Geología del ver y el
no ver: esperanza en la humanidad.
Es sumamente conocida la importancia que
en la historia de la humanidad ha tenido y tiene la visión. Su valor
resulta incuestionable: “Casi todos nuestros juicios sobre el entorno se basan
en los datos obtenidos por el sistema visual, gran parte del conocimiento sobre
el mundo y nosotros mismos se nos presenta en forma de imágenes
visuales” [1]. Es por ello que la falta o disminución de este
complejo sistema, no sólo perceptual sino, y por qué no,
actitudinal, de creencias y hasta de valores, se presenta con diversas
implicancias, sea que nos veamos afectados por ella o no, según nuestra
consideración de lo que significa ver y no ver.
Dichas implicancias afectan nuestra
percepción de este fenómeno a distintos niveles, como en una
suerte de capas geológicas de nuestro relacionarnos con el mundo. Me
refiero aquí a geología, ya que a mi entender, es posible
distinguir tres estratos bien diferenciados y diferenciables, –aunque
así no lo parezca- en la relación que establece el ser humano y
la sociedad en su conjunto con el “ver”, como fenómeno
abarcador y transversal a toda la persona.
Un primer estrato, se refiere al ver como
sentido de la vista, en su aspecto netamente físico-orgánico, en
su dimensión perceptual y en su aspecto operativo o funcional. El no ver
en cuanto sentido de la vista, y tanto sólo esté afectado el
órgano propiamente dicho de la visión o captación visual,
implica aquellos aspectos meramente perceptuales en que dicho sentido opera,
como sería el caso de la ubicación y orientación en el
espacio, la posición del propio sujeto respecto de la disposición
de los objetos del entorno, la manipulación de tales objetos, entre
otros. Por caso podríamos decir, que abarca situaciones tales como
encontrar una prenda de ropa que se nos hubiera caído, sin necesidad de
tantear todo el piso con las manos, evitar el llevarnos por delante sillas o
enceres mal ubicados, conducir un vehículo por nuestra cuenta o salir a
dar un paseo a solas sin tener que requerir del acompañamiento de
alguien más.
Esta dimensión del ver, o mejor
dicho del no ver, pareciera tener el mayor impacto en la curiosidad del resto
de la sociedad, que no presente discapacidad visual, manifestándose en
un notable interés o curiosidad por parte de dichas personas, en el modo
en que quienes no vemos, nos manejamos o desenvolvemos en nuestra cotidianidad.
Preguntas del tipo de, cómo hacen para identificar el dinero, para
combinar los colores de la ropa, cocinan, o tienen ayuda en casa, reflejan esta
suerte de “misterio” o “intriga” que nuestro “no
ver” despierta.
He tenido la oportunidad de participar en
charlas de concientización social acerca de la discapacidad visual, o
bien de leer o escuchar entrevistas o notas con este tipo de formato realizadas
a conocidos que no ven, y he notado que el resto de las personas, suelen
apuntar sus preguntas a los aspectos antes mencionados, al manejo en la vida
cotidiana ya sea en el hogar, los estudios o el trabajo, en la calle
centrándose principalmente en las barreras arquitectónicas o
urbanísticas, y en las nuevas tecnologías, como los software
lectores de pantalla, los teléfonos adaptados y demás
dispositivos y apoyos tecnológicos.
Un segundo estrato -si se quiere,
más hondo que el primero- es el que tiene que ver con “la
mirada”, es decir, la dimensión social o comunicacional del ver.
Valga aquí la aclaración entre ver y mirar, entendiéndose
el ver, como se dijo, como el aspecto meramente perceptual; mientras que el
mirar, por el contrario, conlleva la atención o la intencionalidad de
ver de quien está en efecto mirando.
El mirar, pues, implica una
direccionalidad de la atención, ya sea que se esté observando un
objeto para conocerlo en detalle, un paisaje para captarlo en toda su
dimensión, o bien a una persona a quien nos dirigimos.
Nótese que en esta
dimensión del ver que es la mirada, toma parte un elemento fundamental
de nuestra constitución como seres humanos, que es la afectividad.
Dirigiremos nuestra mirada a un objeto, a un paisaje o a una persona, puesto
que existe una intensión, una motivación para hacerlo. Fijaremos
nuestra mirada en un anuncio en la calle, ya que algo en éste
captó nuestra atención. Por nuestra inclinación natural a
la belleza nos detendremos a observar un paisaje o una obra de arte que nos
cautiva y maravilla. Miramos a la otra persona puesto que nos sentimos convocados
a establecer una comunicación con ella, sea por el motivo que fuere.
Particularmente, ésta cualidad del
ver que es la mirada, resulta –al menos en lo personal- el aspecto
más añorado para quien alguna vez ha visto. Siendo que, muchas de
las dificultades o limitaciones que trae el no ver desde la perspectiva de la
logística o las estrategias, pueden ser resueltas cada vez más
fácilmente gracias a los diversos apoyos con los que quienes no vemos
contamos en la actualidad, la mirada en cuanto dimensión comunicacional
no puede ser sustituida por mucha voluntad que se le ponga a través de
otros sentidos o posturas actitudinales.
La mirada implicada en el juego de
seducción, el buscar el encuentro visual de la mamá con su
recién nacido, la complicidad expresada entre hermanos o amigos tan sólo
con una mirada de soslayo, pueden ser algunos de los muchos ejemplos con los
que podríamos intentar graficar la dimensión a la que nos
referimos. A qué persona con discapacidad visual no le ha sucedido que
se dirijan a ella a través de un tercero… Hablamos aquí de
un aspecto al que intentaremos aproximarnos a continuación, y que mucho
tiene que ver con el reconocimiento como persona que tenemos unos hacia otros.
