Soledad.

 

 A mis soledades voy, de mis soledades vengo.

 Ya sabéis que a mí me gusta mucho apelar al diccionario de la RAE, porque es de gran utilidad y apoyo para poder decir o expresar lo que se quiere. Según este diccionario que es el que yo más uso para trabajar, soledad es “carencia de compañía voluntaria o involuntaria”. Y que conste que lo he entrecomillado aposta. Soledad. Es también nombre de mujer. Yo me pregunto: ¿Por qué ponen a las mujeres este nombre? Su raíz fonética es sol; pero pienso que el astro rey nada tiene que ver con el nombre de mujer, y sí la advocación de la virgen María. La virgen de la Soledad. De todos modos hay mujeres que sí llevan el nombre de sol, por el astro rey; pero no hay que confundir, porque casi todas las Mari Sol que yo conozco, están registradas de modo efectivo como María de la Soledad.

 El concepto y la idea de soledad con el que yo quiero jugar en estas brevísimas líneas, es ese que expresa carencia voluntaria o involuntaria de compañía, definido así por el diccionario de la Real Academia De la Lengua.

 Y en la vida real, en la sociedad humana, como muy bien nos dice la enciclopedia de la lengua, hay dos tipos de soledad. La buscada, la voluntaria, y la involuntaria, a la que yo llamo impuesta. Y es esta última la más traumática, la que nos aísla del mundo y que incluso puede ser mortífera.

 Con la revolución industrial de finales del siglo XIX se produce un trasiego humano de las zonas rurales a las urbanas, y este trasiego es masivo después de la primera y segunda guerra mundial. Las ciudades no están preparadas para acoger a tantos seres humanos de distintas procedencias y estratos sociales, y la obra urbana para ajustar las grandes ciudades es constante y prácticamente no cesa. Construcción de viviendas, red de alcantarillado, transporte público, reconstrucción de vías urbanas, plazas y todo tipo de obras de infraestructuras, para ajustar las ciudades a la nueva situación que, era y sigue siendo, imparable

 La llegada de personas procedentes de las zonas rurales es tan masiva, tan importante, que en las ciudades no hay sitio para todos. Estos emigrantes han acampado de cualquier manera en las periferias y extrarradios de las grandes ciudades, incumpliendo las normas municipales, dando así origen al chabolismo y a todo tipo de desórdenes urbanos. Estas situaciones, hoy continúan. Los poderes públicos han sido y son incapaces de dar respuesta a los éxodos humanos, que son consecuencia de una desigualdad económica y social creciente.

 Como quiera que las ciudades son cada vez más grandes y las distancias han aumentado considerablemente, la sociedad se ha motorizado y el tráfico rodado de todo tipo ha aumentado extraordinariamente. La construcción de viviendas ha sido y sigue siendo una de las industrias urbanas de primer orden. La vivienda es cada vez más confortable, tiene elementos aislantes que favorecen más la intimidad y el confort. Las calles o vías se han pavimentado, se han asfaltado, con edificios o manzanas de edificios que se apiñan.

 Las clases más pudientes, para no vivir en la jaula, las ciudades cada vez son más jaulas, Se han ido a vivir al campo, a pocos kilómetros de la ciudad y la industria de la construcción ha hecho para ellos viviendas unifamiliares; es decir, pequeños edificios donde solo vive una familia; pero el campo, se ha convertido en colonias o urbanizaciones donde proliferan edificios unifamiliares. Obviamente, en estos parajes, que ya son también urbanos, ha habido necesidad de construir tiendas, supermercados y escuelas para los niños. En fin, que las concentraciones urbanas están ahí, con sus enormes desigualdades sociales, económicas y de todo tipo.

 Y como consecuencia de las sucesivas revoluciones industriales, porque ha habido varias revoluciones industriales, ha irrumpido con fuerza la gran tecnología, o tecnología punta, que llaman de la información y comunicación a distancia. Tanto, que el planeta

Se ha convertido en aldea global, como muy bien predijo el sociólogo canadiense Mmc Luhan. Una aldea global donde estamos muy bien comunicados, pero no nos conocemos. Sí que se conocen evidentemente y muy bien, aquellos que toman las decisiones por nosotros. Aquellos que deciden lo que ellos denominan como el constante nuevo orden del mundo. Pero hay más hechos a considerar:

 Los africanos, asiáticos y algunas zonas del continente latinoamericano, quieren participar también del lujo y de la forma de vida del llamado primer mundo. Tienen derecho a ello y se han lanzado a la aventura de emigrar de sus zonas a otras zonas, de aparente más y mejor bienestar social. Esto está produciendo un choque cultural, religioso y étnico ciertamente importante.

 Y una consideración más: La vida de los seres humanos, se alarga y se alargará más y más. La vejez afortunadamente, se multiplica por doquier. Y eso conlleva o comporta un problema no pequeño. El desgaste vital, la senilidad, nunca viene sola. Casi siempre viene aparejada con alguna enfermedad o enfermedades.

 Como se ve, vivir, no es algo gratuito, aunque, por supuesto, merezca la pena. La sociedad tiene un reto importante y constante. El estado del bienestar, tiene un tributo que pagar. Hay tanta gente en las grandes jaulas urbanísticas, que nadie se conoce. Las distancias son tan grandes, las clases o estratos sociales son tan distintos, las desigualdades socioeconómicas son de tal magnitud y hay tanta gente mayor y tanta gente discapacitada, que hay que pensar que el panorama no es nada halagüeño

 La gente se comunica a través de los potentes y magníficos teléfonos inteligentes, que son minicomputadoras, y a través de las computadoras propiamente dichas. Las hay de todos los modelos y de todas las clases. La robótica, ha entrado en nuestras vidas y ya hay máquinas que nos pueden hacer la comida. No obstante, nunca hemos estado tan solos.

 Son muchos los ancianos que mueren en la soledad de su hogar y son muchos los que incluso muertos, pasan días y hasta meses en sus casas sin que nadie les eche de menos. Solo el hedor que sale de su vivienda, es el que da la alarma al portero o a los vecinos de que allí algo ha pasado.

 Quiero concluir resaltando que un treinta por ciento de los seres humanos que pueblan las grandes urbes, viven completamente solos. Aquí, hay que incluir a muchas personas ciegas. Y siendo precisamente las personas ciegas las que mayoritariamente visitan las páginas de nuestra revista, me propongo tratar en profundidad y con la debida atención, esta problemática en el próximo número.

 

Madrid, agosto de 2018

 

Autor: Hilario Alonso Sáez-Bravo. Madrid, España

hilario-conchi@hotmail.com

 

 

 

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