Soledad.
A mis soledades voy, de mis soledades vengo.
Ya sabéis que a mí me gusta mucho apelar al
diccionario de
El concepto y la idea de soledad con el que yo
quiero jugar en estas brevísimas líneas, es ese que expresa carencia voluntaria
o involuntaria de compañía, definido así por el diccionario de
Y en la vida real, en la sociedad humana, como
muy bien nos dice la enciclopedia de la lengua, hay dos tipos de soledad. La
buscada, la voluntaria, y la involuntaria, a la que yo llamo impuesta. Y es
esta última la más traumática, la que nos aísla del mundo y que incluso puede
ser mortífera.
Con la revolución industrial de finales del
siglo XIX se produce un trasiego humano de las zonas rurales a las urbanas, y
este trasiego es masivo después de la primera y segunda guerra mundial. Las
ciudades no están preparadas para acoger a tantos seres humanos de distintas
procedencias y estratos sociales, y la obra urbana para ajustar las grandes
ciudades es constante y prácticamente no cesa. Construcción de viviendas, red
de alcantarillado, transporte público, reconstrucción de vías urbanas, plazas y
todo tipo de obras de infraestructuras, para ajustar las ciudades a la nueva
situación que, era y sigue siendo, imparable
La llegada de personas procedentes de las
zonas rurales es tan masiva, tan importante, que en las ciudades no hay sitio
para todos. Estos emigrantes han acampado de cualquier manera en las periferias
y extrarradios de las grandes ciudades, incumpliendo las normas municipales,
dando así origen al chabolismo y a todo tipo de desórdenes urbanos. Estas
situaciones, hoy continúan. Los poderes públicos han sido y son incapaces de
dar respuesta a los éxodos humanos, que son consecuencia de una desigualdad económica
y social creciente.
Como quiera que las ciudades son cada vez más
grandes y las distancias han aumentado considerablemente, la sociedad se ha
motorizado y el tráfico rodado de todo tipo ha aumentado extraordinariamente.
La construcción de viviendas ha sido y sigue siendo una de las industrias
urbanas de primer orden. La vivienda es cada vez más confortable, tiene
elementos aislantes que favorecen más la intimidad y el confort. Las calles o
vías se han pavimentado, se han asfaltado, con edificios o manzanas de
edificios que se apiñan.
Las clases más pudientes, para no vivir en la
jaula, las ciudades cada vez son más jaulas, Se han ido a vivir al campo, a
pocos kilómetros de la ciudad y la industria de la construcción ha hecho para
ellos viviendas unifamiliares; es decir, pequeños edificios donde solo vive una
familia; pero el campo, se ha convertido en colonias o urbanizaciones donde
proliferan edificios unifamiliares. Obviamente, en estos parajes, que ya son
también urbanos, ha habido necesidad de construir tiendas, supermercados y
escuelas para los niños. En fin, que las concentraciones urbanas están ahí, con
sus enormes desigualdades sociales, económicas y de todo tipo.
Y como consecuencia de las sucesivas
revoluciones industriales, porque ha habido varias revoluciones industriales,
ha irrumpido con fuerza la gran tecnología, o tecnología punta, que llaman de
la información y comunicación a distancia. Tanto, que el planeta
Se
ha convertido en aldea global, como muy bien predijo el sociólogo canadiense
Mmc Luhan. Una aldea global donde estamos muy bien comunicados, pero no nos
conocemos. Sí que se conocen evidentemente y muy bien, aquellos que toman las
decisiones por nosotros. Aquellos que deciden lo que ellos denominan como el
constante nuevo orden del mundo. Pero hay más hechos a considerar:
Los africanos, asiáticos y algunas zonas del
continente latinoamericano, quieren participar también del lujo y de la forma
de vida del llamado primer mundo. Tienen derecho a ello y se han lanzado a la
aventura de emigrar de sus zonas a otras zonas, de aparente más y mejor
bienestar social. Esto está produciendo un choque cultural, religioso y étnico
ciertamente importante.
Y una consideración más: La vida de los seres
humanos, se alarga y se alargará más y más. La vejez afortunadamente, se
multiplica por doquier. Y eso conlleva o comporta un problema no pequeño. El
desgaste vital, la senilidad, nunca viene sola. Casi siempre viene aparejada
con alguna enfermedad o enfermedades.
Como se ve, vivir, no es algo gratuito,
aunque, por supuesto, merezca la pena. La sociedad tiene un reto importante y
constante. El estado del bienestar, tiene un tributo que pagar. Hay tanta gente
en las grandes jaulas urbanísticas, que nadie se conoce. Las distancias son tan
grandes, las clases o estratos sociales son tan distintos, las desigualdades
socioeconómicas son de tal magnitud y hay tanta gente mayor y tanta gente
discapacitada, que hay que pensar que el panorama no es nada halagüeño
La gente se comunica a través de los potentes
y magníficos teléfonos inteligentes, que son minicomputadoras, y a través de
las computadoras propiamente dichas. Las hay de todos los modelos y de todas
las clases. La robótica, ha entrado en nuestras vidas y ya hay máquinas que nos
pueden hacer la comida. No obstante, nunca hemos estado tan solos.
Son muchos los ancianos que mueren en la
soledad de su hogar y son muchos los que incluso muertos, pasan días y hasta
meses en sus casas sin que nadie les eche de menos. Solo el hedor que sale de
su vivienda, es el que da la alarma al portero o a los vecinos de que allí algo
ha pasado.
Quiero concluir resaltando que un treinta por
ciento de los seres humanos que pueblan las grandes urbes, viven completamente
solos. Aquí, hay que incluir a muchas personas ciegas. Y siendo precisamente
las personas ciegas las que mayoritariamente visitan las páginas de nuestra
revista, me propongo tratar en profundidad y con la debida atención, esta
problemática en el próximo número.
Madrid,
agosto de 2018
Autor: Hilario Alonso Sáez-Bravo. Madrid, España