un secreto… estoy muy enamorada de vos. No sé si lo
venías notando, pero es hora de que lo sepas”.
Perplejo,
mantuve unos momentos de silencio y en dificultosa decisión, logré explicarme.
Le comenté que yo debía confesarle a ella que acababa de pasar un trance
bastante traumático, que me tenía mal predispuesto para estas cosas.
-
- ”Sí, claro, me lo imagino. Recuerdo
que me habías contado que esa tal Diana Inés te plantó, pero eso ya fue, amigo.
¡Eso ya pasó!”
“Bueno… pero ¿sabés qué sucede, Silvana?, que
no te he contado el auténtico motivo de esa escabrosa separación.”
“¿Y cuál
fue ese motivo? Si es que puede saberse…
Tomé
coraje y mirándole a los ojos le respondí: “Por favor, entendeme Silvana… me
resultó imposible adaptarme a ese cambio…porque soy gay.”
Asombrada
pidió que se lo repitiera y así lo hice: ”Así es, oíste bien, amiga… Soy gay,
soy homosexual.”
Ella no lo
admitió de ninguna manera. Enfureció y me insultó de forma ofensiva sin piedad,
asegurándome que había sido un embaucador sinvergüenza. Refiriéndose a que yo siempre
había mantenido el tono de voz, los gestos y el andar masculinos. Lo que era
cierto, ya que acorde con mi pudor nunca me mostré afeminado, ni “maricón” ni
travesti, aunque en realidad lo que siempre me habían cautivado eran los
hombres…
Silvana, a
estas alturas, enloquecida, me echó a los empujones diciéndome a los gritos que
yo era un ”Puto de mierda” y que por el resto de su vida no quería saber más
nada de mí.
Con
angustia, no pude evitar rememorar y revivir, la misma y repugnante escena, con
las idénticas y agraviantes palabras recibidas unos años atrás por parte de mi
papá.
Un
embrollo en mi cabeza produjo sensaciones y momentos en los que nada parecía
tener sentido o lógica, en los cuales pensaba que era la única persona del
mundo con este sentimiento, el único ser que podría estar viviendo una
situación semejante.
Silvana,
como cualquier otra persona, demostró ser incapaz de comprender el verdadero
dolor que genera la soledad, al conocer realmente aquellos íntimos sentimientos
que determinan la inclinación sexual.
Con Diana
Inés, había intentado un cambio, el de encaminarme en lo que muchos
consideraban y consideran como ”natural”, como lo “correcto socialmente”. Yo lo
intenté, pero no me fue posible porque mi temperamento ya era diferente. Esa
diferencia fue germinando y modelando mi carácter, hasta una personalidad
consecuente que, se construía en mí, a modo de una tormenta de invierno en un
día soleado de verano… derribando todas las barreras que yo tenía. Fue
despedazando cada proyecto de vida, reiterando inseguridades del pasado, cada
miedo vivido y cada noche de llanto.
Mientras yo maduraba llegué a creer que sabía
lo que era amar, hasta que con desilusiones me destrozaron el corazón. Creí
saber, qué significaba el que me aceptasen, hasta que me apartaron del camino.
Creí saber qué era el apoyo, hasta que caí y nadie me levantó del suelo.
Con el
alma en mil pedazos, quedé sin comprender profundamente la situación,
martirizándome por todo lo anterior, por cada decisión tomada con ese dolor tan
hondo, lacerando mi interior.
Comprendí, que suele suceder que cuando se
está en esa temprana edad en la que todo es sueño color de rosa, no se piensa
ni se intenciona, en hacer mal alguno… que lo que uno hace, siente y piensa, es
lo mejor.
Eso no
significa que comprenda a los que juzgan desde afuera a los demás. Marcan con
sus criterios, ignorando lo que cada humano siente, percibe en su profundidad,
o qué ha vivenciado para llegar a determinadas conductas o elecciones en su
vida.
En un
autoanálisis, fui comprendiendo que la muerte de mi madre siendo yo tan
pequeño, la presencia temprana de una madrastra, apañada por mi padre, siendo
ambos despectivos, desafectados conmigo..., significaron mucho para mi carencia
de amor infantil. Jamás me sentí por ellos contenido, ni mucho menos apoyado o
comprendido, satisfaciendo solo mis necesidades materiales, jamás las
afectivas. Tampoco notaron mis aspiraciones, necesidades o ideales, tratándome
como a un desigual.
Wálter fue
un amigo en quien me fui refugiando, era quien conocía los padecimientos que me
atormentaban. Con él íbamos juntos al colegio, a practicar hándbol y
compartíamos muchas horas con juegos como la “play station”, la TV y otras
cosas. Llegó a convertirse en un ídolo para mí. Era mi guardián amigo, en
contraposición a lo que fueron mis padres. Y bueno..., ocurrió lo inevitable:
terminamos enamorándonos, al igual que cualquier pareja heterosexual,
convencidos de que el amor entre iguales, no era diferente.
Cuando mi
padre se enteró, recibí el primer rechazo brutal..., el de su parte. Me arrojó
a la calle, acompañándome con extremados insultos, como si fuera yo un
delincuente marginal.
Lamentablemente,
la adversidad continuó y nuestro romance se truncó cuando la familia de Wálter
se mudó demasiado lejos.
Hoy reivindico mis derechos contra una sociedad
dominante que aún no lo acepta como debería. Ahora, tengo plena
consciencia de lo que soy y de lo que quiero. Me siento preparado para afrontar
la intolerancia social y acepto definirme como un “LGTB”.
Sin embargo, a los hombres que me hacen sentir su humillación, cualquiera
sea su recio semblante, que visten saco y corbata, uniformes policiales o
militares, sotanas de religiosos, indumentarias de fisicoculturistas,
empresarios o lo que fuesen, los insto a una propuesta…
Les propongo, ubicarse frente al espejo de la sinceridad absoluta. Les
sugiero quitarse por un instante, su careta de macho, descubriendo que detrás
hallarán la verdad de su identidad sexual. ¡Cuántas sorpresas habría!
La comprensión nace de la humildad del
saber, no de la hipocresía. Definitivamente yo soy gay… ¿Y vos qué…?
Autor: © Edgardo González - Buenos
Aires, Argentina
“Cuando la pluma se agita en manos de un
escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.
ciegotayc @yahoo.com.ar