69 Los Doce Amantes De La
Casta Elsa.
En estos doce relatos, queridos amigos, os recuerdo que estamos
husmeando en la vida, en las razones y sinrazones, en las alegrías y
frustraciones de Elsa, que fue una niña dócil, una joven fervorosa, con un candor
cercano a la santidad, como en el siglo XX se predicaba desde los púlpitos y se
exhortaba en los confesionarios.
Pero los designios de su Destino la pusieron una y otra vez
en situaciones comprometidas de las que salía, siempre, tras entregarse a requerimientos
amorosos, que ella no propiciaba, pero a los que la indiferencia de su novio y
el ardor de su edad empujaban.
Así reunió esta colección de relatos, que traemos aquí, para
nuestro entretenimiento.
Entre las clientas de Elsa se encontraba Esperanza, una viuda
alegre en el peor sentido de la palabra. Y cualquiera se hubiera sentido alegre
en su caso, porque su marido, enfermo los últimos años de su vida, se lo hizo
pasar muy mal. Estaba aquejado de una parálisis parcial que le impedía moverse
de la cintura para abajo y supeditado a desplazarse en una silla de ruedas que,
dado el mal estado de las calles, hacía que nunca saliera y el corazón y la
vida se le iban detrás de su mujer cada vez que ella se iba a la calle.
Y lo cierto era que Esperanza, con su cara bonita y su graciosa
figura se pasaba en la calle todo el día con la hija de la pensión donde se
hospedaban. Como cierto era también que una nutrida nube de admiradores de
aquellas dos mujeres, merodeaban noche y día alrededor de la puerta del
edificio, porque ellas salían y entraban a cualquier hora, al bingo, a un
concierto, a visitar un barco que había en el puerto, o simplemente a pasear su
palmito por la calle Larios. A cualquier lugar menos a hacerle compañía al
enfermo que tras los ataques de despecho y después de una infusión relajante,
que le preparaba la patrona, caía en un sopor del que no volvía hasta la vuelta
de su esposa, y tras llenarla de insultos con voz amenazadora y baja, dada la
hora y por respeto a los otros huéspedes, pasaba el resto de la noche rumiando
su desgracia.
Así, no fue extraño el verla más animada que nunca al quedarse
viuda.
Era simpática, inteligente y cariñosa con Elsa, por lo que la relación
de Elsa con Marcelo le parecía desacertada a
todas luces.
Tú no lo esperes nunca, le decía. Cuando quieras salir, me llamas.
Yo, hasta las doce de la mañana, estoy en mi casa, después salgo a tomar el
aperitivo, y no te preocupes, que siempre encontramos, quien pague la cuenta.
Ya te presentaré yo gente con clase. . Y Elsa, que era una tímida para alternar
en sociedad, respaldada por Esperanza se atrevió a salir con ella.
La experiencia fue de lo más estimulante. Aquella mujer conocía a
toda la sociedad masculina de Málaga.
Instaladas en la barra de una elegante cafetería iban recibiendo
las bromas y galanterías de aquellos señores siempre correctos, a pesar de que
Elsa había temido alguna insolencia (dado el nombre de la viuda alegre) que, le
precedía. Indudablemente aquella mujer tenía clase. Elsa lo pasó muy bien y
desde luego repetiría la experiencia.
La imagen de Marcelo aparecía en su mente con neblina. Lo quería y
estaba enamorada, pero se sentía despechada y eso le animaba a coquetear con
aquellos mariposones, porque eran eso, mariposones, la mayoría casados que
buscaban aventuras extramatrimoniales después de su trabajo. Los sábados y
domingos, resignados. Los dedicaban a la familia, pero indudablemente les
gustaba más ir descubriendo las excitantes sensaciones y lo que se podía
esperar detrás de las poses que adoptaban aquellas mujeres ante la barra de las
cafeterías. Había una gran gama de matices, desde la desenfadada alegre, hasta
la recatada de mirada baja; pero esas poses no querían decir casi nada, había
que ir tirando chinitas en la conversación y cotejar hasta donde se podía
llegar en el coqueteo. Pero la realidad era que todos querían “llevar el gato
al agua" es decir, llevárselas a la cama, y ni siquiera por necesidad
biológica, más bien digamos que por añadir un nombre más a la lista de trofeos
de aquel invierno.
También Elsa tenía su "pose" pero no era fingida. Algo a
la defensiva, por el sobrenombre de su amiga, cuando un joven le dirigió una
broma con doble intención, quiso dejar claro que ella estaba educada en otros
valores y que, bla, bla, bla, y aquí soltó una parrafada digna del predicador
más severo. Luego, a solas, Esperanza le daría la primera lección de
"saber estar:
1º- " No había que darse por aludida ante insinuaciones
subidas de tono.
