Marisa.
“Los Doce Amantes De
Episodio 9º
En estos doce relatos,
queridos amigos, seguimos husmeando en la azarosa vida de Elsa, que fue una
niña buena y trabajadora, sin más ambiciones que la de formar un hogar
bendecido por
Marisa
Elsa escapó de
la última aventura tan asqueada y dolorida que se juró que jamás volvería a
tener amistad con mujeriegos por más que le encargaran pedidos de elevado
valor.
Esperanza cortó
su amistad con Pascual después de “cantarle las cuarenta” y quiso consolar a
Elsa invitándola a pasar un día en un Club Deportivo de lujo del que era socia.
La entidad
estaba en proceso de iniciación y había lanzado una promoción muy interesante
Para recabar socios.
Con el señuelo
de facilitar un puesto de trabajo, daban unos grandes beneficios a quién
presentara algún nuevo accionista, pero para eso, había que ser socio de
antemano. Esto te daba la oportunidad de recrearse en las instalaciones como
socio de pleno derecho que eras, y podías invitar a tus amistades con el
pretexto de promocionar el establecimiento. La verdad que aquello era un
trabajo muy placentero.
¡Bien le hubiera
gustado a Elsa cambiar su maletín de muestras de cosméticos, por el coche que
necesitaría para realizar las visitas de propaganda con los potenciales futuros
socios, y sus sencillos atuendos por las prendas de descuidada elegancia que
vestían las promotoras de la suscripción de socios de aquella Entidad!
Era mayo y hacía
un día extraordinario, Esperanza se lo iba mostrando todo y acabaron reclinadas
en el césped de la orilla del lago.
Allí apareció Marisa, una limeña dulce y cariñosa de conversación
fluida. Saludó a Esperanza y se unió al grupo. Pronto empezó a entonar por lo
bajo canciones de su país, que acompañaba con su charango, encantando a todos.
Su voz melodiosa alcanzaba tonos muy altos, que luego decrecían, hasta
convertirse en dulces susurros. Esperanza decidió hacer el almuerzo en la
cafetería del Club y allí se dirigieron junto con Marisa, un compatriota que se
unió al grupo encandilado con la nostalgia de
A Elsa le cayó bien la peruana y pensó que ella necesitaba una
amiga de aquellas características: vivía sola, con un empleo en la embajada de
su país; era discretamente guapa, Morena, de ojos azules, talla regular y
muchas amistades que podrían abrirle un buen espacio comercial. Vestía bien, no
se manifestaba coqueta con el género masculino.
Además, consideraba la amistad de Esperanza poco aconsejable,
aunque la apreciaba muchísimo y le estaba muy agradecida por todo lo que con
ella había aprendido del “arte de vivir, “pero..., no se podía llamar a engaño
si surgían episodios como el de Pascual”. No es que renunciara a su amistad,
solo que en público evitaría dejarse ver con ella.
Se disolvió el
grupo a las ocho de la tarde, después de rechazar la propuesta del peruano para
acabar la jornada en una discoteca.
Elsa lo había
pasado bien y empezaba a reconciliarse con la vida social.
El teléfono
sonaba insistente cuando abrió la puerta de su apartamento. Al otro extremo del
hilo, se escuchó:
--¿Dónde te
metes, chica? -sonaba la voz de Marcelo.
--He querido darte una sorpresa y yo, he sido
el sorprendido al ir a tu casa esta mañana y no encontrarte. Estoy llamándote
desde las doce.
Elsa no
coordinaba las ideas, no acababa de asimilar que Marcelo se encontrara en
Málaga. Dos días antes le había informado que, en menos de un mes, iba a
volver, que fuera preparándolo todo, que solo disponía de diez días para la
boda y un corto viaje de novios; y ahora, al tenerlo cerca tan inesperadamente,
la invadía una mezcla de alegría y malestar. A ella le hubiera gustado
prepararse para recibirlo, ir a la peluquería, comprarse un traje nuevo..., no
sabía qué, pero ahora se encontraba desaliñada y cansada después de un día
tirada en la orilla del lago del club.
¡Cuántas veces
había pensado en el día en que volviera Marcelo! ¡Y el pelo!... ¡cómo tenía el
pelo de sucio!... Se miraba al espejo, corría a la cocina a ordenar cualquier
desperfecto. Pronto sonaría el timbre de la puerta y aparecería su novio...
¡Madre mía, cuánto desorden! Ella no se había imaginado así el reencuentro.
Y llegó Marcelo,
con sus ojos inquisidores, su esbelta figura y su piel tostada por el sol del
Trópico. La saludó con un abrazo efímero del que pronto se desligó. Dónde te
metes -preguntó autoritario, yo pensando en llegar en domingo para darte una
sorpresa y eliminar la soledad que dices sentir, y el que se encuentra solo soy
yo. Estaba malhumorado, otra cosa que no había previsto, para el día del
encuentro.
-Chico, he ido
con una amiga a un club para que me presentara a personas interesadas en
artículos de belleza, ten en cuenta que me gano la vida de esta forma, cariño;
no te enfades.
