Poemas
de Antonio Martín Figueroa.
A
Fe mía
I
Cuando
entraba en
Mi
espíritu se elevaba,
Mi
mente se recogía,
Los
sonidos se aquietaban.
Me
arrodillaba en el banco
Anhelando
arrobamiento,
Y
el aroma del incienso
Me
transportaba a otro espacio.
Actitud
blanda y humilde
Cruzaba
al pecho mis brazos.
Me
persignaba despacio
Ante
el íntimo convite.
La
música del armonio
Abría
mi entendimiento,
Empapándolo
de ensueños,
Colmándolo
de tesoros.
Enmudecía
mi voz,
Se
acallaban mis tristezas.
Mi
oscuridad violenta
Mudaba
en gran resplandor.
Y
la oración repetida,
Como
en un coro sublime,
Conjunta
dejaba el firme
Y
monocorde ascendía.
Mi
infante marcha insegura
Hallaba
guía y sustento
En
el común rendimiento.
Y
avistaba la ventura.
¿Cuál
es mi misión, pensaba,
En
este mundo inestable?
Pues
anunciar incansable
El
Reino que disfrutaba.
Y
salía renovado,
Dispuesto
a ser el testigo
De
este fervor revivido
En
el recinto sagrado.
El
universo ante mí…
Un
lugar para Misiones.
¿Quién
con méritos mayores
Anunciar
el Reino allí?
La
fe es como un océano
En
que habitas sumergido,
O
tal vez donde tendido
Las
olas te van llevando.
Dame,
Señor, las dos letras
Contiguas
del alfabeto:
Felicidad
sin recelos,
Esperar
la vida eterna.
La
fe salva las distancias
Arrullando
en los senderos.
La
fe no conoce el riesgo
Ni
sufre las asechanzas.
II
Cómo
echo de menos el celestial amparo,
El
refugio seguro, el consuelo a mi llanto.
La
estancia acogedora, el confortable abrazo.
La
compañía íntima en mi andar solitario.
Náufrago
entre oleaje, sin brújula ni orilla,
A
merced de los vientos, sin balsa salvavidas…
Me
acogieron, perdido, gentes desconocidas.
Tú
les hablaste a ellos y a mí me diste vida.
Apenas
un chiquillo que ni juega ni corre,
Desvalido,
en el yermo; sin nada más que el nombre.
Me
otorgaste apellido, me elaboraste un molde
Donde
sentirme única criatura del Orbe.
Tú
me diste el manjar de
Que
al temor inculcado mi espíritu atesoraba.
Confesar
era un verbo repleto de abundancias,
Que
entendía solemne, vaciando mis desganas.
¡Cómo
me trasponía la magistral belleza
De
tu Ministro, próximo a mi alma en su flaqueza!
¡Qué
despertar sereno llamándome a la iglesia,
O
pidiendo el Rosario que cada tarde reza!
Rezar,
orar sin tasa en cada emprendimiento,
Reclamando
Tu auxilio en Comunión, diciendo
Igual
jaculatoria para el soñado éxito.
Los
niños y mayores nimbados de Tu Cielo.
Y
el éxtasis, el culmen de místicos fervores,
Ejercicios
que acaban el Viernes de Dolores.
Confesión
colectiva, silencios, reflexiones.
Devuélveme,
Dios mío, la fe que yo tenía.
Quiero
ser como un niño, tal como repetías.
Quiero
rezar contigo y a
Dormirme
muy tranquilo, a despertar al día.
III
Es
probable que el cotidiano acervo,
Los
estudios, la casa, los trabajos,
Hayan
creado un caparazón seguro.
Es
probable que tanta actividad,
Ordenada
al desvelo arracimado,
No
haya al fin planteado reflexiones
Que
al espíritu acomoden y persistan.
Es
posible que ofrenda matinal,
Y
quizá la oración previa a los sueños,
A
mi espíritu sobradas pareciesen,
Reemplazado
por terrenales quejas.