2º- No había que aceptar paseos en coche, si no eran en compañía
de otras amigas.
3º- Nada de sermones trasnochados, contestar con una risita
irónica: bueno, otro día; o, ¡qué cosas se te ocurren! y seguir la conversación
en tono divertido e intrascendente.
4º- Y, sobre todo "¡a la cama, con nadie!" Pero que
quede claro: ¡A
Elsa escuchaba escandalizada estas consideraciones tan distintas
de las que le había oído a su madre, con los ojos como platos mientras
Esperanza le contaba, como la noche anterior había encontrado a Fulanito, ya
cuando ella volvía a casa, y al preguntarle si es que él vivía por allí, le
había confesado que venía de pasar un buen rato en casa de una amiga, y dijo:
"no te imaginas el final que había preparado con una suculenta cena,
velas, de postín, chica, de postín" y aunque no dijo el nombre, no era difícil
adivinarlo.
Y es que, las mujeres somos unas sentimentales y en cuanto nos
dicen dos palabritas dulces, ya estamos dispuestas a recompensarlas con todo lo
que tenemos.
Entre todos aquellos se encontraba Pascual, cincuenta y muchos
años, algo achaparradito, pelo pintado, ojos traviesos, que se confesaba viudo,
pero en realidad estaba casado en segundas nupcias con la hermana de su primera
mujer. Tenía una tienda de alta costura en Vélez Málaga y cuando cerraba el
comercio, se trasladaba a la capital a deambular por las cafeterías de moda en
busca de sus amistades femeninas, a las que invitaba espléndido a los sitios
más impresionantes, a bordo de su Mercedes de color burdeos, en el que la
guantera más bien parecía una estantería de
Una de sus amigas preferidas era Esperanza, con la que tenía una
gran confianza y en aquel momento la buscaba de una manera especial porque
había visto, con ella, a Elsa, y eso le incitaba a emprender la conquista de la
nueva joven aparecida en el campo de sus aventuras. Era simpático, adulador,
dicharachero, a su lado no se aburría nadie. A Elsa le caía bien y se reía con
él mucho. Y es que, se le ocurrían cosas muy divertidas, como el día que fueron
a un Tablao Flamenco, en Marbella, y a dos jóvenes extranjeras que compartían
mesa con ellos, les hizo creer que estaban de viaje de bodas, que era viudo y
en el pueblo pequeño donde vivían le daban la cencerrada a los matrimonios en
segundas nupcias, y para que no se la dieran, se habían venido a Marbella y la
suegra, refiriéndose a Esperanza, se había venido con ellos, porque era muy
simpática y bla, bla, bla. Las jóvenes no salían de su asombro y eso hacía que
Pascual se inventara más y más cosas que Elsa y Esperanza afirmaban como
ciertas con la mayor seriedad.
Elsa se divertía como nunca y se olvidaba por completo de Marcelo
en esos momentos, pero él seguía siendo el centro de su vida. Reía o lloraba
según su comportamiento y todo pasaba a segundo plano si él cambiaba de
proyectos a última hora. A veces se reprochaba el quererlo tanto, aunque no se
lo mereciera. Pero ese era su destino y lo aceptaba con la esperanza de una
vida en común, en la que lo colmaría de cariño, como deseaba. Ella haría de él
el compañero inseparable, el marido atento y cariñoso que llegaría a ser,
porque tenía buenas cualidades. Otra cosa era, que a veces se dejaba influir
por los consejos de doña Engracia, su madre, que hubiera preferido para su hijo
único, una esposa de mayor relieve social, y hacía lo posible para que su hijo
se fijara en Inés, la hija de su primo el notario, esbelta, guapa y
distinguida, pero que Marcelo ni siquiera se paraba a saludar. Así de mal le
caía aquella "niña bien"
De todas formas -pensaba
Elsa- además de lo que se divertía, estaba aprendiendo a vivir, porque, con sus
treinta y pico de años, solo conocía el mundo de la rectitud y el trabajo.
