Úrsula enseñó braille en Macondo.
Aureliano Buendía pasaba mucho más tiempo
haciendo cosas en su taller debido al insomnio que padecía, insomnio que
también afectó al resto de las gentes de Macondo.
Aureliano Buendía tardó algún tiempo hasta ser
consciente de su pérdida de memoria. El primer dato relevante que hizo que le
saltaran las alarmas fue cuando se le olvidó como se manejaban las tijeras y
para sí, meditabundo, se dijo:
"¡Eh!,
algo me pasa. No es normal que no sepa después de utilizar las tijeras durante
toda la vida que ahora tenga dificultad para usarlas".
Entonces
cayó en la cuenta de que últimamente había tenido muchos fallos; así llamaba él
a su pérdida de memoria. Consideró que había que tomar medidas antes de que
fuera demasiado tarde y la angustia y la consternación invadieran a los
habitantes de Macondo al percatarse como él de lo que sucedía.
Es
sabido que comenzó por poner carteles a todas las cosas explicando para qué
servían y cómo se usaban; por ejemplo:
"La
vaca es un animal que da leche. Hay que ordeñarla cada día".
""El martillo sirve para golpear y
clavar clavos".
Y así con todo.
"La silla sirve para sentarse".
--¿Por
qué pones carteles explicanndo cómo se usan los objetos y los animales? ¿Se te
ha olvidado? -le preguntaron las gentes de Macondo- cuando observaron su
sinvivir, su treme<mnda actividad, que ni comía, venga, venga, venga a ir de
un lado a otro sin parar de apuntar esto y aquello y aquello otro.
--Hace ya tiempo -les dijo- que el insomnio
que sufrimos y que en un principio parecía que nos iba a beneficiar, porque nos
permitiría hacer muchas cosas, muchas más de las que ya hacemos, nos está
provocando la pérdida de la memoria; ¿no os habéis dado cuenta?
--¡Ah!
pues ahora que lo dices... -comentaron algunos-.
--¡Es
cierto! -contestó otro- yo esta mañana no me acordaba de cómo se utilizaba la
cuchara y tuve que beberme la sopa.
--Pues
ya sabéis por qué pongo carteles -dijo Aureliano Buendía haciendo un alarde de
explicación. De todos era conocido en Macondo, lo parco que era en palabras.
Sucedió entonces que la noticia de lo que
estaba aconteciendo se propagó por Macondo rápidamente y todos, y en todas las
casas, en todas las tiendas y talleres se dedicaron, con auténtico frenesí, a
colocar carteles explicando qué eran los utensilios y objetos de uso cotidiano.
Por supuesto que como no podía ser de otra
manera la noticia llegó al colectivo de los ciegos, que ya habían notado que lo
que ellos daban en llamar despistes, descuidos, no eran tales, sino que también
eran víctimas de la enfermedad, pues así dieron en designar la pérdida de la
memoria. ¡Terrible! Por cierto, formaban un grupo numerosísimo y se dedicaban a
amenizar las fiestas con canciones y en las plazas narraban romances a un
público que les valoraba y aplaudía recompensándoles con alguna que otra
moneda, dulces, alimentos, ropas…
Diligentes, pero con sombrío semblante, se
dirigieron al taller de Aureliano; era seguro que allí le encontrarían.
Para no hablar todos a la vez, nombraron un
portavoz que así dijo:
--Querido
Aureliano, ha llegado hasta nosotros la noticia de lo que acontece; y ¿qué
haremos ahora que no podemos escribir ni leer? Se nos olvidarán los romances y
no nos acordaremos de las historias, ¡OH desgracia!
Y
su voz trasmitía harta preocupación.
--¡ohhhh....!
y además las desgracias nunca vienen solas -gritaban los demás mesándose los
cabellos-.
Aureliano, con las manos, les hizo un gesto:
"calma, calma..."
Pero
enseguida se dio cuenta de que no podían verle; entonces habló pausadamente.
--¡Tranquilos!,
¡escuchad! Cuando Úrsula, mi madre, se quedó ciega, la acompañé a París,
porque, según le contó Melquíades una de las veces que vino a Macondo, había
oído que allí una persona ciega, un hombre sabio, de nombre Luis Braille, había
inventado un sistema para que los ciegos pudieran leer y escribir. Y a París
nos fuimos, porque dijo Úrsula:
"Si Luis Braille no puede venir a Macondo
a enseñarme el sistema braille, iré yo a París a aprenderlo".
Mereció
la pena, os lo aseguro. Luis Braille, amabilísimo, nos recibió y tras
obsequiarnos con exquisito fromage y deliciosos croissants, le enseñó el
sistema braille (se llama como su apellido) en un abrir y cerrar de ojos.
Bueno, ni que decir tiene que Úrsula se puso contentísima. Y ahí no acaba todo.
Luis nos hizo de guía por los Campos Elíseos, nos paseó por el Sena, nos mostró
Notre Dame. ¡Qué se yo! Úrsula decía:
"Querido
monsieur Braille. Estoy emocionada pues percibo el azul radiante del cielo de
París y su maravillosa luz"
Al
llegar a Macondo a Úrsula todo se le fue en apuntar que si los remedios de
Melquíades, las recetas de los dulces de Amaranta, las canciones de amor que mi
padre le cantaba, que también se llamaba Aureliano Buendía como yo, que si la
ruta de la calle de los Turcos. Y hasta escribió una novela; sí, una novela en
braille titulada:
"La
vida punteada".
En
mi taller de platería le hice un punzón de plata y una especie de tablilla para
que pudiera escribir, muy semejante a la que utilizaba el señor Braille. Os la haré
también a todos vosotros, me daré prisa antes de que se me olvide hacerla.
Además Úrsula aportó al sistema braille una cosa importantísima. Veréis.
¡Perdón!, escuchad. Como en francés no existe la letra "ñ", Úrsula la
inventó para que todos los hispanohablantes la utilizaran y así poder escribir
"cigüeña", "España", "pedigüeño", etc.
De
esta humilde manera enriqueció el alfabeto de Luis Braille. A él esta
aportación le pareció muy bien.
¡Se
acabó la preocupación! ¡Quiero ver sonrisas en esos rostros que ahora reflejan
algo parecido a la tristeza! Todos aprenderéis braille; Úrsula, con sumo gusto,
os lo enseñará.
Desde
entonces todos los ciegos de Macondo saben escribir y leer en braille y lo
enseñaron a su vez por muchos países. Y así los "Cien Años de
Soledad" fueron mucho más llevaderos, por lo menos para los ciegos, porque
tenían libros que leer e historias que escribir.
Autora: ángeles
Sánchez Herrero. Madrid, España.