Los Doce Amantes De La casta Elsa
Bernardo.
Elsa seguía su vida de trabajo y frustraciones,
siempre con la esperanza de que un día, Marcelo llegara con un estuchito de
joyería donde hubiera un par de alianzas con una fecha grabada, pero estos eran
sus sueños, porque la realidad era que él llegaba siempre con bromas, anécdotas
de su trabajo, fanfarronadas de su jefe, y casi nada de lo que ella deseaba
oír.
Elsa tenía a su alrededor un repertorio de amigas
modernas, a los ojos de las cuales, pasaba por ser una anticuada moralista. Se
indignaban ante el trato de indiferencia que Marcelo le dispensaba. -"Tú,
lo que tienes que hacer es cantarle las cuarenta", decía una amiga
enfáticamente.
-"Sin cobardías. Se lo dices clarito, y que
haga lo que quiera" -decía otra.
Estás cabalgando sobre un sueño, no puedes contar
con él para nada, -apostillaba una tercera. Me gustaría que conocieras a
Bernardo. Ese sí que es interesante. Es amigo de mi marido, un poco mayor, pero
es viudo y tiene una intensa vida social. El próximo fin de semana hemos
organizado un día de campo y ahí lo puedes conocer y observar. No pierdas la
oportunidad de conocer gente nueva, porque con ese muermo no vas a ninguna
parte.
Elsa sufría con las verdades que le asaeteaban el
corazón, pero cuando pensaba en olvidar ese amor, un vacío como si la dejaran
caer desde un avión sobre un proceloso mar, la asediaba. Y al punto creía
escuchar las palabras de Marcelo, que tantos proyectos habían forjado, al
tiempo que revivía las ilusiones, que no se resignaban a morir.
-Chica, compréndelo, estás perdiendo un tiempo
precioso, -le decían. La juventud no dura siempre, cuando menos lo esperes te
llenarás de arrugas y canas, mientras ese tarambana sigue dándole largas al
asunto. ¿Te das cuenta, -decía otra, de que estás pasando el verano sin pena ni
gloria, engañando al corazón con un espejismo?
Nati intervino: -Basta de sermones, mañana pasaré a
recogerte a las 11. Vamos al chalet de mi padre, que cumple años. Te gustará,
celebra una fiesta campera que promete estar muy animada. No consentiremos que
te quedes sola.
Elsa no durmió aquella noche pensando en el traje
adecuado, que no tenía, para aquel ambiente 'campero, pero distinguido en el
que se desarrollaría aquella fiesta, en los zapatos, que sí tenía, desde el
jueves que los compró en el mercadillo, y que le ajustaban un poco. Temía no
poder soportarlos todo el día, en el encuentro con aquella gente que pertenecía
a esferas sociales que ella no frecuentaba, en si estaría a tono con los temas
de conversación de los señoritingos, y también, con cierto rencor, en el
irresponsable Marcelo que la dejaba tirada, exponiéndola a estos trances.
El día amaneció radiante, un cielo azul ostentaba la
incandescente esfera solar. Las amargas horas nocturnas habían desaparecido y
la joven se vistió animada, extendió una protectora capa de crema sobre su
rostro, recogió su larga melena en un informal moño del que se escapaban
algunos mechones con una gracia peculiar, Lanzó una crítica mirada a la imagen
que le devolvía el espejo, y convino en que enfrente tenía una mujer joven y
atractiva. Miraba las golondrinas que habían anidado en la cornisa de su
ventana, que acudían llevando pajitas a su nido mientras revoloteaban
jubilosas. Las envidiaba en su interior.
Nati hacía sonar el claxon insistentemente en la
calle, por lo que Elsa se apresuró a bajar saliendo de sus dubitaciones.
Probaría a escapar del influjo de aquel desconsiderado hombre que aún a
distancia, regía su vida.
De aquella prueba sacó los pies muy doloridos, una indigestión
por la descontrolada ingestión de pinchitos morunos, de los que se dio un
atracón, y una cita con Bernardo que resultó ser un señor, atento, culto, de
buena estatura, fornido, pero no grueso, Sonrisa amplia bajo un fino bigote en
el que predominaban las canas, nariz chata, escrutadores ojos grises, en uno de
los cuales había una nube blanca y que, Galante, la invitó al estreno de una
película de Sara Montiel.
Cuando salieron del cine, el experimentado Bernardo,
oliendo a gel de esencias fuertes, impecable de pies a cabeza, le sugirió tomar
una copa en la cafetería más chic de la ciudad. Elsa estuvo encantada. Admiraba
aquel local desde lejos, porque sus ingresos no aconsejaban frecuentar ciertos
ambientes. Se sentía segura cerca de aquel hombre algo mayor, que parecía
saberlo todo y estar de vuelta de muchas cosas.
El lujo y el glamour impactaban desde la entrada.
Luces indirectas que emergían de la parte alta del local, lo inundaban de una
penumbra rosada que le daban tinte sofisticado a todo el mobiliario. Estaba
Construido el local haciendo plataformas en las que se acomodaban líos
veladores cubiertos por mantelitos color malva en la primera plataforma, en la
segunda los manteles eran de color verde, muy tenue y la primera no tenía
veladores, toda estaba ocupada por una pista de baile, en cuyo suelo
pulido se había dibujado una Estrella De Los Vientos. En un discreto lugar
estaban colocados los instrumentos para la orquesta que en ese momento no estaba
presente. Los camareros, impecablemente uniformados, andaban presurosos y
atentos a la clientela.
