El atardecer.

 

La vida, va llegando como el día…

Nace llorando, cuando apunta el alba,

La mañana radiante es la niñez,

La hermosa juventud el mediodía,

El dulce atardecer la madurez,

El triste anochecer, la despedida.

 

Nuestra existencia es semejante a un río,

Al nacer, es minúsculo torrente,

Impetuoso desciende de las cumbres,

Como si fuera un chico adolescente.

 

Mas su brío se torna mansedumbre,

si por fin, se suaviza la pendiente;

transformado, tranquilo y caudaloso,

en un raudal de vida se convierte;

 

dando riquezas a toda la ribera,

ampliando su caudal, grande y fecundo;

llenando el surco hasta lo más profundo,

por el agua que vierten sus afluentes.

 

Este río, Que todo vivifica,

fertiliza las tierras de su entorno,

en vergel, el desierto se convierte.

lleno de pinos, robles y grandes olmos.

 

Cada vez más ancho y más profundo,

su cauce va creciendo hasta el final,

donde allí se confunde para siempre,

entre las aguas del inmenso mar.

 

Cuando llegamos de la nada somos,

un libro en blanco que se ha de escribir

primeras hojas hacen sonreír,

con dulce candidez de los infantes;

 

mas cuando el mundo intentan descubrir,

tropiezan con las piedras que punzantes

les hieren y sus lágrimas de niños,

son el preludio de lo que es sufrir

 

Más adelante, cuando llega el día,

e invade el mundo con su luz radiante,

los jóvenes se curten bajo el sol,

trabajando con ansia ellos querrían

alcanzar lo mejor de su existir

y llegar a la cumbre de sus sueños,

de la vida creen que son los dueños,

y que todo lo van a conseguir.

 

Mas a medida que avanza la tarde,

y el astro rey por el Zenit desciende,

las ilusiones van aminorando,

y cada cual acepta lo que tiene.,

 

Al borde del camino van quedando,

jirones de proyectos desgarrados;

amores que no fueron culminados,

decepción y tristeza, van causando.

 

Las barreras dejaron inconclusos,

se destruyó el amor y las promesas…

se marcharon nuestros queridos padres,

tal vez hermanos, y también amigos…

pero el dolor más grande de este mundo,

es el sobrevivir a nuestros hijos.

 

Los deseos que nunca se cumplieron,

van minando a su vez, las fortalezas.

que la ilusión y la alegría fueron

de los amantes de un bello futuro.

 

Tan anhelados, no se consiguieron,

se convierten en penas y tristezas;

a todos los delirios de grandeza,

vamos buscando porvenir seguro.

 

Los cuales se quedaron en la nada,

y ya no se podrán ver realizados;

mas lentamente se va renunciando,

a todo aquello que nos fue negado.

 

El bello atardecer sigue avanzando,

la calma y el soñar todo lo invaden,

rememorando cuanto ha sucedido

mirando atrás con nostalgia infinita.

 

De vez en cuando surge un claro sol,

que nos renueva la ocasión perdida,

y nos hace soñar con la mañana…

y contemplar la luz del mediodía.

 

¡Ay! ¡otra vez quisiéramos volver!

iniciando de nuevo aquella senda,

para lo que perdimos recoger;

enderezar el rumbo, ¡quién pudiera!

las equivocaciones deshacer…

y trocar en aciertos los errores.

 

Mas el tiempo no tiene vuelta atrás…

hay que soñar con otros días mejores.

 

¿Qué nos deparará el atardecer?

cuando el otoño de la vida empieza

ya podemos los frutos recoger,

Y esperar que sea buena la cosecha.

 

La tarde es bella, todo lo suaviza,

la tenue luz, todo lo difumina…

tenemos claridad en nuestros ojos,

y el alma llena de sabiduría.

 

Poquito a poco llegará el ocaso,

con su infinita paz y armonía,

cual remanso de un río adormecido;

el crepúsculo viene, acaba el día.

 

Los pájaros regresan a su nido,

su trino va extinguiéndose en la noche,

uniéndose al canto de los grillos;

las estrellas apuntan en el cielo,

nos va invadiendo la melancolía…

 

El silencio nocturno nos deleita,

nos embriaga el perfume de las flores;

esperamos tranquilos aquél sueño,

del cual dicen, que nunca se despierta;

en él acaban penas y dolores.

 

Autora: Puri Águila González. Barcelona, España.

puriaguila@gmail.com

 

 

 

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