Mea culpa.
El redondel era de color púrpura suave, y tallos verdosos, que
inexplicablemente sostenían aquellas caritas pulposas de color holandés.
Todos ellos estaban vitales, orgullosos de ser. Pero había uno que tenía su
carita caída, inclinada hacia un costado,
Me incliné aquella tarde, miré sus ojos de cerca, tan de cerca que sus
lágrimas llorosas mojaron mi nariz, entonces recordé... era un día frío y
callado...
Yo regresaba de mi trabajo, unas horas antes, pues por un problema
técnico las máquinas se habían detenido.
Volvía feliz, pensando en el café que tomaríamos antes de cenar,
contándonos las cosas cotidianas, besándonos de a ratos, en esta vida tierna,
sencilla que llevábamos.
Para sorprenderte te compré un chocolate grandote, que tanto te gustaba.
Abrí la puerta, todo era silencio, tal vez hubieras salido... abrí la
puerta del dormitorio, para dejarte el chocolate sobre la almohada, ya me
imaginaba tu carita de niña con chocolate.
Entonces los vi..., quejándose de placer en la cama, que era sagrada, que
era nuestra.
¡Cuánto sería el deleite, qué maravilloso momento estarían disfrutando!
¡No se dieron cuenta de mi presencia!...
Corrí a la cocina... estaba ciego, loco, desesperado, volví a su lado, la
espalda del hombre fue el blanco adecuado, no pensé, no sentí... clavé el
cuchillo, muchas veces, los gritos de la mujer que más amé en la vida, se
escuchaban lejanos, sonoros, ajenos...
Creo que lo maté... Salí corriendo, locamente... llorando, llorando...
Y hoy, perdí la noción del tiempo... Tal vez, tendría que pedir perdón
por lo que hice... No sé como hacerlo, y creo que nunca me encontrarán...,
pues, ¿quién le va a pedir documentos a un pordiosero que llora con los
tulipanes?
Autora: Olga Triviño.
Mendoza, Argentina.