Germán.

 

Aquella noche Marcelo, el novio de Elsa, Y esta, habían tenido ciertas discrepancias y para hacerle notar su enfado, él quiso irse solo a la Sala de fiestas. Elsa le hizo saber que ella también iría con, o sin él. Al fin llegaron a un acuerdo: Se instalarían separados y el resto de la noche se comportarían como dos desconocidos, cada uno con su suerte, -había dicho Elsa. Y así llegaron a la Sala de Fiestas, y se instalaron en la barra donde ya había varios conocidos.

Una orquesta charanguera y un simpático vocalista mantenían despierto al personal hasta altas horas de la madrugada. Los Gin Tonic y algunos vasos de whisky de dudosa autenticidad, que servían en la barra, trastornaban las mentes de algunos clientes empujándolos a algún atrevimiento.

Marcelo pronto encontró un corrillo de amistades, con los que charlaba, desentendido de Elsa, que acabó aceptando la invitación a bailar de un desconocido.

Tras unos compases, entraron en las presentaciones. Él se llamaba Germán, con más calva que años, de baja estatura, ojos grises de suave mirada y sonrisa bonachona, Su traje correcto, camisa blanca, corbata azul y zapatos de cordones, lo delataban como persona seria. Soltero y sin compromiso, vivía en un apartamento, por lo que por la noche sentía soledad y se refugiaba en aquel lugar donde ya había hecho algunas amistades.

Elsa, que interpretaba su papel de mujer emancipada que sale a divertirse por la noche, inventó un nombre y una personalidad para seguir manteniendo la broma. Contó que era modista y que estaba allí de vacaciones. Pero apenas dicho esto, Marcelo, que ya bailaba con una antigua conocida, se paró delante de ellos, solicitando hacer un cambio de pareja. Pocos compases duró el cambio porque de nuevo Marcelo cambió pareja, dejando a Elsa en brazos de Germán, que retomó la interrumpida conversación. Parecía muy interesado en lo que ella contaba, y para evitar nuevas interrupciones, se instalaron en la mesa donde esperaba la consumición de Germán, mientras Elsa medio divertida, medio molesta, hilvanaba su historia.

Marcelo y sus amigos observaban la escena, divertidos por el engaño del que Germán estaba siendo objeto. Este, cada vez más encandilado por la feminidad que de ella emanaba, la miraba arrobado, sintiéndose solo en el Universo. Quería verla al día siguiente y a todas horas. Elsa reía complacida y satisfecha por la lección que le estaba dando a Marcelo. Llevando hasta el fin la broma, le dio una cita, a la que no pensaba asistir.

Al día siguiente Marcelo mantenía su actitud displicente y retraída, la dejó plantada toda la mañana, por lo que ella decidió acudir a la cita con Germán.

 

En una discreta cafetería, tomando un café muy caliente, que le subiera un poco el ánimo, Elsa contó a Germán toda la verdad. Y aunque los sueños que aquella noche él había forjado se venían abajo, le ofreció su desinteresada ayuda.

Cinco días esperó Elsa las llamadas de Marcelo. Lloró silenciosamente, Abandonó el trabajo, pasaba las noches en vela, no se alimentaba y empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza. Visitó al médico que la tranquilizó: No es nada chiquilla, -le dijo, distráete un poco, come bien y si no mejoras, vuelve pasados quince días.

En la cafetería donde intentaba comer un sándwich, tropezó con Germán, que la miraba desconcertado. Ella intentó evadirse, pero no fue posible.

Estás muy desmejorada --le dijo-- ¿te ocurre algo?

Nada --contestó evasiva-- Solo que estoy desganada y lo único que el médico me receta es comer y distraerme. Hablaron un poco. Él tenía prisa, pero le prometió llevarle unos libros a su casa al día siguiente.

Germán llegó puntual.

Elsa acudió nerviosa a la llamada de la puerta y haciéndose a un lado, le franqueó la entrada. Él Llevaba en la mano dos novelas de actualidad y un tratado de Psicología, con normas de conducta para una vida feliz en pareja. Penetró en el vestíbulo y con el pie empujó la puerta que se cerró a su espalda, estrechó la mano que ella le tendía, la retuvo un momento mientras con sus ojos, penetraba la insondable tristeza de su mirada. Llevado por un impulso, la besó en la boca y se desparramaron por el suelo los libros que traía bajo el brazo, mientras le sujetaba la cara que cubría de besos con verdadera pasión. Elsa se defendió tímidamente, y luego se abandonó a sus caricias mientras los latidos del corazón de Germán resonaban sobre su pecho. Luego, la laxitud de sus miembros indicó a Elsa la culminación de aquel acto de amor, espontáneo, del que se disculpaba mientras sacudía sus manchados pantalones. Elsa sintió compasión de aquel ser solitario y falto de afectos, y dándole una toalla lo condujo al cuarto de baño, mientras ella, con el semblante ardiendo de rubor, esperaba en el salón, incrédula por el hecho insólito que acababa de presenciar.

Volvió germán avergonzado y tímido, se sentó a su lado disculpándose: Perdóname, Elsa, no he podido evitarlo -decía- sin atreverse a levantar los ojos del suelo. Elsa, comprensiva y llena de ternura, cogió su mano mientras decía: "Olvídalo, ya pasó. Germán la miraba con una tristeza infinita y dulcemente acariciaba su mano. Pensaba en las incongruencias de la vida; allí había dos personas deseosas de cariño, mientras otra desdeñaba las caricias que Elsa deseaba prodigarle. Elsa, que se sentía injustamente tratada por Marcelo, cada vez deseaba más perderse en los brazos de Germán.

La emisión del segundo informativo del televisor, que seguía conectado, la escucharon estrechamente abrazados sobre la alfombra, a la que no sabían como habían llegado. Lo único seguro era que, la tristeza había desaparecido de sus semblantes, y la terrible noticia de la destrucción de las Torres Gemelas, les llegaba en un segundo plano, tamizada por un sentimiento de plenitud y armonía de sus cuerpos y almas, fundidos en un solo ser.

 

Alicante septiembre 2018.

 

Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España

davasor@gmail.com

 

 

 

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