Se instalaron
cómodamente, el camarero se apresuró a servirlos. Elsa no sabía qué pedir en un
lugar como aquel, y delegó en su amigo, tomaría igual que él. Los músicos
habían llegado, el ambiente irradiaba armonía, invitaba a las confidencias.
Bernardo contaba entre suspiros la soledad de su vida, y ella se enternecía por
momentos mientras sus manos jugaban con la servilleta. Iba sintiendo en su
interior el calor que emanaba aquel ser solitario, y aún sin rozarse, captaba
el pulso acelerado del hombre abatido por la soledad. Elsa rompió aquel
momento, dejando caer al suelo su bolso, y cuando él lo hubo recuperado, dio a
la conversación un giro de 180 grados, frotándolo para eliminar alguna
hipotética mancha, mientras contaba la excitante historia de la adquisición de
aquel bolso, comprado en el Paseo Marítimo a un mantero, en el momento de
aparecer la policía; por lo que dada su honradez, se vio obligada a deambular
por callejas tras el vendedor, para entregarle el coste. Este relato hizo bajar
muchos grados la emoción del momento.
Luego bailaron hasta muy tarde, olvidados de todas
las vicisitudes que arrastraban sus vidas, invadidos por un plácido deseo de
ser felices, sin más. Se sentía completamente confiada y desinhibida, él la
trataba como un objeto raro y valioso. Bernardo, de pie en la pista, sacó del
bolsillo una cajita de la que extrajo dos píldoras azules, y mostrándoselas,
preguntó: -"¿Me las tomo?"
Elsa, que en algunas cuestiones era una inocentona,
lo miró sorprendida. ¿Por qué le preguntaba a ella? Si tú crees que las
necesitas... -respondió.
Con un rápido movimiento, como si se tratara de un
caramelo, Bernardo las lanzó a la boca y las tragó con facilidad.
Habían dado las dos de la madrugada en el reloj del
ayuntamiento y la calle estaba mojada por un reciente chaparrón que pasó de
largo. En el cielo, las nubes jugaban al escondite con una esplendorosa luna
ligeramente anaranjada. Bernardo se interesaba por todo, su vida, sus
proyectos, sus sentimientos, al tiempo que le aconsejaba como un hermano mayor:
-"La vida no es fácil y además es muy corta. Procura mirarla de frente y
no te detengas ante lo que se oponga a tu corazón. El tiempo es irreversible y
no volverá para dar una segunda oportunidad a tus sentimientos.
Elsa se despedía en la cancela de la urbanización,
pero -"Te acompaño hasta tu piso, dijo él. A veces estos parques presentan
encuentros no deseados.
Ya en la puerta del apartamento, las llaves con las
que Elsa se disponía a abrir, se negaban a entrar. Solícito, él lo intentaba,
cuando descubrió que la cerradura aparecía torcida y entonces observó que
habían sido arrancadas pequeñas astillas alrededor. Estaba claro que habían
intentado forzarla y ahora la llave no entraba. No era hora de buscar un
cerrajero, y Bernardo solucionó el problema con la ayuda de un martillo y una
barra que usó como palanca, y que si bien dejó la entrada franca, la cerradura
quedó inutilizada y la puerta abierta. Así quedaría hasta el siguiente día. Él
opinó que ella no podía quedarse sola, tampoco podían abandonar la vivienda, y
que desde luego, él la acompañaría. Las tres y media de la madrugada marcaban
los relojes, cuando se serenaron un poco y Elsa preparó una infusión sedante
que tomaban, mientras ella agradecía al Cielo y a Bernardo aquella solución del
problema. En este discurso Bernardo insistía en que ella tenía que organizar su
vida mejor, y que si el "pintamonas" de su novio no se casaba, había
que considerar que era el momento de sacarlo de su vida. La miraba poniendo en
sus palabras la ternura y el calor que emanaba de su corazón generoso. Elsa
estaba muy cansada y una dulce somnolencia la iba invadiendo. Confiada descansó
la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos.
Bernardo la miraba dormida sobre su hombro y sentía
la emoción del guardián al que se le confía un gran tesoro. En su mente se
forjaban escenas ilusorias, en las que aquella podía ser su casa, y Elsa, el
ángel candoroso que ahuyentaba su soledad. Y, ¿por qué renunciar a la imagen de
un chiquitín correteando por la casa? Total aquello no era más que un sueño. El
corazón le latía con fuerza cuando un deseo irreprimible le impulsó a besar los
entreabiertos labios de la muchacha, que somnolienta correspondió a la caricia
y se arrebujó en su pecho, deseosa de caricias.
Cuando los trinos de los pájaros que anidaban en los
árboles de la avenida y el sol penetraron por el amplio ventanal, Elsa se
despertó entre los brazos de Bernardo que sereno, le acariciaba el pelo con
dulzura. Ella buscó su mano y depositó un suave beso con toda la ternura que
emanaba de su corazón agradecido. El día comenzaba con sus afanes, sus
ilusiones, proyectos y desengaños. Atrás quedaba aquella noche de amor
compartido, los impulsos nacidos del deseo, y los ardientes suspiros provocados
por las dulces caricias de sus expertas manos. Todo eso habría que olvidarlo:
Ella porque su camino lo había trazado el Destino
injustamente, al lado de un ser torpe.
Él, porque su momento había pasado, y sería inmoral
atar a aquella mujer joven y ávida de cariño a su manifiesta senectud.
Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España