EL VER COMO IDENTIDAD: SER O NO SER
VIDENTE
Un tercer substrato, más profundo
que los anteriores, responde, a mi entender, a una dimensión
psicológica de la consideración que como inconsciente colectivo
hacemos del fenómeno de ver o no ver. Más aún,
diríase una dimensión antropo-filosófica, que involucra la
substancia y la identidad misma de la persona: el ser o no ser vidente.
Autores de la talla del filósofo
español Enrique Pajón Mecloy -a su vez citando al sacerdote
Thomas Karroll- respecto de la pérdida del sentido de la vista, se
refieren a “un golpe asestado al mismo centro de la personalidad”
[2]. Dado que el ver resulta una capacidad tan constituyente del modo de
conocer del ser humano, y su falta afecta significativamente su acceso y
adaptación a su realidad “carne-mundo”, la
constitución de su ser para sí mismo y para los demás se
ve, al menos, alterada. Quien veía y más temprano o más
tarde adquiere la ceguera, experimenta una suerte de “muerte” de su
ser vidente, y para re-establecerse en la estabilidad del sentido de su ser,
requerirá transitar el difícil pero apasionante camino de re-encontrarse
en una nueva versión de sí mismo.
Aquellas personas afectadas de ceguera o
disminución visual severa desde el nacimiento o primeros años de
infancia, no escapan a este proceso: ya que, insertos en un entorno donde la
mayoría de las personas ven, resulta casi imposible no plantearse de
qué manera su no-ver lo hace diferente del resto.
La luz ha sido utilizada en cuanto a su
valor metafórico a lo largo de la historia de la humanidad, para
referirse tanto al Conocimiento, como a
Cabe señalar aquí que, es
posible constatar estas percepciones tan arraigadas en el inconsciente
colectivo que, por naturalizadas y corrientes, pasan inadvertidas. Nos
referimos a aquellas expresiones del lenguaje con las que, personas ciegas y
con vista, solemos comunicarnos y denominar ciertos aspectos asociados al no
ver y a quienes no vemos.
Si bien el lenguaje en esencia
sólo es un recurso para nombrar las cosas, y no la esencia de la cosa en
sí, a través de él manifestamos nuestro pensamiento y
nuestras creencias acerca de éstas. Poniendo por caso concreto la
expresión tan extendida de “no-videntes”, resulta sorprendente
cómo hasta el momento ni personas con vista ni personas ciegas, nos
hemos percatado del absurdo lingüístico, filosófico y humano
que ella encierra. Puesto que, las cosas se definen por lo que son y no por lo
que no son (a una mesa no la llamaríamos no-silla, así como a una
mujer no la llamaríamos no-hombre), es de extrañarse cómo
quienes no vemos nos autodenominamos y permitimos que se nos llame a partir del
límite o la supuesta falta respecto de la mayoría de la sociedad,
y no desde nuestra esencia completa, que es ser persona.
ESPERANZA EN
Sin pretender delimitar ni agotar la
reflexión al respecto de las consideraciones e implicancias del ver y el
no ver, que modestamente intenté exponer hasta aquí, aspiro a
aportar una perspectiva de la cuestión que entiendo muchas veces no se
tiene en cuenta.
La visibilización y el
reconocimiento de las personas con discapacidad visual, tan pretendido por
todos nosotros, no pasa según considero, únicamente por la
concientización a partir de las estrategias o apoyos de las cuales nos
valemos para desarrollar una vida plena y digna.
Tampoco será suficiente con el
mero enunciado de legislación y políticas públicas sobre
discapacidad, por mucho que se las quiera hacer cumplir con normativas y
discursos altisonantes, de los cuales las mismas personas con discapacidad nos
hacemos eco.
Como dijimos, las palabras, los
enunciados, el lenguaje por sí mismo sólo designa, por sí
mismo no transforma la esencia de las cosas, ni mucho menos las creencias, a
menos que encuentre el terreno fértil en la sensibilidad humana. No se
trata de sensiblería, la cual está más ligada a la
lástima que a la compasión bien entendida (compartir los
sentimientos del otro), sino, por el contrario, de una auténtica
fraternidad.
Retomando el título de este
escrito, uno de los substratos que la ciencia de la tierra identifica, es el
limo o humus. Precisamente, de éste último vocablo es de donde se
deriva la palabra humanidad. Hace referencia a aquella propiedad de la tierra
que la hace frágil y limitada como el barro, y a su vez, fértil y
apta para la vida. Me gusta pensar en el ser humano capaz de tal grandeza: la
de reconocer su propia fragilidad, límite y fertilidad, para poder
hacerse misericordioso y compañero con el otro igualmente limitado y
fecundo. Más que en la discapacidad, esa es la humanidad en la que pongo
mi Esperanza.
[1] Rosa, Alberto y Ochaíta,
Esperanza (compiladores). “Psicología de la ceguera”.
Editorial Alianza S.A., Madrid, 1993.
[2] Pajón Mecloy, Enrique.
“Psicología de la ceguera”. Editorial Fragua, Madrid, 1974.
[3] Ferro, Roberto. “De las
palabras a la luz”. Revista “Discapacidad Visual Hoy” N°
2, agosto 1996. Recuperado de: www.asaerca.com.ar
[4] Para una profundización en el
aspecto de la ceguera como muerte, véase Cholden, Louis S. “Un
psiquiatra trabaja sobre la ceguera”. Editorial de la organización
Nacional de ciegos Españoles, Barcelona, 1966, y Vadell, Margarita.
“Del susurro al grito, símbolo y verdad de la ceguera”.
Editorial Dunken, Buenos Aires, 2017.
Buenos Aires, septiembre 2018.
Autora: Ornella
vanina Pasqualetti Manzano. Buenos Aires, Argentina.