Personas ciegas y con baja visión

¿Y cuando seamos Adultos Mayores qué?

 

Al iniciar el año 2019, quiero remontarme a la década de los 70, cuando, como niño con baja visión, me parecía que los maestros de la escuela de educación especial eran, lo que hoy denominaríamos, adultos mayores, aunque por mi corta edad, más que por mi percepción visual, es posible que, si tenían 20 años, fueran señores.

En realidad, se trataba de personas menores de 50 años, si tomamos en cuenta que eran educadores activos, y que el magisterio, les permitía la jubilación a los 50 años de vida.

Bueno, los años pasaron, muy joven me integré a las organizaciones de personas ciegas, y no recuerdo que ninguna tuviera entre sus planes programas para personas ciegas adultas mayores.

La problemática laboral, de vivienda, educación, entre otras, nos marcaban el rumbo de acción y envejecer, no constituía un problema a resolver por nosotros.

En la actualidad, el avance de la medicina y muchos factores adicionales, hace que, en el planeta, cada vez tengamos más personas mayores de 65 años y que sobrepasan las tres cifras, lo que constituye un reto financiero, de salud, infraestructura accesible, donde las personas ciegas seguimos invisibilizadas.

El modelo de asociación empieza a perder vigencia, pues, se basa en el trabajo voluntario, donde junto al tiempo que se dedica, hay que aportar cuotas para el café, los pasajes, los libros contables, las personerías jurídicas al día y otros gastos que la asamblea, por lo general, no contempla y se recarga en los directivos, que se aburren y salen de la organización.

Las instituciones para personas ciegas y con baja visión, tienen la presión de los jóvenes, que demandan oportunidades de trabajo y educación. Por lo cual, la recreación y ocupación de los mayores de 65 años, queda relegada, o incluso, ni siquiera se contempla en los planes de trabajo.

Así las cosas, hay que ver si encajamos en los proyectos de las universidades, la seguridad social y otros organismos que sí trabajan con la población adulta mayor.

Aquí pueden presentarse varias limitaciones: en primer lugar, no son cursos adaptados, muchos de ellos, de entrada, nos están vedados por ser muy visuales y no contarse ni con la voluntad, conocimiento y tiempo para dedicarnos, si nos integráramos a ellos.

Si nos interesaran los bailes, ¿no podemos seguir las instrucciones que el profesor brinda al frente del grupo, a modo de imitación de los alumnos?

Los cursos de dibujo, electricidad, plantas naturales, y la gama de acciones para quienes ven, se reducen al mínimo por temor, desconocimiento, falta de interés o hasta real imposibilidad para llevarlos, sin una previa adaptación.

Esos niños de la década de los 70, vimos, de adolescentes y adultos, como una vez se jubilaban nuestros maestros de primaria, algunos seguían en organizaciones para estar ocupados y luego, se perdían sin pena ni gloria en sus hogares, hasta que la muerte se acordara de ellos.

Recuerdo el caso de dos adultos mayores, que salían a caminar y se quedaban en algún lugar, para pasar el tiempo, pero una limosna inoportuna los avergonzaba y hacía que ya no quisieran salir de sus casas.

A menos de 10 años de podernos jubilar, quienes trabajamos en las organizaciones, mis amigos de generación, los que seguimos vigentes en representaciones institucionales, organizaciones, o simplemente en nuestros trabajos, por más de 30 años, no tenemos, por el momento, un panorama muy diferente a nuestros maestros y sus contemporáneos ciegos o con baja visión.

Algunas uniones internacionales de organizaciones, empiezan a integrar comisiones que se ocupen del tema, pero falta mucho trabajo por hacer y es necesario que, entre todos, despertemos ese espíritu solidario hacia quienes, a lo largo de su vida, propiciaron una buena imagen de las personas ciegas y con baja visión para que, en el momento del retiro, tengan una buena calidad de vida en su vejez, hasta la última hora de sus existencias.

 

Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.

Robertosancho27@gmail.com

 

 

 

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