Marcelo la estrechó
entre sus brazos, la besó largamente y le dijo: Tenía tantos deseos de verte y
me hacía tanta ilusión darte una sorpresa, que me he impacientado.
Mientras le daba
la bienvenida, entre risas y lágrimas de emoción, Elsa admiraba lo guapo que
estaba y sus complejos de chica vulgar y pobre le asaltaron una vez más.
Ya era tarde y
Elsa no tenía nada preparado, así que se fueron a cenar.
El restaurante
era muy acogedor, con una selecta ambientación musical, de reducidas
dimensiones, de las quince mesas solo se hallaban ocupadas tres, la suya y las
otras dos con una pareja mayor algo acaramelados y otra, con tres señores que
visiblemente hablaban de negocios, según los documentos que se pasaban de mano
en mano. Era un lugar adecuado para descansar de las emociones que los dos
habían experimentado con la repentina aparición de Marcelo. Cogidos de la mano
y mirándose a los ojos, el clímax fue subiendo hasta ese punto en que los
enamorados no oyen nada más que el latir de sus corazones por encima del ambiente
musical y todo lo que les rodea.
Así que
decidieron acabar la velada en el apartamento de Elsa, que tuvo que prescindir
de tantos detalles como había soñado para el feliz día del retorno de Marcelo.
Tenían mil cosas que concretar, pero eso sería mañana, porque esta
noche, tras un ratito de intimidad, cayeron en un profundo sueño.
A las 10 de la mañana, Marisa llamó para invitarla a comer y luego
darle las direcciones que pudieran interesar a Elsa para su negocio. Fue el
mismo Marcelo quien recogió el recado. Pero al momento Elsa la puso al
corriente del cambio de planes, que Marisa escuchó reservada, y enseguida
anunció que ampliaba la invitación y que irían los tres a un restaurante de
ambiente latino que, estaba segura, encantaría a Marcelo. Y no valieron
disculpas, los recogería en su coche a la salida del trabajo.
En efecto, el restaurante agradó a Marcelo, y la anfitriona
también. Marisa empleó todo su encanto y palabrería hablando con el joven.
Luego se ofreció para asesorar a Elsa sobre el vestuario oportuno y los
preparativos del viaje, que sería dentro de ocho días. Por eso no había tiempo
que perder, Salían de compras todas las mañanas, mientras Marcelo se distraía
visitando a amigos y familiares, seguro de que Elsa estaba bien asesorada con
su amiga.
Una tarde en que habían ido a visitar unos grandes almacenes, el
coche de Marisa tuvo una avería y no pudieron regresar a la hora prevista,
Marcelo se enfadó tanto que le hizo una violenta escena a Elsa y le dijo que ya
se habían acabado las salidas con Marisa, que ya le había contado un amigo la
clase de mujer que era. Elsa no podía creer lo que oía ¿Qué tenía que
reprocharle a la muchacha? ¿Acaso no les estaba ayudando? Gracias a ella, él se
iba todos los días con sus amiguetes, y estaba evitando que comprara cosas que
en América no iba a usar.
Pero Marcelo se mostró inflexible y hasta le prohibió que
atendiera sus llamadas telefónicas.
Elsa se quedó a
la deriva sin los consejos de Marisa y no se resignaba, además, tenía que
hablar con ella, darle una explicación, por lo que un día en que Marcelo
organizó una despedida de soltero con sus amigos, Elsa organizó también su
despedida de soltera. Llamó a Marisa y se fueron a Marbella, que a Elsa le
hacía mucha ilusión.
Pasaron la mañana deambulando por las calles repletas de turistas,
recreándose ante las vitrinas de los lujosos comercios y los puestos ambulantes
de bisutería y artesanías, que eran muy originales.
A Marcelo lo
quería, pero con Marisa se sentía feliz, gozando de su libertad y de todo lo
que iba aprendiendo de la vida en su compañía. Porque ella era una inocentona
que vivía en consonancia con los esquemas que rigieron la vida de sus padres,
en los que la mujer, supeditada al marido, no podía aspirar más que a mantener
el hogar aseado y traer hijos al mundo. Marisa, en varias ocasiones, le había
hecho ver el cambio que la sociedad había experimentado y que tenía que hacer
valer sus derechos, sin temor a que su novio se enfadara, y si se rompían sus
relaciones..., mejor eso que estar a su lado sin dignidad.
Después de un
largo recorrido por el Paseo Marítimo, tomaron un aperitivo en un chiringuito
de la playa, mientras conversaban de lo divino y de lo humano. Marisa había
vivido más intensamente y se creía obligada a alertar a su amiga de los avatares
a que podía enfrentarse en adelante, en un país extraño y en su nueva condición
de mujer casada. “Nunca le hagas escenas a tu marido” -le decía-, “y nada de
lágrimas, allí hay distintas costumbres y las mujeres suelen ser provocadoras”.
