Hacía mucho tiempo que quería compartir esta experiencia con todos
ustedes, y hoy, por fin, decidí escribirla. Se trata de lo que me pasa en la
ciudad donde he nacido y crecido, San Carlos de Bariloche, Argentina.
Entro a una oficina pública y me siento discriminado por mi disminución
visual.
En el sector donde se pagan impuestos municipales hay que dirigirse a
una máquina parecida a un cajero automático, tocar la pantalla justo en el
lugar donde dice cual es el trámite a realizar, entonces sale abajo un papelito
con un número impreso muy pequeño, el que más tarde aparecerá sobre una
pantalla grande que cuelga arriba de los mostradores a dos metros de altura…
todos miran atentamente esperando que llegue su turno.
Cada vez que llego debo recurrir a la buena voluntad de algún empleado,
explicarle sobre mi inconveniente y esperar que se desocupe para
preguntarle sobre como hacer mi trámite.
Muchas veces la persona que está en informes me ayuda, si es que no está
ocupada, también pueden hacerlo los demás contribuyentes, todos se ofrecen para
extraerme el papelito y decirme cual es mi número, pero nadie tiene tiempo de
quedarse a esperar que llegue mi turno y avisarme.
Siempre agradezco mucho a todos los que se solidarizan conmigo y con
todos los demás disminuidos visuales, pero pienso que sería muy lindo escuchar
una voz de computadora que lea bien fuerte cada número, cada turno.
Creo que si tuvieron la inteligencia para agilizar todo, colocando esos
aparatos modernos, bien podrían agregarle señales sonoras para que no tengamos
que depender de otros.
Lo mismo sucede en las oficinas del IPROSS, Instituto Provincial de
Seguro de Salud, todos quieren ayudarme con el ticket, pero nadie está para
avisarme cuando llegará mi turno, porque no tienen ninguna obligación de
hacerlo, igual que en el Banco de la nación y en muchos otros lugares de
atención al público.
Hasta cuando voy a esos consultorios donde atienden médicos de
diferentes especialidades, pido con un oculista y me dan un papelito diciendo:
“cuando aparezca este número en la pantalla del fondo será su turno”, entonces
con una sonrisa muy amplia les respondo: “busco un oculista porque no veo”.
Me dan ganas de decir: “no hay problema..., estoy acostumbrado a vivir
esas situaciones”, pero me irrita escuchar hablar tanto sobre la inclusión, en
cada campaña, en cada discurso, como si esa palabra fuera la mejor bandera de
publicidad.
Entonces me pregunto: “¿en qué parte de la inclusión estaré incluido?”.
Autor: Mario Gastón Isla. Bariloche, Argentina.