Juntas.
Se llamaba María, no podría ser de otro modo.
¡Era una virgen de amor!
La mañana del 4de marzo, día gris en el que partió, lloraron los cielos.
Me senté junto a ella en su camita, ya no hablaba:
Sólo tomó mi mano, sus ojitos ya estaban viajando.
Nadie puede expresar lo que se siente, cuando nuestra madre se va para
siempre. Alcé mi mirada: partiste en una alfombra rosa; te seguían mis ojos de
llanto. Girasoles y amapolas te cuidaban…
Ya ha pasado “tiempo” El Dios de las cicatrices y el silencio.
Madre: ahora sé que no te fuiste porque eras mágica, hiciste cosas
simultáneas, vivías en la luna y vivías conmigo.
Dime: tu casa de la luna ¿es tibia como tu sonrisa, cálida como tus
manos, cantarina y protectora?
Imagino que la luna es amplia, con rayos de colores filtrándose en el
atardecer.
Madre: siempre quedaste en mi, porque eras el cáliz de una flor
multicolor, los soles naciente y poniente; gracias por tus regiones de
enseñanza.
Madre extraño tus manos, extraño tus bromas, déjame apoyar mi cabeza en
tu regazo, cuéntame un cuento, dame un beso de sol, se me anuda la garganta. No
puedo seguir hablando…
Las piedras solitarias
La soledad y el desamparo te acunaron en sus brazos desde los primeros
años blancos, sutiles y frutados.
Recuerdo que siempre me sentabas en tus rodillas, al calor del bracero de
pie, tan íntimo amigo de la pobreza, tan linda, que nos rodeaba por aquellos
tiempos.
Decías: hija, yo era muy pequeño, iba corriendo detrás de la carroza
tirándole piedras a los caballos para que no se llevaran a mi madre..., la
carroza huía, se llevaba a la ternura más grande de mi vida y mis piecitos se
doblaban en la calle polvorienta; no pude rescatar a mi madre.
Mis padres vinieron de la guerra en un barco italiano. Recuerdo que me
hablaban en ese idioma.
¡Era muy pequeño! Partieron los dos... nunca supe mi verdadero nombre ni
apellido. La vida fue difícil, días sin besos, ternura, sin juguetes de
colores, trompos de madera, barriletes amarillos...
Apenas pude recibirme de albañil. Cuando formé mi hogar, siempre, siempre
a las seis de la mañana salí a trabajar para traer el pan para mis hijos...
aprendí a ser honesto, a ser correcto, nadie me lo enseñó, la vida fue mi mejor
maestra.
Padre: ¡mis lágrimas mojaban tus manos, que le daban calor a mis rodillas!
Padre: nunca nos dijiste “te quiero” ¡qué vacío en el alma!
Tal vez me escuches, o no, pues nadie vino de allá para decirlo, pero,
sólo en las noches de invierno, cuando espirales de luz, iluminan mi cuarto, si
las brasas, caritas rojas, me miran, te siento ¡tan dulce en mi corazón! Y te
susurro, despacito, profundo “¡Te quiero papá!
“Terrón de Malbeck“
Mis piernitas flacas de un niño de nueve años y mis manos casi que no
tenían fuerza para llevar la mancera del viejo arado que mi padre tenía en la
finca de “La Libertad“, en el departamento de Rivadavia.
¡Que felicidad! Iba abriendo surcos, la tierra salpicaba mi pantalón
cortito, el sol espiaba todos mis movimientos, algunas veces encontraba una
buena piedra para jugar a la rayuela con mi hermana Lili. Mamé aquella tierra
con ahínco, su calor o su frescura, el aire tenía el color y el sabor especial
de aquel lugar tan amado de mi niñez…nunca más sentí otro olor igual...
Recuerdo, visualizo a mi abuela Rosario, que todos los días como a las diez
de la mañana, venía caminando por la huella con su cabeza blanca atada con un
pañuelo colorado y una canasta llena de panecillos calientes, con huevos fritos
y longaniza... Ah, ¡y el infaltable yerbiado caliente!
Recuerdo a aquella viejecita haciéndome dormir en sus brazos. ¡Recuerdo
aquel camioncito que me enseñó a hacer, con tablitas y las ruedas, que eran de
latas de picadillo!... ¡Qué placer! Me iba de viaje a donde yo quisiera, nunca
tuve otro camión tan bello.
La casa en el campo, la escuela pobre con una sola aula donde se dictaban
todos los grados, la bandera, cosida a mano, izada sobre un tronco de árbol,
nos hablaba muy adentro, en el corazón... El cielo que iluminaba nuestras uvas
perladas , la casa de campo, la gente pura de aquella zona en que crecí, tal
vez , seguramente hicieron de mi este ser tan simple, como la misma naturaleza,
que me rodeaba, sin maldad, noble como la tierra misma, un hombre como
cualquiera, llamado ”Pedrito”. Pa servirle a usted.
Autora: Olga Triviño.
Mendoza, Argentina.