“Si crees que tu marido te engaña, aparenta que no te enteras, mientras te
buscas un entretenimiento con algún conocido”. “Ocasiones no te faltarán. Pero
nada más que eso, un entretenimiento, nunca le pongas el corazón, que tú eres
muy ingenua y no sabes que cualquier día ese mariposón se parará en otra flor,
hasta gozar de su néctar”. “Y si viene con unas copitas de más, le preparas una
infusión tranquilizante y que duerma tres días seguidos, mientras tú te dedicas
a tus nuevas amistades, bien vestida y maquillada, porque, niña, nunca se sabe
dónde puede aparecer otra oportunidad; que la vida da muchas vueltas y eso de
que "hasta que la muerte nos separe”, ya ha caducado”. “Ahora quien te
separa es el Juzgado, ja, jajá”.
Elsa escuchaba
entre escandalizada y divertida, por os gin-tonic ingeridos, todo aquel
compendio de consejos que no creía que tuviera que utilizar, ni que ella fuera
capaz de llevar a cabo. Una ojeada al reloj les hizo comprender que era hora de
marcharse, pero allí se estaba muy bien, así que decidieron quedarse a comer.
Marisa seguía con sus consejos: “Debes ser cauta, porque el machismo está
todavía muy arraigado y la infidelidad de los maridos no está tan mal vista
como la de las esposas y, por lo que Marcelo cuenta, el ambiente en que se
mueve debe ser de lo más escrupuloso”.
Y hablando,
hablando, concertaron que aquella noche se quedarían en Marbella, para asistir
a un espectáculo de stricter masculino,
“porque tú, de esas cosas no sabes nada”, -decía Marisa. “Tu novio no te va a
llevar, y cuando sea tu marido, menos, niña, que los hombres se ponen muy
nerviosos por si surgen comparaciones”. Elsa se reía mucho con estas
elucubraciones y se felicitaba de la ocurrencia de Marcelo, ausentándose dos
días, que serían los últimos en libertad, ya que sólo le faltaban cuatro días
para la boda.
Así que,
buscaron un hotel y como estaban cansadas y algo bebidas, se quedaron para
echarse una siestecita en el climatizado y silencioso ambiente de la
habitación. Elsa se quitó la chaqueta y se dejó caer sobre la cama y, al poco
rato, dormía profundamente, mientras Marisa se desmaquillaba en el cuarto de
baño. Pronto empezó a escuchar los estornudos de Elsa. Salió y... ¡Niña, que te
vas a resfriar! -le dijo, mientras le quitaba la ropa, abría la cama y la
obligaba a entrar en ella, tapándola con ternura; luego la besó fugazmente en
la boca y volvió al baño, de donde salió con su hermoso pelo suelto, que
exhalaba un excitante perfume. Elsa seguía durmiendo, algo aletargada por la
digestión. Marisa se deslizó a su lado y le acarició los hombros, luego se
recreó en aquel semidesnudo cuerpo como un ladrón que admira la belleza de la
joya que se dispone a robar. Le enternecía la soledad de aquella criatura, que
caminaba hacia el matrimonio como una incauta mariposa que, deslumbrada, vuela
hacia la luz que quemará sus alas en cuanto la tenga cerca.
Elsa sintió entre sueños, que la pierna de Marisa se adhería a la
suya. Le gustó el calor que recorrió su cuerpo y Quedó estática, esperando algo
más. Estiró su mano hasta tocar las de su amiga que ahora se apoyaban en su
cintura. Los dedos se trenzaron, las caras se acercaron y las miradas brillaron
en la penumbra. Elsa se dejaba hacer sin reparos y correspondía a aquellas
caricias que le comunicaban una dulce ternura.
Marisa acercó una mano al escote de Elsa, y penetró por el
sujetador hasta detenerse en un seno, que acarició. Un hormigueo desconocido
recorrió el cuerpo de Elsa y sintió su boca caliente y húmeda. Y los labios se
abrieron en una entrega definitiva…el cuerpo de Marisa se tensaba, hasta quedar
rígido. La miró a los ojos y la besó.
Elsa experimentaba entrecortadas sensaciones, se sentía querida y
protegida, mientras algo en su interior le reprochaba aquellas manifestaciones
de ternura que tanto placer le estaban proporcionando. Sintió que Marisa la
estaba besando en el cuello y bajaba hasta su pecho deteniéndose en sus
pezones, aprisionándolos con sus labios intensamente. Elsa nunca había sentido
tanta excitación y un impulso le hacía buscar la entrepierna de su amiga acariciando
el pubis y buscando el clítoris que rodeaba con sus dedos una y otra vez.
Marisa se contorsionaba de placer y exhalaba dulces palabras, que acrecentaban
el ardor de la muchacha, impulsándola a presionar con furor el sexo de su
amiga, que ahora besaba con pasión el vientre de Elsa hasta llegar al sexo,
momento en que ya, Elsa no era capaz de expresar con palabras la intensidad de
sus sensaciones, tras las cuales, cayó en un dulce sueño reparador.
Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España