Es
posible que mi conciencia, estrecha
Tanto
tiempo, se fuera serenando
A
través de llanuras ya exploradas,
Desechando
el solaz escrupuloso.
El
reloj no da nunca marcha atrás.
Cada
día nos trae una aventura
Con
el traje o la ropa de montar.
Hoy
colijo, de aquella inconsistencia,
Un
desdoro a los temas relevantes,
Apartando
a rincones escondidos.
Yo
no fui desdeñoso; ni el olvido
Descuidó
los rituales de mi fe.
Pero
acaso marchó por otras sendas.
En
descargo de aquella hipotonía,
Me
apoltrono en mi voluntad discreta,
Arrumbada
entre fardos y perezas.
Hoy
te imploro, Señor, que mi castigo
Se
atenúe con tu misericordia,
Pues
conoces bien mis debilidades.
Escribir
confesión es de la vida;
Y
tal vez más pretérita y completa,
Pues
supone un examen desprendido.
Es
rogar la clemencia colectiva,
Inefable
es el reconocimiento
De
las faltas, con ánimo contrito.
Penitencia
también me será impuesta,
Pues
mitad premiará sinceridad,
Mas
la otra hablará de mis torpezas.
También
quiero, Señor, hoy enmendarme
A
través de estos trazos emergentes,
Requiriendo
además tu compasión.
Hoy
escribo, necesidad, urgencia,
Por
salvar la aflicción que me produce
Esta
zona insensible e inconexa.
Hoy
que todo me invita hacia el sosiego,
Que
ningún capitoste me avasalla
Con
su ansioso trajín de arduas premuras.
Hoy
que acepto muy firme el desapego
Como
antigua doctrina reverente,
Apartando
querencias inconclusas.
Hoy
que aspiro al disfrute, acompañado,
Que
me adentro en silvanas utopías,
Que
regreso a aluviones de añoranzas.
Siento
una desazón, cercano el día,
Por
la duda, secreta y escondida,
Que
en ahuyentar mi goce ahora se afana.
Cuando
el misterio presto siente gana
De
resolver su esencia en mil porfías,
Transcurre
en la congoja este mañana.
IV
Tú
vienes a llevarnos de este gran cementerio
De
miles de millones de penas y misterios.
Vienes
a liberarnos de absurdo cautiverio,
Donde
no hubo guardianes ni veredictos serios.
Épocas
resabiadas del pensamiento han sido
Donde
se acomodaron espíritus rendidos
Al
afán presuroso de atisbar lo escondido,
Liberados
del tedio de un trajín adherido.
Milenios
de doctrinas e historias no resueltas
Aprisionan
las almas que viven siempre alerta.
Cuestionan
las salidas en simulada oferta.
Y
tan sólo se atreven a señalar mil puertas.
Y
Tú, sencillamente, envías a tu Hijo,
En
este maremágnum de estelas y amasijos.
Habita
entre nosotros, resuelve el acertijo;
Invita
que admiremos un sinfín de prodigios.
Y
en esta serenata que me orienta y me salva;
Que
anuncia, que promete, que arriesga, que nos calma,
Me
refugio acechado por turbulencia tanta.
Y
me percato ahora de cuánto me otorgabas.
Porque
nada me colma en este mundo ingrato;
Ningún
orden nos rige en alto o ínfimo estrato,
Alguien
justo y supremo nos tocará arrebato,
Distribuyendo
entonces el mérito y el trato.
En
esta última etapa de gran fragilidad,
En
la que el pensamiento reclama la verdad,
Aunque
la duda pugne contra mi voluntad,
Me
acojo a la plegaria hacia Tu gran Bondad.
Sé
que me has preparado sitio en tus aposentos,
Pues
tal es mi existencia fundida con tu aliento.
Mi
alma así transita, con el convencimiento
Que
tu amor me redime de este gris ardimiento.
Y
aunque de imperfecciones se viste el ser humano,
Lo
mismo en el moderno que en el bregar arcano,
Quiero
abdicar del peso del material humano
Para
aguardar el tránsito, cogido de tu mano.
Autor:
Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.