Pocas veces había visitado algún establecimiento elegante y menos había
degustado aquellos menús exóticos y carísimos a que le invitaban Esperanza y
sus amigos. Porque, eso sí, las invitaciones siempre aparecían dirigidas a
Esperanza, que era la que llevaba el hilo de la conversación y aquella
temporada se lo estaba pasando muy bien, porque antiguas amistades, de otros
tiempos que ahora sólo la saludaban por cortesía, animados con la juventud de
Elsa, se manifestaban como sus más asiduos amigos, con la malsana intención de
conocer a la joven. Ignoraban aquellos señores que las premisas de aquellas
tarde-noches de tertulias, y visitas al Casino, a los Conciertos, Salas de
Fiestas y demás actos de la vida social, estaban firmemente trazadas y que por
nada del mundo Elsa, que aprendía fácil, ya era una experta en evasivas:
"ya veremos" ¡eso no me lo esperaba! ¡Ja Ja Ja! "Pero ¡cómo se
te ocurre!"Chico, no sabía que eras tan bromista" etc. Pero nunca se
separaría de su amiga evitando, así, ciertas eventualidades.
Andando el tiempo, un día que Elsa venía de hacer una reunión de trabajo,
en la que se había entretenido más de la cuenta, convenciendo a una señora
remilgada de que aquel perfume haría que su esposo la siguiera como un
corderillo, y total para nada, cansada y cargada con el muestrario, se le
atravesó en el camino Pascual con su Mercedes.
¡Chica, qué coincidencia! He estado buscándote por todos los
lugares de costumbre y ya me iba sin veros, porque Esperanza tampoco se deja
ver. Salió del coche presuroso, le cogió el maletín y la invitó a subir.
Nunca había ido sola con él en el coche, ni estaba en su programa
el hacerlo, pero su cansancio era tal, que ni se lo planteó. Pascual quiso dar
la última vuelta para buscar a Esperanza, y aunque Elsa le aseguró que la amiga
estaba de viaje, no hubo más remedio que visitar unos cuantos lugares para
encontrarla, que por supuesto no la encontraron y a pesar de sus reiteradas
protestas y su cansancio, no hubo más remedio que seguir en el coche hasta el
Castillo de Gibralfaro, donde se estaban celebrando unos festejos, y desde la
altura, presenciar los fuegos artificiales.
Elsa, se caía de cansancio, por lo que optó por acurrucarse en su
asiento y esperar paciente.
El lugar estaba muy concurrido y una melodiosa música salía de los
altavoces. Elsa fue cayendo en un sopor que en poco rato la dejó dormida,
mientras Pascual se entretenía con el espectáculo. Nunca supo la muchacha
cuanto tiempo duró aquello, lo único que supo fue que al despertar todo estaba
a oscuras y en silencio, ni un alma se veía en el entorno. Pascual fumaba
tranquilo mirándola con arrobo. Ella preguntó qué había pasado, y él le dijo
que habían pasado tres horas. Escandalizada miró su reloj, y comprobó que era
cierto, por lo que le rogó que la llevara rápido a casa.
Y entonces fue cuando él, le contó toda la tragedia de su vida, el
desamor de su familia, la desventura de su único hijo, con una discapacidad
mental profunda y epiléptico. Luego, le dijo con encendidas frases como ella,
con su juventud y su belleza lo había cautivado, hasta el punto de que sus días
se reducían a un sinfín de minutos vacíos hasta el momento en que pudiera ir a
verla, a veces, sólo desde lejos porque otro de sus admiradores la estaba
acompañando. En esas ocasiones, entraba en cualquier bar y bebía hasta que
cerraban el local, por lo que más de una vez, incapaz hasta de caminar, había
dormido en un banco de la calle. Él sabía que era muy cruel aquella confesión
que le hacía, pero que no lo odiara por eso, que estaba dispuesto a romper su
matrimonio, irse lejos y emprender una nueva vida con ella.
Elsa estaba horrorizada y solo deseaba escapar de allí. Comprendía
que aquel hombre había ingerido algún fármaco que lo volvió loco y no sabía
cómo salir del trance, porque si le decía todo lo que sentía, las cosas se
podían poner peor. Así que optó por mostrarse conciliadora y comprensiva,
diciéndole que ya era muy tarde y que al día siguiente podrían hablar de todo
eso. Él tomó sus dichos creyendo que tenía alguna esperanza, y empezó a
acariciarla, y como ella lo rechazara, se enfureció sobremanera y Elsa temió
por su vida, así que lo calmó con buenas palabras y algunas caricias, que
hicieron que su pasión se desbordara y le dijera que, no quería forzarla a
nada, que solo quería hacerla feliz, pero como no había venido preparado, lo
intentaría de forma que ella no tuviera problemas.
Y aquí, ya, Elsa es incapaz
de contar, incluso recordar, las sensaciones sentidas a través de la boca y las
manos de aquel ser convertido en un energúmeno debido a alguna píldora
estimulante de las funciones sexuales.
Autora: Brígida Rivas Ordóñez.
Alicante, España