Apenas podía diferenciar el límite
entre el rojo de pana, que tapizaba las butacas y el piso de parquet antiguo,
bordeado de marquetería ya muy difusa… casi imperceptible a mi nublada visión.
Una luz mortecina, de una lámpara rinconera,
permitía en ese oscuro ángulo, vislumbrar a una paciente esperando su turno con
la cabeza gacha, y un rodete magno encima de ella.
Era ya el mediodía y el gran salón
de espera estaba casi desalojado, hasta llegaran los pacientes de la tarde, a atender
sus dolencias. Caminé por el desfiladero que ofrecían las butacas rojas,
siguiendo la guía de la luminaria.
Sorprendida por esa paciente quien
, sentada aún esperaba, me dirigí rauda hacia la enfermería para preguntar a
qué se debía la demora en su atención, y a qué médico le correspondía esa
misión, persistiendo aún en los consultorios.
Al pasar por delante de la anciana, le saludé
amablemente con un: “Buenas tardes”. Mas pensé que se encontraría dormida, pues
no hubo respuesta alguna.
Abrí la puerta de la enfermería, donde ellas
se albergaban almorzando, depilándose los bigotes con cera y charloteando muy
animadas. En tono severo las reprendí, por su holgazanería y su falta de
atención a la señora quien todavía esperaba agotada en el salón. Ellas me
dijeron que ya no quedaba ningún médico y que no había más pacientes. Hasta las
catorce horas, cuando le correspondería atender al urólogo…por lo que en esos
instantes, no había actividad.
Extrañada, regresé al salón de espera; rumbo a
mi despacho, pues me aguardaba una alta pila de papeles para auditar.
Otra vez aparecieron ante mis empobrecidos y
apagados ojos, el desfiladero de banquetas rojas, y en sentido contrario,
avanzaba con rapidez, el ordenanza encargado de la limpieza; quien tomando del
cuello a la anciana , la levantó de su butaca , sacudiendo violentamente su
cabeza… mientras ésta, resignada no emitía ninguna queja. Introdujo a la
paciente vestida de oscuro con su rodete, en una gran bolsa que descansaba en
el piso…
Fue entonces, cuando comprendí,
que la pobre paciente, esa anciana agotada, en actitud sumisa de espera
tranquila y dormida, no era más que una enorme bolsa negra, que contenía los
papeles de los canastos recogidos de los consultorios en el aseo rutinario, de
un… simple y tranquilo mediodía de invierno.
©Renée Escape
Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina