Hágase
la luz.
Hágase la luz. Y
la luz se hizo.
Las plantas,
animales, los humanos,
El día en que la
tierra ya habitaron,
Lograron
constatar su magnificio.
Y llamaron al
lúcido ejercicio
A los órganos que
facultado había
El Creador, que
bien lo conocía.
Y los ojos
sintiéronse halagados,
Percibiendo los
valles y collados
Con los paisajes
que allí amanecían.
¿Cómo
designaremos tal portento?
¿Qué palabra
expresara este prodigio?
¿Será extenso
vocablo el escogido
De muchísimos
fonemas en su acento?
¿Cómo el universal
entendimiento
Podrá hallar una
voz dulce, armoniosa
Que refleje esta
obra maravillosa?
Y el temor se
adueñó de las gargantas,
Pues de la
responsabilidad tanta
Lengua alguna
quisiera ser culposa.
Y un infante,
admirando la belleza
Que envolvía su
espacio diminuto,
Abrevió a su
manera el primer susto
Con aquel
balbuceo que comienza.
Mas sus
progenitores, con presteza,
Acallan aquel
tono exclamativo,
Pronunciando un
silbante explicativo;
Y así, un
neologismo articulando
Y después su energía
incrementando,
Quedóse
mundialmente comprensivo.
Le faltaba aquel
líquido fonema
Que sin texto el
cántico delata,
Conformando un
vocablo que arrebata,
Que arbitra
solución a los problemas.
¿Quién no ha
hablado en la trova o el poema
De la luz y sus
múltiples derivados?
¿Quién del miedo
o pavor paralizado,
No ha implorado
el auxilio salvador?
¿Y en la dulce
ternura de una flor,
Quién no alabó la
luz, preso, embriagado?
Yo he escuchado
el discurso fascinante,
El fulgor de una
loa incontenible,
La pasión del
relato inconcebible
Si la luz se
ocultara en un instante.
Y el misterio me
abruma en cualquier parte,
Vulnerable por
tal mi carestía.
Me devano la
mente en la poesía
Por hurgar en la
zona deseada;
Mas no sale a
buscarme ninguna hada
Que me atraiga un
destello todavía.
Entretanto,
discurre mi existencia
Añorando a la
prima criatura,
Desdeñando
colores y figuras
Por no estar a mi
alcance ni a mi ciencia.
Mil vocablos
cincelan mi conciencia
Aguardando ser
pronto comprensivos,
Y se va mi
entusiasmo receptivo
Al oír cada uno
en su contexto;
Pues mi mente
proclama su defecto
Apartándolo
errante y aprensivo.
Yo me quedo
perdido y embobado,
Especulando en su
velocidad;
Y me abandono con
ingenuidad
En cualquier
vericueto de su estado.
Y me asomo al
umbral acristalado,
Sin sentir sino
el roce turbio y frío,
O de frente a un
espejo tan sombrío
Con solemne
postura me acomodo.
Mas la nada me
asfixia, me arde todo
Desviándome al
hueco, sólo mío.
Palpo el busto
turgente, redondeado,
Apretando en mis
manos aquel fuego.
Y así afirmo,
gozando de aquel juego,
Que la luz es
calor apasionado.
Voy palpando con
ansia y con cuidado
Donde cuentan que
bien se desenvuelve,
Porque sé que un
resquicio tal vez leve
Advertirme querrá
de mi osadía.
Y la luz, de mis dedos
no se fía
Con su ataque
inesperado y breve.
¿Quién su brillo
y su destello aclama?
¿Quién resalta el
matiz de los colores?
¿Quién se afana
en hablarme de fulgores
Ni de estrellas,
de soles o de llamas?
¿Quién confía en
que yo encuentre la trama
Sin el cabo y
largura del ovillo?
¿Cómo habré de
estudiar en un librillo
Si mis cuencas
vinieron ya vacías?
Nadie alberga las
fantasmagorías
Sin asomo de
realidad y brillo.
Mi lucha desigual
y permanente
Por desvelar
paisajes y reflejos
No atina ni
valora los consejos,
No describe la
zona en que se siente.
No se muestra
benévolo y clemente
El temido e
incógnito adversario.
Extraviado, me
aflige el escenario,
Que examino con
síntesis verbales.
Que tratando de
no agrandar mis males,
Por no errar
desparramo mi diario.
Imagino el
cristal, su transparencia,
Empapado en la
voz de Garcilaso,
Resquebrajado en
imprevisto lapso
Tan frágil cual
la voz de la conciencia.
Sólo escucho del
astro su sapiencia
Revelando
horizontes y mañanas.
No lo puedo
alejar de la ventana,
Y lo aparto por
que entre ya la brisa.
Sólo admiro su
superficie lisa,
Fantasía de
auroras más cercanas.
¿Qué es el color,
para que lo comprenda?
¿Quién me
explicara la policromía?
¿Quién es capaz
de ser maestro y guía
Para estos ojos
que acaso no se enmiendan?
¿Dónde el
escaparate de la tienda,
Con su muestrario
siempre tan variable?
¿Dónde el farol
que avisa inconfesable?
¿Y dónde el faro
al navegante lleva?
Siento congoja si
mi voz se eleva
Cuando la altura
me es inmensurable.
¿Es que una
imagen vale mil palabras,
Y la visión
excede los sentidos?
¿Es que la luz no
llegará al oído
Para escuchar su
danza gris, macabra?
Quiero pintar la
Luna, con mi parla,
Tocar el brillo
azul de las estrellas,
Olfatear las
páginas más bellas,
Saborear el caos del
Universo.
Escuchar el
sonido tan inmenso
De la luz que
repara la tiniebla.
Confío aún en la
obra creadora,
Que no ha acabado
ni encontró reposo.
No puede ser para
el humano el gozo
De no admirar la
luz abrasadora.
Algo me anuncia
que su salvadora
Misericordia me
vendrá algún día.
Que soy persona,
evolución tardía
De un arrebato,
de un cansancio inquieto.
Que el día octavo
surtirá el efecto.
Vendrá la aurora
a mí; no todavía.
Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.